Breve preámbulo. Como es probable que el lector/a observe alguna incomodidad mía en esta nota, déjenme señalar que cada vez tiene menos interés para mi el uso de términos como Catalunya, España, Euskadi, Europa. En mi opinión, confunden -y agitan tempestades- más que otra cosa. Como Warren Buffett, sigo pensando que la lucha de clases […]
Breve preámbulo. Como es probable que el lector/a observe alguna incomodidad mía en esta nota, déjenme señalar que cada vez tiene menos interés para mi el uso de términos como Catalunya, España, Euskadi, Europa. En mi opinión, confunden -y agitan tempestades- más que otra cosa. Como Warren Buffett, sigo pensando que la lucha de clases es el motor de la historia (o cuanto menos uno de sus motores centrales de explosión) y que esa supuesta lucha entre naciones (con o sin Estado) oculta intereses socioeconómicos y sitúa a los condenados de la Tierra, sin su consentimiento además, en el mismo lugar donde antes se les ubicaba: en la cuneta cuando no en el estercolero de la Historia. En definitiva, no cuenta nada de nada en esta Historia de poderosos y clases medias fundamentalistas.
Con satisfacción no ocultada, Ramon Zallo sostiene en «Catalunya se va… a Europa» [1] lo que señala -con alguna imprecisión: ¿no es «España-Sefarad» parte también de «Europa»? [2]- en el título de su artículo. Good bye, España! ¡Por fin! Unos breves comentarios [3].
Un tuit de RZ del pasado 11 de septiembre tuvo éxito: se retuitéo con profusión entre catalanes: «Catalunya se va. Ya en espíritu, e inicia su camino como sujeto nacional hacia la soberanía plena. Nada será igual… ni para nosotros [los ciudadanos vascos]».
No pretendo quitar ningún mérito a nadie, lejos de mi esa imprudencia, pero ¿alguien podría dudar del éxito en algunas redes de un texto nacionalista-independentista escrito por un catedrático de la UPV-EHU en la tarde-noche del 11 de septiembre? Estaba cantado, éxito asegurado.
El problema del texto, del tuit: no se acaba de ver exactamente a qué sujeto nacional se refiere RZ (y no se acaba de ver porque no está claro incluso para el independentismo catalán); parece que el ejercicio del derecho a la autodeterminación (reivindicado durante décadas casi en solitario por las izquierdas catalanas -y algunas españolas-, con su alternativa federal anexa) se da casi por superado o, cuanto menos, como poco movilizador y no se tiene nada en cuenta otras opiniones -que no tienen nada que ver con el españolismo rancio ni con el neofranquismo uniformizador de algunas fuerzas- que siguen presentes y están muy vivas en la sociedad catalana, que por supuesto está lejos de ser, por el momento, un sistema social homogéneo regido por un único valor indiscutible: la independencia y, con ella, el paraíso catalán en la Europa maravillosa que se está construyendo.
Tiene razón RZ cuando afirma que un sector mayoritario de la ciudadanía catalana, no de Catalunya como él escribe, está «profundamente disgustada por el cepillado [la expresión, admitámoslo, no es la mejor de las posibles] del Estatut del 2006», aunque bueno es recordar que la participación en el referéndum estatuario estuvo lejos de ser exitosa: el cansancio e incluso el hastío por la machacona presencia del tema identitario era evidente entre amplios sectores sociales.
La tiene también RZ cuando señala que está «intensamente decepcionada por la actitud anticatalanista de la opinión pública española animada desde algunos medios», si bien Zallo debería matizar (casi falsando su anterior afirmación) que la «opinión pública española» no es un cuerpo sin disidencias, que está lejos de ser un ejército popular anticatalanista (el mismo Zallo es un ejemplo de esto último) y que la insistente -estúpida y suicida- labor de muchos medios de intoxicación e inculcación ideológica (que, desde luego, también juegan su papel en Catalunya en sentido contrario) han dejado profunda huella en la cosmovisión de las ciudadanía española y catalana. No hace falta recordar lo que algunos ciudadanos españoles piensan de «los catalanes». Algunos ciudadanos catalanes, no siempre malintencionados, piensan por su parte que España es un país de bárbaros y que Catalunya, en cambio, es otra cosa: un país mucho más europeo, mucho más moderno, mucho más «preparado»..
Que esté totalmente (más bien parcialmente) cabreada, como RZ escribe, «por tener la 8ª posición en financiación pública estatal per capita» (otras «comunidades autonómicas», como es sabido, quedan peor paradas en la distribución posterior [4]), es un éxito propagandístico del nacionalismo-independentista catalán, profundamente antiespañol por otra parte como casi nunca en su Historia (poniendo en el mismo caso, para entendernos, a Franco, Queipo del Llano, Machado, García Lorca y Negrín, olvidándose siempre, eso sí, de figuras tan de «casa nostra» como Samaranch, López Rodó o Porcioles por ejemplo), cosmovisión nacionalista, decía, publicitada ininterrumpidamente, que ha elevado a la categoría de postulado no discutido, de axioma evidente, el asunto del déficit de los 16.000 millones de euros, del expolio fiscal y de la España -o «Madrid»- que nos explota.
Que la ciudadanía catalana «esté gravemente humillada por tener que pedir el rescate al Estado» es aún más discutible porque, mirado como se quiera mirar, la afirmación es, nuevamente, publicidad nacionalista que intenta obviar los desaguisados financieros, contables, la malversación de dinero público, realizados por los gobiernos nacionalistas catalanes (aunque no sólo) y las clases sociales privilegiadas que les da y han dado soporte entusiasta, no por «Madrid», cegando a la opinión pública catalana, hasta límites inadmisibles, por los casos de corrupción, malversación de fondos, gestión interesada y clientetar y evasión fiscal made in Catalonia, no en Spain.
RZ habla de la Asamblea de Catalunya de los años setenta. Los nombres -el de aquella Asamblea y el de ésta- tienden a vincular un movimiento social con otro. Tienen muy poco que ver. En el movimiento de los años setenta, regían valores de izquierda como la solidaridad, el internacionalismo, la justicia social, la democracia participativa, la lucha por las libertades, incluidas las sociales y nacionales. Ahora la cosa no va por ahí: la actual asamblea, un movimiento social densamente poblado (aunque no sólo) por sectores de las «clases medias», en absoluto alejado de la dirección política de Convergència, es un movimiento nacionalista-independentista donde la cosmovisión neoliberal, en ningún caso única (existe una izquierda socialista-comunista minoritaria en el movimiento), es ampliamente mayoritaria, y la solidaridad con los otros pueblos de España y del mundo es para muchos de sus componentes una antigualla.
La Europa de la que muchos hablan es la Europa del capital y del neoliberalismo. Es a esa Europa a la que algunos pretenden conducir la Catalunya «soberana». Sin remordimientos, sin dudas, sin sentimientos de culpa. ¿No recordamos acaso la apuesta por EuroVegas del gobierno catalán y de una parte sustantiva de las clases dominantes catalanes? ¿Nos hemos olvidado de qué corporaciones y personajes están detrás de Barcelona World una de sus últimas propuesta-estrella?
Por cierto, la Catalunya independiente de España, ¿será también independiente de los grandes poderes europeos? ¿Se puede hablar propiamente de soberanismo en estas condiciones políticas e históricas? ¿De qué soberanía, de que independencia se está hablando? ¿Qué intereses se mueven en este juego peligroso? Hic Rodhus, hic salta!
Notas:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=156347
[2] Sin excluir a Euskadi de esta «España» en el imaginario independentista catalán.
[3] No entro en las consideraciones sobre Euskadi que RZ realiza en su artículo
[4] Lo que obviamente no quita ningún fundamento a algunos nudos de la crítica ni de la queja.
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