Explico dos cuestiones relevantes en el debate actual: el marco y el sentido de la propuesta de frente amplio, y la experiencia de qué se puede transformar por las fuerzas del cambio de progreso y sus alianzas, con la interacción entre el contexto estructural e histórico y la capacidad transformadora y de agencia de un sujeto sociopolítico alternativo.
1. EL SENTIDO DEL FRENTE AMPLIO
El ¡SÍ SE PUEDE! ha sido una idea fuerza que, desde hace más de una década, ha servido de identificación de un amplio campo social y político que ha propugnado un cambio de progreso frente a las políticas de austeridad económica y desprotección social y el continuismo del bipartidismo gobernante. Esa idea básica expresaba una voluntad transformadora progresista cuya persistencia explica la continuidad de las fuerzas del cambio, combatidas por el poder establecido y sus distintos mecanismos para imponer el cierre reformador. No lo han conseguido, y esa dinámica alternativa permanece. Pero, al mismo tiempo, es necesaria su renovación y la adecuación a las variaciones producidas, en particular su representación política y el perfil de su proyecto.
Esa corriente popular indignada y crítica, con componentes transversales y un espacio electoral disminuido, todavía constituye una base social para el impulso de un renovado frente amplio. Sigue teniendo unos ejes fundamentales con un significativo respaldo de mayoría sociales: justicia social frente a la precariedad sociolaboral, con el objetivo de la igualdad en primer plano, incluido frente a las desventajas de género y la desigualdad y la desprotección social; democratización institucional, incorporando la plurinacionalidad y la cohesión territorial y la recomposición de la representación político-institucional; defensa de lo público o común con un fortalecimiento del papel distribuidor, regulador y protector de las instituciones públicas; modernización económica, todavía más evidente tras la crisis derivada de la pandemia, con un reajuste de las especializaciones productivas, el impulso a la transformación verde y el refuerzo de la justicia fiscal y los servicios públicos. Configuran cierta cultura política que se puede llamar progresiva, cívica o de izquierda social.
En esa medida, persiste la gran tarea de cambio progresista que explica la necesidad de una fuerza transformadora, opuesta a los planes de las derechas, y diferenciada y más allá de la socialdemocracia tradicional, más timorata y ambivalente.
Estamos con tres dinámicas de fondo o campos de fuerzas: la presión regresiva e involucionista de las derechas, cada vez más crispadas y autoritarias; los intereses continuistas de un centrismo liberal, con peso en distintos poderes fácticos y con influencia en el propio PSOE, que fracasó pero siempre dispuesto a renacer, y un proyecto de progreso que, de forma realista, pactaron el Partido Socialista y Unidas Podemos, con otros apoyos parlamentarios. Este es el perfil básico todavía vigente, con todas sus insuficiencias y limitaciones, y que conviene renovar para que siga cumpliendo su función transformadora en las nuevas circunstancias. Obedece al cambio cualitativo en las tendencias sociopolíticas de fondo iniciadas hace una década, que han tenido sus expresiones político-electorales e institucionales variadas y con altibajos.
El escenario político ha cambiado. En la última década, desde el inicio de la crisis socioeconómica, las políticas de austeridad y la gestión institucional prepotente, se han modificado a gran escala los contextos socioeconómicos y políticos y, específicamente, los campos sociopolíticos, su representación electoral y los equilibrios institucionales. Podemos dividir esta década larga en tres etapas:
1) El lustro de la indignación popular y la protesta social (2010-2014), con la conformación de una corriente social progresista diferenciada del poder establecido con una gestión regresiva, que ha simbolizado la referencia del movimiento 15-M de 2011 pero que cabe recordar que tuvo un componente muy amplio de protesta sociolaboral y sindical que ahora conviene valorar ante los desafíos transformadores en ese campo y el perfil de la nueva formación política a construir.
2) La formación de las fuerzas del cambio de progreso, Unidas Podemos y sus confluencias, con un apoyo electoral significativo (unos seis millones de personas) inicialmente casi en paridad con la representatividad del Partido Socialista, pero con un bloqueo transformador derivado de la preferencia estratégica del PSOE por su alianza con Ciudadanos y un proyecto continuista con la marginación de Unidas Podemos y su apuesta por un cambio sustantivo, que apenas pudo liderar de forma limitada en algunos grandes municipios, y lastrada por sus propias insuficiencias.
3) El comienzo del cambio institucional estatal con la moción de censura unitaria de las fuerzas progresistas contra el Gobierno de Rajoy, en el año 2018 y, sobre todo, con el nuevo gobierno de coalición progresista, a principios de 2020. Se produce tras la renovación y el reforzamiento del nuevo Partido Socialista por la firmeza sanchista frente a la derecha, y que ocupa un mayor espacio a su izquierda. Junto con ello se produce cierto declive de Unidas Podemos y una vez colocado, tras dos elecciones generales, en un papel subalterno respecto del Partido Socialista. Éste adquiere su prevalencia en el control del proceso institucional, con un programa reformador compartido, razonable respecto de esos nuevos equilibrios representativos y las necesidades de iniciar esas transformaciones básicas.
Pues bien, iniciamos una nueva etapa con las particularidades que debe afrontar el frente amplio, que explico con profundidad en el libro “Perspectivas del cambio progresista”. Desde una óptica progresiva cabe citar dos objetivos, con componentes de continuidad y de renovación:
a) Acabar la segunda parte de la legislatura con el desarrollo del programa progresista con esos ejes antedichos y la estabilidad de la alianza de ambas formaciones del gobierno de coalición y la mayoría parlamentaria con el bloque de la investidura, frente a todos los intentos obstruccionistas de las derechas y una realidad institucional, territorial y socioeconómica difícil.
b) Encaminarse hacia la garantía de una segunda legislatura de progreso, con la derrota del bloque de las derechas, así como con la adecuación de proyectos y liderazgos que expresen un acuerdo básico de colaboración y gobernabilidad entre las fuerzas progresistas.
No obstante, no hay que desconsiderar la expectativa de cada cual de legitimar más su propia posición representativa y gestora. En particular, se trata de debatir sobre la articulación de las fuerzas del cambio o frente amplio, en relación con sus expectativas sobre su capacidad representativa y unitaria y su reflejo político institucional.
Es el sentido de la renovación del liderazgo de Yolanda Díaz, que he analizado en el reciente artículo “Liderazgos para la nueva etapa”. Destaco ahora uno de sus deseables impactos: el ensanchamiento de ese espacio político-electoral del cambio de progreso o frente amplio, con la renovación de su perfil político, su articulación y su liderazgo. Sus resultantes buscan la garantía de un proceso reformador prolongado, frente a los riesgos involucionistas, con el refuerzo de la voluntad cívica transformadora.
Desde mi punto de vista, ese carácter transformador de progreso (igualitario-emancipador-solidario o espacio violeta, verde y rojo), más allá de las etiquetas y la dimensión de su base social, y ya ejemplificado en la propia gestión de Yolanda Díaz y su reconocido liderazgo por el grupo confederal de Unidas Podemos y sus confluencias, es la razón de ser de ese proyecto renovador.
Además, está subyacente no solo el freno al declive de Unidas Podemos y el reagrupamiento de todo el conglomerado de las fuerzas del cambio, sino el legítimo reequilibrio representativo de todo ese conjunto, y que su representatividad e influencia sea más favorable respecto del Partido Socialista, para garantizar mejor ese impulso reformador. Se trata de fortalecer de forma unitaria el conjunto del bloque progresista, incluido los sectores nacionalistas periféricos, tras un proyecto compartido de país y frente a las tentaciones centristas y los intentos reaccionarios.
Al mismo tiempo, supone recomponer sus respectivos papeles y su capacidad articuladora y representativa, con el resultante de un nuevo acuerdo programático y de gestión institucional, dando por supuesto que ambas formaciones del actual Gobierno de coalición son partidarias de renovar sus alianzas y se estabilizan los acuerdos de la actual mayoría parlamentaria progresista. Este es el contexto de este ilusionante proyecto. Queda pendiente analizar detenidamente las particularidades de la propuesta de frente amplio y sus distintas interpretaciones. Volveremos sobre ello. Ahora explico varios debates
2. ¿QUÉ SE PUEDE?
Son conocidas la idea gramsciana que destaca ‘el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad’, así como la afirmación marxista de que ‘las personas hacen su propia historia, pero no bajo su propio arbitrio, sino bajo las circunstancias que se encuentran’, donde combina capacidad de decisión y constricciones estructurales e históricas. Así mismo, cabe recordar la posición del historiador británico E. P. Thompson sobre la formación de las clases trabajadoras en cuanto sujeto social que se conforma a partir de su experiencia relacional y sociohistórica respecto de los poderosos, su diferenciación cultural y asociativa frente a las dinámicas regresivas, su comportamiento sociopolítico y democrático en defensa de sus intereses y demandas cívicas.
En ciencias sociales, desde una perspectiva crítica, distinguimos entre realismo analítico y voluntad transformadora. Diferenciamos entre los hechos y relaciones sociales, con sus condicionamientos estructurales, sociopolíticos e históricos, y dinámicas de cambio (o continuidad) con la articulación y la legitimidad de actores sociales y políticos respecto del poder y sus respectivos proyectos, estrategias y culturas.
Pues bien, vale esta sucinta introducción para definir mi enfoque sobre dos temas candentes que han vuelto a la palestra: la valoración de los límites del proyecto transformador del primer Podemos y, más en general, de las causas del declive de las fuerzas del cambio de progreso, y el carácter del sujeto de cambio confrontado con las realidades del poder; ambas cuestiones en el marco histórico y teórico que detallo en el libro citado.
Aquí, voy a hacer referencia a dos aportaciones significativas e interrelacionadas para este debate interesante y controvertido: por una parte, la de Ignacio Sánchez-Cuenca, en su reciente artículo “¿Por qué no se pudo?”, a propósito de la posición de Íñigo Errejón, expresada en su último libro, “Con todo. De los años veloces al futuro”; por otra parte, la de Manuel Monereo en su artículo “Yolanda Díaz: ¿una forma-partido del mundo del trabajo?”.
El realismo incompleto de Sánchez-Cuenca
Es importante el análisis de las causas del debilitamiento de las fuerzas del cambio para establecer mejor su nueva estrategia unitaria y renovada por una democracia social avanzada. La crítica de Sánchez-Cuenca es sugerente sobre los puntos débiles que manifiesta Íñigo Errejón en el citado libro. Cabría empezar por el reconocimiento del gran acierto estratégico del inicial núcleo dirigente de Podemos, a la hora de construir una representación política de un campo sociopolítico alternativo diferenciado de la socialdemocracia tradicional. Su proceso de formación cobró impulso en el lustro anterior (2010/2014), con todo el proceso de protesta social indignada, democrática y progresista, y estaba huérfano de representación político-institucional.
Es razonable su crítica a cierto irrealismo analítico y voluntarismo político de Errejón (y el inicial núcleo dirigente de Podemos): lo principal de los límites de su capacidad transformadora no serían los errores de orientación y las insuficiencias organizativas de unos y otros, que han sido significativas y ampliadas por las divisiones existentes, sin ser capaces de articular una formación unitaria y pluralista. Desde su punto de vista, lo decisivo para explicar su declive no sería la pugna política e interpretativa sobre la validez de una estrategia más moderada o posibilista (errejonista) u otra más firme y resistente (pablista), respecto del gran dilema estratégico y de alianzas, la actitud ante el pacto continuista del Partido Socialista y Ciudadanos en 2016. Desencadenó un choque profundo que llevó a la ruptura posterior.
Sin embargo, la razón principal de las dificultades de su potencial transformador sería el insuficiente apoyo social, su debilidad representativa y de poder, es decir, su limitada capacidad en la relación de fuerzas respecto de las formaciones del llamado Régimen del 78, donde no solo se incluyen el bipartidismo gobernante, Partido Popular y Partido Socialista sino también el entonces emergente Ciudadanos, así como los poderes fácticos que les amparaban, económicos, institucionales y mediáticos.
En el mejor de los casos (seis millones de votantes y setenta y un escaños), Unidas Podemos y sus confluencias, no constituían una fuerza suficiente para imponer el cambio de Régimen político, territorial y socioeconómico. Podía constituir un objetivo a largo plazo y conformar cierto ideario, pero no era una expectativa realista a corto plazo. La palabra ‘crisis’ de Régimen (o del capitalismo o el neoliberalismo) se puede admitir en sentido débil como dificultad para reproducirse y mantener su legitimidad social, pero no como el tradicional ‘derrumbe’ inmediato y estructural, a la espera de un empujón radical, en su doble sentido de profundo y contundente. Sin embargo, a pesar del reconocimiento del no hundimiento del sistema político-económico, tampoco se ha cerrado toda posibilidad de cambio de progreso.
El ¡SI SE PUEDE! tuvo un gran valor movilizador para imprimir un cambio imprescindible ante el continuismo del bipartidismo gobernante y conectaba con las aspiraciones populares de ese amplio campo sociopolítico progresivo y alternativo. Pero quedaba sin definir el alcance del cambio, su ritmo y sus plazos, muchas veces sustituido por metáforas, más o menos voluntariosas (asaltar los cielos) o ambiguas (construir pueblo) en términos estratégicos.
Lo que se pudo transformar ha sido el final del bipartidismo y reequilibrar la representación política de las izquierdas o fuerzas progresistas, así como disputar con el PSOE la hegemonía en ese campo, aunque enseguida neutralizada por la contraofensiva y aislamiento de todos los poderes, incluida la inicial y latente colaboración socialista en su marginación.
Pero, sobre todo, ha permitido consolidar una representación político-institucional diferenciada de la socialdemocracia, con un ideario transformador y un condicionamiento inmediato de las políticas públicas, incluido su participación gubernamental, en tensión ambos con su discurso épico. Así, se ha conseguido esa acción institucional y unitaria de UP con el PSOE, con una gestión limitada y un ritmo lento (y condicionado por la crisis derivada de la pandemia), pero claramente progresiva y reformadora con impacto positivo para las mayorías populares.
Además, esta nueva etapa del acuerdo del gobierno de coalición progresista deja sin sentido, precisamente, la crítica errejonista al pablismo de izquierdismo o sectarismo. La dimensión del cambio está condicionada por esas dinámicas estructurales de poder frente a las derechas y sus apoyos fácticos y de relaciones de fuerza en el campo progresista, y la nueva estrategia reflejada en el acuerdo gubernamental sería compartida.
Hasta aquí la constatación de los puntos comunes con Sánchez-Cuenca, pero hay que remarcar la insuficiencia de cierto ‘fatalismo’ objetivista que a mi entender transmite. O sea, la interpretación del declive de Unidas Podemos no debe basarse en el subjetivismo idealista, de sobrevalorar el papel del discurso, ni el objetivismo estructuralista, de infravalorar la capacidad de agencia de los amplios procesos cívicos.
Ambos componentes existen, pero hay que considerar los elementos contextuales y relacionales que median los dos tipos de factores: los límites de la activación cívica progresista iniciada hace una década, la relativa renovación socialista que le permite ensanchar su campo electoral por la izquierda, el contraataque de todo el resto de las fuerzas y poderes fácticos para bloquear y deslegitimar el cambio de progreso y subordinarlo al marco de la primacía socialista…
Ahí hay que enmarcar la debilidad de los liderazgos alternativos conformados estos siete años, con grandes aciertos estratégicos y representativos y significativas insuficiencias organizativas y de arraigo social, tal como he explicado antes.
La tarea es compleja pero ineludible para avanzar: conformar nuevos liderazgos, una renovada representación político-institucional, con una nueva dinámica sociopolítica y un nuevo proyecto de cambio progresista o de izquierda transformadora, con una mejora de los talantes democráticos, unitarios y plurales, con componentes transversales o interseccionales, y la profundización teórica crítica.
El sujeto de cambio según Monereo y su diversidad
La segunda posición para debatir sobre el sujeto de cambio y sus alianzas es la referenciada antes de Manuel Monereo. Es una reflexión interesante para debatir de la que señalo un par de matices.
Primero, sobre el carácter ambivalente del PSOE y según qué etapa histórica, o sea según su función en cada contexto. El fondo es su colocación como adversario o como aliado estratégico y, por tanto, la solidez y estabilidad de la política de alianzas.
Adelanto mi posición: dado su carácter doble hay que tener en cuenta el contexto y su función en cada etapa política, es decir, se exige una respuesta táctica derivada de los equilibrios existentes en cada fase. No caben soluciones absolutas en términos estratégicos, bien de bloque histórico unitario, bien de desacuerdos totales y permanentes. La combinación de la unidad y la diferenciación exige realismo y flexibilidad táctica junto con firmeza estratégica para no perder el rumbo transformador.
Es verdad, junto con el autor, que la dirección socialista busca la centralidad o la hegemonía frente a las derechas e intenta achicar, a su favor, el espacio de Unidas Podemos. Pero su política tiene que ser ambivalente: no solo defender y representar al poder establecido sino que debe legitimarse ante amplios sectores populares con un perfil progresista. Es decir, está condicionado por la cultura cívica y las demandas sociales, así como por un campo sociopolítico a su izquierda. Y, por tanto, debe valorar los efectos prácticos de su política para el progreso de la mayoría social, que pueden ser positivos o negativos a efectos de su legitimidad cívica y su representatividad electoral y, en esa medida, de su acceso al poder institucional.
Su pretensión para la siguiente legislatura puede ser la vieja idea de gobernar solos, con un giro centrista (como en Portugal), y mayor subalternidad de UP (y los nacionalismos de izquierda), pero una vez hundido Ciudadanos tiene poco margen; habrá que ver.
Ahí está su doble posición respecto del nuevo proyecto de frente amplio con Yolanda Díaz: por una parte, sin grandes cambios de expectativas representativas, de forma realista, necesitaría de una plataforma colaborativa del conjunto de las fuerzas del cambio, el frente amplio, para garantizar con su alianza la victoria respecto de las derechas; por otra parte, está condicionado por los poderes establecidos y sus inclinaciones centristas o hegemonistas y está interesado en reforzar su peso comparativo respecto de UP (y los nacionalismo periféricos) para tener más margen de maniobra (centrista o continuista) y reducir su influencia relativa en el proceso reformador.
Segundo, sobre el carácter y la composición del sujeto de cambio. En ese sentido, por mi parte, mejor que base social de la clase trabajadora, hablaría de clases populares (mayoritariamente de clase trabajadora y clases medias estancadas o descendentes), pero sobre todo desde un enfoque sociopolítico y relacional de su formación e impacto.
Está bien la alusión de Monereo de ‘volver a engarzar cuestión social y de clase, democracia sustancial, feminismo y ecologismo político’. Pero su articulación tiene que ser integradora, sin jerarquías previas que induzcan a protagonismos unilaterales y con las interacciones derivadas de su papel sociopolítico. Lo central no es solo el mundo del trabajo, que es fundamental como nueva cuestión social prioritaria, sino que lo violeta y verde junto con lo nacional-territorial-étnico, no son aspectos ajenos a ellas o meros asuntos culturales o de clases medias. Igualmente, la democratización institucional y el refuerzo del Estado de bienestar, con su función redistribuidora, protectora y de regulación económica y productiva, son ejes que afectan a las propias clases populares, Y, desde luego, existe una pugna sobre su orientación y su representación transformadora y crítica respecto de las corrientes socioliberales (y postmodernas), retóricas y adaptativas.
Son elementos constitutivos en la formación de un sujeto sociopolítico popular igualitario-emancipador y diferenciado de la inclinación centrista de la socialdemocracia existente. Por tanto, la identificación de la nueva formación política debería ser más abierta y multidimensional que el mundo del trabajo, aunque sea positiva su nueva relevancia de la mano de Yolanda Díaz y la acción política y sindical contra la precariedad, y por los derechos sociales y laborales y la democracia económico-social, algo retraídos en los últimos tiempos.
Así, por una parte, hay que superar un cierto neolaborismo, de poner en el centro solo lo laboral, y aprovechar todas las energías sociales frente los distintos procesos de dominación, desigualdad y marginación, lo que en términos metafóricos he denominado espacio violeta, verde y rojo, y por otra parte, superar una óptica de clase en sentido sociodemográfico o estructural. Se trata de establecer otra vinculación más multidimensional y, sobre todo, articulada de forma sociopolítica y cultural para la conformación de ese proceso popular o cívico con identificaciones múltiples, entre ellas, por supuesto, una identidad de clase forjada a través de su acción contra la explotación y la subordinación frente a los poderosos y este capitalismo neoliberal.
En definitiva, se trata de combinar realismo analítico, subjetividad transformadora y pragmatismo estratégico. Es el desafío para la necesaria activación cívica, la renovación de las fuerzas del cambio, del nuevo sujeto llamado frente amplio tras un proyecto unitario realmente progresivo y reformador de país.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid. Autor del libro “Perspectivas del cambio progresista”.
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