Me pasó como a todos ante esta película. La emoción sostenida del principio al fin, inmerso totalmente en la narración, el nudo en la garganta, el deseo casi infantil de que no termine, la admiración y el entusiasmo sin peros ante el guión, las actuaciones, la dirección de actores y una recreación de la época […]
Me pasó como a todos ante esta película. La emoción sostenida del principio al fin, inmerso totalmente en la narración, el nudo en la garganta, el deseo casi infantil de que no termine, la admiración y el entusiasmo sin peros ante el guión, las actuaciones, la dirección de actores y una recreación de la época que incluye la traducción a su vehículo artístico de la conciencia social que tenían los que la vivían. Y, ahora sí, poder identificar en el mundo complejo de este filme el real nacimiento de Cuba. Durante, y sobre todo después, el agradecimiento a Fernando Pérez, el gran artista que nos va mostrando a nosotros mismos, a la vida y las trascendencias, en una serie de obras que poseen organicidad y que serán valoradas como una de las expresiones artísticas más profundas y logradas del país y de sus seres humanos de este último medio siglo. A Fernando, tan genuinamente sencillo, tan sin enfermedades profesionales, que ahora se ha vuelto atrás, siglo y medio atrás, para darnos este producto que es un alimento espiritual para todos y un arma para los que sentimos necesidades cívicas.
El ojo del canario llama también a las cubanas y cubanos a la lucidez y al examen. De entre tantos filones, escojo hacer algunos comentarios alrededor del protagonista, y del significado que tiene este filme para la carencia actual de una historia verdadera de Cuba, que padece la mayoría de nuestra población y que constituye un problema muy grave en los casos de la infancia y de los jóvenes.
El niño José Julián sabe lo que es ser pobre, mucho antes de saber lo que es ser cubano. Primogénito de inmigrantes demasiado modestos, al menos es blanco; pronto estará sujeto a la realidad de ser el único varón entre tantas hermanas, y con un padre enérgico pero fracasado en sus cambiantes actividades, que lo necesita para la economía familiar. No existe la casa solariega de los Martí: nació en Paula, pero se mudan todos los años. Es casi casual que mantenga su condición de habanero frente a la búsqueda incesante de don Mariano de alguna solución a su precaria situación. La escuela primaria es el bálsamo de este niño de desmedida inteligencia y abismal timidez -la primera refuerza a la segunda–, que es una esperanza para la familia. El filme no esconde las humillaciones y la inseguridad que le aporta su baja condición, primera escuela de un pobre para ir conociendo su lugar en la vida y el comportamiento que se espera de él. Igual que otras lumbreras sin dinero, dependerá tanto de su esfuerzo como del filántropo y del azar para ascender uno o dos peldaños en la escala social, o será dependiente, mensajero, hasta encontrar oficio o acomodo, en el trabajo o el mal vivir. La identidad personal de por vida es privilegio de los que tienen con qué: el niño José Julián no tiene por qué ser José Martí.
Su extrema sensibilidad lo llevará a las creaciones artísticas cuando sea mayor, pero al niño de nueve años lo lleva a interrogarse y angustiarse ante lo que para el hombre común es la vida cotidiana y lo que siempre ha sido y será. José Julián es impactado muy hondamente por las horrorosas implicaciones que tiene la condición servil. En las calles habaneras discurren los negros esclavos, y parece algo natural. Los ocho meses pasados en La Hanábana constituyen una escuela diferente, muy lejana a la palmeta, maravillosa y terrible al mismo tiempo. Goza y se llena de la hermosa naturaleza del país natal, es más libre y aprende a conocer los sonidos, los nombres de los animales y los palos, otra manera de contar las horas y apreciar el clima, montar a caballo. Pero su amistad con el esclavo en edad de guardiero, maestro analfabeto y cariñoso del hijo del capitán de partido, le mostrará pronto los límites férreos que marcan las relaciones sociales. El que pronto será un joven idealista pretende que el negro viejo le prometa no humillarse ante nadie. Pero este le da otra lección: «el negro sabe cuándo tiene que bajar la cabeza y cuándo no». No es verdad que la justicia pueda reinar en la vida práctica como lo hace en el discurso y en los libros.
José Julián no conoce todavía los versos con los que el poeta Heredia fijó la antinomia de su patria: «las bellezas del físico mundo / los horrores del mundo moral». Lo que él recibe es el golpe traumático de la vivencia, el horror absoluto de los actos de despojo de la condición humana. Ya maduro, en Nueva York, escribirá: «¿Qué vi yo en los albores de mi vida? El boca abajo en el campo, en La Hanábana». «¿Quién que ha visto azotar a un negro no se considera para siempre su deudor? Yo lo vi, lo vi cuando era niño y todavía no se me ha apagado en las mejillas la vergüenza […] Yo lo vi, y me juré desde entonces a su defensa.» No lo leyó en novelas más o menos abolicionistas, y sobre todo se negó a verlo como la parte fea de la vida. Sintió que era un crimen sin nombre, y quizá sintió por primera vez que su destino sería lavar con su vida el crimen.
Pero es la patria la que tocará a la puerta del jovencito. Nunca aparece en El ojo del canario la oreja peluda de la teleología, por eso la patria no es fácilmente asible para José Julián. En casa no está: el padre valenciano será buen español en la crisis que se avecina; su terco sentido de la honestidad y la justicia le hacen más difícil al muchacho encontrar razones para oponérsele, pero es posible que rebelarse a su autoridad haya sido un motivo más a favor de su cubanía. La patria aparece sobre todo en el colegio, en la figura del director Mendive, poeta, hombre moderno y cubano militante, que es conductor pedagógico y protector del jovencito que tanto promete. Y aparece en su elección de formarse y adquirir cultura, porque ella lo lleva a necesitar una identidad y al debate de ideas. A sus quince años, la primera deja de ser un criollismo radical para convertirse en una subversión armada: el Grito de Yara es un tajo tremendo, de cuya sangre manará la historia nacional. Pero en la realidad política que rodea al joven habanero se suceden, comparten o contradicen las más disímiles posiciones, actitudes y anécdotas. La libertad de prensa, la lealtad a la Madre Patria, el democratismo, la Revolución de Septiembre en España, los rejuegos y oposiciones del mundo oficial y empresarial, el laborantismo a favor de la insurrección y la hostilidad juvenil a los Voluntarios, milicia colonialista manejada por los más reaccionarios.
Esas son las vivencias de José Julián, mientras ya no logra seguir siendo estudiante –a pesar de acumular tantos puntos y premios en los dos primeros años de Bachillerato– y comienza en el mundo del trabajo ayudado por los conocimientos adquiridos. Nacido cincuenta años antes que él, Heredia escribió: «A la lucha terrible que preveo / el alma y el pecho apercibid, cubanos». El joven empleado y poeta ya no pudo prever: debió decidir si se lanzaba o no a la lucha terrible. Sabemos que saludó con endecasílabos guerreros al 10 de Octubre y publicó Abdala en el efímero La Patria Libre. José se ofrecía a Cuba con su pluma, porque era el arma que tenía a la mano. Pero ya absorbía unas lecturas muy superiores a su edad y sus posibilidades, –traducía a Byron, como buen radical hispanoamericano– y admiraba puestas en escena, manejaba bien las ideas de democracia y derechos del individuo, y sabía rechazar el reformismo: «o Yara o Madrid». La guerra era un huracán de la acción en Oriente y se extendía a Camagüey y Las Villas, pero nunca logró prender en Occidente. De La Habana estaban saliendo deportados, o como emigrantes separatistas, los adultos señalados por la represión. Si alguna gestión hubiera puesto a Pepe en trance de salir al exterior, a desarrollar su enorme potencial intelectual, sin duda habría seguido sintiéndose cubano, pero su formación y sus nuevas vivencias serían ajenas, como ajeno era ya su hogar al mundo de la cultura en que penetraba.
Este 1869 todavía pudiera no ser la hora de convertirse en José Martí. Pero el jovencito con tantas cualidades del intelecto y la sensibilidad se ha llenado de un patriotismo radical que quiere darse a la acción y el sacrificio. La justicia sólo reinará en la realidad si se pelea por ella. Ese primer ejercicio de su autonomía en la vida será decisivo a la hora de la prueba. En adelante, como sucede casi siempre en estos casos, primará el azar. La víspera del primer aniversario del 10 de Octubre, un funcionario leyó, entre los papeles ocupados al registrar la casa de los Valdés Domínguez, la carta amenazante al cadete Carlos Castro. La suerte de José Julián estaba echada.
En la cárcel, esperando el juicio, todavía se le escapa la frase dolida del que sabe a qué capa social pertenece: «Los Domínguez y Sellén saldrán al fin en libertad, yo me quedaré encerrado». Pero ante el tribunal militar ya sabe quién es, el tamaño inmenso de su causa y el destino que puede alcanzar. La arenga encendida con que desafía a los jueces atónitos y a la muerte me parece una escena totalmente verosímil. El filme nos ha ofrecido los primeros años de una vida que pudo haber sido la de muchos, los elementos que concurrieron y el despliegue progresivo de una personalidad. Ahora nos brinda el nacimiento de un grande –sólo el primer acto, que podía haber sido el único si no hubiera sobrevivido a esta primera prueba–, y aunque hasta aquí hemos sentido casi sin aliento que se trata de él, por primera vez podemos pensar un hecho suyo teniendo en cuenta todo lo que hizo después, porque a partir de aquí es José Martí. Al ir al presidio, el muchacho que ha querido saber cada vez más y tener novia, no se referirá, sin embargo, a su lugar histórico, sino a la vida que le espera:
Voy a una casa inmensa en que me han dicho
que es la vida expirar.
La Patria allí me lleva. Por la Patria,
morir es gozar más.
Fernando Pérez nos ha brindado a todos lo que sólo el gran arte puede brindar. Junto a las emociones y al orgullo de ser cubano –que tanta falta hace hoy–, entre tantas vetas y aristas de El ojo del canario, resalto dos solamente. Cuba ha desarrollado tanto las capacidades de sus seres humanos que puede realizar y contar con obras incomparablemente superiores a sus recursos materiales; sería suicida no abrir paso y brindar todas las garantías a los talentos que pueden aportarnos satisfacciones a las ansias y las expectativas que la revolución creó, precisamente al multiplicar esas capacidades al mismo tiempo que instituía personas, relaciones y costumbres no dominadas por la manera de vivir y el sistema del capitalismo. Y tenemos ante nosotros otra visión de nuestra historia, con la que a fuerza de hechos reales y verdades podríamos ganar mucho en cuanto a reconocer lo esencial y para enfrentar los desafíos actuales, al apoderarnos de la grandeza de un pueblo que ha tenido que pelear y vencer una y otra vez a las tiranías, a la geopolítica, a la economía, al dominio extranjero, a sus propios demonios, a sus carencias y sus defectos, y ha debido aprender una y otra vez a crear sus realidades y sus proyectos. Una historia cuya clave ha estado y sigue estando en la unión de la libertad y la justicia.
Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/conFilo.php?id=14955