Pongo mis cartas sobre la mesa para que los lectores y lectoras no se sientan engañados. Cuando oigo o leo que dos máximos representantes del gobierno de Junts pel sí hablan de diálogo y recuerdo lo que estamos viviendo en Cataluña desde hace ya bastante años, enrojezco y siento un poco-mucho de vergüenza ajena. No […]
Pongo mis cartas sobre la mesa para que los lectores y lectoras no se sientan engañados. Cuando oigo o leo que dos máximos representantes del gobierno de Junts pel sí hablan de diálogo y recuerdo lo que estamos viviendo en Cataluña desde hace ya bastante años, enrojezco y siento un poco-mucho de vergüenza ajena. No me creo nada de lo que dicen y aún menos el no-diálogo que parecen sugerir: nos sentamos en la mesa, hablamos cinco o seis minutos y tú tienes que aceptar luego lo que nosotros queremos. Si no lo aceptas, eres muy malo, eres un déspota-dictador, representas a la España zafia y neofranquista y nosotros, por lo demás, vamos a hacer la nuestra pase lo que pase. No es extraño que el artículo se haya publicado con la intención de lavarse un poco la cara con jabón «Dialogante» tras varias prácticas reales (recordemos desconexiones, estrategias parlamentarias y monopolios informativos) que nada tienen que ver con pactos y actitudes dialogantes. Nada de nada que diría el poeta.
Con más detalle y reconociendo, de entrada también, que yo no soy partidario del gobierno de Rajoy ni me muevo en sus alrededores. Ni en este ni en los restantes temas. Por ejemplo, si yo fuera gobierno, independientemente de lo que en Cataluña se reclamara, permitiría el uso de todas las lenguas españolas en el Congreso, transformaría el Senado en una cámara territorial y efectiva y generaría cultura federal en todos los rincones de España. De entrada, no de salida.
«Que gane el diálogo, que las urnas decidan» es el título -más que sorprendente si recordamos aquel «referéndum o referéndum»- del artículo que el presidente Puigdemont de la Generalitat de Cataluña y el vicepresidente Junqueras [CPyOJ] publicaron el pasado lunes en El País [1]. Como la cosa va de urnas, y en algunos compases iniciales hablan de Escocia, vale la pena recordar algunos puntos básicos.
Las urnas: las elecciones autonómicas del 27S fueron transformada por los dos partidos a los que pertenecen los firmantes en unas elecciones plebiscitarias, con la ayuda inestimable de una fuerza que dice de sí misma que es radical y transformadora, y de los Países Catalanes (restando de esos «países catalanes» a Andorra y L’Alguer). ¿Sobre qué fue ese plebiscito? Ellos mismos lo señalaron una y mil veces: sobre la independencia. Si queréis ser independientes, nos repitieron y repitieron por tierra, mar y TV3, votadnos a nosotros, Junts pel Sí. Lo otro no vale. Los secesionistas, masivamente, así lo hicieron. Estaban en su derecho por supuesto. Resultado: perdieron la apuesta, algunas voces de ellos mismos (luego olvidadas) lo reconocieron la noche del 27S y sólo una ley electoral no proporcional, que nunca han deseado cambiar, transformó la derrota en una mayoría parlamentaria que depende de los apoyos de esa supuesta fuerza radical. Resumo: las urnas hablaron, lo que ellos quieren y piden; la ciudadanía decidió, y el secesionismo, la posición que ellos defienden, fue derrotado. Sin embargo, no lo reconocen, no hay forma. Hacen trucos de manos, transforman los neutrones en muones y acusan de antidemocráticos, con todo el rostro del mundo, a los que no aceptamos su juego sesgado de manos. A veces, añaden, que nosotros somos unas fachas, ellos, precisamente ellos, especialmente el partido hegemónico hasta hace muy poco que ha esquilmado, con la ayuda y dirección de las corporaciones amigas, todo lo que han podido y un poco más. Su amor al país tiene, suele tener, el color y el tacto del dinero que, recordemos, non olet.
Sobre Escocia (ellos nunca hablan de lo ocurrido recientemente en Alemania y en Italia con la petición, con sendas respuestas negativas, de referéndums de separación), conviene recordar algunas manifestaciones de la parte interesada [2]. Declaraciones de Fraser Thompson del SNP: «Ambas [Escocia-Inglaterra, Cataluña-España] situaciones son muy diferentes. Separar Escocia supondría romper una unión política entre dos naciones que ya estuvieron separadas. Nosotros reemergeríamos como Estado de Europa». En parecidos términos se manifiesta la presidenta del partido, Nicola Sturgeon. De este modo el primer paso con el que CPyOJ abren su texto se refuta por sí mismo: «El Gobierno de Reino Unido y Escocia pactaron un referéndum. La pregunta, siguiendo las recomendaciones de la Comisión Electoral de Reino Unido, fue: «¿Debería Escocia ser un país independiente? Sí o no». Sin más. Hubo acuerdo porque hubo voluntad política de convocar y permitir el referéndum. No se dejó en manos de tribunales lo que se pudo resolver políticamente». Señalan además que «todo parece indicar que Escocia y Reino Unido volverán a pactar la celebración de un nuevo referéndum de independencia», el segundo en tres años añaden, cuando más bien las noticias que llegan abonan la opinión contraria: el gobierno inglés es más que reacio a la celebración de ese segundo referéndum y sólo con la autorización del Parlamento de Westminster se podría celebrar. No está mal, concluyen, «para algo que en España no puede ni tan solo formar parte de una mesa de diálogo entre los Gobiernos español y catalán», mesa que ellos, en general, han rechazado siempre a no ser que se les diese razón en todo, sobre todo en sus puntos esenciales: referéndum secesionista, som una nació, tenemos soberanía… y que os den. Han hablado, por otra parte, no lo olvidemos, centenares y centenares de veces, de referéndum unilateral. De diálogo, pues, nada de nada.
Recuérdese por otra parte su inconsistencia. CDC, PDCat, se opuso a un referéndum esencial en la anterior legislatura. No quisieron que la ciudadanía, tampoco la catalana, nos manifestáramos sobre el TTIP. Sus prácticas democráticas no son modelo de nada.
Pactar la forma de resolver las diferencias políticas siempre une, prosiguen cínicamente los mismos que durante décadas no han parado de alimentar todas las diferencias posibles en ámbitos donde no eran tales. Más aún: las diferencias, afirman, «sólo separan y dividen si no se quiere acordar la forma de resolverlas». Además, esas diferencias, sostienen, «son consustanciales en la sociedad democrática, no son negativas, hay incluso que tratarlas con delicadeza si se trata de diferencias cuya defensa es más difícil y comprometida», y lo dicen ellos, precisamente ellos, que no cesan de imaginarse y construir una Cataluña sin diferencias donde, de hecho, ser catalán (en su concepción nacionalista) es un registro, a veces un poco supremacista, que excluye a millones de catalanes. Ahí, insisten, «es donde la democracia se robustece y se afianza ante la pulsión populista y simplona de resolver la diferencia mediante la prohibición, los muros y la discriminación. Señalar al diferente como amenaza, como elemento de división de una sociedad que vivía tan tranquila en sus sagradas e inquebrantables certezas, es, aparte de terriblemente injusto, un grave obstáculo para la búsqueda de soluciones». ¿Están hablando de ellos mismos y de sus prácticas potíticas reales cuando hablan de señalar al diferente como amenaza? ¿Quién está hablando de levantar muros? ¿No son ellos?
El escenario del referéndum acordado, cuyos límites no dibujan (¿para el conjunto de España?, ¿preguntando qué?) es el que dicen desear en Catalunya. Lo han propuesto, sostienen, en diversas ocasiones. ¿Cuando hablaron, por ejemplo, de referéndum o referéndum? ¿Fue entonces? ¿Cuando intervienen en el Congreso de Diputados con toda la chulería del mundo? Hoy, prosiguen, «pese a los malos augurios y el rechazo frontal del Gobierno español, volvemos a insistir en ello. Tal vez sea injusto atribuir al presidente Rajoy, a su Gobierno y a su partido esa actitud en exclusiva. Observamos con pena y tristeza que esa misma posición, sin ningún tipo de matiz, la comparten PP, PSOE y Ciudadanos». Ese sin ningún matiz, teniendo en cuenta las diversas corrientes del PSOE, dice mucho de su ceguera y uniformismo político. No entro en ello. Por lo demás, conviene señalar que las fuerzas citadas deberían hacernos pensar a las no citadas. ¿¿Qué habremos hecho mal las gentes de izquierda para que CPyOJ se sientan cómodos con nuestras posiciones?
Prosiguen contando la misma historia falsa que, probablemente, ni ellos mismos creen. Así las cosas, señalan, parece bastante indiscutible -¿bastante indiscutible?- «que la actitud del Gobierno catalán y del Parlament de Catalunya se asemeja a la posición escocesa (dialogar y acordar un referéndum), pero que la actitud del Gobierno español y las Cortes Generales no se parece en lo más mínimo a la del Gobierno y el Parlamento británicos». ¿Que la actitud secesionista catalana es semejante a la posición escocesa cuando, después de perder el plebiscito 27S, el gobierno catalán habla (y no sólo habla) de desconexión, de leyes de transitoriedad, cambian procedimientos parlamentarios con nocturnidad y alevosía para hundir el debate parlamentario, y anuncian una nueva República catalana día sí, noche también? ¡Qué tendrá que ver eso, más allá de otras diferencias, con las prácticas y los tiempos escoceses!
Las querellas y la judicialización de la política, guerra sucia, amenazas de uso de medidas excepcionales, a las que hacen referencia tienen también en ellos representantes de primera mano. Recordemos sus actuaciones con los encausados por las huelgas generales y las actuaciones policiales de los Mossos d’Esquadra bajo la dirección de Felip Puig, un clon, a veces mejorado en términos represivos, de Jorge Fernández Díaz.
De su actitud sesgada y antidemocrática es prueba lo que afirman a continuación : «En sintonía con la voluntad de Gobierno, Parlament y sociedad, se ha puesto en marcha en Catalunya el Pacto Nacional por el Referéndum, del que participa una pluralidad aplastante de la sociedad catalana, incluidos agentes económicos y sociales». Ni sociedad catalana ni pluralidad aplastante ni historias falsarias. De nuevo, por error o porque consideran no catalanes a los que no comulgamos con su credo nacionalista, están hablando de ellos, del mundo secesionista. La afirmación sobre el 80% de los catalanes que querrían ser consultados acerca del futuro político de Catalunya en relación con España es otro de sus cuentos. Preguntado como preguntan es difícil decir que no. De hecho, como compañeros han señalado: ¿y dónde está el 20% restante? Una cosa es ser consultados y otra cosa es ser partidarios del ejercicio de un inexistente derecho a decidir que esconde, como todo el mundo sabe o intuye, sus ansias de poder y de mando en plazo.
Hablan de esforzarse para hallar soluciones. Pues venga, adelante. Que empiecen, por ejemplo, por parar desconexiones, airear textos constitucionales y hacer dimitir a uno de sus hombres más hooligangs, el que han puesto nada menos en la dirección de TV3.
Anuncian, y la formulación no es frecuente, que si se mantiene el rechazo «no es ninguna sorpresa que reiteremos que no vamos a renunciar a ejercer ese derecho» y que va a hacer lo indecible «para que los ciudadanos de Catalunya puedan votar en 2017, en un referéndum de autodeterminación». Vale, ahora hablan claro. ¿Cataluña es una sociedad colonizada o explotada que justifique el ejercicio de ese derecho? ¿Como Baviera, como la Italia del Norte? ¿Siguen con la Cataluña oprimida por España? ¿Les oprimen y les deja decir lo que les viene en gana en un diario español del sistema?
Dicen que están en esto por convicción y compromiso, rindiendo cuentas ante los electores. Nada de eso. Están por ansias inconmensurables de poder y sin rendir cuentas. Si rindiesen cuentas a los electores, tendrían que aceptar la mayor: han sido derrotados, fueron derrotados el 27S y en consultas posteriores leídas como ellos leen. Luego, como siempre, la lían, confunden A con Z, y señalan que «no se nos ocurre pensar que el futuro de Catalunya no lo van a decidir sus ciudadanos y sí el Gobierno español». ¿Quién afirma una cosa así, la que dicen criticar? ¿No será más bien que ellos, el gobierno catalán, decide, ya está decidiendo en nombre de los catalanes, y en contra de su opinión en las pasadas elecciones? ¿No están decidiendo ellos el futuro de Cataluña que más le gusta en contra de la opinión de millones y millones de ciudadanos que no coincidimos con sus posiciones?
Luego confunden, es pan tóxico nuestro de cada día, estado y goberno del PP y afirman que «el Estado ha abandonado a todos los catalanes, también a los que no quieren la independencia, pero aman a Catalunya como el que más y sufren, por tanto, cuando su país sufre». Que no sean independentistas, prosiguen, «no significa que la desatención de Catalunya no la sientan profundamente y paguen también las consecuencias». Pura retórica. Engañan cuando hablan. Por lo demás, tienen razón en parte: ellos son Estado y desatienden a los sectores más perjudicados por la situación. Gobiernan para los suyos. No es la desatención de Cataluña, hablando como hablan en términos de naciones; es la explotación, maltrato y desatención de los sectores más desfavorecidos de la sociedad catalana, maltrato en el que se les ve muy cogidos de la mano a gobierno catalán y al gobierno de Rajoy, lo que genera justa oposición en muchos ciudadanos federalistas de Cataluña que se ven poco representados políticamente por los suyos, por los que deberían ser suyos. Basta pensar en las prácticas destructivas de los consejeros de Sanidad y Enseñanza como ejemplo de ese amor a Cataluña que dicen profesar. Quin riure, quin riure!
El Gobierno de la Generalitat, afirman, va a poner las urnas, que decidan. Es su derecho, y lo van a ejercer. Pero ya hemos decidido. Insisto una vez más: no estamos a favor de la destrucción de un demos común. Queremos una nueva España federal en la que encaje, como ellos dicen, una Cataluña solidaria, justa y no próxima a posiciones liganordistas. La más popular, la heredera de la lucha antifranqusita. No queremos una Cataluña de ricos dirigida por ricachones sin escrúpulos.
Finalizan su artículo CpyOJ citando nada menos a Antonio Garrigues Walker -¡válgame Dios!- que, según ellos, «recordaba algo con lo que estamos de acuerdo los demócratas en general, partidarios o contrarios a la independencia: en democracia no existe el derecho a no dialogar». Nosotros, afirman un poco chulitos y lavándose otra vez la cara y permitiendo que habite el olvido sobre lo dicho y hecho, «ya estamos sentados en la mesa del diálogo. ¿Van a tardar mucho los demás invitados?». Más aún: «Más más: ¿van a venir? Cuando sea demasiado tarde, por favor, no nos miren a nosotros. Sean, por una vez, tan exigentes, críticos e implacables con sus gobernantes inmóviles como lo han sido con nosotros todos estos años en que desde el rechazo a la sentencia contra el Estatut hemos consolidado una amplia mayoría favorable a que los catalanes decidan su futuro en referéndum».
Como el llamamiento parece estar destinado a los ciudadanos -seguramente piensan en los españoles (para ellos, los no catalanes), porque los lectores de El País en castellano, deben ser para ellos todos españoles-, algunos ciudadanos, yo soy uno de ellos, barcelonés para más señas, queremos ser tan crítico como los autores demandan y exijo a uno de mis gobiernos, al catalán (al de Rajoy también pero no es el punto ahora) que dejen de permanecer en posiciones inmóviles, que no nos cuenten otra vez el cuento del Estatut, y que ciertamente, los catalanes, como el resto de españoles, queremos decidir nuestro futuro en determinados asuntos a través de referéndums sin inventarnos agravios y derechos inexistentes. Por ejemplo, como antes señalábamos, en el asunto del TTIP, referéndum al que los dirigentes de CDC, la actual PDCat, se opusieron.
Así que de dar lecciones de democracia, más bien poco. Ellos menos que nadie. Que se miran un poco a su propio ombligo.
Acabo ya. ¿Cómo interpretar este artículo de CPyOJ? ¿Muestra de debilidad o muestra de pegada? Ustedes decidirán la mejor lectura. Por si acaso, lo mejor es no fiarse ni un pelo, como no nos fiamos del gobierno Rajoy. En los choques de trenes los que manipulan los mandos a distancia no salen perjudicados; los viajeros, todos los viajeros, solemos salir heridos o lesionados. Y a ellos no les suelen importar mucho. Van a la platea del Liceo o al palco del Camp Nou.
Notas.
1) http://elpais.com/elpais/2017/03/19/opinion/1489946049_837011.html?id_externo_rsoc=TW_CC
2) El País, 20 de septiembre de 2017, pp. 16-17.
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