La verdad incómoda, el DVD que produjo Al Gore, es un documento formidable en cuanto a recursos didácticos, análisis estadísticos, estudios científicos y mucho más. Es también de profunda pena ajena que un documento tan valioso esté entretejido con la biografía personal y política del autor. Es preciso que el espectador separe el ego del […]
La verdad incómoda, el DVD que produjo Al Gore, es un documento formidable en cuanto a recursos didácticos, análisis estadísticos, estudios científicos y mucho más. Es también de profunda pena ajena que un documento tan valioso esté entretejido con la biografía personal y política del autor. Es preciso que el espectador separe el ego del señor Gore -por lo demás un excelente conferenciante-, de la información y las explicaciones contundentes que contiene el documento.
Si bien el estudio se centra en las emisiones de gases más graves, las del dióxido de carbono, deja de lado, absolutamente, los que también contribuyen a causar el efecto invernadero: el metano y el óxido nitroso, y los tres gases industriales fluorados: el hidrofluorocarbono, el perfluorocarbono y el hexafluoruro de azufre. Ciertamente se ha atacado con gradual éxito el primero de estos gases fluorados, pero estamos lejos de cantar victoria respecto al mismo. Todo ello puede hallarse en diversos sitios web que se especializan en el tema.
Más allá de la valiosa información científica, estadística y visual -entre la que apunto el estudio de los cambios climáticos durante las épocas de las glaciaciones y las transformaciones que les siguieron, durante un periodo de 650 mil años- están además las explicaciones científicas presentadas de modo meritoriamente sencillo, a efecto de que puedan ser entendidas por todo mundo. Gore inclusive se acerca a explicaciones algo más profundas frente a preguntas incómodas, como las razones de que Washington no haya suscrito hasta la fecha el Protocolo de Kyoto: un comic nos muestra una balanza en la que en un plato está el planeta y en el otro un amontonamiento de barras de oro: los intereses económicos contra el mundo. Suelta finalmente la parte fuerte de La verdad incómoda: la sociedad y el gobierno de Estados Unidos son con mucho los responsables mayores del calentamiento global.
También habla de la falta de «voluntad política» -que queda inexplicada- y da el peso mayor a su explicación como un problema moral y de conciencia -o de falta de ella- de la humanidad. El documento, que crea un escenario tremebundo al tiempo que realista, se va convirtiendo en un hilillo de agua al llegar el momento de las recomendaciones.
Si todos las seguimos, el monumental problema del calentamiento global que ya causa estragos formidables será revertido (evitaremos que una parte considerable de Manhattan quede bajo el agua en poco tiempo o que Holanda casi desaparezca, entre mil consecuencias más).
Gore nos dice cómo: cambie un foco «normal» por uno fluorescente, maneje menos, recicle más; revise sus llantas, deben estar infladas «adecuadamente»; use menos agua caliente, evite productos con mucho empaque, ajuste el termostato de su «clima» artificial sólo 2 grados hacia arriba en invierno y 2 hacia abajo en verano, plante un árbol, apague sus aparatos cuando no los use.
La explicación, formidable; la propuesta, no mucho más que el parto de los montes. Extraño que un hombre ilustrado como Gore desconozca íntegramente el discurso con voz cada vez más sonora sobre el desarrollo sostenible.
El quincenario Orbe No. 138, inserto en La Jornada del domingo pasado, incluye un artículo de Ismael Clark, presidente de la Academia de Ciencias de Cuba: «Controversia sobre la sostenibilidad». Un escrito lleno de contrastes. Sobre todo en sus citas. Una, lúcida, de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN): «La fe en la oportunidad de consumir sin límites en un mundo ecológicamente limitado es una poderosa fuerza motriz que aumenta el riesgo global».
Después se ampara en Leonardo Boff, quien concluye «de manera elocuente» -dice Clark- que «la lógica del capital, como modo de producción y como cultura, es producir acumulación mediante la explotación del trabajo de las personas…, y finalmente por el pillaje contra la naturaleza». Mala cosa tener por conclusión el punto de partida del análisis de la sociedad en la que vivimos.
Clark remata, desde una posición moralista y voluntarista, «que la ciencia tiene el ineludible deber moral de aportar, en cantidad y calidad, los instrumentos que permitan satisfacer necesidades humanas básicas (inevitablemente crecientes) empleando esencialmente recursos renovables. Quizás aún más importante deba ser su contribución para identificar los límites objetivos que no pueden continuar traspasando la inevitable transformación humana del medio natural». Una mala formulación: si la transformación del medio natural es inevitable, no puede tener límites, es perenne.
La ciencia nos puede decir, como lo está haciendo, lo que ocurre y por qué ocurre, en términos científicos. La UICN nos da la explicación social: la cultura del consumo sin límites frente a un mundo ecológicamente limitado. Si nos atenemos a Boff, es preciso cambiar el modo de producción: la enchilada completa, ¿cómo y para cuándo a nivel planetario? Vaciladas, con el planeta al borde del abismo.
Podemos seguir las recomendaciones de Gore, y ciertamente ayudaremos. Pero la cultura del consumismo sin freno, nacida en Estados Unidos, no se ha apoderado de toda la sociedad planetaria; no ocurre en el vasto espacio del subdesarrollo y muchos países capitalistas desarrollados aportan cuotas insignificantes al calentamiento global. El problema está acotado a los espacios que producen el calentamiento: Estados Unidos, China cada vez más, y las 15 capitales más populosas del mundo, entre ellas la ciudad de México.
Requerimos de la ciencia y de un cambio cultural de gran magnitud que no alcanzaremos sin pasar por la política a nivel global.