Hace cuatro o cinco años Pedro Solbes declaró que él era «más liberal que el señor Rato». Cuando Zapatero lo hizo ministro vicepresidente un periodista le preguntó si seguía manteniendo esa afirmación y sin pensárselo dos veces contestó: «Lo que me extraña es que todavía puedan quedar dudas» (Expansión 16 de abril de 2004). Lo […]
Hace cuatro o cinco años Pedro Solbes declaró que él era «más liberal que el señor Rato». Cuando Zapatero lo hizo ministro vicepresidente un periodista le preguntó si seguía manteniendo esa afirmación y sin pensárselo dos veces contestó: «Lo que me extraña es que todavía puedan quedar dudas» (Expansión 16 de abril de 2004).
Lo que habría que preguntar es por qué Zapatero, que ha hecho una campaña electoral tratándose de desmarcarse de la política antisocial del Partido Popular, elige como ministro de economía a alguien que, por lo que él mismo dice, está dispuesto a llegar aún más lejos que su antecesor de derechas.
Hace unos días anunció que en 2005 habrá superávit presupuestario, es decir, que los ingresos del Estado serán mayores que los gastos. Sobrarán recursos.
Nuestro liberal ministro de economía es de los que creen a pies juntillas que la estabilidad presupuestaria lo resuelve todo. En su etapa de comisario europeo fustigó a unos y a otros justo en los mismos momentos en que Estados Unidos, mucho más realista, incurría en déficit presupuestarios para poder salir de la recesión económica. Solbes fue de los que se creyeron que lo adecuado en una carretera de curvas es conducir el coche sin mover el volante.
Más o menos a eso equivale defender la estabilidad presupuestaria contra viento y marea. Es una estupidez tan aberrante que hasta sus propios defensores han tenido que renunciar al dogma.
Ahora defienden que los saldos presupuestarios se acomoden a las fases del ciclo, es decir, que si hay cierto grado de recesión pueda haber déficit para compensar la caída de actividad. Es algo tan razonable que lo que sorprende es que personajes tan listos no se dieran cuenta de ello hace tan poco tiempo.
Con eso tratan de lavarse la cara pero en realidad están formulando otra solemne y flagrante tontería. La teoría económica más aceptada muestra que, si es que existe, el déficit fiscal «óptimo» no depende sólo de las fases del ciclo sino, además, de circunstancias como las perspectivas futuras de la economía, la clase y el destino del gasto público que se realice, el estado y la naturaleza de los mercados financieros o la tasa de ahorro e inversión que haya en la economía.
Lo primero que se deduce de ello es que defender un mismo criterio para economías tan distintas como Alemania o España, por ejemplo, es una aberración que no puede traer sino consecuencias negativas o incumplimientos, como viene ocurriendo.
Además, es de lógica elemental que los efectos y la necesidad del déficit no son los mismos para economías, como la española, que están lejos de los estándares de bienestar o inversión pública de los países con los que compite.
Con el liberalismo autista de Solbes, España renuncia a converger socialmente con Europa, restringe innecesariamente la inversión social y la creación de infraestructuras colectivas (en áreas tan estratégicas como educación, investigación o innovación), de las que hoy día depende la competitividad y sin las cuales será imposible que nuestros mercados avancen al ritmo que necesita la convergencia económica con nuestro entorno.
Si nuestra economía estuviera creciendo a un ritmo vertiginoso, si nuestros niveles de bienestar fueran como los de nuestro alrededor o si nuestro sistema educativo e investigador estuviera a la altura de nuestros vecinos, si nuestras empresas tuvieran los mismos recursos públicos o colectivos a su alcance como las francesas o las alemanes, sería lógico que el ministro liberal quisiera equilibrar los presupuestos. Aunque, ni siquiera Alemania o Francia renunciaron a un cierto grado de endeudamiento para hacer frente a una situación comprometida, como era lógico para todos, salvo para el entonces comisario Solbes.
Pero estando en la cola de todos esos indicadores, y en otros muchos más que dependen del gasto público, la propuesta del vicepresidente económico es una completa irresponsabilidad que nos posterga frente a Europa y que retrasará aún más nuestra economía.
Como no se ha querido aumentar los impuestos, a pesar de que los ricos españoles contribuyen mucho menos que en nuestro entorno, para lograr la estabilidad presupuestaria se ha ido reduciendo el gasto social español en relación con el PIB desde 1994. Solbes ya fue responsable de ello entonces y ahora parece que está dispuesto a seguir su propia onda y la heredada del Partido Popular. La consecuencia de lo que él mismo empezó en su anterior etapa de ministro ha sido que el ya de por sí débil Estado de Bienestar español ha empeorado su situación relativa. Aunque, eso sí, tanto él como Rodrigo Rato pueden sentirse contentos por haber cerrado bien las cuentas macroeconómicas y haber sido más fundamentalistas que nadie en Europa a la hora de aplicar el Plan de Estabilidad. Los grandes poderes económicos y financieros se lo reconocieron a Solbes en su día con la comisaría europea y a Rato con la dirección del Fondo Monetario Internacional, pero ¿qué piensan de todo ello los ciudadanos de a pie?
Es fácil responder a esta pregunta. El propio partido socialista lo hizo en la campaña electoral denunciando la regresión social en la etapa del PP y haciendo de ello una de sus grandes banderas políticas (aunque olvidara que fue su propio gobierno el que la inició en la década de los noventa).
Las experiencias de otros países europeos muestran que, en contra de lo que dicen los liberales para justificar sus propuestas, a la hora de votar los ciudadanos son muy sensibles al estado de los servicios públicos y sociales. No es verdad que las propuestas de más impuestos para mejorarlos hayan traído consigo derrotas electorales, sino todo lo contrario. Como es lógico, sólo los rechazan los ricos que disponen de medios para pagar los servicios privados que necesiten.
La propuesta presupuestaria de Solbes no está, pues, justificada científicamente (como entre muchos otros ha denunciado el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz) ni políticamente. Se trata tan sólo del fundamentalismo ideológico que no beneficia nada más que a los ricos a costa de hacer muchísimo daño a las economías. Así de claro.
Es una pena que el partido socialista dilapide tan rápida y tan inútilmente el capital político que acumuló en las pasadas elecciones. Para el viaje liberal no hacen falta sus alforjas y los ciudadanos pueden aceptar que haya imponderables que provoquen el fracaso de un gobierno pero no que traicione a los electores.