La palabra izquierda refleja una diversidad de posiciones que hay que valorar según los contextos, combinada con otras identificaciones, y que conlleva una triple dinámica: ampliación, renovación y superación.
En dos artículos recientes, “La izquierda social existe” y “Espacios de la izquierda”, he analizado las características de la izquierda social y los distintos líderes y espacios de la izquierda política. Aquí, como continuación, explico tres cuestiones que tienen que ver con su ampliación al centro (y frente a la abstención), la dimensión e importancia de su identificación igualitaria, democrática y solidaria y la clave para una refundación alternativa que es su dimensión transformadora.
La ampliación al centro y la transversalidad
Una de las tareas de las izquierdas o fuerzas progresistas es la consolidación y ensanchamiento de sus bases electorales, considerando que hay fuertes tendencias abstencionistas y cierta desafección popular, precisamente por la falta de eficacia transformadora. En particular, trato la actitud hacia el centro social e ideológico, una parte del cual se puede considerar progresista y en disputa con las opciones de centro derecha, aparte de los nacionalismos periféricos.
Hay que distinguir dos aspectos. Uno, el de las estrategias para modificar esa actitud centrista del electorado hacia la izquierda, y otro, el de su simple representación, modificando las políticas transformadoras y los discursos críticos de las fuerzas políticas para hacerse más amables y representativos en ese sector centrista.
Lo normal es una combinación de ambas, sin reducir (o a costa de) su prevalencia de intereses y la representatividad en su propio campo popular y de izquierdas, teniendo en cuenta que hay un relativo estancamiento en la conformación de esos espacios que solo se transforman a través de profundas experiencias sociopolíticas, variaciones de la credibilidad de las distintas representaciones políticas y liderazgos y cambios culturales y materiales de fondo en sus bases sociales. Es lo que se ventila para el próximo ciclo electoral: reafirmación y reequilibrio representativo en las izquierdas y ensanchamiento hacia el centro progresista, hoy minoritario pero significativo para conformar mayorías electorales frente a las derechas. Pero ese campo popular, con componentes comunes y transversales, es plural y hay que precisar sus equilibrios relacionales y programáticos.
La sedimentación de los rasgos ideológicos diferenciadores de esas tres grandes corrientes, izquierdas, centros y derechas, dura más de dos siglos; su composición y significado han cambiado, aunque esa relación comparativa ha permanecido. De forma sintética, en el caso de las izquierdas (europeas), podemos decir que sus señas de identidad están constituidas por los valores igualitarios y democráticos, frente a la subordinación relacional y el autoritarismo conservador, así como por las políticas redistribuidoras, protectoras y reguladoras del mercado junto con la importancia de lo público y lo común, frente a las posiciones insolidarias y mercantilistas.
Tres dinámicas globales han cambiado o superado esa gran tradición de izquierdas democráticas, sin hacer distingos entre opciones socialdemócratas, eurocomunistas o anarquizantes: la relativa renovación temática, expresiva y de discursos, impulsado por los nuevos movimientos sociales (feministas y LGTBI, ecologistas, pacifistas, antirracistas…) desde los años sesenta y setenta, que configuraron la llamada nueva izquierda renovadora; el giro socioliberal, en los años noventa, de la mayoría de la socialdemocracia europea hacia la tercera vía o nuevo centro, junto con el declive del eurocomunismo (y la desaparición del bloque soviético) y la ofensiva neoliberal y globalizadora de las derechas; la respuesta popular progresiva e indignada, a raíz de la crisis socioeconómica y las políticas prepotentes de austeridad de hace una década, con la reconfiguración de las izquierdas y el nuevo espacio alternativo llamado ‘violeta, verde y rojo’, o bien progresismo de izquierdas con un fuerte componente feminista y ecologista y, en España, con gran peso de la necesaria democratización institucional y la articulación de la plurinacionalidad.
Así, más allá de las controversias, a veces estériles y unilaterales, entre dinámicas materialistas o postmaterialistas y entre objetivos de cambio estructural o cultural, la nueva etapa, todavía más con la pandemia, está exigiendo una combinación de los cambios socioeconómicos, político-institucionales y culturales, así como una interacción y articulación de los espacios y sujetos sociales y políticos de nuevo tipo, junto con sus correspondientes referencias simbólicas, teóricas e identificadoras.
La identificación igualitaria, democrática y solidaria
El sentido de pertenencia o autoubicación de izquierdas (y de derechas y de centro), con los cambios a gran escala antedichos, todavía constituye un componente fundamental para la identificación ideológico-política de la población. Se puede y se debe vincular con otros rasgos sociodemográficos y de cultura política, pero las formaciones políticas progresistas o de izquierdas deben contar con ese bagaje de experiencia y cultura sedimentadas esta década que conforma una nueva actitud democrático-igualitaria, en defensa del bienestar social, de lo público y lo común.
El riesgo es caer en la pretensión idealista de considerar la sociedad una página en blanco o completamente fragmentada e individualizada cuyo perfil sociocultural y político-ideológico lo va a construir un liderazgo discursivo con un contenido difuso. Se tienen que superar los significados ambiguos de los discursos respecto de su significado igualitario-emancipador, es decir, reafirmar una nueva identificación progresista, popular o de izquierdas renovadas.
El factor clave es el papel transformador sustantivo de las relaciones desiguales y dominadoras que constituyen, para las mayorías populares, la principal trayectoria vital a revertir. Y esa experiencia popular se conecta con unos valores que no son otros que la igualdad, la libertad y la solidaridad de la tradición de izquierdas, democrática y republicana, convenientemente reinterpretada y renovada. Por tanto, estamos ante un proceso complejo de combinar continuidad, renovación y superación de las prácticas sociales y las identidades colectivas que configuran los nuevos sujetos o espacios transformadores.
En todo caso, hay que diferenciar los dos planos: las tendencias y configuraciones sociales, y las características y nominaciones de las representaciones políticas. La expresión Ni de derechas ni de izquierdas, en el terreno ideológico puede significar solo centrista (con una pequeña minoría que dice ser apolítico o que no se define), pero en el terreno político-electoral puede expresar (como en el 15-M) la oposición al PP y PSOE (al bipartidismo gobernante) por su gestión neoliberal, autoritaria y regresiva de la crisis, y desear un nuevo espacio político, del que emergió Podemos y sus confluencias y la renovación de Izquierda Unida.
El nombre ya no expresaba una referencia político-ideológica (izquierda, socialdemocracia, socialista, progresista, ecologista…) sino de alternativa multidimensional y capacidad transformadora. Su sentido estaba dado por la experiencia y el contexto inmediato relativamente nuevo: era fundamentalmente democratizador, progresivo y de justicia social; es decir, nuevo y, al mismo tiempo, inserto en la tradición igualitaria y democrática de las mejores izquierdas, no de las derechas ni del centro, aunque las señas ideológicas eran todavía parciales y en pugna interpretativa por su significado, su nominación y su representación.
Y llegamos al proyecto anunciado de Frente amplio, con una pertenencia colectiva progresista transformadora y un perfil ideológico de izquierda renovada o neolaborismo con componentes transversales con un encaje todavía por determinar. Esas dos palabras reflejan unidad de un conglomerado de fuerzas y aspiración mayoritaria. Su sentido histórico-contextual lo da la experiencia democrática progresiva de esta década sobre la articulación alternativa en España (y otros países del sur europeo) y, salvando las distancias, la referencia política en varios países latinoamericanos.
La dimensión transformadora, clave para una refundación alternativa
Ante las dificultades para levantar una identificación ideológica nueva y aparte de echar mano, más o menos reactiva o utópica, de las identificaciones fragmentarias existentes, se ha solido sustituir el relativo vacío y la diversidad ideológica por menciones a su adscripción sociodemográfica (gente, pueblo…) a efectos de legitimación cívica sin una identificación ideológica fuerte, aunque la autoubicación mayoritaria era y sigue siendo de pertenencia a las izquierdas, aun en una densidad débil y con mezclas diversas de su identidad múltiple.
Esa desideologización o eclecticismo tiene su parte positiva, al adaptarse de forma pragmática y multilateral a la realidad, pero también su inconveniente de posibilismo adaptativo y disperso, al infravalorar un proyecto común, una articulación solidaria y una estrategia compartida, sustituidos, a veces, por un hiperliderazgo y un activismo discursivo. Sin avanzar en ese ámbito de perfil ideológico o proyecto estratégico de país, lo que queda es el utilitarismo inmediatista o la pelea por el ventajismo organizacional, que hay que superar por una dinámica progresiva, igualitaria-emancipadora e integradora, y un modelo social y democrático avanzado, lo que supone renovación y superación de lo existente.
La diferenciación de cultura política o identificación ideológica tiene su correspondencia con las tres grandes tendencias sociopolíticas: involución regresiva, reaccionaria y autoritaria en el caso de las derechas; continuismo centrista o socioliberal en gran parte del consenso europeo liberal-conservador-socialdemócrata, y de progreso o transformador, con el refuerzo de una estrategia democrática y de justicia social. El actual gobierno de coalición en España es un punto intermedio, con un consenso mínimo, entre las dos últimas y ante la amenaza de la primera. Junto con sus alianzas con el nacionalismo periférico tiene la tarea de ganar las elecciones generales e impulsar una siguiente legislatura de transformación progresista y democrática.
El eje articulador de las tendencias sociopolíticas de fondo, asociadas a esas tres grandes opciones ideológicas, es el alcance transformador de las políticas públicas y su orientación progresiva (o regresiva). Por tanto, el sentido real y sustantivo de los cambios político-institucionales se vincula a cómo se afrontan los problemas y las demandas persistentes de las mayorías ciudadanas, principalmente las condiciones vitales y sociolaborales de la ciudadanía, articuladas en un proyecto reformador democrático-igualitario de país. Problemas que el propio CIS también señala y cuya interpretación y conversión en políticas públicas y legitimación de actores están sometidas a fuerte pugna por su legitimación y gestión.
Su desarrollo dependerá del reequilibrio de fuerzas en el próximo gobierno progresista de coalición y el nivel de activación cívica y popular para empujar en ese proceso transformador. Es la perspectiva para la triple dinámica: reafirmación, renovación y superación de las izquierdas y avanzar en un cambio de progreso.
Antonio Antón. Departamento de Sociología – Universidad Autónoma de Madrid. Autor del libro “Perspectivas del cambio progresista”
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