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Entrevista con Selva Almada, novelista argentina

«Acá sólo podés escribir sobre el boludo que te abandonó»

Fuentes: The Clinic

Su primera novela fue el gran fenómeno de la temporada y logró desarmar los prejuicios capitalinos de Beatriz Sarlo. Oriunda de Entre Ríos, aunque establecida desde hace tiempo en Buenos Aires, la autora de «Ladrilleros» y «Una chica de provincia» le hace el quite a Bolaño y reflexiona aquí sobre paisajes, femicidios y presidentas.

Tuvo que largarse a la metrópoli para comenzar a verse a sí misma como escritora y para que así la vieran también los demás. En abril de este año, sus historias mínimas figuraban en los puestos uno y dos del ranking de libros más vendidos al otro lado de la cordillera, mientras el novelón de los detectives Belano y Lima se iba despeñando hacia un modesto o ignominioso top tres. A Selva Almada tampoco le han faltado los espaldarazos de la crítica: revista Ñ eligió «El viento que arrasa» como lo mejor del 2012, y Beatriz Sarlo -pontífice del campo cultural bonaerense- debió reconocer que los buenos narradores no salían necesariamente de la Facultad de Letras de la UBA.

Nacida en 1973, Almada podría inscribirse en la tradición de ilustres provincianos como Juan José Saer, Daniel Moyano y Héctor Tizón, si bien sus propias declaraciones apuntan a un linaje mucho menos doméstico: William Faulkner, Flannery O’Connor y Erskine Caldwell. Capaz de redactar finales perfectos y de transfigurar escenas aparentemente insípidas (un perro dando saltitos junto a dos hombres que pelean, un grupo de niños que juegan a robar un banco de pueblo chico), Selva anuncia por estos días una probable adaptación al cine y alista un conjunto de crónicas que se publicará en Chile y cuyo título provisorio es «Chicas muertas».

¿Cómo va tu libro sobre crímenes de mujeres? -Vengo trabajando en tres casos que ocurrieron en la década del ochenta. Nunca tuvieron relevancia nacional y nadie fue preso por estos crímenes. Las tres víctimas eran adolescentes. Uno sucedió en Sáenz Peña: una chica de quince años, violada, estrangulada y arrojada a una lagunita. El otro es de San José, un pueblo de Entre Ríos: la chica de diecinueve años fue apuñalada en el corazón, en su propia casa, mientras dormía. Y el tercero es de Villa María, Córdoba: una chica que estuvo casi un año desparecida hasta que sus restos se encontraron a la orilla de un río. Todos los casos, además de la impunidad, tienen su cuota de misterio. Me interesa saber cómo repercute en la memoria de un pueblo que sus mujeres sean asesinadas y que no haya justicia.

En Chile tal vez estamos tan jodidos por Bolaño que nos cuesta imaginar que alguien escriba un libro como el tuyo sin alguna cita huacha de Fate o de Archimboldi… -No lo leí a Bolaño. Me dijeron lo de 2666 como referencia y conozco muchos fanáticos de Bolaño acá, pero no leí nada de él.

Bueno, cuando hablas de toponimias y de road movies provincianas, tampoco parece que estuvieras pensando en los desiertos de Sonora… -Y no siento que Bolaño sea una gran influencia por acá, al menos entre los escritores de mi generación. Ponéle que lectores sí tiene. Me prestaron un libro de Bolaño y no le entré. Creo que leí un cuento y lo devolví. No me sedujo y, bueno, nunca he tenido un prurito por dejar un libro, salvo que haya sido, no sé, uno super-recontra-recomendado por alguien muy cercano.

Se ha destacado mucho el modo en que presentas los mitos de la hombría rural: hay homofobia y homosexualidad, machotes que se penetran y se apuñalan, falo y cuchillo… -No sé si lo hago tanto para desmontar esos mitos como para denunciar el machismo recalcitrante que todavía sobrevive en el interior. Acá en Buenos Aires es distinto, una ciudad cosmopolita, qué sé yo, pero en la Argentina profunda siguen existiendo cuestiones del siglo diecinueve, como el derecho de pernada o esa cosa tan careta de ser homofóbico y homosexual al mismo tiempo. Por lo demás el tipo a veces es un vagoneta, un borrachín y le gusta jugar y son las mujeres las que ponen el hombro: hacen como que agachan la cabeza pero por detrás del marido tejen y destejen.

Por otro lado se repite la tontera de que tu escritura es poco femenina… -¡Si estoy escribiendo un libro sobre casos de femicidio! Y no te digo que soy una feminista embanderada, pero sí una mujer muy consciente de mis libertades y mis derechos. Mientras te quedás escribiendo cositas sobre novios, amantes o hijos, está todo bien, pero si yo escribo una novela sobre un pastor evangelista que viaja y se caga a trompadas con un mecánico, ah, eso es demasiado masculino.

O sea que te leen mal, porque en tus novelas también hay niñas que se ponen a elegir las tetas que les gustaría tener cuando grandes, y una dueña de casa que le entierra un tenedor al esposo, y aquella imagen de las flores supuestamente femeninas que acompañan las escenas más sangrientas, incluso la muerte de un chancho… -No sé a qué le llaman mirada femenina como no sea esta cosa rosa y prejuiciosa, el azúcar envenenado de Louisa May Alcott. Hay un bastardeo a la mujer que escribe narrativa. Si escribe poesía, aplausos. Pero narrativa, y encima te va bien, ahí ya empiezan este tipo de boludeces. Acá sólo podés escribir sobre el boludo que te abandonó. Ah, y la del tenedor fue mi vieja…

En serio… -Ella estaba casada hace poco con mi padre, tuvieron una discusión durante un almuerzo, mi padre le amagó, y ahí mi vieja ni lerda ni perezosa le clavó el tenedor en el brazo y nunca más a mi viejo se le ocurrió hacer el amague…

Lo que sí está dentro de tus intereses es el cuestionamiento de la familia convencional. Te pido que vuelvas a una declaración que me impresionó: «No seré madre, siempre seré hija…» -No sé, yo creo que me tergiversaron igual que a las modelos de la tele, ja. En Argentina está esa cosa de la familia italiana y eso de que no importa lo que hayas hecho, si sos de mi familia te voy a defender y etcétera… Por mi parte decidí no tener hijos. Mis padres siguen juntos pero siempre tuve una familia disfuncional. Cuando chica éramos re-pobres: mi mamá cosía para fuera, hacía trabajo de limpieza, después fue enfermera, estudió magisterio y de eso se jubiló. Mi abuela enviudó y ya de grande se vino a Buenos Aires a trabajar de mucama. Yo me sentía como en otro modelo de familia, no como mis amigas que se mandaban alguna macana y su vieja les decía ‘ya vas a ver cuando llegue tu padre’. Tal vez por todo eso batallo contra esta idea careta, hipócrita. Porque en tu familia te pueden violar, te pueden matar y te pueden abusar de mil maneras…

UN POCO DE GUITA

Ya que estamos conversando sobre madres ausentes y padres muertos, ¿qué tan cierta es la baja de popularidad del cristinismo en el Interior? Parece que no sólo es baja sino caída libre… -Es raro. Por ejemplo mi viejo es de tradición peronista y sin embargo no puede ni ver a Cristina y se la pasa mirando tele, canal 13, ¿viste?, que son del grupo Clarín… Hay otra amiga que tiene campos y demás y entonces Cristina es muy mala palabra para ella. En la familia chaqueña de mi novio también son muy anti-K.

¿Y por qué sería? -Ocurre que la gente del interior consume mucho Clarín, cable, canales, diarios. De hecho, cuando se enojaron conmigo por algo que dije sobre mi pueblo, fue porque salió en Clarín. Si hubiera sido en Página 12, nadie se entera. La clase trabajadora no entiende los planes sociales. Te digo que yo no soy kirchnerista, tampoco antikirchnerista, y la corrupción es impactante e incuestionable, pero de ahí a ponerse a alegar porque las negras van a salir todas a tener hijos para cobrar los quinientos pesos de asignación… No podés. Si es una manera de que no se mueran de hambre, algo tenés que hacer con esa gente, darles lo mínimo.

Ahí sí que el interior se pone salvaje… -Cuando lo oigo en mi familia me da mucha vergüenza. Son opiniones muy fachistas. Por lo menos un poco de guita para que puedan mandar los hijos a la escuela. El que tiene banca en el interior es Macri y eso sí que me asusta. ¿Qué ven en Macri? Que levantó a Boca, como si un empresario pudiera ser mejor presidente.

Cuidado que hay ropa tendida… A propósito, ¿tienes alguna opinión sobre nuestra feminizada carrera presidencial? -A Bachelet la conozco, a la otra ni la vi. Bueno, es parte de un proceso que se está dando en Latinoamérica, con Dilma, con Cristina. En algunos casos son mujeres de una militancia muy aguerrida y me parece lógico que estén ocupando ese lugar.

Igual son mujeres difíciles de separar de sus relaciones familiares: Cristina la viuda; Michelle y Evelyn, hijas… -De última volvemos al tema: estás ahí porque sos la hija del boludo que fue fulano de tal, seguís estando acá porque fuiste la esposa del otro, como si nunca pudiésemos escapar de la sombra de un tipo.

SEQUEDADES

Tratándose de una narrativa tan precisa y contenida como la de Selva Almada, encontrar frases para el bronce resulta un verdadero desafío. En comparación con el mutismo de algunos de sus héroes, los de González Vera parecen el producto de una noche de anfetas. Para el que viene de afuera, en tanto, ese silencio puede ser fácilmente explotable o tornarse hostil.

Has insistido harto en la necesidad de alejarse de algunos estereotipos en relación con las provincias, sobre todo la imagen del forastero… -Cuando yo empecé a escribir «El viento que arrasa», había pensado en un personaje estereotipado, un pastor medio charlatán. Después vi que no todos los pastores son chantas que le sacan la plata a la gente y preferí mostrar las contradicciones: un tipo a veces mezquino pero con una fe intachable.

Pero ese pastor, el reverendo Pearson, igual tiene toda una geopolítica: busca a propósito los lugares más recónditos del mapa, allí donde no llegan ni el gobierno ni la religión… -En Argentina es un poco así con las religiones no católicas. Y creo que estos cultos prenden mucho porque es justamente lo que la iglesia católica no hace, tipo arremangarse y acercarse al desposeído. Los pastores construyen un templo en el monte y les van consiguiendo cosas a los aborígenes.

La crítica ha dicho que en tus libros el paisaje es un personaje más, pero yo no veo que se trate de un paisaje muy diferenciado o con muchas marcas locales, excepto por ese contraste entre el paraíso entrerriano y el páramo del Chaco… -Yo todavía siento que el paisaje de alguna manera tiene un rebote en el hombre, según sea del norte o del sur, y sobre todo porque acá tenemos un país bastante grande… Pero en mi provincia la verdad es que no me dan mucha pelota y ni siquiera me invitan a las ferias. Sólo me llamaron de una radio porque dije que Villa Elisa era un pueblo conservador y pacato…

Culpa tuya por no aportar al turismo cultural… -Ja, claro, siempre me llaman para reclamarme por algo, pero no por las novelas, que seguro no las leen. Igual creo que el interior es tan salvaje como lo puede ser la ciudad. En Buenos Aires se enteran que sos provinciana y te dicen ‘qué lindo, allá dormís sin llaves y la gente es tan buena, un día voy a largar todo y me voy a vivir a Villa Elisa’. Son comentarios ingenuos, porque el interior es duro…

¿Te planteas alguna regla en cuanto a la incorporación del habla local? Como dice Pearson, las palabras las puede cargar el diablo, y a este respecto las puede volver crípticas, impostadas, anacrónicas, en fin… -Siempre hay fundamentalistas que te persiguen porque en Chaco no dicen «chango» como en Santiago del Estero, o que entre este lugar y el otro hay treinta kilómetros de distancia y no cien como vos pusiste, boludeces que nada tienen que ver con lo que de última uno quiere construir con la literatura. Yo quise hacer un híbrido, una lengua literaria, un lenguaje ficcionado, con localismos de Chaco, de Entre Ríos y del conurbano bonaerense. A mí me parece algo lindo para experimentar.

Y aparte de Bolaño, ¿no te interesa ningún otro escritor o ningún otro paisaje chileno? -Ahora leo a Diego Zúñiga y me está gustando. Lemebel, que es lo que más llega. Y luego recuerdo que me gustó mucho «El empampado Riquelme», de Francisco Mouat. Que cerrara el libro entrevistando a una especie de médium, me pareció muy jugado de su parte. Y ese lugar, bueno, yo siempre padecí bastante el calor, y en el Chaco llegan a hacer más de 45 grados en el verano, el sol tremendo, los árboles achaparrados, la falta de un río cerca. Con el tiempo me fui amigando con el paisaje, le fui encontrando sus detalles, su belleza agreste y seca, pero belleza al fin.