La edición de ayer de El País nos deleitó con una apología de Amancio Ortega, fundador y propietario del Grupo Inditex y «uno de los hombres más ricos de todo el planeta». El largo artículo hace un recorrido que va desde la valoración de su patrimonio («una fortuna que esta semana ha alcanzado un valor […]
La edición de ayer de El País nos deleitó con una apología de Amancio Ortega, fundador y propietario del Grupo Inditex y «uno de los hombres más ricos de todo el planeta».
El largo artículo hace un recorrido que va desde la valoración de su patrimonio («una fortuna que esta semana ha alcanzado un valor récord de unos 16.600 millones de euros», fruto de una treintena de empresas controladas por el empresario), hasta la diversificación de sus inversiones, pasando -cómo no- por sus modestos inicios como fabricante de batas de mujer junto a su señora, en la Coruña de 1963.
Al parecer un empresario es digno de elogio si cuenta con abultados balances de beneficios y con astucia financiera como para hacerse con importantes porcentajes de participación en empresas multinacionales. En este terreno Ortega parece ser imbatible, y de ahí que El País destaque y reconozca su impagable misión: «más inversiones, más mercados, más tiendas, más ventas, más beneficios, más dinero para invertir. Es el círculo virtuoso en el que ha vivido Zara desde su nacimiento, una noria que al dar vueltas multiplica su tamaño».
Éxito en los negocios quiere decir modelo a seguir. Para El País -propagandista del libre mercado y de la sociedad de consumo- más significa mejor, la virtud se puede cuantificar en millones de euros y quien gestiona muchos puestos de trabajo nunca debe ser criticado.
Por tanto, hablar del propietario de Zara (una empresa que es «materia de estudio en las escuelas de negocio de todo el mundo») y de sus productos (que en «cualquier rincón del mundo han sido objeto de elogios recurrentes») no sólo es bueno, sino conveniente. Aunque ello signifique ceder un importante espacio de la edición dominical a un artículo que únicamente podría ser definido como publicitario.
Lo que calla El País
Sería mucho pedir que en este panegírico, El País hubiera hecho una mínima referencia a algunas de las razones gracias a las que Amancio Ortega alcanza astrónomicos beneficios e incrementa exponencialmente su fortuna personal.
Por poner un ejemplo, baste un somero repaso a ciertos titulares aparecidos en la prensa: Condenan a ZARA por obligar a trabajar los domingos que consideren «oportunos», Stradivarius (ZARA-Inditex) condenada por competencia desleal, Denuncian en Portugal que subcontrata de Zara explota a niños, Intermón denuncia que El Corte Inglés, Mango, Zara y Cortefiel fomentan la explotación laboral.
Pero es que el diario independiente de la mañana no sólo oculta este tipo de información sino que, incluso, la justifica: «De Zara, de Inditex, se sabe casi todo. […] La empresa está a la vanguardia en transparencia y buen gobierno corporativo».
No queda claro qué incluye ese casi todo, porque la verdad es que el periódico no cuenta casi nada. El colectivo gallego de Mulheres Transgredindo denunció hace un año [1] que alrededor de 60 mil mujeres trabajan para Inditex en talleres clandestinos, sin luz natural, durante doce horas y con sueldos de doscientos euros al mes. ¿Es esto la vanguardia de la transparencia y el buen gobierno corporativo? Dice El País que «a Ortega tampoco le ha dado miedo salir al extranjero». Y debe de ser cierto, pues los realmente atemorizados son, a buen seguro, las trabajadoras y trabajadores de esos países.
En Tánger (Marruecos), las fábricas proveedoras tienen jornadas de 12 ó 13 horas diarias en temporada alta, a veces incluso de 16. Y el ritmo de producción se ha incrementado tanto que deben entregar los pedidos en un plazo de entre 15 y 30 días (en ocasiones en apenas cinco), cuando tres años atrás lo hacían en tres meses [2]. No en vano el grupo Inditex cuenta con los plazos de entrega más cortos del mercado. Y en Portugal, la denuncia del semanario Expresso desveló la explotación infantil de la que se beneficiaba esta empresa. Niños y adultos que, desde sus casas, confeccionaban entre 100 y 150 zapatos diarios por los que se les pagaba 20 ó 30 euros. No muy lejos de allí, este mismo calzado se vendía en las tiendas de Zara a un precio 100 veces superior.
En alusión a los riesgos de impedir la contratación de los niños en las fábricas, José María Castellano, consejero delegado de Inditex hasta septiembre de 2005 aseguró que «en algunos países, si quitas á los chicos de trabajar es peor, es un problema para las familias y acaban en la prostitución».
Qué importancia tienen entonces este tipo de denuncias. Para El País evidentemente ninguna, y puestos a elegir mejor optar por quien te puede dar de comer, que no permitir que la realidad pueda estropear un buen titular.
Una imagen vinculada a la economía sumergida
En su libro «Zarápolis» (Ediciones Bronce. Madrid, 2001), Cecilia Monllor se adentra en la economía sumergida gallega para denunciar las condiciones de semiexplotación que impone el grupo Inditex. Según los sociólogos Carlos Rabuñal y Marta Casal, el verdadero «milagro» empresarial se encuentra en los «talleres concebidos únicamente como un instrumento de alta productividad a bajo coste», en los cuales «se fuerza a los empleados a trabajar en condiciones pésimas». Una de las frases preferidas de los encargados, aleccionados por los enlaces o representantes de Inditex , suele ser: «Mira, si no estás de acuerdo, ahí están los negros deseando trabajar» (Amancio Ortega de cero a Zara, La esfera de los libros, 2004, pag. 100).
Y eso de utilizar a mano de obra inmigrante no es una broma. En 2003 la policía desmanteló en Santiago de Compostela una nave donde trabajaban, en condiciones infrahumanas, 19 inmigrantes chinos confeccionando ropa para Zara (Inditex). De éstos, sólo 10 tenían papeles y contratos, el resto se encontraban en situación de ilegalidad. Ese mismo año, la policía autonómica catalana y la Inspección de Trabajo se toparon con otro taller donde 21 inmigrantes, la mayoría sin permiso de trabajo, realizaban jornadas de 16 horas a 17 céntimos de euro la pieza. El taller funcionaba las 24 horas del día y los empleados vivían en el mismo local y su producción estaba destinada a Zara y Berska. Al verse descubierto, el grupo Inditex reconoció que era una fábrica subcontratada, se deshizo de todos los talleres que tenía en la zona, y trasladó toda esa producción Rumanía y Bulgaria.
Ortega en El País de las maravillas
No es la primera vez que los escribidores de Polanco se encuentran ante la tarea de adular a Amancio Ortega. En El País Semanal del 30 de marzo de 2003 (número 1.383), también apareció un publirreportaje sobre la vida discreta y austera del propietario de Inditex. En aquella ocasión la imagen vendida fue la de un empresario paternalista, discreto, sencillo y austero. La redactora se encontró con él «en el comedor de empleados (…) El hombre sin voz y sin rostro era tan inaccesible para los medios de comunicación como cercano para cualquiera de sus empleados». Lo que seguía era un relato sobre sus gustos y su sencillo modo de vida: «Vive en un discreto bloque de pisos en el centro de La Coruña (…) Era asiduo del Gallo de Oro, donde gusta de comer huevos fritos con patatas (…) Prefiere conducir él mismo su Audi A-8 (…) El mayor signo de ostentación conocido era que condujo en tiempos un Porsche».
Olvidando mencionar que su discreta vivienda se encontraba en el elitista complejo residencial del barrio de Zalaeta frente a la playa del Orzan (A Coruña), y que además era propietario del Pazo de Anceis -del siglo XVII-, con una superficie de 4.200 metros cuadrados, y de otras viviendas en Sanxenxo y Marbella. Y en lo que respecta a la sencillez y falta de ostentación, bastaría con recordar su fabulosa finca de caballos, el Centro Hípico Casas Novas; su colección de Sorollas, su avión privado, que debe andar por los 40 millones de euros; y su modesto yate Valoria, tasado en seis millones de euros. Un yate, claro está, que «en Palma o en Marbella no llamaría la atención de nadie», según se aseguraba en el artículo.
De modo que, no por casualidad, El País decide publicar cada cierto tiempo un texto donde se enaltece al hombre más rico del Estado, aunque para ello se tenga que ocultar cierta información, maquillar al personaje y tributarle unas alabanzas que si no fuesen fruto de un intercambio venal, de ningún modo se verían en un medio que se dice independiente.
Notas: