Pocas semanas han transcurrido desde la celebración del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba y es oportuno abordar, aunque sea muy brevemente, las principales decisiones adoptadas, varios aspectos que han rodeado dicho acontecimiento así como diversas lecturas que algunos analistas hacen sobre las consecuencias, los avances y las carencias visualizadas en el evento. El […]
Pocas semanas han transcurrido desde la celebración del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba y es oportuno abordar, aunque sea muy brevemente, las principales decisiones adoptadas, varios aspectos que han rodeado dicho acontecimiento así como diversas lecturas que algunos analistas hacen sobre las consecuencias, los avances y las carencias visualizadas en el evento.
El VI Congreso del PCC ha tenido lugar en un contexto marcado, entre otros, por las dificultades económicas en la isla, la evidente ineficiencia en el sistema productivo (especialmente de alimentos), la falta de resultados suficientes de algunos cambios implementados desde la llegada de Raúl Castro al puesto de Primer Ministro (tras los problemas de salud de Fidel en 2006), la reciente excarcelación de diversos presos procesados por actividades contrarrevolucionarias y el mantenimiento de la política agresiva contra la Revolución por parte del gobierno de EEUU.
Llega también en un contexto regional bastante diferente a aquel en que se celebró el V Congreso en 1997, un año antes del triunfo electoral del Chávez, cuando el proceso bolivariano de integración regional ejemplificado principalmente por el ALBA ni siquiera estaba en marcha y Cuba no tenía el apoyo político internacional con el que cuenta actualmente.
Al VI Congreso se ha llegado tras un intenso debate comenzado en diciembre de 2010 en el que, según datos proporcionados por el propio Raúl en una de sus intervenciones, habrían participado más de 8 millones de cuban@s a lo largo de 163.000 reuniones celebradas en centros de trabajo y barrios. Como es evidente, en estas discusiones han tomado parte millones de cuban@s que no son parte de los 800.000 militantes del PCC. El sólo hecho de llevar a cabo semejante proceso de discusión y recogida de propuestas en todo el país demuestra bien a las claras la diferencia entre el modelo cubano y los modelos imperantes en la mayor parte del mundo (incluyendo, claro está, Euskal Herria, donde convocar un referéndum sobre un tema que incumbe directamente al pueblo, dígase por ejemplo el TAV, es declarado ilegal y puede conllevar procesamiento). En Cuba, aún con sus imperfecciones, burocracia y cierta piramidalidad llamada a perder peso progresivamente, l@s cubanos participan en discusiones sobre temas que les atañen y, en último término, son ell@s mism@s quienes deciden; no el FMI, el BM, los bancos o los inversionistas extranjeros.
El trasfondo económico de este Congreso ha sido preponderante y clara prueba de ello es la cita de Raúl Castro al inicio del documento «Lineamientos de la política económica y social» presentado para su discusión: «La batalla económica constituye hoy, más que nunca, la tarea principal y el centro del trabajo ideológico de los cuadros, porque de ella depende la sostenibilidad y preservación de nuestro sistema social».
El nivel de autocrítica observado en los discursos del propio Raúl en el Congreso (disponibles en internet), aunque para algunos sea insuficiente, no deja de llamar la atención, acostumbrados como estamos a la palabrería y una ausencia total de autocrítica en las democracias burguesas. A este respecto, y sobre la idea señalada en 2005 por Fidel acerca de la reversibilidad del proceso revolucionario cubano, no por la presión externa, sino por los errores internos, Raúl reclamaba autocrítica y no esconder realidades incómodas bajo la excusa de que puedan ser utilizadas por el imperialismo, lo que a la postre supone escondérselas al pueblo cubano y perpetuar los problemas al no abordar las posibles soluciones.
De los 291 lineamientos del documento inicial 16 fueron integrados en otros, 94 mantuvieron su redacción, 181 vieron modificado su contenido y 36 fueron incorporados. Es decir, dos tercios de los lineamientos fueron reformulados, lo que pone de manifiesto el nivel de discusión alcanzado, la posibilidad de incidir sobre los resultados, la resistencia de una parte importante de las bases y sectores de la sociedad cubana frente a determinadas medidas propuestas por la dirección, así como la necesaria receptividad de esta última.
Una de las decisiones más controvertidas ha sido la paulatina desaparición de la «libreta» (cartilla de racionamiento) vigente desde 1962 y mediante la cual todas las familias cubanas reciben mensualmente una serie de productos básicos (principalmente alimentos) en función del número de miembros y que, si bien apenas llega para una o dos semanas, supone un importante soporte para muchas familias. Dicha decisión se ha basado en la racionalización de los recursos, intentando dejar a un lado un asistencialismo igualitarista que desde hace ya bastantes años (especialmente desde el Período especial) no tiene mucho sentido, ya que tod@s l@s cubanos no están en la misma situación (quienes reciben remesas de dólares de familiares en el exterior o quienes tienen ingresos altos procedentes mayoritariamente del turismo reciben los productos de la libreta igual que quienes sólo cuentan con su sueldo en pesos). Además de ello, con la eliminación de la libreta se quiere acabar con algunas irregularidades detectadas en su distribución y con las actitudes contrarias al trabajo de aquell@s que prefieren vivir de las rentas de un sistema paternalista y de «resolver» mediante actividades frecuentemente ligadas al mercado negro. No obstante, los servicios básicos (sanidad, educación…) seguirán siendo universales para tod@s l@s cuban@s.
A pesar del mantenimiento del Estado como principal órgano rector de la economía, otra de las decisiones adoptadas que tendrá un mayor coste social será la reducción del aparato estatal en más de un millón de personas, partiendo de la constatación de una excesiva burocratización que supone una importante carga económica para el Estado.
Otro aspecto que se impulsará será la descentralización del aparato estatal, tanto administrativamente como a nivel productivo (ministerios-empresas estatales). Tal y como lo indicara el propio Raúl, la centralización (e implícitamente su burocracia asociada) ha obstaculizado la participación y el dinamismo en las empresas, donde muchos cargos simplemente esperan cómodamente a recibir órdenes desde arriba, sin tomar decisiones ni asumir responsabilidades, sin correr ningún riesgo, lo que a la postre se habría convertido en una práctica anquilosante para el sistema productivo.
Paralelamente se ha ratificado el impulso al trabajo por cuenta propia sustentado sobre un sistema tributario que permita al Estado recaudar fondos para ser invertidos en las necesidades de la población, algo que no es nuevo sino que da continuidad a unos cambios que se vienen operando desde hace ya varios años con el fin de aumentar la producción y hacer frente a la falta de abastecimiento de diversos productos. Sin embargo, aunque se ha recalcado que todas las medidas tomadas buscan preservar las conquistas de la Revolución y se ha rechazado expresamente la vuelta al capitalismo, se abre un margen mayor a las leyes del mercado, a la ley de la oferta y la demanda, en cierto ejercicio de pragmatismo que, en opinión de algunos intelectuales marxistas no va a resolver los problemas de la sociedad, como en ningún país lo ha hecho en estos últimos siglos. Lo que se discutió en el Congreso fueron los ritmos de aplicación de un socialismo mercantil, habiéndose decidido hacerlo poco a poco, y no con la velocidad que se había propuesto inicialmente (entrevista a Néstor Kohan en TV Pública argentina). En opinión de algunos de estos intelectuales, solidarios con la Revolución cubana (precisamente por ser críticos honestos), la discusión sobre otras posibilidades de modos de producción colectivos y no directamente estatales, otorgando mayor poder de organización y gestión directa a los trabajadores, ha sido insuficiente.
Respecto a los aspectos organizativos la renovación de los cargos a nivel del Buró político del PCC ha sido muy limitada y siguen predominando militantes de edad avanzada (Raúl mencionaba la importante deficiencia de cuadros suficientemente formados como uno de los errores cometidos por el Partido en las últimas décadas), aunque entre los 115 miembros del nuevo Comité Central se ha incrementado la participación de militantes más jóvenes y de mujeres (pasan de un 13,3% a un 41,7%) y la de negros y mestizos se incrementa un 10%, llegando al 31,3%. Asimismo, se ha establecido un máximo de dos períodos consecutivos de 5 años para el desempeño de cargos, tanto en el Partido como en el Estado.
Una de las críticas que se le ha hecho a este VI Congreso desde algunos intelectuales latinoamericanos es el no haber profundizado suficientemente la desburocratización y la búsqueda de una delegación progresiva de poder y de protagonismo desde los aparatos estatales hacia el pueblo trabajador. Una mayor horizontalidad en último término. Para ello se parte de la constatación de que la Revolución está hoy más asentada que en sus comienzos, y sin que ello sea óbice para que el Partido mantenga su papel de organizar y orientar los esfuerzos para avanzar hacia la sociedad comunista y el Estado mantenga su rol coercitivo en la fase de transición del capitalismo al comunismo.
Los próximos años mostrarán en qué medida han sido adecuadas las medidas adoptadas en este VI Congreso. Como señalan algunos críticos, tal vez no se han abordado con la suficiente profundidad algunos aspectos importantes, se ratifican y incluso refuerzan implícitamente ciertas concesiones al capitalismo y se adquiere una visión más pragmática, frente al idealismo de los primeros años (si bien es cierto que en un contexto regional y mundial algo diferente al actual) ejemplificado especialmente por los planteamientos del Che sobre la economía socialista. De momento, el pueblo cubano sigue demostrando que es él quien, con sus particularidades, aciertos y errores, tiene en sus manos su propio rumbo, algo que no pueden decir la mayor parte de los pueblos del mundo, entre ellos los que vivimos en supuestas «democracias» formales. Ha demostrado ser un pueblo formado, organizado, disciplinado y consciente.
No conviene olvidar, sin embargo, que, como ya lo teorizaron los grandes autores marxistas, no es factible a largo plazo la construcción del socialismo en un solo país. Cuba pudo sobrevivir a 90 millas del imperio más poderoso que ha conocido la Historia en gran medida gracias al apoyo de la Unión Soviética (al margen de la abnegada lucha que ha caracterizado históricamente al pueblo cubano). Durante 5 décadas ha logrado hacer frente a toda una serie de agresiones militares imperialistas (sabotajes, atentados, intentos de invasión, ataques biológicos…) y a un bloqueo que, todavía hoy, sigue condicionando notablemente el comercio internacional de la isla. El proceso bolivariano que, con sus avances y algunas contradicciones internas, constituye hoy el principal referente de transformación a nivel de Latinoamérica, ha contribuido a reforzar a la Revolución cubana. Pero, aunque el resurgimiento del bolivarianismo haya desbaratado en gran medida los planes del imperialismo yanqui sobre su «patio trasero», la amenaza continúa. En este sentido, el avance y consolidación de este proceso antiimperialista a nivel continental es indispensable para asegurar el avance de la Revolución, en Cuba y en el resto de pueblos de la Patria grande. Es, asimismo, el mejor aporte que pueden hacer a los demás pueblos en la larga lucha hacia un mundo sin explotadores ni explotados.
* El autor es miembro de Askapena
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