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Al cabo de los años mil…

Fuentes: Rebelión

Después de dar una pirueta a través del fallido golpe de Estado, de la ilusoria revancha de la izquierda y su posterior hundimiento en el pantano del crimen para desembocar en la venganza de los recuperados neofranquistas, volvemos con Zapatero a los años inciertos del periodo Suárez. En el camino quedaron ilusiones y esperanzas de […]

Después de dar una pirueta a través del fallido golpe de Estado, de la ilusoria revancha de la izquierda y su posterior hundimiento en el pantano del crimen para desembocar en la venganza de los recuperados neofranquistas, volvemos con Zapatero a los años inciertos del periodo Suárez. En el camino quedaron ilusiones y esperanzas de una convivencia pacífica entre la grey que puebla esta península.

El panorama político actual se asemeja como un huevo a otro a los turbulentos años del ocaso de Suárez. No hay muertos de ETA, y los cuarteles parecen tranquilos. La fiebre consumista ha entrampado a las familias y enriquecido a los Bancos y a las grandes empresas de servicios. La masiva llegada de inmigrantes ha dinamizado tanto el consumo como la industria. Pero las espadas siguen en alto y todas las concesiones que se han hecho desde entonces en materia económica (reestructuraciones, recorte de derechos laborales, precarización del empleo, recortes de pensiones, etc.) no han servido para calmar a la fiera. El ruido de sables ha sido sustituido por la formación de Asociaciones y Fundaciones disfrazadas de movimientos cívicos, por la conquista de posiciones en los medios de comunicación, en la judicatura y en los aparatos de seguridad del Estado. Hasta la Iglesia, calma en los tiempos de Suárez se ha ensoberbecido. El afán de revancha y reconquista de los ganadores de la Guerra Civil aparece igual de vivo e incluso más agresivo y poderoso que en los años de la transición.

La salida del bunker de los neofranquistas en las elecciones de 1996 tuvo la virtud de sacar a la luz sus limitaciones tanto como sus demonios ocultos. De nada les había servido la tan cacareada integración en Europa ni la ampliación del comercio y de los contactos culturales y políticos con otros países. De la mano de Aznar volvimos, no a la España de Franco, sino mucho más atrás, a la de los Reyes católicos. La penetración de los capitales españoles en la banca y los servicios en Latinoamérica (nada de industria ni comercio, que no tienen clientela cautiva) no pugnando con los EE UU sino en comlaboración con ellos, (por veces los nombres españoles no son más que testaferros de los capitales norteamericanos, encargados del trabajo sucio de la rapiña) como brotes milagrosos del muy viejo árbol del imperialismo español, llevaron a los neofranquistas a poner los pies en la mesa de Bush y empezar a mirar a Europa (la «vieja Europa», dado el contexto en el que apareció el calificativo, no era más que una suave manera de llamarle «desdentada») por encima del hombro. Ni el creador del famoso Doberman, ni aquellos a los que nos pareció en aquel momento exagerado, pero admisible para la campaña electoral, (nos han acostumbrando al «todo vale») podía imaginar lo acertado que estaba. Este neofranquismo consiguió despertar en el pueblo lo que al bunker de 1978-82 le estaba vedado, por la proximidad con el franquismo: La aparición en el pueblo de la irracional tendencia al gregarismo, a la sumisión a un líder. Todos sabemos que sin el atentado terrorista de Atocha, las elecciones de 2004 habrían dado la victoria, quizás no con mayoría absoluta, al Partido Popular. Quien esto escribe puede dar fe de haber visto en Madrid, a final de los años 40 a trabajadores organizándose, sin necesidad de bocadillo ni cinco duros, para ir a vitorear a Franco en la Plaza de Oriente.

Zapatero se encuentra enredado en la misma red que acabó asfixiando a Suárez. De nuevo vemos la imagen de un bunker desde donde se dispara sin tregua y sin descanso. En lo que respecta a la cuestión vasca, podemos decir incluso que su actitud es más agresiva e irracional que entonces. La sucesiva muerte de altos mandos militares a manos de ETA justificaba el clamor de militares de factura franquista por una intervención militar en el País Vasco, así como las tropelías de los cuerpos represivos. Hoy, aún con una ETA debilitada, que no practica actos terroristas y ha declarado una tregua unilateral para llegar a algún acuerdo con el Gobierno, desde otras instancias no uniformadas se sigue manteniendo la tensión en las calles, clamando por una solución puramente policial del conflicto, reforzada ahora por la acción de sus peones en la judicatura.

Suárez cayó por empeñarse en poner una vela a Dios y otra al diablo. Eso es lo mismo que está haciendo hoy Zapatero. Justamente lo que menos «vende» en la sociedad española. Aquí no hay muchas opciones. Si tenemos tendencias gregarias y todavía necesitamos un jefe, hay que coger el toro por los cuernos, apoyarse en lo más sano y progresista que hay en nuestra sociedad y dar la batalla de una vez por todas a las lacras históricas que seguimos arrastrando, que han salido a la luz con toda su fuerza en el período aznarista. No es un consejo a Zapatero, ni a Fernández de la Vega, que no valen para enfrentar ese reto, por no decir que no lo ven necesario. Es una reflexión.

Y es que enfrentar esas lacras históricas hasta sus últimas consecuencias desembocaría en el enfrentamiento con los poderes fácticos, con las llamadas «doscientas familias» que poseen el capital y la tierra en España. Claro que se puede hacer, caminando paso a paso hasta que se vean obligadas a combatir contra el propio Estado de Derecho que crearon, porque ya no les sirva para seguir siendo los dueños del cortijo. No es difícil: Ahí está el ejemplo de Venezuela, que, con la Constitución en el bolsillo de una buena parte de los ciudadanos, sin salirse un ápice de la legalidad democrática, ha llevado a la oligarquía venezolana a la penosa situación de verse obligada a usar los medios de difusión que controla para difundir por todo el mundo calumnias y mentiras sobre Chávez y su gobierno porque, aunque siguen controlando el capital y siguen enriqueciéndose, no son ya los dueños del cortijo, y temen por su futuro.

Es decir: también en Venezuela puede darse el fenómeno del gregarismo, y el endiosamiento de Chávez por parte de sectores más atrasados del pueblo, pero si ese gregarismo lo llevamos en los genes (quizás un mecanismo de autodefensa) no tiene sentido combatirlo directa y abiertamente. Parece que tiene mas sentido utilizarlo transitoriamente encaminando al que manifiesta esas tendencias hacia una participación directa en la vida social, de manera que por si propio se libere de esos demonios ancestrales.

Pero esto sería pedirle demasiado a Zapatero y sus huestes. Y no puedo acabar sin apuntar otra similitud del tiempo de Suárez con el de Zapatero. Su Partido es también un saco de gatos, aunque mas disimulado.

Y sobre el cacareado Estado de Derecho, recomiendo la lectura de «Comprender Venezuela, pensar la democrácia» de Carlos Férnandez y Luis Alegre. Es como un golpe de aire fresco.