Cuando Pérez de la Fuente señaló el palco donde se sentaba Sastre en el Español, todo el patio de butacas ovacionó al autor madrileño. Uno de los primeros en ponerse en pie fue Ignacio Amestoy, un incondicional. En esos momentos, con los sombríos ecos de Ulalume, la amada muerta, resonando todavía en el escenario, se […]
Cuando Pérez de la Fuente señaló el palco donde se sentaba Sastre en el Español, todo el patio de butacas ovacionó al autor madrileño. Uno de los primeros en ponerse en pie fue Ignacio Amestoy, un incondicional. En esos momentos, con los sombríos ecos de Ulalume, la amada muerta, resonando todavía en el escenario, se estaba produciendo una reparación necesaria: una especie de justicia poética contra el desarraigo de Sastre en la escena española.
El autor madrileño, hace años ‘desterrado’ en Hondarribia, respondía emocionado alzando meláncolicamente sonriente su bastón: pesaba la tristeza por la ausencia de Eva. A la vez esa fervorosa ovación reconocía los primores de un montaje sensitivo y complejo de raras perfecciones. Como el propio Sastre reconocía al concluir la función, «una pequeña joya».
Desde la laberíntica y mutable escenografía de David Loaysa -generosamente al servicio de una idea textual y escenográfica-, hasta el vestuario de Artiñano, la iluminación de Satori y la interpretación de Chete Lera, Zutoia Alarcia y Camilo Rodríguez. Y los pespuntes de farsa y humor negro con que Pérez de la Fuente ha bordado una de las obras capitales de Alfonso Sastre. Ulalume es el más turbador ejemplo de lo que, frente al inicial realismo sastriano, se ha dado en llamar tragedia compleja; es decir, tragedia pura con gotas de un humor grotesco y esperpéntico.
Por las calles de Baltimore, Poe arrastra los fantasmas de su último delírium trémens, el viejo marinero de roja barba le invita, funeral, a navegar por mares de ginebra y whisky y la doliente Muddie lo recuerda ante su tumba: momentos memorables y turbadores y un Chete Lera, a veces, insuperable.
Gran noche de teatro en el Español que repitió el clamor de hace unos meses en San Sebastián de los Reyes y que, en principio, estaba destinado al teatro Albéniz. Dicen que Dios escribe recto con renglones torcidos y este éxito acabó en el teatro municipal de la plaza de Santa Ana. La sagacidad de Mario Gas reclamó para sí un estreno que la torpeza política de la Comunidad de Madrid desalojó del Albéniz. En realidad todo el proyecto Sastre del último año -Congreso, Obras Escogidas y montaje de Ulalume a cargo de Pérez de la Fuente- se gestó una mañana en el despacho de Javier Casal con Cristina Santolaria de fedataria. Ido Javier Casal y venido don Amado Giménez Precioso, Cristina Santolaria, en cuanto a Sastre, se licuó.
Recordaré siempre el saludo emocionado de Luis María Anson a Sastre en el Adolfo Marsillach. Un fotógrafo avispado hubiese hecho de ese momento la foto de la noche. Pero no había fotógrafo avispado ni autoridades políticas, igual que el otro día tampoco había autoridades en el Español. Sí que estaba Mario Gas. Porque la normalización de la obra de Sastre en este país llamado España supondría un signo de normalización política y teatral. Lo que no estaba previsto por los defensores de Sastre es que la muerte de Eva Forest truncara la alegría de Alfonso por volver a Madrid.