Está previsto que el secretario general de Sortu y uno de los dirigentes principales de la izquierda abertzale, Arnaldo Otegi, salga el próximo 1 de marzo de la prisión de Logroño, donde cumple una condena de seis años y medio por el llamado caso «Bateragune». A pesar de los procesamientos, inculpaciones y las penas de […]
Está previsto que el secretario general de Sortu y uno de los dirigentes principales de la izquierda abertzale, Arnaldo Otegi, salga el próximo 1 de marzo de la prisión de Logroño, donde cumple una condena de seis años y medio por el llamado caso «Bateragune». A pesar de los procesamientos, inculpaciones y las penas de prisión, «si hay que ponerle cara a la paz en Euskadi es la de Otegi», sostiene el periodista Antoni Batista (Barcelona, 1952) en el libro «Otegi, la força de la pau», editado en 2015 por La Campana. Además de profesor universitario, el autor ha sido corresponsal en el País Vasco durante 25 años, sobre todo en «La Vanguardia». También ha trabajado en los diarios «Avui» y «Ara».
Fruto de los años de corresponsalía en Euskadi son ocho libros, entre otros, «Terror y negligencia. Hipercor y la construcción periodística de ETA», «Diario privado de la guerra vasca»; «Euskadi sin prejuicios»; «Madariaga. De las armas a la palabra» o «Adiós a las armas. Una crónica del final de ETA». Asimismo ha cubierto como enviado especial la primera Intifada, iniciada en 1987, o en Irlanda la fase más dura del conflicto, así como el proceso de paz de Stormont (1998). El periodista catalán ha presentado su libro sobre Arnaldo Otegi en el Centre Octubre de Valencia.
-Afirmas que si se pretende poner un rostro a la paz en Euskadi, éste es el de Arnaldo Otegi, aunque la paz sea un «éxito global». Y que el dirigente de la izquierda abertzale aparece en un momento clave, ¿cuál?
Hay que interpretar la paz como un proceso. Un transatlántico no gira en seco, sino que necesita espacio. La paz de Argel (1989), que fue muy corta; la de Lizarra (1998) fue la más importante, porque es la primera vez que ETA va más allá de una tregua «táctica». Otegi debuta entonces firmando como máximo responsable de la izquierda abertzale, y está claro que si él no firma ETA no declara una tregua «indefinida». Allí arranca precisamente mi relación con Arnaldo Otegi. En 2004, 2005 y 2006 tuvimos la paz del gobierno de Zapatero; y después, la paz definitiva, con la renuncia de ETA a la lucha armada.
-Visto en perspectiva, después de tantas décadas de conflicto, ¿ha habido interés por parte del estado español en que éste permaneciera abierto o se prolongara? ¿Crees, incluso, que en algún momento ha podido alimentarlo?
No creo que el estado español haya alentado el conflicto, en ningún caso. Otra cosa es que un conflicto que el estado no ha propiciado -en definitiva el responsable es ETA- le vaya bien para determinados intereses «estratégicos», aun cuando le vaya terriblemente mal, porque las víctimas son las víctimas y ése es un precio altísimo. Esto lo explica bien Arzalluz en lo que llamaba la teoría de la «úlcera sangrante», es decir, un estado puede soportar una cuota de violencia determinada, pero un estado profundamente centralista como el español -se está viendo en el caso catalán-, no puede soportar un proceso de independencia. Es la teoría de Arzalluz…
-¿Han sido las conversaciones para la paz un territorio minado?
En la tregua de Argel, el gobierno español tenía pocas cosas que ofrecer a una organización que ellos llaman «terrorista» como ETA. En cambio, si aguantaban las conversaciones podían «marear la perdiz», lo que les interesaba porque evitaban víctimas. Yo creo que a ETA también le hubiera venido bien la estrategia de «marear la perdiz», porque la distensión hubiera cundido mucho antes de lo que finalmente lo hizo: la guerra lleva a la guerra y la paz a la paz. Por fortuna la gente se acostumbra en seguida a vivir en una sociedad no tensionada. En Argel creo que ETA rompió la tregua precipitadamente. En cambio, una nueva generación, que es la de Arnaldo Otegi, Joseba Pemach o Pernando Barrena, personas que tienen entre 50 y 60 años y que son quienes hoy llevan las riendas, dan un salto adelante y están en condiciones de materializar la paz. De hecho, lo hacen. En ETA destacaría a gente coetánea de los citados, como Mikel Antza y sobre todo el papel fundamental de Josu Urrutikoetxea («Josu Tenera»).
-Otegi ingresó en prisión en octubre de 2009 por el caso «Bateragune». ¿Fue una condena política?
Si hay una cosa meridianamente clara es que Arnaldo Otegi es un preso político.
-¿Cómo explicarías lo que en instancias judiciales, políticas y medios de comunicación se denominó el «entorno» de ETA?
Esto obedece, creo, a una estrategia de Mayor Oreja y también del juez Garzón, que es la de la «mancha de aceite». Es decir, intentar extender al máximo lo que es ETA. Pasan de lo que sería normal en una legislación democrática «garantista» (es «criminal» quien comete un crimen y su cómplice directo), a criminalizar a quienes le son próximos, en este caso el partido político de la izquierda abertzale; por esta extensión, pasan a criminalizar a todo el independentismo vasco. En un momento dado incluyeron también al PNV. Creo que la máxima expresión de esta extensión del «terrorismo» es la Ley de Partidos del año 2002, a mi modo de ver la ley más antidemocrática aprobada por el estado español desde 1977. Implicaba la prohibición de un partido político.
-¿Cómo caracterizan los medios de comunicación españoles la figura de Otegi? ¿Se constata algún cambio con el paso de los años?
Hice un estudio académico, una tesina, sobre el tratamiento en los periódicos del conflicto vasco. Cogí más de 900 noticias en una década, desde el atentado de Hipercor en 1987. En los medios más importantes del estado español, el conflicto se veía sobre todo a partir de fuentes de la judicatura, el Ministerio del Interior y la policía. Se daba, por tanto, una versión hostil a lo que ellos, legítima o ilegítimamente, defendían. Hoy, la visión que se da de Euskadi desde España es también de fuentes parciales o totalmente hostiles al independentismo, aunque sea sin violencia. Pero es lo que estamos viendo también en Cataluña, donde nunca prácticamente se ha pegado un tiro.
-¿Cómo has desarrollado, en ese contexto, tu trabajo de corresponsalía en el País Vasco?
Yo hice mi periodismo «alternativo». Estoy en contra de la violencia, de cualquier tipo de muerte o vejación de los derechos. Eso en cuanto mi ética. Mi deontología, que es mi ética profesional, consiste en dar voz a todas las fuentes que intervienen en un conflicto. Cogía las fuentes oficiales -Ministerio del Interior, Gobierno Civil, jueces, fiscales o fuerzas de seguridad del estado-, pero también daba voz a la izquierda abertzale y a la misma ETA. Le hice la primera entrevista a Arnaldo Otegi en un medio de referencia del estado español, «La Vanguardia», antes sólo había aparecido en los medios propios.
-¿Tuviste libertad para realizar ese periodismo «alternativo»?
En el «Avui» estuve muy cómodo hasta que un determinado momento. Escribía en catalán, en mi lengua, yo no me hubiera ido del periódico. Pero me fui precisamente cuando me prohibieron publicar una entrevista con un dirigente de ETA. En ese momento me fui a «La Vanguardia», medio del que tenía una oferta desde hacía tiempo. Y pude allí publicar finalmente esa entrevista en diciembre de 1989 a Julen Madariaga, fundador de ETA y quien defendió en su momento la teoría de la lucha armada.
-¿Se acabaron entonces las «dificultades»?
Para que un periodista pueda hacer su trabajo, siempre tiene que haber un director que le dé confianza. Mi amigo Juan Tapia fue un gran director de «La Vanguardia», y tuvo que aguantar algún envite. Por ejemplo, a raíz de la publicación de la entrevista con Arnaldo Otegi, en septiembre de 1998, recibió una llamada del presidente Aznar, quien le preguntó por qué el periódico publicaba en portada entrevistas con «terroristas». Le sugirió además que tomara alguna medida con el periodista. Juan Tapia se mantuvo en su sitio. En la presidencia Aznar con mayoría absoluta y con el cambio en la dirección del diario, pasé a la sección de Cultura y me dediqué a mi otra especialidad, la Música.
-En el prólogo del libro, firmado por el militante de la CUP, David Fernández, se recoge la siguiente frase de Gerry Adams: «La negociación verdaderamente difícil siempre es con los tuyos». ¿Estás de acuerdo?
Otegi negoció, y bien, con diferentes ramas del estado español, especialmente con el PSOE, ya que eran los años de hegemonía del partido socialista. Pero también tuvo que negociar con una parte de los suyos, que tenían, entre ellos, la autoridad moral de ser quienes empuñaban las armas y estaban en las cárceles, para convencerles de que su posición no llevaba a ninguna parte. Esa negociación fue muy difícil. Porque una gente que llevaba 30-40 años luchando militarmente por una idea, si no se ha conseguido, ¿por qué no continuar luchando? En ese punto Arnaldo tuvo un papel muy importante.
-Acusado, procesado, condenado o preso por pertenencia a banda armada, apología y enaltecimiento del terrorismo, injurias a la corona, inducción a acciones violentas durante una huelga general, intento de reorganizar la izquierda abertzale… ¿Indica esto un ensañamiento especial con la figura de Arnaldo Otegi?
Precisamente porque Otegi es el rostro de la paz, que supone que la lucha por la independencia entra en cauces democráticos, intentan criminalizarlo. Aquello que no pueden ganar en las urnas, lo intentan en los tribunales. La experiencia de los vascos es lo que estamos viendo hoy en día en Cataluña: lo que no ganan en las urnas lo llevan al Tribunal Constitucional…
-¿Cómo definirías la relación del líder abertzale con el PNV y los empresarios vascos?
Buena, porque Otegi es una persona muy dotada para dialogar. Ya en la legislatura de Lizarra se vio que apuntaba posibilidades de ser Lehendakari. Es un hombre que trasciende el partido, un político de estado. Para desgracia de los demás, los empresarios tienen en las superestructuras gente inteligente, que vieron cómo Otegi tenía posibilidades de ser presidente del País Vasco. Sectores empresariales y del PNV fueron receptivos a hablar con él.
-¿Le llevó esta relación a adentrarse en el pragmatismo o a moderar los postulados de izquierda?
Lo que tiene la izquierda convencida es que sabe a qué se puede renunciar y a qué no. A lo que puede renunciar, lo negocia. Y a lo que no, se mantiene firme. Recuerdo una frase que me dijo Martin McGuiness, hoy viceprimer Ministro de Irlanda, y en su día negociador del Sinn Féin además de excomandante del IRA, cuando estaba negociando la paz con los británicos: «Los precios no se negocian, saldrán todos». Y salieron todos. Hoy no hay presos del IRA en las cárceles irlandesas. Arnaldo Otegi hizo un planteamiento que empezó otra gente, por ejemplo Julen Madariaga o Antxon Etxebeste, negociador de ETA en Argel. La reflexión «estratégica» planteaba que con violencia no se lograría la independencia en la Europa democrática. Pero, democráticamente, había una oportunidad. Se trataba de renunciar a la violencia, políticamente, porque perjudicaba a la independencia. Además, Arnaldo Otegi, que es una persona de convicciones éticas, lo defendía también desde una solidez moral: no más muertos, ni torturas, ni cárceles, como convicción democrática.
-Preguntado de otro modo, ¿se «centró» Otegi respecto a lo que por ejemplo proponía Herri Batasuna (HB) en la década de los 80?
No, porque si admitimos esto caeríamos en lo que el historiador Josep Fontana denomina «presentismo», es decir, juzgar con criterios de hoy lo que ocurrió hace 30 años. Lo que hacía HB en los años 1978-79, en aquel contexto, no es comparable al trabajo de la generación posterior de la izquierda abertzale, 20 años después. En aquel momento, ellos definieron una estrategia. Recuerdo que cuando murió Franco, pensábamos que con la dictadura terminaría también la lucha armada; yo se lo pregunté a un dirigente de ETA, que me respondió: «No luchábamos contra Franco, sino contra España». Hacían el planteamiento de que la Constitución no tenía un apoyo mayoritario en el País Vasco y, por tanto, no tenían capacidad de decisión. A su juicio, la democracia era inexistente en Euskadi. Difícilmente podían haber hecho otro planteamiento quienes estaban allí…
-¿Y qué ocurrió después?
Tenía que pasar un tiempo y una generación. La democracia española tampoco estaba consolidada -hubo un golpe de estado en 1981- y tampoco la Unión Europea. Hoy, la UE es un marco, guste o no, y la autarquía es más limitada. Así, las posibilidades de caminar hacia la independencia por cauces democráticos son mucho mayores que en 1981. Aunque esto no justifica que se siguiera la vía violenta, ya que a mi juicio esta vía, desde una perspectiva ética, no se debería haber empleado jamás…
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