De la crisis climática a la agroecología, del hambre a la soberanía alimentaria, de los residuos biodegradables a la producción de comida. Se puede transformar un problema en una alternativa para enfriar el planeta, producir de manera sustentable y alimentar a la población. Además de políticas públicas, es vital el rol de una ciudadanía partícipe y comprometida.
¿Qué poseen en común el cambio climático, el tratamiento de los residuos biodegradables, el deterioro de los suelos y la producción de alimentos de manera agroecológica? Desde una mirada reduccionista parecen dificultades aisladas que amenazan a la sociedad causando problemas de tipo socioambiental, pero desde una mirada integral y sistémica pueden constituir componentes de un proceso virtuoso que derive en la producción de alimentos de manera sustentable.
Uno de los problemas más graves que acosan a la sociedad es la producción creciente de desperdicios derivado de las actividades domésticas y productivas, incluidas las de tipo agrícola. Estos residuos se recogen, acumulan y descartan sin una planificación adecuada. Se generan procesos de contaminación del aire, agua y suelo en todas las fases, aunque quizás la más importante es su descarte y quema, en vertederos, así como su combustión en incineradores, tanto por la magnificación de los procesos como por la producción de sustancias contaminantes como dioxinas, furanos y gases con efecto invernadero (como el metano y el dióxido de carbono).
Residuos orgánicos: nutrientes para el suelo o gases para la crisis climática
Respecto a los residuos con origen doméstico, más de la mitad está constituida por desperdicios orgánicos o biodegradables, o sea que proceden de organismos que alguna vez tuvieron vida y que pueden ser transformados en humus y luego en nutrientes para las plantas.
Para que este proceso ocurra se debe planificar de manera adecuada la recolección selectiva y en origen de los desperdicios, y propiciar su descomposición de manera adecuada. Proceso que requiere de la acción de bacterias y hongos que demandan aire y agua y su posterior transporte hacia los lugares de utilización. En la actualidad, dada una recolección conjunta de residuos sin separar aquellos que poseen origen orgánico de los plásticos y metales (así como su acumulación en vertederos) propician una descomposición que, en ausencia de oxígeno, producen gas metano.
Agronegocio, fertilizantes y calentamiento global
Las recientes sequías ocurridas durante la primavera–verano en la Argentina volvieron a demostrar que el proceso de cambio junto a la variabilidad climática ya se manifiestan entre nosotros incidiendo en todas las actividades cotidianas y en los ciclos de producción de alimentos. De allí, entre otras causas, el alto precio alcanzado por las frutas y hortalizas.
El cambio climático no es un fenómeno natural, por el contrario, es causado por prácticas realizadas por los seres humanos desde la utilización de combustible en el transporte de personas y materias primas, en los procesos relacionados con producciones agrícolas, industriales y comerciales, en la utilización de energía vinculada a la calefacción /refrigeración en edificios, y en la acumulación y descomposición (sin clasificación adecuada) de desperdicios orgánicos en los basurales.
En todas estas actividades se generan y emiten al ambiente gases que —como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso— van conformando una campana, que como un gran invernadero impide que la tierra se enfríe.
Las actividades agrarias basadas en el sobre laboreo de los suelos, la utilización de un paquete tecnológico constituido por semillas híbridas y/o transgénicas, plaguicidas, fertilizantes y cada vez más materiales plásticos (invernáculos, sistemas de riego, bolsas) determina la eliminación y emisión al ambiente de gases con efecto invernadero como el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso.
Respecto a este último gas, cabe resaltar que los fertilizantes son responsables de su emisión. Y, dado que en Argentina se utilizan cada vez más de estos insumos, es de esperar un mayor efecto a nivel local y global.
Desmontes y sus consecuencias
La deforestación es otro de las consecuencias que derivan del modo de realizar una agricultura basados en monocultivos, insustentables y dependientes de insumos químicos. La tala y quema de árboles autóctonos, proceso que lleva décadas en nuestro país pero que se ha magnificado en los últimos 40 años, implica la emisión al medio de grandes cantidades de dióxido de carbono que impacta la capa atmosférica. La eliminación de los árboles también incluye una menor superficie ocupada por vegetales capaces de absorber ese mismo gas, por sus hojas, en el proceso de fotosíntesis.
Procesos de deforestación e implantación de monocultivos junto a la utilización de fertilizantes químicos y plaguicidas han determinado un menor aporte de materia orgánica en los suelos y, también, afectaron las posibilidades de vida y reproducción de las bacterias, hongos e insectos que se incluyen en los procesos de transformación de la materia orgánica primero en humus y luego en nutrientes.
El proceso de humificación implica la transformación de las sustancias orgánicas en humus, sustancia química fundamental para que los suelos sean capaces de absorber y retener agua, conservar aire, posibilitar el crecimiento de las raíces y proveer alimentos a las plantas.
El humus se transforma, gracias a la acción de bacterias específicas, en nutrientes que —como el calcio, el nitrógeno, el hierro, el fósforo— penetran por las raíces e integran la estructura de las plantas formando parte de las semillas y flores.
Además, toman parte de procesos que, como el de fotosíntesis, son vitales para las plantas.
Si el suelo carece de materia orgánica, humus y nutrientes las plantas no solo crecerán menos sino que se serán más débiles y se hallarán más expuestas al ataque de insectos y enfermedades.
La agroecología entendida como un paradigma que brinda herramientas a fin de analizar la realidad y construir agroecosistemas resilientes, sustentables y viables constituye un modelo que favorece la recuperación de los suelos y produce alimentos saludables en sistemas productivos adaptados, críticamente, al cambio climático.
Uno de los ejes fundamentales de la agroecología es la nutrición integral de los suelos, el otro es la diversidad biológica y cultural. Así, se propicia la alimentación de los suelos con residuos orgánicos para que éstos se transformen en humus y nutrientes. Es allí donde cobra importancia el manejo de los residuos urbanos, los agrícolas e incluso los producidos en algunas industrias (como las alimenticias y de actividades comerciales, como los negocios de comidas).
Para lograr su óptima utilización se requiere una gestión integral de los residuos, desde la recolección selectiva y el compostaje hasta su distribución local y regional.
Los suelos a los que se incorpora materia orgánica son capaces de retener dióxido de carbono (evitando que se dirija a la atmósfera), poseen la capacidad de retener el agua de lluvia (fundamental en los procesos de sequía) y posibilitan la producción de alimentos sanos y nutritivos.
Pandemia de hambre y caminos posibles
Según Naciones Unidas (ONU), en 2021 padecían hambre en el mundo entre 702 y 828 millones de personas. Unas 56 millones viven en América Latina. En Argentina casi la mitad de los ciudadanos/as no alcanzan a obtener una alimentación adecuada, en cantidad y calidad. El derecho a la soberanía alimentaria se encuentra negado para una gran parte de la humanidad, tanto en las dimensiones ligadas a la producción como aquellas relacionadas con el acceso a alimentos de calidad nutricional. Es allí donde los procesos de reciclaje de los residuos orgánicos cobran importancia en las instancias de producción de alimentos sanos y a nivel familiar, comunitario e incluso en emprendimientos comerciales.
El vínculo entre residuos bien manejados y su conversión en materia orgánica (y humus) para la producción de alimentos es posible a gran escala. Claro que no se trata solo de proponerlo, sino de hacerlo y para ello necesitamos construir saberes situados, acceder a la información e implementar políticas públicas integrales, continuas en el tiempo, participativas y monitoreadas por la comunidad. Y, sobre todo, es fundamental ciudadanos y ciudadanas informadas que deseen involucrarse desde cada lugar, organización y ámbito de acción en todos los procesos que implican un hecho tan simple como necesario: el reciclaje de los residuos para un modelo agroecológico y la producción de alimentos sanos.
Javier Souza Casadinho. Ingeniero agrónomo, coordinador regional de la Red de Acción en Plaguicidas y Alternativas de América Latina (Rapal) e integrante de GAIA.