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Sales y soles

¡Adiós, tronco!

Fuentes: Gara

A la vejez, abrazos. Los árboles, cuando son muy mayores, pierden todos sus concéntricos anillos hasta quedarse huecos. Para saber su edad, sólo queda entonces rodearlos de personas y abrazar sus troncos. Cuantos más brazos, más años. El «Roble Mayor», cuya copa según cuenta la leyenda acogió a Robin Hood, tiene unos mil brazos, perdón, […]

A la vejez, abrazos. Los árboles, cuando son muy mayores, pierden todos sus concéntricos anillos hasta quedarse huecos. Para saber su edad, sólo queda entonces rodearlos de personas y abrazar sus troncos. Cuantos más brazos, más años.

El «Roble Mayor», cuya copa según cuenta la leyenda acogió a Robin Hood, tiene unos mil brazos, perdón, mil años. Su imagen hoy sobrecoge. El árbol se sostiene en pie apuntalado. Una docena de cabrios sujeta sus gruesas ramas. Amenaza ruina. Y no es el único. Toda su familia corre peligro. El bosque de Sherwood, que alberga la mayor colección de robles antiguos de Europa, podría desaparecer en apenas medio siglo.

El Fondo de Lotería del Reino Unido acaba de anunciar que va a financiar, con 75 millones de euros, un plan de rescate que contempla plantar 250.000 robles en Sherwood. «Durante siglos de aquí ha salido madera para construir edificios en todo el país, incluida la catedral de San Pablo de Londres. Así que ahora sólo pedimos algo ha cambio», explica Austin Brady, conservacionista de la Comisión Forestal. De un ejemplar al año el legendario bosque ha pasado a perder una media de cinco. Sólo este año van ya seis: cuatro cayeron con las tormentas de enero, otros dos ardieron en un incendio y el más reciente se desplomó solo. «Cuando ocurre, es devastador. Si debo ser sincero, tengo que admitir que lloré por este último», confiesa Izi Banton, jefe de los guardabosques. «Ya lo veníamos observando y pensábamos intervenir, pero la naturaleza se nos adelantó».

A la vejez, abrazos. Jerónimo, el abuelo del escritor José Saramago, pocos días antes de su último día, tuvo la premonición de que había llegado el fin y fue «de árbol en árbol de su huerto, abrazando los troncos, despidiéndose de ellos, de los frutos que no volverá a comer, de las sombras amigas». ¿Locura? ¿Ingenuidad? ¿Ternura? Lo del poeta guatemalteco Humberto Ak’Abal parece mucho más serio. Según él, los árboles incluso hablan. «En las voces/ de los árboles viejos/ reconozco la de mis abuelos./ Veladores de siglos./ Su sueño está en las raíces».