Según el Concejo por el Aire Limpio, una organización civil de los Estados Unidos que vela por el derecho de todos para respirar aire puro, la cantidad de basura que el país genera bien podría servir para edificar inmensas obras de infraestructura, tan inmensas que igualarían a la Muralla China en su privilegio de ser […]
Según el Concejo por el Aire Limpio, una organización civil de los Estados Unidos que vela por el derecho de todos para respirar aire puro, la cantidad de basura que el país genera bien podría servir para edificar inmensas obras de infraestructura, tan inmensas que igualarían a la Muralla China en su privilegio de ser las únicas construcciones humanas que se miran desde el espacio.
Metralleta de datos, la información que brinda el Concejo asusta, por decir poco. Por ejemplo, este país grande, cuyo gobierno tiene la extraña costumbre de inmiscuirse en los asuntos de Estado de medio mundo, llena diariamente 63 mil camiones de basura. Tanta, tanta, tanta basura que alcanza para repartir a razón diaria de 4,39 kilos para cada estadounidense promedio (y la generosa suma de 56 toneladas anuales para cada quien). Vértigo, tanto vértigo como el que generaría la pared de 12 pies de alto entre Nueva York y Los Ángeles que se podría construir con todo el papel que se desperdicia en ese país, es lo que produce una radiografía más detallada de este maremoto de basura.
Dos millones y medio de botellas plásticas se desechan cada hora, mientras que cada día se deshacen de al menos 20 mil automóviles, buses y camiones. Con los 65 billones de latas de aluminio, aquellas que portan las nutritivas «sodas», que se desechan anualmente se podría reconstruir la flota aérea comercial de los Estados Unidos cada tres meses. Y para que no nos falten los cubiertos, los estadounidenses desperdician la cantidad de cucharas, tenedores y tazas desechables que servirían para circundar la línea ecuatorial 300 veces.
La cultura de las libertades que ciertos países corrompidos y violentos tanto envidian a los Estados Unidos arroja al tacho 43 mil toneladas de comida al día, y en las mismas 24 horas se deshacen de 49 millones de pañales desechables. Cultura ejemplar que genera una presión sobre el planeta que resulta tres veces superior al promedio del resto de países. Libertad de los empaques y las envolturas, que representan un tercio del montón de basura que se genera en el país de los ensueños: el cartón que contiene a la espuma flex que protege a las fundas que envuelven a los papeles de empaque que esconden la plástica casita de Barbie Princesa muy bien sujeta a su cajón de soporte con ganchos de polietileno y aluminio.
Modelo de exportación que nos impone la guerra de la publicidad, la avalancha de la globalización, del progreso, de la libertad de comercio, del sueño americano. Cultura que repetimos con religiosa puntualidad: dime a quién quieres parecerte y te diré quién eres, y te diré también cuánta basura se te viene encima. Y es esa la cultura que emulamos con nuestros flamantes y gigantescos Megamaxis (por citar solo un ejemplo de tantos) llenos de cientos y cientos de productos de consumo diario, y de todo aquello que el mercado nos impone como necesidades impostergables: el señor que quería comprar papas y fideos para la sopa compró la siempre necesaria pócima para el exceso de peso, el indispensable estuche para su vital teléfono celular, la nueva tele pantalla plana para ver el Mundial y otras tantas novelerías; ¡y todo en un solo local!
Y no se diga en las célebres navidades de diciembre. Allá en Estados Unidos, ni más ni menos, a la inmensidad de basura se le suman otras 5 millones de toneladas de basura. Consuelo de bobos: la basura de nuestras navidades no alcanzan tan exorbitante cifra, pero es cuestión de tiempo, nada más. A estas libertades queremos parecernos, con esta libre y soberana cultura queremos tratar tratados de comercio libre, y nos aterra que nos den el no. De esta soberana república, dueña de pedacitos de mundo en todos los países que no son suyos, soñamos ser los mejores socios de negocios. Ser sus clones pequeños, por siempre diminutos, por siempre fieles, por siempre amigos, por siempre replicando sus libertades.
Que se apague toda la maquinaria que vomita el plástico que nos asfixia. Que se detenga el vertedero incesante de productos inservibles e innecesarios que nos tapiza el día a día y nos agota las escuálidas economías. Que nuestras libertades dejen de estar amarradas a la soberanía del comercio y a la envidiable libertad estadounidense que les permite a sus libres ciudadanos comprar, comprar y comprar (o envidiar, si su pobreza les impide ser enteramente libres). Que se rompan todos los espejos que apuntan hacia esas latitudes inundadas con basura.