El accidente de la planta Nuclear de Fukushima, ha traído nuevamente al tapete la discusión acerca de los riesgos que se ciernen sobre la salud de los seres vivos y el ambiente derivados del uso de las diferentes fuentes de energía que emplean crecientemente las sociedades contemporáneas. Lo sorprendente es que en los diferentes medios […]
El accidente de la planta Nuclear de Fukushima, ha traído nuevamente al tapete la discusión acerca de los riesgos que se ciernen sobre la salud de los seres vivos y el ambiente derivados del uso de las diferentes fuentes de energía que emplean crecientemente las sociedades contemporáneas.
Lo sorprendente es que en los diferentes medios de comunicación, nacionales e internacionales, incluso en algunos que podemos considerar alternativos como Telesur, hemos visto y escuchado los puntos de vista de «especialistas», tanto partidarios como detractores de las bondades de las energías tradicionales, en especial de las fósiles y la nuclear. La controversia se ha centrado alrededor de dos temas para ellos fundamentales: La seguridad operativa, es decir cuál desarrollo energético presenta la menor probabilidad de sufrir accidentes, y las posibilidades que ofrecen estas fuentes de generar más y más energía.
Lo anterior tiene sus raíces en matrices disciplinarias fuertemente arraigadas en los ámbitos político, académico y económico. En el primer caso, es atribuible a la visión reduccionista que históricamente equiparó la evaluación de tecnologías a la evaluación de impactos, que se estiman a través del tratamiento estadístico del riesgo y la evaluación económica en términos de la relación riesgo-costo/beneficio (Medina 1994). De esta manera «los especialistas» siempre han dado por descartado la inevitabilidad de implantar nuevos desarrollos energéticos, apostando a la fuente con la cual están comprometidos bien por razones de formación, bien por razones económicas. Observamos así que frente al problema actual de la central de Fukushima – Chernobyl es apenas una mancha histórica – algunos físicos e ingenieros nucleares se rasgan las vestiduras en defensa de la energía atómica. Argumentos irrefutables como «es la energía más segura del mundo», «el daño generado en el accidente de la central es mínimo, perfectamente dentro de lo calculado y controlable», «es la fuente de emisión más barata»; «las emisiones de energías fósiles matan muchas más personas y generan más daño al ambiente»; «La radiactividad natural en cada cuerpo humano es de 50 Bq por litro. Por tanto, 200 Bq por litro realmente no va a causar mucho daño»!!!, constituyen el hilo argumental de una defensa que plantea lo irremediable de continuar asentando plantas nucleares en todo el mundo.
Pero cada minuto que transcurre, la obstinada realidad parece desmentirlos: el sábado 26 de marzo la BBC informaba que los niveles de yodo radiactivo en el mar frente a la central era ¡1850 veces! superior a lo normal. El martes 29 de marzo el gobierno japonés calificaba la situación de muy grave, admitiendo el hallazgo de plutonio en el suelo de la central y que la concentración de yodo radiactivo ya era ¡3.300 veces! superior a lo normal. Aun así, muchos partidarios continúan inmutables en la defensa. A pesar de las evidencias, el análisis racional del riesgo tecnológico, no puede ser superado por la realidad. ¡Son seguras y ya!
Por su parte, los especialistas detractores colocan argumentos totalmente contrarios: «los efectos que puede causar un accidente nuclear son muy severos y perdurables» – Chernobyl es una cruda demostración; » la posibilidad de que naciones no confiables tengan acceso a esa tecnología y desarrollen armas nucleares es un peligro»; «el suministro de las fuentes fósiles es más confiable, controlable..», etc. etc. Ambos bandos, no reparan en que sus razonamientos tiene el mismo carácter. Pareciera estarse entonces en una suerte de competencia sobre quien da más, quien daña menos.
Un especialista nuclear, desechando la viabilidad de las fuentes alternativas y justificando la nuclear, señalaba que para darle electricidad a una ciudad como Fukushima era necesario tener una granja eólica del tamaño del estado de California. Entra en juego la «racionalidad económica». Esto nos lleva a la segunda cuestión: la necesidad de generar cada vez más y más energía. Para muchos especialistas esta es la justificación última: la sociedad demanda cada vez más energía, y hay que producirla de manera rentable. La fuente que defiendo es la solución.
Pero es poco lo que se discute con relación a cuánta de esa energía es realmente necesaria para satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones (ONU, 1988). Para los «especialistas», el problema de la sustentabilidad no es trascendente. En una sociedad global que sufre de Bulimia energética como bien lo define Andrés Dimitriu, buena parte de la energía generada se despilfarra. En ciudades como Nueva York, Hong Kong y Las Vegas por citar sólo algunas, un gran porcentaje de la electricidad se gasta en ostentosos despliegues publicitarios y actividades suntuarias. En Venezuela, cerca del 40 % de la energía eléctrica generada, se pierde bien en transmisión y distribución y/o se malgasta. Sin esta demanda energética para fines fútiles o despilfarro, no sería necesario seguir desarrollando tantos emprendimientos energéticos.
Puede decirse entonces que el problema no tiene que ver tanto con las fuentes energéticas que se van a desarrollar y su viabilidad económica, sino con el modelo de desarrollo adoptado, que genera demandas desmesuradas de energía que atentan contra los recursos, circunstancia que de por si atenta contra la salud del planeta.
Referencias:
Dimitriu, A. (2008). Bulimia Enegética, agrocombustibles y territorio: La privatización de la política y las políticas de silencio. Disponible en http//www.revista-theomai.unq.
Medina, M. (1994). Estudios de Ciencia y Tecnología para la evaluación de tecnologías y la política científica; en «Superando Fronteras. Estudios Europeos de Ciencia, Tecnología, Sociedad y Evaluación de Tecnologías». Nueva Ciencia. 1994. Antropos, Edit del Hombre. España.
ONU, Comisión Mundial Sobre El Medio Ambiente Y El Desarrollo (1988) Nuestro futuro común.
Alexis Mercado es de la Universidad Central de Venezuela / Centro Nacional de Tecnología Química.
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