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Animales canoros: Ana Belén

Fuentes: Insurgente

Posee Pilar de la Cuesta una de las sonrisas más fotogénicas del firmamento español. Envidia de agencias de publicidad con encargo para desarrollar un proyecto sobre el mejor dentífrico, la pizpireta protagonista del aberrante film «Zampo y yo», entró en la pasarela de la fortuna cuando Marisol era casi una adolescente, y Pablito Calvo (aquel […]

Posee Pilar de la Cuesta una de las sonrisas más fotogénicas del firmamento español. Envidia de agencias de publicidad con encargo para desarrollar un proyecto sobre el mejor dentífrico, la pizpireta protagonista del aberrante film «Zampo y yo», entró en la pasarela de la fortuna cuando Marisol era casi una adolescente, y Pablito Calvo (aquel tierno chavalín que encarnara en la pantalla a Marcelino Pan y Vino) coqueteaba con el ideario comunista, para escándalo de Fray Papilla y Ladislao Vadja.

Sin embargo, no sería hasta lustros más tarde cuando surgiera a la luz la verdadera Ana Belén, para gozo del cantautor Víctor Manuel y de la industria discográfica española, necesitada de rostros femeninos tan atractivos como ella.

Dotada de dos registros bien diferentes, sus graves nada tienen que ver con los agudos, en los que atipla el timbre con educado voluntarismo, llegando a la nota de forma precisa, que es de lo que se trata cuando se graban canciones. En el mundo canoro, Ana pasea como ave del paraíso admirada por izquierda y derecha, desplegando esa envidiable sonrisa con tantos dientes como el gato de la Alicia de Lewis Carroll.

El paso del tiempo ha diseñado su rostro con el cincel de una disimulada dureza, modelando una expresión de turrón de Xixona, tan dulce como firme, melosamente almendrada, de ojos casi prometedores de un mundo más justo y sensual. Y ese tiempo le enseñó a echar el cerrojo a las aves carroñeras, esas que hurgan en las heridas y placeres de la vida privada, para envidia de débiles y rabia de periodistas amarillentos.

Equilibrada su nariz, sus orejas y frente, el insultante cabello que desciende orgulloso por su nuca envuelve las pasiones más delicadas, olfateando el peligro como experta amazona montada en fiel corcel, que sabe regresa al hogar tras la batalla diaria, esquivando ágilmente los flechazos del traidor Cupido.

Su sentido de la responsabilidad y cierta cabezonería le harían candidata ideal para el ministerio de Cultura, si su correligionaria Carmen Calvo hubiera renunciado al cargo, pero no es proclive a ocupar despachos oficiales, ni comulga con idearios, excepto el de una propia subsistencia cómoda y cierta lealtad a los suyos, por lo que el nombramiento deberá esperar algunos lustros más.

Victor Manuel le ató a «Ravos» como el ejemplar bailaor Antonio Gades encadenó a Pepa Flores (Marisol) al carro del compromiso ético, mas los acontecimientos y avatares que de forma calculada fueron pisoteando las hoces y martillos, lograron despegarles a ambos de la aparente inutilidad de la utopía, dejando correr los inagotables deseos de calma y sosiego para alcanzar la meta de los placeres mundanos, rodeada de prosélitos que le ayudan a taponar el menor resquicio de mala conciencia que pudiera haberse abierto en el camino.

Carente de biógrafos, exultante de hagiógrafos, Pilar es más Ana que nunca, Ana de los diez mil días, Ana de los miles de discos vendidos, Ana la que vuela como feliz madre y esposa, para pasmo de colegas del show bussiness que venden divorcios y abortos para seguir aferrados al cielo de la popularidad. Cada año un nuevo proyecto, una película delante de la cámara (la que hizo tras ella es mejor olvidarla), una obra teatral, para seguir demostrando su discreto talento dramático, mientras los días se convierten en amplias praderas donde plantar su desafiante sonrisa. Dichosa en la vida real, crispada en las que le brinda la ficción, posó una vez su mano sobre el hombro de Federico García Lorca, con el descaro de quien se hace una fotografía junto al ídolo muerto, para darle a su fantasía una oportunidad de llegar a una meta. Mecida entre aduladores de salón, abre las puertas del palacio a los amigos fieles de siempre, a quienes mezcla alegremente para demostrar que Joaquín Sabina y Miguel Bosé están mucho más próximos de lo que algunos (menos quien firma) pudieran imaginar. Que siempre hay una persona que nos sirve de nexo con nuestro mayor enemigo. Que estamos unidos por una interminable cadena de ombligos.

Ese es el Belén que se ha fabricado, un pesebre en el que ella resplandece sin coraza ni armadura, sin otro adorno que una intuición y olfato sólo imaginables en quienes son capaces de reír ante las cámaras de forma abierta y clara. Pero, agazapado en una esquina de su nuca, le tiende una trampa el gramo de banalidad que esconde entre los ojos y, en un mitin por la República, es capaz de bendecir al Rey Juan Carlos. Rivas-Vaciamadrid tembló de arriba abajo. Mas, ¡oh, dioses del Olimpo¡, Ana es ya, por derecho, el sueño erótico de los izquierdistas que abandonaron la lucha, la inconfesable masturbación de los intelectuales sin compromiso ético. Aquellos que ríen conmiserativamente cuando se les habla de los pobres de la tierra, de las rosas blancas y de que un mundo mejor sigue siendo posible.