Desde aquel lejano 1970, hace 38 años, todos los 22 de Abril, el mundo celebra el Día de la Tierra, aunque a la luz de la cruda realidad ambiental, más que una fiesta es casi un responso. El objetivo primordial de la fecha apuntaba a lograr el nacimiento y arraigo de una conciencia ambiental respetuosa […]
Desde aquel lejano 1970, hace 38 años, todos los 22 de Abril, el mundo celebra el Día de la Tierra, aunque a la luz de la cruda realidad ambiental, más que una fiesta es casi un responso.
El objetivo primordial de la fecha apuntaba a lograr el nacimiento y arraigo de una conciencia ambiental respetuosa de nuestro hogar, la Tierra.
Bienintencionadamente se pensaba, que quizás, a través de la participación de autoridades estatales, sociedad civil y organizaciones no gubernamentales, se podía variar la tendencia suicida que cada día más, nos pone al borde del abismo y más cerca de una catástrofe de proyecciones impredecibles e imprevisibles.
Lamentablemente, el paradigma consumista y el modelo de producción globalizado, han calado hondo y es poco probable que en lo inmediato varíen hacia una relación más sana y armónica con el ambiente.
La creencia en un crecimiento sin límites, ha dejado huellas casi imposibles de borrar y ha desgarrado profundamente las entrañas del Planeta.
Cambio climático, avance incontrolado de la desertificación de los suelos, escasez y contaminación del agua dulce para consumo, pérdida de la cubierta forestal y extinción masiva de incontables especies de la biodiversidad, se muestran como tristes trofeos de una guerra de unos pocos países, contra toda la humanidad.
La panacea de ese desarrollo, verdadero y descarnado, hoy se puede medir en muertos, heridos, desplazados, exilados, enfermos, olvidados y marginados, mientras los pocos privilegiados cercanos al 20 % de la población, ubicados en los países enriquecidos del mundo, se degluten el 85 % de los alimentos, el 80 % de la energía que produce la Tierra y como si fuera poco liberan el 85% de los gases de efectos invernadero que provocan el calentamiento global, la locura del clima y que cual espada de Damocles, amenaza al conjunto.
El lema «Frente al Cambio Climático, menos CO2», adoptado para la celebración de este año, es casi una paradoja, no por que no sea verdad que haya que disminuir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI), sino por que no se condena expresamente a los verdaderos culpables de este ecocidio, que insisto no es toda la humanidad.
El cambio climático se origina en los países enriquecidos del Norte, pero se paga al precio de vidas humanas y su calidad en el Sur empobrecido del Planeta.
La avidez descontrolada, el consumo insustentable y la irracionalidad tecnológica han puesto al futuro común en serios riesgos y el accionar de quienes gerencian el proceso de desarrollo globalizador no parece evolucionar hacia estadios más saludables en la relación con el Planeta, y cada día que pasa se amplia el divorcio de nuestros orígenes.
Para quienes trabajan desde hace décadas, seria y comprometidamente por la sanidad del ambiente, la realidad les ha demostrado que la lucha es tremendamente desigual, ya que el poderoso caballero «Don Dinero» puede comprar cuerpos y almas e incinerarlos ante el altar del «Dios Mercado» ante la mirada impasible de gobernantes, funcionarios y comunicadores sociales.
De la mano de programas de alienación masiva como «Gran Hermano» y «Bailando por un Sueño», entre otros, vemos como la anomia y la indiferencia se generalizan y con ellas caminamos peligrosamente hacia el Apocalipsis.
Nos tendríamos que preguntar, cómo podemos modificar nuestra actitud cultural de «amos y señores de la naturaleza», aunque más no sea para tratar de evitar que los actuales problemas ecológicos, se transformen en un alud incontenible que sepulte la vida.
Soy consciente de la dificultad de la empresa, pero también estoy convencido que con esta inercia irresponsable, no hay futuro sin cambio.
Como decía Bertolt Brech: «No acepten lo habitual como cosa natural, pues en tiempo de desorden sangriento, de confusión organizada y arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar».
Nuestra lucha, al decir de Hugo Mujica, es: «no sólo seguir vivos, sino permanecer o volver a lo humano».
Hasta las próximas Aguafuertes.