Que la lucha contra el cambio climático había caído en un lugar muy bajo de la agenda política mundial era una evidencia desde hace tiempo. El desinterés con que se está siguiendo la cumbre de Doha, que empezó el 26 de noviembre y concluirá el 7 de diciembre, indica que prácticamente se ha caído de […]
Que la lucha contra el cambio climático había caído en un lugar muy bajo de la agenda política mundial era una evidencia desde hace tiempo. El desinterés con que se está siguiendo la cumbre de Doha, que empezó el 26 de noviembre y concluirá el 7 de diciembre, indica que prácticamente se ha caído de ella. Nunca una reunión de ese tipo, que es una continuación de las cumbres de Copenhagen en 2009, de Cancún en 2010 y de Durban el 2011, había sido tan ignorada. Particularmente en España, porque algunos diarios de otros países, aunque no en sus páginas principales, se están ocupando un poco de ella.
Uno de los motivos principales de esa apatía informativa es que nadie espera que en Doha se logre ningún avance significativo. El hecho de que cumbre se celebre en la capital del país, Qatar, que desde hace una década tiene el record de emisiones de CO2 por habitante -40 toneladas, 3 veces más que Estados Unidos, 8 veces más que China y 22 más que la India, ( Le Monde)- no hace abrigar muchas esperanzas y es más bien un escarnio. Pero el problema va más allá de lo que pueda dar de sí una reunión. Y consiste en que los adversarios, ideológicos y políticos, de la lucha contra el cambio climático, así como los grandes contaminadores, países y sectores económicos, han encontrado en la crisis a un aliado perfecto para imponer sus posiciones.
Hoy son otras las prioridades de los dirigentes políticos, particularmente de los europeos, que durante más de una década habían encabezado ese esfuerzo, aparentemente convencidos de que era imprescindible, frente a las resistencias de los norteamericanos. Y, en cierta medida también la movilización social en este campo ha perdido intensidad, porque el paro y las angustias económicas se han impuesto a cualquier otra sensibilidad.
Lo cierto es que los especialistas esperan muy poco de Doha. «Las conversaciones prometen pocos dramas», escribía John M. Brother en el New York Times el día de su inauguración. «Las últimas tres cumbres fueron un desmadre, marcado por propuestas políticas arriesgadas, bloqueos y una sensación de que debe de haber alguna manera mejor de hacer frente al creciente desafío de un planeta que se está consumiendo a fuego lento. La reunión de Doha promete ser bastante más aburrida y no está previsto que en ella se acuerde nada que permita parar el proceso».
El semanario alemán Der Spiegel recupera la antigua tradición europea de culpar de ello principalmente a Estados Unidos: «Los comentarios que hizo el presidente Obama tras el desastre que provocó el huracán Sandy hizo surgir en todo el mundo esperanzas de que Estados Unidos iba a estar por fin dispuesto a actuar frente al cambio climático. Pero la negativa norteamericana a hacer concesiones en Doha muestra que su posición ha cambiado muy poco».
Pero lo de Europa es es casi peor. Porque está dando marcha atrás. Según ha contado Le Monde, la Comisión europea acaba de informar que mantiene sus subvenciones para la compra de créditos de emisiones de gases carbónicos, desdiciéndose de lo que había prometido hasta hacía poco. «Es un nuevo revés para la Comisión -dice Le Monde- que el 12 de noviembre había renunciado a incluir a las compañías aéreas extra-continentales en su sistema de cuotas». Los empresarios contaminadores están ganando en todos los frentes. La crisis y la necesidad de mantener el empleo son excusas que sirven para todo.
Y, sin embargo, los científicos siguen subrayando las alarmas. Dos de ellos, Benjamin Strauss y Robert Kopp han escrito lo siguiente en el New York Times: «Tememos que el huracán Sandy ha sido solo un modesto preestreno de los peligros que están por llegar, mientras seguimos alimentado nuestra economía global quemando combustibles que contaminan el aire con gases de efecto invernadero».
Este lunes el New York Times recogía un sondeo según el cual el 69 % de los neoyorquinos creen que el huracán Sandy, al igual que las tormentas tropicales Irene y Lee, del año pasado, tienen que ver con el cambio climático. La sensibilidad ante del drama ha aumentado de golpe. Claro que para eso les ha tenido que caer encima el diluvio.
Y, para terminar, una reflexión mucho más amplia. La hacía también este lunes, George Monbiot en el Guardian londinense,: «Las mayores crisis de la humanidad coinciden con el auge de una ideología que hace imposible hacerles frente. El neoliberalismo se propone liberar al mercado de cualquier interferencia política. Pero lo que llama «el mercado» son los intereses de las grandes corporaciones y de los super-ricos. El neoliberalismo es poco más que la justificación de la plutocracia. Evitar el colapso climático -los 4, 5 o 6 grados de calentamiento pronosticados para este siglo por extremistas verdes como el Banco Mundial, la Agencia Internacional de la Energía o Price Waterhouse Coopers- significa enfrentarse a las industrias del petróleo, del gas y del carbón. Significa cancelar las prospecciones y el desarrollo de nuevas reservas, así como revertir el desarrollo de cualquier infraestructura (como los aeropuertos) que no podrían funcionar sin ellas».
«Pero los estados no pueden actuar», concluye Monbiot. «Sólo pueden sentarse en medio de la carretera y esperar a que les arrolle el camión. Todo ello evidencia el mayor y más amplio fracaso del fundamentalismo del mercado: el de que es incapaz de hacer frente a nuestra crisis existencial. La lucha contra el cambio climático no podrá ganar sin una lucha política mucho más amplia: una movilización democrática contra la plutocracia».
Fuente: http://www.eldiario.es/miradaalmundo/Alguien-acuerda-cambio-climatico_6_76702330.html