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La reaparición de las luciérnagas (III)

Acotaciones y perspectivas

Fuentes: Rebelión

Esa política tiene dos criterios: no engañarse y no desnaturalizarse. No engañarse con las cuentas de la lechera reformista ni con la fe izquierdista en la lotería histórica. No desnaturalizarse: no rebajar, no hacer programas deducidos de supuestas vías gradualistas al socialismo, sino atenerse a plataformas al hilo de la cotidiana lucha de clases sociales […]

Esa política tiene dos criterios: no engañarse y no desnaturalizarse. No engañarse con las cuentas de la lechera reformista ni con la fe izquierdista en la lotería histórica. No desnaturalizarse: no rebajar, no hacer programas deducidos de supuestas vías gradualistas al socialismo, sino atenerse a plataformas al hilo de la cotidiana lucha de clases sociales y a tenor de la correlación de fuerzas de cada momento (…)

Manuel Sacristán Luzón

En el desenvolvimiento del movimiento 15-M se ha ido perfilando una doble vía de activismo que, si bien sólo a título analítico, podría ser escindida.

Por un lado, la vertiente reivindicativa de «purificación» democrática: el reformismo regeneracionista de las peticiones de democracia real (reformas electorales, listas abiertas, denuncia del bipartidismo…) y el desvelamiento de la condición de marionetas de los miembros de la llamada clase política, dependientes de los dictados e intereses de lo que la izquierda clásica llamaba el gran capital.

Para visibilizar las demandas de perfeccionamiento democrático se recurre a los métodos tradicionales de manifestaciones, pliegos de reivindicaciones y propuestas de huelgas generales, confiando en la utilidad pedagógica de estas demostraciones para convencer al pueblo de la absoluta falta de interés por parte de la llamada clase política en la regeneración democrática del sistema.

Paralelamente, y más allá de esta praxis clásica y quizás poco innovadora, se desarrollan una serie de acciones directas de lucha por pisoteados derechos sociales como el de la vivienda (a través de la paralización de desahucios), la denuncia de la flagrante impunidad de la banca, la alianza con sindicatos minoritarios no vendidos al poder y el intento de fusión del quincemayismo con organizaciones sociales y plataformas populares anticapitalistas previamente existentes.

Esta imbricación desde abajo con asociaciones y organizaciones sectoriales que tienen larga experiencia en la lucha por conquistas concretas, pero animadas siempre por un pensamiento alternativo global, puede canalizar y potenciar la fuerza social del movimiento insuflando recíprocamente a estos colectivos la frescura y la efervescencia del 15-M.

El reforzamiento de un sector público, llamémosle voluntario, de personas y colectivos que, sin la adormecedora y desactivadora intervención de la maquinaria burocrático-asistencial del Estado (fundaciones privadas, ONG’s y demás agentes desmovilizadores de las masas), pueda crear nuevas mallas de organizaciones autogestionadas, debería ser pues un objetivo estratégico del levantamiento. Redes y plataformas ciudadanas que canalicen reivindicaciones e iniciativas populares a través de los grupos que luchan por evitar una salvaje operación urbanística, por la conservación de un bosque, contra las nucleares y demás industrias contaminantes, a favor del uso de la bicicleta como medio de transporte, de las energías alternativas y demás batallas por humanizar el entorno social y la vida comunitaria.

Como viene practicando históricamente la izquierda libertaria, la autoorganización y autogestión populares y la creación, en las entrañas de la sociedad crematística, de ámbitos de vida social basados en los principios de la tradición comunista, son medios de resistencia imprescindibles en tiempos de derrota y reflujo del fallido intento de las organizaciones obreras por asaltar los cielos.

Así, en la capilaridad de las luchas concretas de las asambleas de barrios y demás iniciativas ciudadanas contra los impunes atropellos de los desahucios, contra los filibusteros de la banca y los pelotazos de los especuladores inmobiliarios o por la asistencia solidaria a los múltiples grupos sociales desfavorecidos, se consiguen crear convivencia y creatividad colectivas, tejiendo los mimbres de la perentoria transformación radical de la vida cotidiana.

Esta fusión del quincemayismo, en fin, con estos rescoldos de resistencia y activismo populares, con grupos organizados de ciudadanos que combinan la lucha en cada pueblo y en cada barrio con un ideario anticapitalista y la vocación de interconexión frente al enemigo común, puede ser, si cuaja, la principal contribución del 15-M a la constitución de un frente popular de resistencia contra las innúmeras tropelías del régimen imperante.

En la ligazón entre la micropolítica (federación de comunidades de base e iniciativas populares autogestionadas) y la macropolítica (manifestaciones, huelgas, asambleas…), así como en la combinación de los tres ejes axiales de la nueva praxis política encarnada en un stato nascente (la pedagogía, la resistencia y el activismo), habrá de encontrar el levantamiento en su desarrollo problemático su capacidad de sedimentación social.

De este modo, la pedagogía social, entendida como propaganda y denuncia del fascismo postmoderno, que bajo el envoltorio de democracia y libertades formales encubre la sumisión total a los dictados del poder corporativo; la resistencia, materializada en la construcción de redes de socialización, ámbitos de debate y demás modelos de relaciones interpersonales ajenos a la mercantilización absoluta de la vida ejercida por la cultura dominante. Y, por último, el más clásico aunque desprestigiado activismo, capaz de crear grietas en el armazón del poder al hilo de las cotidianas luchas populares, habrían de ser los ámbitos de intervención político-cultural que porfíen por consolidar una masa crítica de contestación social al poder vigente.

Todo ello galvanizado por las llamadas redes sociales, que han cumplido una extraordinaria función de lubricantes y catalizadores de las posibilidades de comunicación, coordinación y expansión del movimiento.

Obviamente, la utilidad de Internet ha sido enorme para conectar diversos colectivos e individuos que, ex nihilo, trataban muy precariamente de organizarse y de construir embriones de plataformas ciudadanas a través de las asambleas, sin gozar en absoluto de acceso a las palestras públicas y mediáticas. Inicialmente, las enormes potencialidades de interconexión y difusión de las redes sociales y las tecnologías de la información facilitaron enormemente la ebullición de las acampadas, sirviendo de adhesivo y aglutinante para configurar una masa crítica de protestantes y canalizar con fluidez la coordinación entre los distintos focos. Sin embargo, en una fase posterior, de consolidación y expansión del movimiento, las herramientas tecnológicas han retornado a su función auxiliar ordinaria de servir de altavoces de las movilizaciones y convocatorias que estos nuevos agentes sociales van gestando cara a cara en sus comunidades de base, asambleas de barrios y demás órganos de decisión a través del contacto directo de sus componentes.

Por otro lado, la interesada y manipuladora afirmación de que la fuerza popular inicial del quincemayismo tenía un pilar fundamental en las hipostasiadas redes sociales ha quedado retratada como un arma de desactivación y trivialización de la protesta por parte de los mass media. Muy interesados éstos en insinuar, invirtiendo los términos (como en el caso de las revueltas árabes), la dependencia de las nuevas tecnologías de la comunicación por parte del levantamiento, como si las circunstancias objetivas que lo nutren masivamente de argumentos pudieran quedar únicamente como telón de fondo decorativo. Y dejando caer sibilinamente la falacia, para rematar el intento desactivador de la potencia del proceso, de que sin Internet éste no habría tenido lugar, como si todo el complejísimo esfuerzo de organización ciudadana que lo alumbró se pudiera reducir a un happening frívolo y ornamental y la catástrofe social que lo engendró no tuviera en sí misma la suficiente fuerza para soliviantar a una población inerme ante sus efectos.

En cualquier caso, el desvalimiento y fragilidad de esta explosión de luciérnagas sociales en el árido y siniestro páramo circundante deja el desasosegante temor de que la endeble erupción de este estallido de luz pueda disolverse progresivamente en el cúmulo de anestésicos, trampas y manipulaciones puestos inmediatamente en marcha para facilitar la absorción y la digestión del proceso en un ámbito reformista-decorativo.

Los constantes intentos de los conmilitones político-mediáticos por descafeinar, engullir y pulir las aristas más insurgentes del movimiento tienen su correlato en la casi total ausencia de organizaciones políticas o sindicales que puedan servir de nodrizas que afiancen y extiendan la explosión inicial.

Así pues, esta repentina y sorprendente repolitización de amplias capas de la población, ajenas al festín de la euforia de pelotazos y de nuevos ricos de los años del espejismo de bonanza posterior a la entrada en el club de Maastrich, habrá de encontrar vías y recursos de consolidación socio-política para no disolverse en un apéndice decorativo, domesticado por las voraces estructuras del complejo político-mediático-corporativo. Conglomerado dominante que, después de la sorpresa y el desconcierto iniciales, ha puesto en marcha la poderosísima maquinaria de absorción de disidencias, limándolas de los aspectos más peligrosos para el statu quo y tratando enérgicamente de absorberlas en su tela de araña de adormecedoras y vanas promesas transformadoras. Se trataría, usando el potente arsenal de demagógicos sofismas de los tabloides y los estados mayores de la propaganda partidista, de convertir el 15-M en un suceso naïf, protagonizado por ingenuos y soñadores jovencitos y fácil de disolver como un azucarillo al descender el impulso y la energía iniciales.

A todo ello, quizás, puedan contribuir involuntariamente algunas tendencias operantes en el interior del levantamiento, que pueden ofrecer flancos débiles ante el ataque del enemigo y facilitar su maquiávelico intento de fagocitación y deglución del proceso.

Ejemplificando lo anterior, y sin pretender negar en absoluto la virtualidad pedagógica y la aceptación popular de las reivindicaciones recurrentes de mayor pureza democrática, reformas electorales, medidas contra la corrupción, daciones en pago y demás parches socialdemócratas, todas ellas parten de la falsa ilusión de la capacidad del poder político de embridar al económico, cuando la historia reciente del neoliberalismo hegemónico demuestra fehacientemente lo contrario.

¿Qué sentido tiene que un movimiento que se presenta como alternativa al sistema elabore propuestas para reformarlo? ¿Qué necesidad hay de caer en la agotadora vorágine de construir ex novo un supuesto poder constituyente cuando el propio levantamiento, incluso sin pretenderlo expresamente, ya lo encarna?

Este reformismo light de las iniciativas legislativas populares y los pliegos de quejas al congreso corre el peligro, como estamos ya presenciando, de facilitar su asimilación descafeinada por una clase política experta en marketing electoral y en ofrecer al pueblo el hueso de su supuesta comprensión y aceptación de parte de las propuestas reformadoras, para aplicar inmediatamente la máxima gatopardista de cambiar todo en apariencia para que todo siga igual.

En mi opinión, la potencia política de este levantamiento heterodoxo, sin líderes carismáticos ni comités centrales o estructuras jerárquicas, reside precisamente en su negativa a ejercer la interlocución con el poder político establecido. Entramado éste que, a través de mesas de negociación y demás parafernalia mediática, puede venderse una vez más como único y legítimo representante de la gran masa ciudadana, frente a minoritarios colectivos de protestantes a los que ofrecer la golosina de nimias y simbólicas concesiones. Si los que elegimos no tienen poder y a los que realmente tienen poder no los elegimos, entonces el levantamiento ha de escapar de cualquier tentación cortoplacista de llegar a componendas con las marionetas de los hemiciclos. Además, por esta vía oficialista se desvían energías que podrían encaminarse a reforzar la constitución de un auténtico contrapoder popular a través de las comunidades de base, combinando la potenciación de organizaciones populares ya existentes con la creación de otras nuevas.

De este modo, en lugar de reclamar inútilmente reformas de pureza democrática a un poder que no es tal, se trataría de ayudar a la ciudadanía a desarrollar su propio poder autónomo gracias a su organización y actividad comunitarias. Ello es lógicamente un proyecto a largo plazo, pero los atisbos que se observan en la lucha contra los desahucios o en la fusión del quincemayismo con organizaciones sociales de todo tipo permiten alimentar la expectativa de que estas iniciativas ciudadanas puedan arraigar y consolidarse.

Aprovechando las experiencias de los movimientos de estudiantes defensores de la enseñanza pública contra la privatización mercantilista de la universidad; las luchas de los colectivos que defienden los derechos de los inmigrantes (denunciando los centros de internamiento, auténticos campos de concentración incrustados en nuestras muy modernas y «democráticas» sociedades); así como ejerciendo el pisoteado derecho a la vivienda a través de la okupación de viviendas vacías, sustrayéndolas de las lógicas especulativas de los tiburones inmobiliarios, se van generando relaciones sociales de autogestión colectiva que cuestionan frontalmente las reglas del omnipresente mercado y de las instituciones a su servicio.

En resolución: se trataría de fusionar las caudalosas energías liberadas por el levantamiento con los procesos organizativos ya en marcha (surgidos también de oleadas anteriores de protestas contra la guerra imperialista criminal en Irak, el movimiento antiglobalización o las masivas movilizaciones por el derecho a la vivienda), para extender esta eclosión de luciérnagas sociales hasta convertirla en una benigna plaga de regeneración de la ominosa realidad circundante.

Quizás esta exploración de actuaciones concretas y de generación de poder popular evitaría ciertas tendencias autocomplacientes y espiritualistas consecuencia de un fetichismo asambleario deslumbrado por su propio éxito.

Así, el agotador método de consensuar en plenarios todas las propuestas, a pesar de su evidente utilidad inicial para hacer acto de presencia política, resulta un procedimiento claramente frustrante e impracticable a medio plazo, pudiendo además obstaculizar la necesaria descentralización y extensión del movimiento al eternizar los procesos de toma de decisiones. La mayor concreción de las competencias de las comisiones sectoriales y asambleas barriales en torno a cuestiones más apegadas a los problemas cotidianos de la ciudadanía contribuye a evitar el bloqueo desalentador de los interminables debates (en ocasiones sobre aspectos nimios y sumamente autorreferenciales) en los plenarios de las asambleas.

Por otro lado, la heterogeneidad de los participantes y la, quizás excesiva, obsesión por no adscribirse a tradición política alguna debido al rechazo frontal a colgarse etiquetas ideológicas rechazadas por los sectores más moderados de la protesta, dificultan enormemente el ansiado consenso que, cuando se logra, deviene en programas de mínimos sumamente descafeinados. Por tanto, la expansión del movimiento hacia otro tipo de luchas sociales concretas puede permitir que los grupos más politizados y activos puedan «liberarse» de la obligación de someter todas sus decisiones a la unanimidad de las, muy variopintas, sensibilidades de las asambleas.

De hecho, el inteligente abandono progresivo de las multitudinarias acampadas, sin duda emocionantes y masivos aldabonazos fundacionales de efervescencia popular, sustituyéndolas gradualmente por la propagación a las asambleas de barrio, es el camino que puede consolidar la implantación ciudadana del levantamiento garantizando, de forma menos efectista pero más profunda, su expansión a largo plazo.

Asimismo, la asunción dogmática, por la mayor parte de los moderadores e intervinientes en las asambleas, del femenino como genérico (llegando incluso a reprobar vivamente el uso del castellano normal), además de totalmente artificial y metafísica, resulta contraproducente para el supuesto objetivo que se pretende conseguir. Como si el simple hecho de sustituir el género lingüístico, alterando unilateralmente la relación entre significante y significado y provocando confusiones cuando menos innecesarias,fuera a modificar las, sin duda discriminatorias y alienantes, prácticas sexistas que sufren cotidianamente las mujeres. Como argumenta brillantemente Alba Rico, «Lo que me preocupa no es si soy machista cuando utilizo el genérico (general) «Hombre» sino si soy lo suficientemente feminista para tener el derecho a usarlo. Los genéricos son, deben ser, reivindicaciones feministas. Son derechos feministas: el derecho de las mujeres a quedar englobadas bajo instancias comunes. Estoy a favor de los genéricos, en medicina, en el lenguaje y en la ley. La ley es un genérico. Lo contrario es un «privilegio» -una ley privada- y el gineceo es también un privilegio al revés, un privilegio volteado y negro. No estoy seguro de que nombrar el gineceo, mientras las mujeres sigan en él, sea una forma emancipatoria de visibilizarlas. Si escribiéramos todo el rato «hombres y mujeres» -como condición para permitir el acceso, por ejemplo, a determinados lugares- esa diferencia debilitaría el derecho universal de acceso; podríamos pensar en una concesión paternalista: ¡incluso a las mujeres -y por qué no, si alargamos un poco la mano, a los perros- se les permite entrar! No hay que jugar con la blancura de la nieve » [ii]

Sin duda esta, sumamente impostada y artificiosa, práctica de censura lingüística basada en la imposición de un lenguaje «asambleariamente correcto» (autodenominado lenguaje «inclusivo», cuando sería más bien «exclusivo» de ciertos grupos feministas), deriva directamente de la creciente proliferación de los estudios de género en los departamentos de ciencias sociales y en las tesis y posgrados universitarios, nada sospechosos por cierto de radicalismo antisistema. Sin embargo, en su versión quincemayista, además de transgredir flagrantemente los ideales y principios de tolerancia y respeto del movimiento tratando de imponer un peregrino y chocante uso del castellano de forma autoritaria y acrítica, tiene el deletéreo efecto de desviar el foco de atención de asuntos obviamente más relevantes.

Existe además una contraprueba de la inanidad de esta «innovadora» norma lingüística que sus acérrimas defensoras parecen olvidar: las secuaces del PSOE en las poltronas gubernamentales, viva encarnación del falso progesismo encargado de otorgar un barniz moderno y cool a las draconianas políticas neoliberales de sus colegas ministeriales, también dicen ‘todos y todas’ y rigen ministerios de igualdad y consejerías de la mujer que desarrollan políticas, en el mejor de los casos, cosméticas, sin alterar en absoluto las profundas estructuras socioeconómicas discriminatorias con las mujeres.

Vayan estas acotaciones y aristas críticas como pequeñas enmiendas parciales que en ningún caso desvirtúan la extraordinaria importancia del proceso en curso, único en la historia reciente de Occidente, que pone claramente en cuestión los fundamentos de una realidad social totalmente desnortada, abriendo enormes compuertas de expresión de las frustraciones sociales antes silenciadas.

Este fértil humus de repolitización y organización ciudadanas podrá estar en condiciones de servir de catalizador para potenciar la respuesta popular a los dramáticos acontecimientos que se avecinan al compás de la evolución catastrófica de la depresión económica y las crecientes agresiones del bloque hegemónico contra los demediados derechos de los trabajadores.

Es de prever que el agravamiento a ojos vista de la crisis sistémica actualmente en curso y el progresivo empeoramiento de las condiciones de vida de capas crecientes de la población puedan servir de revulsivo para ensanchar la base social del levantamiento, integrando a los ingentes grupos de excluidos por los embates del capital en las filas de los protestantes y descontentos.

Señaladamente, el hundimiento acelerado (ante la parálisis y el patético desconcierto de sus jerarcas) del buque insignia del capitalismo europeo, representado por el grotesco sainete del desesperado pero inútil intento de salvamento de la decrépita y ruinosa Zona Euro, habría de servir de acicate para amalgamar las protestas de los distintos pueblos logrando que la marea de descontento recorra, como aquel fantasma del Manifiesto Comunista, de nuevo la vieja Europa. El caso concreto de Grecia y su catastrófica situación puede ser el eslabón más débil de la frágil y oxidada cadena de la moneda única, cuya ruptura inminente arrastrará a la Unión Europea a una crisis sin precedentes de consecuencias impredecibles. En esta dramática tesitura, la extensión y agudización de los formidables impactos que este cataclismo económico y social podría provocar a escala mundial habrían de facilitar enormemente la resurrección del viejo principio genéticamente constitutivo de la izquierda clásica: el internacionalismo.

Si las organizaciones populares emergentes en todo el planeta se fortalecen lo suficiente con esta, previsiblemente aciaga, evolución de los acontecimientos, aprovechando el ámbito global de los mismos para establecer lazos y mecanismos de coordinación entre los distintos colectivos, podrán estar preparadas para afrontar la defensa de los pisoteados derechos de los pueblos ante los crecientes atropellos y desmanes que un capitalismo cada vez más desesperado y avasallador sin duda cometerá.

En cualquier caso, la simple aparición de un levantamiento popular espontáneo contra el aplastamiento progresivo de los derechos ciudadanos perpetrado por un sistema crecientemente senil y desalmado exige, dada su novedad y fragilidad, no caer en argumentos impacientes o maximalistas que sueñan con Palacios de Invierno y con atajos pseudorevolucionarios totalmente anacrónicos. Es necesario, pues, practicar la indulgencia y valorar enormemente lo que de revulsivo contra la apatía, la docilidad y el control social de la población caracteriza a un proceso de rebelión contra la deshumanización rampante que impregna las sociedades regidas por el fascismo postmoderno. Esta ruptura de la narcosis colectiva, que no se arredra ante el casi omnímodo poder del enemigo y trata de introducir, paciente y capilarmente, una cuña en la hegemonía aplastante de los Zeus tonantes de los llamados mercados y sus esbirros en la política, representa la eclosión al fin de atisbos crecientes de resistencia popular que podrían contribuir a conformar una masa crítica para un levantamiento generalizado.

Mientras tanto, celebremos esta explosión de luciérnagas sociales que representa, como refleja el bello texto reproducido más arriba, el primer ¡basta!, la rotunda negativa al postrer repliegue ante los desmanes del poder y las humillaciones populares que se multiplican por doquier.

De las posibilidades de expansión futura de este magma incandescente dependerá que la oscura negrura de la noche neoliberal pueda ser rota por un resplandor de rebelión que reconquiste las enormes parcelas de humanidad expoliadas por la supeditación de la vida humana a un mutante depredador que engorda esquilmándola.

Agradecimiento:

No querría concluir sin manifestar mi gratitud a María Bobes González, lectora meticulosa del manuscrito que ha aportado valiosas contribuciones recogidas en la versión definitiva. Obviamente, los múltiples errores u omisiones que todavía persistan son responsabilidad exclusiva del autor de estas líneas.

Notas

i[ ] Los escritos de Pier Paolo Pasolini y, en concreto, «El artículo de las luciérnagas» ( http://lapecerarevista.blogspot.com/2010/06/pierpaolopasolinielarticulodelas.html ) , han sido tributarios caudalosos del presente trabajo por su brillante análisis de las nuevas formas de dominación del régimen capitalista y por su carácter claramente anticipatorio de las lúgubres realidades actuales. Como lúcidamente explica el siguiente comentario, los textos de Pasolini cumplen la doble función de desvelar los sofisticados mecanismos de conformación del consenso en la sociedad crematística y de mantener prendida (venciendo la masiva tendencia al fatalismo cínico frente a esa dominación totalitaria del «poder sin rostro») la llama de la, cada vez más acuciante, necesidad de rebelión:

«Pasolini, efectivamente, anticipó en sus Scritti corsari y Lettere luterane (1976) nuestro presente, no sólo el de Italia. El triunfo de los valores y la economía burguesa y neocapitalista, la homologación total de las culturas subalternas (no de las diferencias de clase, por supuesto) en la civilización burguesa; el triunfo de una lengua y cultura de una nueva civilización tecnocrática, pragmática, totalitaria, basada en la mera comunicación, en la autoridad de los medios de comunicación de masas, y el consecuente genocidio -no sólo de las culturas subalternas- sino de la misma cultura humanista, expresiva y diferenciada. (…)

Son los jóvenes, especialmente, los que deben frecuentar y desentrañar estos textos. Los jóvenes, que no conocieron el mundo de «antes de la desaparición de las luciérnagas», que nacieron bajo la sombra del ya instalado «Poder sin rostro» que aplicaba despiadadamente la política del «Desarrollo» en vez del «Progreso». Estos jóvenes tienen la dura tarea de realizar un doble proceso interior: no sólo imaginar las luciérnagas, sino crearlas nuevamente brillando en los cielos de la sociedad homologada.» http://lapecerarevista.blogspot.com/2010/05/pasolini-tres-escritos-corsarios.html

ii [   ] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=109166&titular=%E2%80%9Cesunasituaci%C3%B3ndeemergenciayunmont%C3%B3ndepesimistasreunidosyactivosa%C3%BAnpueden

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(http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138901)

(http://www.rebelion.org/noticia.php?id=139320&titular=el-retorno-de-la-pol%EDtica-)

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