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En recuerdo de Edward Palmer Thompson

Antisindicalismo de ayer y de hoy

Fuentes: Nou Treball

A principios de la década de los 80, aún en su primer mandato, Margaret Thatcher declaraba una guerra sin cuartel a los sindicatos al calor de las grandes huelgas mineras. La sacudida de la crisis del petróleo de 1973 dio en bandeja de plata el triunfo a la reacción neoliberal que se imponía en Occidente […]

A principios de la década de los 80, aún en su primer mandato, Margaret Thatcher declaraba una guerra sin cuartel a los sindicatos al calor de las grandes huelgas mineras. La sacudida de la crisis del petróleo de 1973 dio en bandeja de plata el triunfo a la reacción neoliberal que se imponía en Occidente ante un keynesianismo agotado históricamente, No sólo había vencido una visión técnica de la economía sino que lo hacía una forma particularmente ideologizada de entender la realidad. El control de la inflación y la reducción de los costes se traducían en el desmontaje de la esfera pública («la empresa, la privada, es buena, el Gobierno es malo») y la desregulación, que pasaban a primera línea de la agenda política. Estas medidas debían hacer aumentar constante y exponencialmente los beneficios, que según los monetaristas de la escuela de Chicago, representaba el verdadero motor de una economía capitalista. La economía racionalizaba un compromiso ideológico, una visión a priori de la sociedad humana. Según el historiador británico Eric Hobsbawm, el gobierno de Margaret Thatcher transpiraba «un egoísmo asocial e incluso, antisocial».

La tragedia histórica de estas décadas de crisis, contradicción estructural del capitalismo, consistió en que la producción prescindía de trabajadores a una velocidad superior a aquella en que la economía de mercado creaba nuevos puestos de trabajo. Proceso acelerado por la competencia mundial, las dificultades financieras de los estados en tiempos de crisis, así como después de 1980, por la teología neoliberal del libre mercado que presionaba para transferir empleo del espectro público a la empresa privada maximizadora de beneficios, que no tenía, obviamente, otro interés que el propio. El declive del sindicalismo, debilitado tanto por la depresión económica como por la hostilidad de los gobiernos neoliberales, aceleró este proceso, dado que la esencia del sindicalismo de clase ha sido precisamente la protección del empleo.

Al mismo tiempo, en época de depresión y de fuerte competitividad mundializada, la clase obrera se fragmentaba y los intereses empezaban a divergir; los que tenían un trabajo relativamente seguro y los que no lo tenían; entre los trabajadores de las antiguas regiones industrializadas de arraigada cultura sindical y los de los nuevos sectores precarizados sin tradición de lucha. A esto le añadimos desde posiciones antitéticas el surgimiento de los «nuevos movimientos sociales» netamente posmodernos más atractivos para las clases medias que los apartaban de las organizaciones clásicas de la izquierda, o el resurgimiento de las opciones neofascistas, racistas y xenófobas con fuerte ascendente entre la clase trabajadora.

Este escenario lo supo aprovechar Margaret Thatcher para aplastar cualquier resistencia que reivindicara el estado social. No sólo fue capaz de ganar el pulso a las centrales sindicales, sino que hizo añicos su influencia al vincularlas con la corrupción, la ociosidad, la pereza y las actitudes violentas. El desmantelamiento del sindicalismo de clase en el Reino Unido, que no recuperaría cierta capacidad hasta ya pasada una década, allanó el camino para el gran impulso de las políticas neoliberales encaminadas a materializar un contundente recorte de derechos sociales y laborales, la bajada generalizada de impuestos, así como la reconversión industrial, la privatización de los sectores estratégicos de la economía británica y la desregulación de los mercados financieros.

Una de las grandes apuestas de Thatcher fue la reforma en profundidad de la legislación laboral donde, de forma relevante, destacaban una serie de leyes que afectaban directamente la esencia, el funcionamiento y la acción de las centrales sindicales. «Al contrario que algunos de mis colegas, yo siempre he creído que, en igualdad de condiciones, el nivel de desempleo está relacionado con la influencia del poder sindical. Los sindicatos habían dejado a muchos de sus afiliados sin trabajo al exigir sueldos excesivos para una producción insuficiente, provocando que los productos británicos no resultaran competitivos «, llegaba a afirmar Thatcher en sus memorias tituladas «Los años de Downing Street».

La serie de movilizaciones que se venían dando desde principios de los ochenta tuvieron en 1984 su cristalización con la Huelga General de más de un año de la National Union of Mineworkers en contra del cierre de minas y el despido de miles de trabajadores. «Tuvimos que luchar contra el enemigo exterior en las Malvinas. Pero siempre tuvimos que salvaguardarnos del enemigo interior, mucho más peligroso, difícil de batir y nocivo para la libertad.», recordaba la Primera Ministra. El alcance de la huelga y la firmeza de los sindicatos se combatieron con una campaña propagandística de difamación encargada a los mass media donde no se daba ninguna opción a la pluralidad de opinión, la acción judicial que restringía bastamente el derecho sindical fruto las reformas iniciadas por Thatcher, y una brutal represión que suponía un punto de inflexión al introducir controvertidas técnicas policiales. La estrategia pasó por dividir el movimiento obrero organizado otorgando jugosos privilegios corporativos, así como por situar en la esfera pública supuestos antagonismos entre los dirigentes sindicales y las bases. Representó un elemento clave el ingenio de la Dama de Hierro para hacerse ver como la garante del orden y defensora de la gente pobre y frustrada víctima de excesivas reglamentaciones, a la que estaba liberando de décadas de dominación en manos de los intereses de parásitos subvencionados gracias a la generosidad del contribuyente. Este era y es el corpus ideológico del neoliberalismo que en tiempos de aquellas crisis los sindicatos y la izquierda política no fueron capaces de contrarrestar.

«Los marxistas querían desafiar las leyes del país con el objetivo de desafiar las leyes de la economía. Fracasaron y, al hacerlo, demostraron hasta qué punto son mutuamente interdependientes una economía libre y una sociedad libre. Es una lección que nadie debería olvidar. «. Esta afirmación es my explícita pero bastante censurable, empezando por recordar que el propio Milton Friedman no veía esta exigencia de interdependencia. No es casual que la primera gira de los Chicago Boys fuera por la Chile de Pinochet.

En todo caso, este texto quiere aportar una reflexión histórica para entender las claves del presente, para ser conscientes del papel y la relevancia de las organizaciones de izquierdas para combatir los valores hegemónicos de la derecha y velar por los derechos de los trabajadores y las trabajadoras, como punto de partida en el avance hacia el socialismo. Especialmente, por lo que respecta a los sindicatos de clase que ahora se ponen en tela de juicio desde distintos ámbitos en perspectiva de la Huelga General del 29M. Porque la Historia es un campo de batalla donde los perdedores de tantas y tantas guerras, hemos derramado sangre suficiente para entender que ya ha llegado el momento de empezar a ganarla.

Fuente: http://issuu.com/noutreball/docs/nt113