A un pintor, ilustrador, escultor y creador plástico como Artur Heras (Xátiva, 1945), que ha utilizado en su vasta obra los recursos de la estética pop para la protesta, además de la sátira y la denuncia social principalmente durante el franquismo; y que en los últimos años, sin abandonar la Nueva Figuración, ha virado hacia […]
A un pintor, ilustrador, escultor y creador plástico como Artur Heras (Xátiva, 1945), que ha utilizado en su vasta obra los recursos de la estética pop para la protesta, además de la sátira y la denuncia social principalmente durante el franquismo; y que en los últimos años, sin abandonar la Nueva Figuración, ha virado hacia lo que los especialistas consideran una pintura de inspiración ontológica, que combina profundidad de reflexión y fantasía, se le puede presentar ante el público de diferentes modos. En la exposición «No ficción. Obsolescencia y Permanencia de la Pintura», que tuvo lugar en la Universitat de València (La Nau) y finalizó el pasado 18 de septiembre, explicaba uno de los paneles: «Artur Heras nos plantea con atrevimiento una lectura crítica y estética de nuestra realidad marcada por la renovación formal, que abre el horizonte a las propuestas plurales que figuran y estructuran las tendencias apropiacionistas contemporáneas del panorama artístico actual». La muestra, que incluía 400 piezas artísticas, la mayoría inéditas, se dividía en dos bloques. El primero, titulado «Las emociones», con obras que el artista explicó en una visita guiada; y en la sala contigua, el «Laboratorio», con dibujos, fotos y objetos que remiten al proceso creativo del autor.
En 1993 Vázquez Montalbán se aproximaba de esta manera al pintor y diseñador gráfico, que durante 15 años (1980-1995) dirigió la sala de Arte Contemporáneo «Parpalló» en Valencia: «A los 18 años descubrió el pop-art crítico, a la manera del movimiento creado a partir de la estampa valenciana, como eslabón entre Renau y el infinito, en el que figuraron grupos como Crónica, Realidad o el trío de calaveras Boix, Armengol y Heras. Posteriormente hizo del collage de materiales y patrimonios una declaración de principios sobre la inseguridad del vanguardismo, así en la tierra como en el cielo, así en política como en pintura y, entre silencios operativos e ironías conceptuales, desarrolló su propia individualidad creadora que abarca desde las imágenes simbólicamente residuales y desnudas del pop-art a un mundo de estuches y simulacros, donde las siluetas o las imágenes son los únicos valores de uso y cambio de lo humano. Ninguna técnica plástica le es ajena, ni espacio alguno, por lo que, por el camino del arte va hacia la instalación como situación óptima y natural de perplejidad creadora» («Quadern de dibuix, Galeria Arte Xerea).
En la cercanía, en la distancia corta, en el cara a cara con el público, el tono se rebaja y todo adquiere una escala más humana. «No será nunca objetivo lo que yo diga», se presenta Artur Heras, quien considera que sería preferible ver las piezas a solas, no al amparo de una visita guiada. Podría darles las gracias a los asistentes por el interés, e instarles a que volvieran a su casa. Porque él hizo sus cuadros solo, igual que el tiempo de la lectura, de la literatura, de la creación y de la poesía se transita en solitario. «No hay escritor que no sea un gran lector». En la naturalidad de la conversación y en la espontaneidad del habla, los asuntos se mezclan: se pasa de un cuadro a otro, de un arte a otro distinto. El artista comenta que en la pintura, tanto la antigua como la de los coetáneos, y aunque sea de mala calidad, todos los colores combinan. Aunque mucha gente piense lo contrario. La clave radica en, por un lado, comprender la importancia de la ideología y los conceptos heredados; y además, valorar la estética del ojo, la importancia de lo bello. Pero estos dos factores pueden alterarse. «Si se altera el referente cultural, el patrón de bello y lo feo, cambia el resultado», explica Artur Heras. Y cambian las percepciones.
Pero en el siglo XX todo se complica, de manera que el objeto artístico pierde esencia y prioridad; irrumpen otras interpretaciones y nuevas formas de entender el arte. Creadores como Marcel Duchamp (1887-1968) introdujeron nuevos conceptos. El objeto artístico no tenía por qué resultar bello, bonito y hermoso, ni era imprescindible el talento excepcional ni la formación reglada. Elaboró «Le grande Verre» (1915-1923) en dos grandes hojas de vidrio, separadas por papel de aluminio, alambre fusible y polvo. Con estos materiales representó Duchamp el encuentro entre la novia y nueve solteros, condenados por la soledad. Además, el «Ready-Made» en la escultura, le permitió convertir en arte un portabotellas o un urinario. Se trata de concepciones que implican, también, una crítica a la institucionalidad y al fetichismo de la obra artística. «Hoy la estética está presente en casi todo», comenta Artur Heras, en cualquier objeto cotidiano, en la moda e incluso, como el pintor leyó recientemente en un libro, en las bolsas de los cadáveres.
Una reflexión compartida con el público por los espacios de una muestra admite varias posibilidades. Con un punto de nostalgia, el artista podría recrearse en la historia de aquellas piezas que aguantan todavía el paso del tiempo, y de las otras, las que fallan. Sin embargo, no es fácil en este caso. La obra de Artur Heras no es la de un pintor impulsivo, ya que mira y remira todos los detalles durante la elaboración. «Supongo que lo hacemos casi todos, pero hay quien es más espontáneo: yo no hago dos piezas en una semana». Más lento y reflexivo, este escultor y diseñador gráfico revisa todos los pormenores, «aunque a veces no veas nada», ironiza. Otra posibilidad es la visita a la «cocina» del artista, el taller, el centro de trabajo, «eso nos gusta a todos y decimos que tal cosa está sucia o no está en su sitio…». Se trata de una actividad con la que se obtiene mucha información, igual que al rebuscar entre la basura, «como bien sabe la policía». Fruto del proceso de separación y análisis, se adquiere una ingente cantidad de datos.
¿Por qué razón se titula «No ficción» una muestra sobre la obra de Artur Heras? La respuesta remite a los autores que cultivaron el llamado «Nuevo Periodismo», aparecido en la década de los 60 (del siglo XX) en Estados Unidos. Escritores como Truman Capote, Tom Wolfe o Norman Mailer, pero también Hunter S. Thompson, Rodolfo Walsh o Gay Talese, entre otros muchos, que profundizaron en la psicología de los personajes y aspiraban a la calidad literaria del relato. Fue un intento por dejar atrás las estructuras tradicionales de la noticia, basadas fundamentalmente en datos. En muchas ocasiones Artur Heras toma como punto de partida imágenes no ficticias, que ha obtenido con su cámara o ha incorporado del acervo, pues han sido muy difundidas por los medios informativos. Pero también considera que la experiencia creativa tiene un componente decisivo de ficción. Y de imaginación. Se para, entonces, ante uno de sus antiguos cuadros, «Pensaments terrenals del sant». El espectador visualiza un cráneo al que acompaña la leyenda en latín «No te fíes de los colores!» «Es una máxima muy cierta, los colores te pintan la vida muy bonita, pero después…». Realizó el cuadro para una exposición sobre el beato Juan de Ribera (1532-1611), arzobispo de Valencia, patriarca de Antioquia y uno de los principales promotores de la expulsión de los moriscos de la monarquía hispánica, a partir de 1609. Aquí Artur Heras hace uso del juego y la ironía, representa una boca sensual y mezcla estos elementos con la figura del huevo: el nacimiento y la vida.
Reclama la atención para la pintura de otro cráneo, «Sant Buit», de 2012. A esta representación de un «santo vacío», quizá otros artistas la habrían llamado «sin título». Pero tal vez sería desperdiciar una ocasión, «para una vez que puedes decir algo, ¿por qué te vas a callar?», se sonríe el autor. Aunque no siempre mantendría este criterio: «Si se es muy descriptivo, ¿para qué pintar un árbol y titular el cuadro ‘árbol’?» Más allá de las ironías, en los museos, sobre todo los más visitados y por razones de conservación de las obras, se establece una raya gruesa que limita la observación del visitante. Pero muchos pintores tienen, quizá por deformación profesional, la costumbre de acercarse a los cuadros. Esta acción no es baladí: supone asomarse a la obra de arte, lo que se recomienda siempre. Es también otro de los grandes principios que pueden generalizarse, y que Robert Capa subrayó para la fotografía: «Si tus fotos no son buenas, es que no te has acercado lo suficiente». El pintor valenciano agrega matices a esta idea: «Si no te aproximas desde un punto de vista emocional, conceptual y visual, es que algo pasa…». En el caso de su pintura, muy trabajada, la superficie -la piel- de algunos cuadros es lisa, pero en otros aporta mucha información. Igual que la basura. No se trata de información conceptual y anecdótica, sino sensitiva.
Porque en las composiciones hablan los colores, las texturas y las relaciones entre los elementos del cuadro. También pueden percibirse los diferentes lenguajes. «El monte Gurugú», de 2014, es un lienzo mayor que los dos anteriores. «Sabéis que los artistas tenemos un ego considerable…Y siempre hay alguno que lo tiene mayor», advierte Heras. Pero en su caso no es cuestión de narcisismo, sino de maneras de trabajar: siempre le ha gustado pintar sobre cuadros grandes, sentir la sensación de que uno ingresa en un espacio sin límites y que la vista no puede abarcar. El Gurugú es un monte marroquí, en el que grupos de inmigrantes -muchos de ellos subsaharianos- aguardan la oportunidad de franquear la valla de Melilla. Muy poco importa, pero el artista utilizó como modelo una montaña de la costa de Almería. Durante el proceso, «ocurre en la pintura», el autor se encontró con historias, referencias, conversaciones… Al paisaje le agregó un enterramiento, un lagarto y una frase del protagonista de «El Extranjero», de Albert Camus: «El sudor acumulado de mis cejas corrió de pronto sobre mis párpados y los cubrió con un velo tibio y espeso. Cegaba mis ojos ese telón de lágrimas y de sal». Las palabras («que por su poder de sugestión muchas veces valen más que mil imágenes») suceden al disparo sobre el árabe en la playa. Otro elemento de inspiración para «El monte Gurugú» son los paisajes de Muñoz Degrain (1840-1924), uno de los pintores que abandera la modernidad impresionista. «Parece monocromo, pero hay que acercarse y ver las gotas».
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