Uno de los elementos que necesita la ciudadanía para valorar a su gobierno es conocer la política que está aplicando en todos los ámbitos. Si una de esas decisiones es enviar soldados a una determinada región, parece lógico que los votantes sepan a qué han ido esos soldados para valorar la decisión. Sin embargo, en […]
Uno de los elementos que necesita la ciudadanía para valorar a su gobierno es conocer la política que está aplicando en todos los ámbitos. Si una de esas decisiones es enviar soldados a una determinada región, parece lógico que los votantes sepan a qué han ido esos soldados para valorar la decisión. Sin embargo, en España no se puede saber si las tropas han ido a Afganistán a hacer la guerra o a hacer la paz.
Según el Partido Popular, en declaraciones el 20 de agosto de su portavoz de Defensa, Arsenio Fernández, con motivo de la muerte de la muerte de 17 soldados, se trata de «misiones de guerra». Según la responsable de Política Internacional, Trinidad Jiménez, en declaraciones del mismo día, es una misión de paz en la que «también hay riesgos».
Yo creo que no sería difícil diferenciar una misión de otra -estaría bueno que se confundiera la guerra con la paz-, bastaría con explicarnos qué hacen a lo largo del día los soldados, cuáles son sus funciones y qué órdenes han recibido. Al día siguiente descubro en el diario El Mundo un amplio reportaje anunciando el testimonio de «cómo es la vida en la base a la que pertenecían los 17 soldados muertos en helicóptero». Tras leer la dos páginas que ocupa sé lo que comen, cómo son sus letrinas y los bichos que hay en el desierto, pero sigo sin saber a qué se dedican los soldados españoles en Afganistán.
La prueba de la vocación de transparencia de nuestras autoridades son las siguientes respuestas de un oficial tras la muerte de los soldados en Afganistán. Se trata del teniente Navarro, que viajaba en el segundo helicóptero accidentado, donde no hubo heridos, fue entrevistado por El País el 20 de agosto. A la pregunta «¿Qué misión estaban realizando ustedes cuando se produjo el siniestro?», responde «era una misión dentro de un ejercicio. Como las que realizábamos cada día, nada diferente». Nos quedamos sin saber qué hacen allí nuestros soldados.
También le preguntan sobre el accidente: «¿Piensa que el otro helicóptero ha sido atacado?». Respuesta: «Pienso que ha pasado algo». Buen ejemplo de inteligencia militar. Insiste el periodista: «Por lo que vio entonces y ha sabido luego, ¿cree que el helicóptero fue atacado o se estrelló accidentalmente?». Respuesta: «Lo único que pienso es que se ha creado una comisión de investigación, formada por muy buenos profesionales, que han recogido todo tipo de evidencias sobre el terreno. Ellos le darán la respuesta a esa pregunta». Es decir, quien sabe lo que ha pasado es el gobierno no los que estaban allí.
El caso afgano es similar al de Haití o al de Bosnia o Kosovo, donde también tenemos tropas. El panorama es tan preocupante que hemos llegado a una situación en que los gobiernos mandan a sus ejércitos a misiones y destinos sin que la ciudadanía sepa qué acciones militares se llevan a cabo con su dinero y en su nombre. Hoy pocos españoles sabrían enumerar en qué países hay presencia de tropas españolas, con qué función, al mando de quién y con qué objetivo y resultados.
De poco sirve intentar aplicar principios morales y éticos en nuestra vida cotidiana y en nuestro comportamiento personal si luego permitimos que con nuestra aquiescencia, nuestro dinero, en nuestro nombre y gracias a nuestro voto se realicen acciones armadas que ni siquiera conocemos ni exigimos que nos informen.