La autora habla en ‘Arena en los ojos’ (Libros del K.O.) de los “silencios” que siguen rodeando la colonización española de Marruecos y el Sáhara Occidental que, en su opinión, está “absolutamente ligada” con el golpe de Estado de 1936, la Guerra Civil y la dictadura franquista
Laura Casielles es poeta, periodista e investigadora. Entre sus inquietudes está la necesidad de entender “la profundidad histórica que une España con Marruecos”, una historia llena de contradicciones y “complejidades”, que a día de hoy siguen silenciadas, pese a tener efectos en nuestra contemporaneidad, “como es el conflicto del Sáhara Occidental”. Habla con elDiario.es en una cafetería del barrio de La Latina de Madrid.
Casielles asegura que uno de los principales problemas que fomentan estos “silencios” es que hemos heredado el legado colonial español “como una historia vieja por la que es difícil que nos interesemos, pero sí que nos atañe”. Con el fin de contrarrestar esta ignorancia, la autora ha escrito ‘Arena en los ojos. Memoria y silencio de la colonización española de Marruecos y el Sáhara Occidental’ (Libros del K.O.), un libro en el que evoca “los fantasmas de la Guerra Civil, la dictadura franquista y la transición a la democracia” en España, para “llenar de grises el relato” que conocemos porque, si lo “llenamos de grises, siempre será más claro”.
Ha costado mucho –y sigue costando– hablar de la dictadura y de la Guerra Civil en España. Su libro intenta hablar de ese periodo teniendo en cuenta la realidad marroquí de aquel momento. ¿A qué se debe tanto silencio?
Una de las consecuencias de que la colonialidad* siga instalada como una estructura de nuestro pensamiento es la manera que tenemos de ver el mapa del mundo. Y esto enlaza directamente con la cuestión del silencio y con el hacer. En el momento que empezamos a hablar, hay que empezar a hacer.
La colonización de Marruecos y el Sáhara Occidental está absolutamente ligada con que se pudiera dar el golpe de Estado, con el desarrollo de la Guerra Civil y con los discursos de la dictadura para obtener prestigio y riqueza del régimen franquista. Y también está ligada en cómo se construyó la transición a la democracia.
Sin embargo, a día de hoy, nos hemos desentendido. Miramos lo que ocurre en el Sáhara o lo que ocurre en Marruecos como si fuera otra gente, otro asunto, algo que no tiene que ver con nosotras. Y eso perpetúa esa desigualdad y esa responsabilidad que no es reparada. Cuando entendamos ese nexo indisoluble que implica la colonialidad y de qué manera seguimos beneficiándonos de algo que no ha sido reparado, podremos ayudarnos a pensar de otra manera.
El ejemplo más claro es la migración. Si pensamos que la mayor parte de los migrantes marroquíes que llegan a España vienen de esas zonas que fueron colonizadas por España, quizás deberíamos pensar de qué manera les afectó el expolio de sus tierras y no en esa posición de superioridad de si abrir o cerrar la puerta, sino de decir: tenemos una labor de justicia y de reparación por hacer.
*El término colonialidad no se refiere sólo al hecho histórico sino a la estructura social y de pensamiento del colonialismo.
¿Qué puede suponer para la sociedad española hablar de estos temas?
Si nos ha costado abrir la caja negra de lo doméstico, de lo que ocurrió en la península, abrir esta segunda caja lo es aún más. Nos resulta difícil desde las posiciones ideológicas que han trabajado para la recuperación de la memoria histórica.
Por ejemplo, en el libro, un capítulo que se ocupa de la República es doloroso. Es difícil hacer nuestra memoria poniendo en cuestión lo que hicieron quienes estaban en las posiciones con las que quizás nos podemos identificar más, pero es necesario para no seguir repitiendo errores. Tendemos a contarnos la historia como si fuera inevitable, como si no hubiera sido posible hacer algo de manera diferente, mientras sí que lo era.
¿Se refiere a que el último territorio colonizado, Sidi Ifni, lo fue durante la Segunda República?
Sí, pero no sólo y no fundamentalmente eso, sino que el componente colonial es muy transversal en lo ideológico. Igual que decimos que lo de izquierda no te quita lo machista, lo progresista no te quita lo colonial tampoco. Y en el caso de la república, esto se ve. Fue un tiempo en el que poner en cuestión la matriz colonial del pensamiento no era posible, pero la realidad es que ya había otras interlocuciones posibles.
Después de la derrota de España en Anual en la Guerra del Rif, los rifeños, con Abdel Krim como líder, instauraron la primera república de África. Lo que pasó es que las potencias europeas consideraban que las personas de esos lugares no tenían nada que aportar; pero de haber tenido en cuenta estos otros pasados posibles, se habría dado lugar a otros presentes y futuros que no ocurrieron. Y eso es importante saberlo.
El libro hace referencia también a la cuestión del Sáhara Occidental. ¿Cree que va a permanecer como conflicto “congelado”?
Es curioso y lo vemos en el Sáhara y también en Palestina. Hay pequeños territorios cuya posición geoestratégica –o también por su carácter de nudo en conflictos políticos más grandes–, les hacen tener una importancia mucho mayor de la que en principio parecería estarles destinada, ya sea por su tamaño o por su población. En ese sentido, el Sáhara se ha visto atrapado como moneda de cambio en las relaciones de España con Marruecos que atañen a otros temas como, por ejemplo, la gestión de fronteras o la pesca en todo el litoral del Atlántico.
En su libro menciona varias resoluciones de Naciones Unidas que ponen énfasis en que el futuro de los territorios “no autónomos” se determinará mediante un referéndum. La última de ellas es la resolución 2602 del pasado 29 de octubre de 2021. ¿Qué ha pasado para que no sea así?
La primera traición de España hacia el Sáhara ocurre en el año 75. En lugar de seguir el proceso de descolonización, que era su responsabilidad y su cometido como metrópolis –porque el referéndum ya estaba mandado desde entonces [en las resoluciones 1514 y 1541 de 1960; o la 2625 de 1970]–, lo que hace España es desentenderse. Y se desentiende dejando el Sáhara como precio a pagar por la tranquilidad para entrar en el proceso de la transición. La orden de descolonización del Sáhara sale en el BOE al día siguiente de la muerte de Franco. En aquél entonces, España necesitaba entrar en el nuevo orden internacional del que había estado excluida por la dictadura y, para ello, sabía que tenía que pagar algún precio. Uno de esos precios fue el Sáhara. Pero como decías, existen órdenes internacionales que exigen un referéndum. No es una cuestión de opinión, lo dice la ley y [la Corte Internacional de Justicia de] La Haya, y lleva medio siglo de retraso.
Como opinión pública y como sociedad, no hemos hecho esta revisión y, por tanto, tampoco presionamos.
En 2022 se aprobó la última ley de memoria democrática. Sin embargo, no hay ninguna mención a las antiguas colonias. ¿Qué efectos tiene?
Es alucinante. Pero, insisto, tampoco se está hablando de los efectos que sigue teniendo a día de hoy la contaminación que dejaron las armas químicas en el Rif durante la colonización o el hecho de que en Guinea Ecuatorial hay opositores y periodistas presos por un régimen que sigue siendo apoyado por España. A todo esto, hay que añadirle que, como opinión pública y como sociedad, no hemos hecho esta revisión y no tenemos estos temas sobre la mesa, tampoco presionamos.
¿Qué opina de que el Gobierno español haya reconocido el Estado de Palestina?
El doble rasero es evidente. En el momento en que se reconoce el Estado palestino, lo único coherente sería reconocer también el Estado saharaui. Nada más que decir.
Se ha encontrado con marroquíes que le decían: “Con Franco no estábamos tan mal”. ¿Cuáles son sus motivos?
Ahí se cruzan dos elementos importantes. Por un lado, la colonización española se apuntaló mucho en el factor propagandístico. No era una colonización que pudiera plantearse un despliegue económico e infraestructural parejo al de otras empresas coloniales, como podían ser la francofonía o la Commonwealth, pero sí que contaba con un aparato discursivo muy buen construido. Entonces, lo que se hizo fue establecer ese relato y esa imagen de una colonización que no era violenta, y que se basaba en esa idea de hermandad que se construía, además, de una forma muy tramposa a partir de ese ‘pasado común’. Por eso se escucha eso de que ‘con Franco no estábamos tan mal’.
En el caso del Sahara, está claro, la población hoy está en los campamentos de refugiados. Lo que conocieron después de la colonización solo fue la ocupación o el éxodo. Por tanto, podríamos decir que los saharauis tienen incluso motivos para recordar con cierta añoranza el tiempo en el que estaban en ese Sáhara ocupado, al que no han podido volver en condiciones de libertad.
Lo que los saharauis conocieron después de la colonización solo fue la ocupación o el éxodo. Por tanto, tienen motivos para recordar con cierta añoranza el tiempo en el que estaban en ese Sáhara ocupado
¿Fue esa estrategia propagandística de Franco lo que hace creer –también en España– que la colonización española fue “mejor” que la francesa o la británica?
El franquismo colonial abrió fisuras en una visión muy monolítica de lo que era el discurso franquista. En lo doméstico, ese discurso se apuntalaba en el nacionalcatolicismo y en una visión muy estrecha de lo que era ser español. Sin embargo, lo que se intentaba en Marruecos, en el Sáhara, pero también en Guinea Ecuatorial, era legitimar el colonialismo aceptando el islam como religión hermana –así lo decía Franco–, pero incluso también el judaísmo.
En contradicción de los que creen que era una colonización “mejor”, la colonización española sí fue una guerra. Había toda una estructura colonial que, efectivamente, estaba expoliando y estaba ejerciendo violencia. Fue una guerra a la que se mandó además a morir desde finales del siglo XIX a muchos jóvenes españoles de familias pobres que no podían pagarse el impuesto que les libraba de hacer ese servicio.
En la guerra de Melilla, en la guerra del Rif, quienes murieron fueron muchos chavales de familias de clases populares que ni siquiera sabían qué estaban haciendo allí. Y también muchísimos chavales marroquíes que se había visto obligados a defender su territorio. Pero es que, además, por supuesto que hubo violencia. Como decía, se usaron armas químicas [entre 1921-1927], que siguen dejando un rastro letal en la en la salud de la población rifeña –estudios señalan que, a día de hoy, sigue teniendo las mayores tasas de cáncer [el 80% de los adultos y el 50% de los niños enfermos de cáncer, procedían de la misma zona bombardeada por la aviación española, según un estudio de 2015]–.
Para muchos, la independencia fue considerada como una segunda colonización. ¿Cómo se entiende?
Esto lo dicen algunas personas allí. Cuando Marruecos alcanzó su independencia, se hizo una nueva construcción nacional. Una de sus primeras políticas fue articular la lengua árabe y francesa como oficiales. Pero en la zona del Rif, su población era en gran medida amazig y, por tanto, tenía otra lengua y otros hábitos culturales, aparte de que habían sido escolarizados en castellano.
Entonces, no sorprende que el Rif haya sido un escenario con muchas protestas. Ocurría en los años 80 con gran violencia, pero es que ocurrió hace menos de diez años con las protestas del Hirak, por las que todavía hay gente en la cárcel. Es una región que no ha encontrado el encaje que querían dentro de la construcción actual de Marruecos.
Le da mucha importancia al lenguaje. ¿Cuáles son los ejemplos más claros de eufemismos que se utilizan en España para referirse al pasado colonial?
La colonización se da con el lenguaje. Y en el caso de España, el ejemplo más claro de eufemismo es cuando hablamos de ese protectorado que permitía que, de manera muy instintiva, se activase la imagen de que lo que se estaba haciendo era una buena labor. También la forma en la que tienen los libros de texto cuando hablan del ‘desastre de Anual’ para referirse a la derrota de un ejército que trataba de invadir otro territorio.
Otro ejemplo es el de ‘La historia trascendida’, una de las publicaciones más voluminosas que se han hecho sobre la colonización española de Marruecos y que es absolutamente un ejercicio de blanqueo. Se hizo en 2012 para conmemorar el centenario de la restauración del protectorado y reforzar una retórica de reconciliación entre los dos bandos que enfatiza ese pasado común. Pero no podemos seguir llamando ‘pasado común’ a una historia de guerras y de ocupación. El lenguaje construye la realidad. Y en esta historia, ha servido para tapar y no para llamar las cosas por su nombre.
¿De qué manera hay que abordar el pasado colonial español?
Una de las consecuencias de tener todavía implantado lo colonial como manera de pensar se debe a que tenemos una enorme soberbia por la que no escuchamos. Como sociedad, seguimos creyendo que el norte tiene verdades y tiene respuestas que son las únicas válidas a las preguntas, y no escuchamos a quienes tenemos al lado y a quienes tenemos enfrente. Y esa es la gran tarea pendiente.
Quizá no se trate tanto de seguir hablando de las guerras y de las batallas, sino que es una oportunidad para inventarnos desde dónde tenemos esa conversación pendiente con el pasado, quiénes la vamos a tener –yo creo que está en manos de nuestra generación– y tratar de no reproducir las mismas estructuras de poder que hemos heredado.