Si no fuera patético, el nombre hasta sería gracioso: Villa Inflamable. Así bautizaron los propios vecinos al caserío que se formó en pleno polo petroquímico. Se calcula que ahí viven unas 5.000 personas. Ese barrio, precario, se extiende desde el Arroyo Sarandí, y recorre el Canal Dock Sud (donde entran los barcos areneros y de […]
Si no fuera patético, el nombre hasta sería gracioso: Villa Inflamable. Así bautizaron los propios vecinos al caserío que se formó en pleno polo petroquímico. Se calcula que ahí viven unas 5.000 personas.
Ese barrio, precario, se extiende desde el Arroyo Sarandí, y recorre el Canal Dock Sud (donde entran los barcos areneros y de contenedores).
Una breve recorrida por el corazón del polo basta para darse cuenta que no sería conveniente dormir a pasos de chimeneas que no dejan de funcionar, incluso de noche. Ni acunar bebés a metros de tanques con millones de metros cúbicos de hidrocarburos o químicos.
Sorprende que el polo no tenga entrada restringida, ni áreas prohibidas por donde moverse. No hay ninguna señal que indique que aquí o allá no se puede andar libremente. Ni transitar a centímetros de conductos que serpentean junto a la calle, cargados de hidrocarburos, por un pavimento poceado.
Del otro lado del paredón se agolpa el ejército de fábricas, refinerías y destilerías de petróleo más importante del país. Shell, Repsol YPF, Indupa, Union Carbide -la de la contaminación en India, ¿se acuerdan?-, y varias más suman las 36 empresas que se reparten las 261 hectáreas que ocupa el Polo.
Por sus calles circulan sin pausa alrededor de 400 camiones por día con cargas de hasta 40 toneladas de productos desconocidos.
También, para los que vivimos en el Centro, Congreso, Balvanera, Montserrat, San Telmo y La Boca, todas las noches de días hábiles que sopla viento del sudeste -del lado del río-, hay que respirar algo cargado de olor a quemado penetrante, como si estuviera ardiendo mineral de coque.
El coque es un producto residual sólido, un carbón que es lo último que queda de la destilación del petróleo y que se trabaja con temperaturas que rondan los 600º, y uno de los componentes del acero
Muchas veces se habló de «un misterioso olor a quemado» en el centro-sur de la ciudad, pero la cosa quedó en «otro misterio de la ciudad». Ese «olor a quemado» no es sino la nube tóxica que proviene del Doque, de la Villa Inflamable.
Hay dos torres, pegadas e idénticas, similares a las de perforación de petróleo en aspecto, en las cercanías de la destilería de petróleo que son inconfundibles de un alto horno de coque, con la típica rampa de subida del material.
La impunidad con que se han manejado de las empresas para desplegar todo su arsenal contaminante no es nueva, pero encontró siempre una dura resistencia de parte de los vecinos. La instalación de la planta de coque de Shell agravó la condición ambiental y generó en 1993 el punto más alto de movilización en el barrio.
El juez Daniel Llermanos encabezó en 1996 la causa judicial contra la planta de coque, pero terminó dándole el visto bueno a la empresa: «Contamina menos que un vaso de leche», afirmó.
Sin embargo, en la causa constan 21 mediciones de benceno en la zona, de las cuales 18 se encontraban muy por encima del límite permitido según la legislación ambiental de la provincia.
El puerto es otro problema sin solución. Se encuentra frente al canal y está dividido en dos sectores: la dársena de inflamables y el muelle de propaneros.
Para Osvaldo Ramírez, miembro de la sociedad de fomento 9 de Julio, «con las reformas en Puerto Madero aumentó el tránsito de buques en Dock Sud.
Y ahora están dragando el suelo del río para permitir el ingreso de barcos más grandes. Están removiendo tierras que tienen residuos de petróleo y nadie dice nada.
El vecino Jorge Hiquis explicó que en el caso de explotar uno solo de los 27 globos de gas propano que hay en el Polo «el radio de ignición sería cercano a los 1.000 metros», y que si se produce una tragedia los vecinos «sólo podrían huir de la zona por cuatro calles».