El señor Ingo Potrykus está enfadado, furioso, enfogonado. Es más, está que despotrica. El biotecnólogo suizo Potrykus es co-inventor del llamado «arroz dorado», un arroz genéticamente alterado cuyos granos contienen beta caroteno, sustancia que el cuerpo humano convierte en vitamina A. Según las Naciones Unidas, 2 millones de niños están en riesgo de quedar ciegos […]
El señor Ingo Potrykus está enfadado, furioso, enfogonado. Es más, está que despotrica.
El biotecnólogo suizo Potrykus es co-inventor del llamado «arroz dorado», un arroz genéticamente alterado cuyos granos contienen beta caroteno, sustancia que el cuerpo humano convierte en vitamina A. Según las Naciones Unidas, 2 millones de niños están en riesgo de quedar ciegos por falta de vitamina A, y la Organización Mundial de la Salud informa que 2.8 millones de niños de menos de cinco años de edad sufren de una severa deficiencia de ésta.
Al uno considerar estos últimos datos, la labor de Potrykus suena como algo para un Premio Nobel, ¿no? Pero grupos activistas, como Greenpeace, siguen obstinadamente oponiéndose a los cultivos transgénicos, incluyendo el arroz dorado, alegando, entre otras cosas, que no pondrán fin al hambre y que al contrario, crearán más problemas que soluciones. Potrykus dice furioso que aquellos individuos u organizaciones que traten de impedir su labor deberían ser juzgados en un tribunal internacional por crímenes contra la humanidad. Para él, los detractores de la transgenia son directamente responsables de millones de muertes innecesarias en el Tercer Mundo, al impedir que se disemine una tecnología que puede las salvar vidas de niños famélicos.
Potrykus y sus partidarios afirman que el arroz dorado rebate todas las críticas que se les hacen a los transgénicos. Dicen los críticos que los cultivos transgénicos son modificados para contener rasgos que no tienen relevancia a la calidad o valor nutritivo de la planta, como por ejemplo resistencia a herbicidas. Pero ese no es el caso con el arroz dorado, hecho específica y explícitamente para mejorar la nutrición humana.
Se quejan los críticos de que los transgénicos son desarrollados por corporaciones transnacionales que sólo buscan el lucro rápido y no el bien de la humanidad. Pero Potrykus señala orgullosamente que su arroz dorado fue desarrollado en instituciones públicas europeas con financiamiento de la Fundación Rockefeller, un ente sin fines de lucro.
¿Que los derechos de propiedad intelectual impiden que los beneficios de la biotecnología transgénica agrícola- y de cualquier otro adelanto en la agricultura- lleguen a los pobres? Para superar este escollo, Potrykus logró acuerdos con todas las corporaciones dueñas de las decenas de patentes que había que respetar para proceder con su trabajo con el arroz dorado. Los defensores de la biotecnología alegan que esto demuestra que el sistema de propiedades intelectuales, tan duramente criticado por los enemigos de la globalización neoliberal, no es necesariamente un obstáculo para el progreso de la humanidad.
¿Qué el costo del arroz dorado lo pondrá más allá del alcance de los pequeños agricultores del Sur global? ¿Que creará nuevas formas de dependencia? De ninguna manera, pues el señor Potrykus lo distribuirá gratuitamente.
Pero los activistas siguen opuestos, alegando que el arroz dorado es un truco de relaciones públicas de la industria biotecnológica. ¿Por qué dicen eso? Potrykus no puede explicárselo, y supone que a sus críticos los mueve una siniestra y sañosa agenda en contra de la ciencia y el progreso.
Supongamos que la industria tiene la razón y que los activistas aguafiestas están equivocados, que los alimentos transgénicos no presentan ningún riesgo a la ecología, la biodiversidad o la salud humana. ¿Ayudarían estos productos noveles a combatir el hambre? Para contestar esta pregunta hay que auscultar las causas del problema.
Los partidarios de la agricultura industrializada y de la nueva revolución genética se amparan en el cálculo Malthusiano. Hay mucha gente y poca comida, y la población sigue en continuo aumento. Por lo tanto, hay que aumentar continuamente la producción agrícola para evitar una catástrofe.
Pero, ¿Realmente hay una escasez de alimentos? ¿Realmente esa es la causa del hambre? Veamos la situación en la India. A pesar de lo que nos dicen los demagogos Malthusianos, en ese país no existe ninguna escasez de alimentos en estos momentos. Al contrario, lo que hay es un excedente de grano de decenas de millones de toneladas.
Comentando sobre el problema del hambre en su país, la escritora Arundhati Roy dice que la India produce hoy más leche, más azúcar y más granos alimentarios que nunca antes. Agricultores que cosecharon demasiado grano se enfrentaron a una situación desesperante, y el gobierno les compró su excedente, el cual era más grano del que podía almacenar o usar.
En 2001 los almacenes del gobierno rebosaban con 42 millones de toneladas de grano, que equivale a casi una cuarta parte de la producción anual del país.
?Mientras el grano se pudre en almacenes del gobierno, 350 millones de ciudadanos indios viven debajo del nivel de la pobreza y no pueden obtener ni una sola comida completa al día», dice Roy. «Y sin embargo, en marzo de 2000 el gobierno indio eliminó restricciones de importación a 1.400 productos, incluyendo leche, granos, azúcar, algodón, té, café y aceite de palma. Esto, a pesar de que el mercado estaba más que saturado de esos productos?.
Puesto de manera tajante: la escasez es un mito. No es noticia, nos lo dijeron Frances Moore Lappé y Joseph Collins en su libro «Comer es Primero» (en inglés «Food First»), publicado ya hace unos treinta años.
Al comienzo de esta década Lappé viajó con su hija Anna a la India, donde ambas hablaron con un funcionario que dijo con evidente orgullo que su país ahora tenía el excedente de granos más grande de su historia. Cuando ellas le preguntaron si no sería mala idea compartir ese excedente con sus compatriotas famélicos, el pobre infeliz cambió de color y dijo que eso no se podía hacer porque a los pobres ya se les daba demasiados subsidios.
Si de verdad la supuesta escasez fuera causante del hambre, entonces Estados Unidos debería tener la población mejor alimentada del mundo entero. ¿No es así? Pues no. En ese país, el supuesto «granero del mundo», hay actualmente 30 millones de personas que no tienen qué comer, y 8.5% de los niños sufren de hambre.
Mientras tanto, la sobreproducción es un verdadero dolor de cabeza para los agricultores estadounidenses. Estados Unidos tiene excedentes masivos de productos lácteos y de granos. De hecho, el excedente de granos es suficiente para hacer 600 libras de pan al año para todos los niños hambrientos de ese país. En la nación más rica del mundo, uno de cada cinco niños nace en la pobreza, y el American Journal of Public Health estima que el país tiene diez millones de personas- incluyendo 4 millones de niños- que no tienen qué comer.
Los economistas, sociólogos y agrónomos pueden teorizar todo lo que quieran acerca de las causas del hambre, pero no se les ocurra decir que escasean los alimentos.
Si la gente padece de hambre y hasta muere de ella en la cara de absurdamente masivos excedentes agrícolas, entonces no hay manera de concebir que los cultivos transgénicos le vayan a dar alivio a los hambrientos. Pero mientras tanto, Potrykus sigue despotricando contra sus detractores. EcoPortal.net
Publicado en el semanario puertorriqueño Claridad
* Carmelo Ruiz Marrero
Periodista radicado en Puerto Rico, colaborador de Ecoportal y otros medios.
Autor de «Agricultura y globalización: Alimentos transgénicos y control corporativo