La aparición en la Feria del Libro de «No me preguntes cuándo», su novela más reciente, sirve de coartada para una conversación poco literaria con un autor dispuesto al riesgo.
¿Si tuviera que hacer un plato con el nombre de diversionismo ideológico, a qué echaría mano?
«A un cheeseburger con Coca Cola bien fría», responde en un pestañeo Arturo Arango, Manzanillo, 1955.
Milita, sin vacilaciones, en el bando de los anticapitalistas, mas eso no lo ha puesto en brazos de la ortodoxia, ni tampoco a vestir el traje del intelectual orgánico. Si hay dos orillas, para él podría haber una tercera. Sopesándolo, el filósofo comunista Fernando Martínez Heredia lo consideró «uno de los más importantes intelectuales cubanos».
Ahora, frisando los 64 años, todavía conserva los arrestos mentales de la juventud, la duda marxista hinca sus impulsos y es un modelo de intelectual incómodo, cuyo prestigio le ha permitido caminar por los aleros ideológicos del sistema sin caer al vacío.
A los ojos de algunos, un destino así factura dudas. Dudas razonables.
¿Será un exceso de la suerte o una sobredosis de tolerancia oficial o los privilegios de un maestro en acrobacias académicas? Ni esto, ni aquello, ni todo eso junto haría la respuesta.
A despecho de las consecuencias, lo suyo, afirma el autor de Reincidencias, es ser coherente. Decir lo que piensa y punto. Así en la narrativa, así en el ensayo, así en el periodismo y los guiones de cine, la ética sella sus textos, burla los maniqueísmos y pone a los radicales de agendas contrarias a beber en el común abrevadero de las sospechas.
De fuego en fuego, es decir, de página en página, ha fraguado un discurso indagatorio y verosímil ante un panorama de déficits cognitivos y de evasivas institucionales sobre conflictos culturales en la isla. Tales búsquedas han servido y sirven al pensamiento emancipador cubano en su afán de soberanía frente a las altanerías hermenéuticas del poder.
En una tarde de claroscuros en la casona que fuera de Dulce María Loynaz, otra patriota, es Arturo Arango el incendiario, nunca el bombero, quien se pone frente al micrófono de OnCuba con una diáfana contraseña:
«Pregunta lo que quieras».
Ficciones, política y próxima novela
¿En No me preguntes cuándo, se responde la pregunta del título?
No. Se trata, en síntesis, de un actor cubano, de medio pelo, que va a México a hacer una temporada, más por una relación personal que profesional, pero en México muchas cosas le salen mal y se queda perdido. No es que decide quedarse allí, es que no tiene más remedio. El personaje es de Manzanillo, como yo, y cuando va a partir la madre le pregunta cuándo va a regresar y él nunca responde. La novela está escrita en primera persona por este personaje, que se llama Ernesto Camilo…
No por gusto se llama Ernesto Camilo…
Es una marca generacional, la mía. Tengo un libro anterior de cuentos, Vimos arder un árbol, que trata sobre la vida de una pareja, y justamente los hijos de la pareja se llaman Fidel y Celia.
Y su personaje, Ernesto Camilo, es todo ficción.
Sí. Él decide contar su historia y supuestamente a esta persona que yo conocí hace muchos años en Manzanillo, me lo encuentro en el DF -un azar que me ha pasado de encontrar personas en una ciudad de 25 millones- y me invita a un café en el lugar donde vive y me entrega un manuscrito que él supone es una novela. Digamos que es la metaficción en la que está construida la novela.
Ahora, detrás de estas peripecias de Ernesto Camilo hay una tesis sobre algo que Ud. quiere de algún modo establecer.
Siempre hay algo de fondo. Aquí la soberbia, que se dice es la madre de todos los pecados, es el error trágico de Ernesto Camilo. En ciertos ámbitos, a los cubanos nos dicen los argentinos del Caribe, y cuando salimos hacia países que consideramos subdesarrollados, -!como si no lo fuéramos nosotros!- tenemos la costumbre de subvalorar a los demás, y esa es la falta capital del personaje que toma por tontos y pedinches (pedigüeños) a los mexicanos y eso le pasa factura final. En última instancia es una historia que tiene mucho que ver con el destino.
¿A lo griego?
Hay una mezcla de error trágico por una parte y por otra, de una equivocada toma de decisiones. Se dice que un héroe es aquel que está en el momento y lugar indicado y hace lo correcto, pero qué pasa si ocurre lo contrario.
¿La política asoma aquí?
Es una novela en lo explícito muy poco política.
A diferencia de sus otras novelas…
Sobre todo de la segunda y la tercera. El propio Ernesto Camilo manifiesta «a mí no me interesa la política» y apenas ve prensa sobre Cuba. De cualquier manera, dice, si hubiera cambios importantes en Cuba, me enteraría, porque las noticias siempre llegan. Es un personaje que paulatinamente pierde comunicación con su familia, a la cual mantiene en la ficción de su bienestar, cuando en realidad está desbaratado.
Su narrativa, en la que incluyo sus relatos y cuentos, es un ajuste de cuentas con la realidad o Ud. se acerca a los temas desprejuiciadamente.
La literatura, como el cine, al que me he dedicado mucho en los últimos años, tiene una zona artesanal, que se conecta con la sabiduría de la profesión, con poner las palabras en su lugar, ordenar los acontecimientos; pero hay un minuto, para mí extraño, que es el momento en que surge una idea y uno la toma o la deja. Uno va elaborando una idea, esa idea va tomando cuerpo y uno no la escribe hasta que llega el instante de hacerlo. A veces nunca lo haces. Luego uno coloca los significados. Hay historias que son más políticas que otras.
Su novela iniciática no se mete en política.
Una lección de anatomía es un relato erótico, de juego con el cuerpo y también de decepciones, pero la segunda y tercera novelas son muy políticas. El libro de la realidad surgió de una idea totalmente desasida de contexto alguno que le propuse a Gerardo Chijona y luego Manuel Pérez Paredes nos condujo a personas que habían pasado por esa experiencia. Hicimos el guion de una película que tiene que ver con jóvenes cubanos que eran presuntamente entrenados para ir a combatir como guerrilleros a la América Latina. El tema de la novela es el abuso y los límites de la fe, y hasta qué punto el abuso de la confianza y la fe de las personas puede conducir también a otros lugares. Y luego escribí Muerte de nadie, que es más política todavía, y que partía de elaborar una metáfora de ciertos rasgos de la sociedad cubana.
Calicito, esa comarca en Muerte… ¿es una remedo de Cuba?
Hay cosas de Calicito que tienen que ver con Cuba. Otras no.
Para despistar o porque son exigencias de la trama.
Lo segundo. Muerte de nadie se me ocurrió leyendo un libro de cuentos de Abilio Estévez que se llama El horizonte. Él narra el cosmos de una familia como si fuera un Estado. A partir de ahí pensé que era posible tratar un pueblo como si fuera un Estado, donde se reprodujera en pequeño las virtudes y los vicios de un Estado, donde acaba de morir la persona que lo ha dirigido durante unos setenta años. Es una idea que ya había rozado en el cuento Lista de espera (no en la película), que ubica la acción en el segundo piso de la Terminal de Ómnibus. Allí había una fila de bancos que tenían el nombre de los ciudades de destino: Manzanillo, Bayamo, Las Tunas, Camagüey, y cuando en el cuento las personas llevan mucho tiempo en el lugar, empiezan a organizarse como un Estado y crean asambleas de representes y partidos políticos, hasta que llegan los ómnibus y aquello se desbarata. Antes de escribir Muerte de nadie me releí La República, de Platón, y las utopías clásicas Utopía, La ciudad del sol y La nueva Atlántida, y en todas ellas se parte de un barco que se pierde. Es el momento en que el hombre occidental toma conciencia de la totalidad del planeta, y había territorios por descubrir aún. Esos viajeros llegan a una isla desconocida donde se ha desarrollado una sociedad especial, modélica. Ahora lees esos proyectos renacentistas y te percatas de que eran sociedades tremendamente represivas, donde se eligen los hombres más bellos e inteligentes y los aparean con las mujeres más bellas e inteligentes, por ejemplo.
Una suerte de eugenesia, que luego vino con los nazis.
El Estado domina al ser humano. Y por eso Muerte de nadie comienza con un pequeño barco de cabotaje, que de alguna manera está citando a El corazón de las tinieblas, de Conrad. Y sí, se hace referencia en mi novela a Calicito, que es un pequeño pueblo cercano a Manzanillo, al que además pertenece La Demajagua. En la novela se habla muchas veces de la Historia de Calicito, que el propio jerarca del pueblo, un personaje ficticio, ha escrito. Son tres tomos de la Historia y se ha perdido el tercero, que corresponde a la época revolucionaria. Ese pueblo queda atrapado entre dos potencias, los Figueredo y los González, lo que remeda de alguna manera la propia historia de Cuba.
¿Tiene alguna novela en el disco duro?
Sí. Se llama Después de todo. Es una novela extensa en torno a una familia de Manzanillo, que de alguna manera revisa la historia familiar, pero también la historia de Manzanillo y de Cuba, de 1895 a 2009. El protagonista de No me preguntes cuándo, Ernesto Camilo, pertenece a esa familia y a su vez es primo del protagonista de los cuentos de Vimos arder un árbol, y son primos, igualmente, del personaje que escribe Muerte de nadie.
Entonces, todo queda en familia.
El funcionario que no fue
El hecho de que Ud. haya ocupado cargos de dirección en Casa de las Américas, la escuela de cine de San Antonio de los Baños y en la Gaceta de Cuba ¿cómo lo asume, a la usanza de un intelectual orgánico, o fueron responsabilidades de las cuales no pudo zafarse en su día? Situado en los territorios del funcionario y en los del creador, ¿cómo ve la vida? ¿Tenemos a otro vizconde de la literatura ?
No soy un funcionario. Nunca lo he sido. Cuanto más cerca estuve de serlo fue en mi primer trabajo, a los 22 años. Me fui a vivir a Matanzas, en 1977, casado con mi esposa, matancera, y que también se graduó de Letras. En ese año había avidez por recién graduados para las direcciones de Cultura. Y allí nos atraparon a los dos y a mí me nombraron jefe de sección provincial de Literatura. En la revista Casa, que la dirigí un par de años y fui jefe de redacción, era un trabajo eminentemente intelectual, y allí tuve la enorme suerte de trabajar durante nueve años con Roberto Fernández Retamar, a quien agradezco casi todo lo que sé, porque él es un profesor a tiempo completo. Aprendí de cultura latinoamericana y aprendí de la vida, porque es un hombre muy sabio. A partir de Casa de las Américas conocí y me relacioné con otros intelectuales, como Esther Pérez y Fernando Martínez Heredia, quien tuvo una gran influencia en mi forma de entender los procesos políticos cubanos y de entender la Revolución.
Mientras estuve en la Casa se fue consolidando el grupo de narradores al que pertenezco. Recientemente en la feria presenté un libro de cuentos de Padura, Aquello estaba deseando ocurrir, y luego Padura, con mucha generosidad, habló de que nosotros constituimos un grupo muy sólido de amigos que nos hemos mantenido fieles a nosotros mismos en las buenas y en las malas. Abilio Estévez, Reinaldo Montero, Francisco López Sacha, Senel Paz, Luis Manuel García, Miguel Mejides, Padura, obviamente, entre otros. En la EICTV entré sustituyendo a Eliseo Altunaga, un gran profesor de guion, y allí se hace una labor de formación en un ambiente que tiene dos grandes virtudes: para una persona de mi edad, la relación constante con jóvenes es siempre enriquecedora y revitalizadora, y por otro, es un ambiente multicultural. Es un trabajo que no tiene nada que ver con el empaque del funcionario, ni con la necesidad de adoptar una posición oficialista.
Gracias a cierta pasión generacional por revisar la historia de la política cultural cubana, este grupo, y otros muchos más, poetas o críticos y ensayistas, dramaturgos, entendimos muy rápidamente que la manera más revolucionaria de ser intelectual es siendo un intelectual crítico.
Creo que entender la organicidad de un intelectual como obediencia o disciplina es un error. Cuando revisamos todo el período del quinquenio gris (1971-76), no en 2007, sino mucho antes, y toda esa zona de dogmatización que fue más de un quinquenio, y para mucha gente, más que gris, siempre nos llamó la atención la cantidad de intelectuales, inteligentes, importantes, notables, que habían optado por resistir en silencio.
¿Y tenían otra opción?
Sí, cómo no. Recuerdo, a fines de los ochenta, que se hizo un coloquio sobre la verdad, en la UNEAC. Leí un texto, que luego perdí, donde citaba un artículo de Novedades de Moscú. Se hablaba allí de la expulsión de Pasternak de la Unión de Escritores Soviéticos, y el autor, que estuvo en la asamblea, reconocía su vergüenza por haber votado a favor de la expulsión de Pasternak. Él decía: «Ya Stalin estaba muerto. A nadie iban a matarlo por votar en contra. Y votamos a favor». La mayoría de esos intelectuales cubanos, personas a las que respeto profundamente, creyeron que tenían que sacrificarse para que la Revolución siguiera avanzando.
Ya en los 80 la percepción varió completamente, y no solo en nuestra generación. Comprendimos que para ser revolucionarios y para ser escritores y artistas no podíamos admitir ese tipo de exclusiones y que la Revolución no podía prescindir, no puede prescindir, de una visión amplia, compleja, contradictoria, de la cultura o del pensamiento. El ejemplo más visible de ese cambio fue la pelea organizada de los cineastas en contra de los ataques contra Alicia en el pueblo de Maravillas y contra la disolución del ICAIC.
Esa contradicción entre el intelectual y el poder no está resuelta en ninguna parte del mundo. El socialismo estuvo lejos de resolverla en Europa, no la ha resuelto en Cuba, no la ha resuelto en ningún lugar. El capitalismo tampoco la ha resuelto. Creo que la solución de ese conflicto forma parte de la utopía.
Capitalismo, socialismo y democracia
En Terceras reincidencias, Ud. se posiciona entre «quienes buscamos una remodelación democrática del socialismo», «quienes optan por la continuidad de un socialismo que necesita ser repensado, renovado». ¿En términos concretos, en que consiste una remodelación democrática del socialismo en Cuba?
En qué consiste, en términos prácticos, no lo tengo claro. Empezaré por las negaciones. Yo soy un anticapitalista radical. No puedo simpatizar con un orden socioeconómico que tiene en su fundamento la explotación del ser humano. Ahí hay algo que anda mal.
Aun si pensamos en un capitalismo nórdico, por ejemplo, donde existe lo que llaman solidaridad distributiva…
Aún ese. Porque al final estamos acá nosotros, los tercermundistas. Siempre hay una zona del mundo que es más explotada.
Somos periféricos…
Y la riqueza de aquí está yendo para allá. Allí pueden no mancharse las manos, porque el trabajo sucio lo hacen otros. Por otra parte, tampoco creo en la democracia representativa. Ahora mismo, hay una evidencia de hasta qué punto esa democracia es falsa con la elección de Trump. Que un ser que piense como Donald Trump, a partir de sus millones, haya logrado ser el candidato de un partido y ganar la presidencia del país más poderoso del mundo, es un peligro para la humanidad.
Y entonces, ¿qué tipo de democracia sería la más viable en Cuba, descartando la liberal?
No sé si todavía existen las condiciones, pero en Cuba pudo haberlas en cierto momento para tratar de encontrar otras vías de participación popular en la toma de decisiones, que es en última instancia a lo que yo llamaría democracia. Participación popular real en la toma de decisiones. Lo que se debate en el Congreso de Estados Unidos y en la Asamblea Nacional de Cuba no son tomas de decisiones populares. Eventualmente sí, pero no necesariamente. Creo que las condiciones en Cuba, quizá por desgracia, se han ido alejando de esa posibilidad. Tengo la impresión de que cada vez el gobierno cubano tiene que actuar más como lo dejan que como quiere, que es algo también que ha pasado históricamente. La Revolución cubana nunca se realizó en una campana de cristal. Podemos especular hasta el infinito qué pudo ser distinto con menos hostilidades de Estados Unidos o qué hubiera sido igual de todas maneras. Eso ya nunca lo sabremos. En la filiación con los soviéticos, la subordinación económica fue absolutamente inevitable, pero la ideológica, ¿hasta qué punto fue evitable o no? Hasta los años 90, las dos grandes tendencias de la ideología en la Revolución cubana estaban claras: pro soviéticos, o tercermundistas o guevaristas o como les quieras llamar. Ahora mismo no sé cuáles son las tendencias dentro de la cúpula del poder en Cuba y sospecho que las hay. Pero no se percibe un debate en torno a la conceptualización misma del socialismo. «Próspero y sostenible» es un punto de llegada, no un modelo.
Esos referentes de que Ud. habla ya no existen ¿Y ahora, cuáles marcan tendencia?
Ya no sé cuáles son. Las tendencias no están claras. Por eso yo tengo ideas, no personas que apoyar, porque no sé qué piensan. Antes yo sabía que Armando Hart era un intelectual, un líder político, que defendía una determinada idea de la cultura con la que yo estaba bastante de acuerdo, mientras no lo estaba con Carlos Aldana.
Era una situación binaria.
Binaria y era clara y venía de los orígenes de la Revolución. Ahora ¿qué tendencias hay? No sé y no creo que mucha gente sepa.
Reguetón y 349 ¿Veneno y antídoto?
¿Qué le dice un Decreto como el 349?
Creo que es un error total. Es un texto mal pensado, aunque incluso pueda confiar en las buenas intenciones de querer ordenar ciertas cosas, pero es equivocado. Por una parte, volvemos a lo mismo de siempre: cómo determinar qué es vulgaridad, obscenidad, incluso qué es pornografía. En su momento, Ulises, de Joyce, fue tildado de pornográfico.
Pero tampoco el torrente de vulgaridad que se expande a toda hora se puede dejar de la mano.
Es que creo que hay mecanismos de control social que son los que tendrían que operar…
¿Culturales?
Culturales, efectivamente. Por otra parte, este problema llamado la vulgarización de la sociedad cubana es reflejado, no generado por el arte. El reguetón, que me es indiferente, no genera vulgaridad, sino refleja un estado de cosas y responde a un público que participa o se relaciona bien con ese estado de cosas. Me parece correcto que el Ministerio de Cultura cuide de los dineros púbicos a la hora de las contrataciones de los artistas, pero tengo la impresión de que una vez que hay un sector privado, hay que mirar todo el sistema de una manera distinta, que es lo que no hace el Decreto.
El otro gran error del Decreto es preceder a la nueva Constitución. Si la constitución podía variar algunas reglas del juego, por qué apresurarse y no esperar a que hubiera una base legal más sólida para luego ver que hacía falta legislar o no. Es un Decreto equivocado y lo único inteligente -sabemos que es muy difícil que se derogue- es dejarlo morir.
Hormonas capitalista. Mirando hacia el Oriente.
La nueva Constitución abre puertas al sector privado. Su comportamiento es arrollador, al menos en los términos en que uno puede captar y sentir que es arrollador, pero la intención del Estado es que ese sector no sea arrollador, que sea un aparato auxiliar y que se contente con poco. Es una especie de capitalismo que hay que mantener en edad pediátrica todo el tiempo y contenerlo. Se sabe que difícilmente pueda ser así. Mi pregunta es si ese sector privado, con sus hormonas capitalistas, que recibe y recicla dineros del extranjero, se va a contentar con ser el hermano menor al que el Estado conduce de la mano o llegará el momento en que su poderío será tal que el Estado tendrá que detenerlo definitivamente, porque lo percibirá como una amenaza existencial al sistema…
No tengo una respuesta clara para eso. Primero, el sector privado es pujante en Cuba, pero las actividades que está ejerciendo son, básicamente, de servicios. Los grandes centros productivos, salvo la agricultura, en algunos renglones, siguen siendo estatales. En las condiciones económicas de Cuba, el sector privado es imparable. No creo que el Estado pueda eliminar al sector privado, no veo cómo la economía cubana soportaría eso en estos momentos. Para empezar, cuántos desempleados habría inmediatamente y el Estado no tiene cómo reabsorberlos ni sostener el mismo nivel de salarios que ganan esas personas actualmente en el sector privado. Por otra parte, no creo que el desarrollo del protocapitalismo cubano sea tan veloz y tan radical a partir del tipo de negocio que realiza.
Se habla mucho de Vietnam y de China y del vertiginoso crecimiento de sus modelos de mercado.
En 2004, estando en una beca en Ohio, presenté películas de Gutiérrez Alea y había una pareja de chinos que asistían a mis proyecciones. Ella era estudiante y él un filósofo especialista en Ética que estaba muy ofendido con su realidad: «Imagínese, en el Partido Comunista chino hay millonarios y pertenecen al comité central. ¿Cómo un partido que se fundó como partido de trabajadores ha quedado en manos de millonarios?» Y él me preguntaba por Cuba -estamos hablando de 2004- y yo le contaba cómo era la realidad cubana. Y me decía: «Así era China en los ochenta». A mí las bolas de cristal no me gustan.
Utopía, crisis y pintores rebeldes
Su generación asumió la Revolución en una edad en la que se es romántico por naturaleza. Lejos de la mocedad, esas reminiscencias de la utopía ¿cómo operan en ustedes?
Los 90 fueron decisivos para un cambio de mentalidad, que incluso comenzó desde fines de los 80. Para colocarse frente al fenómeno de la revolución en el arte, para colocarse frente a la relación del discurso del poder y el discurso del arte, fue importantísimo lo que pasó con los artistas de la plástica a fines de los 80. Senel Paz me ha dicho que sin ese movimiento él no habría podido escribir El bosque, el lobo y el hombre nuevo.
Nos hizo mirar a todos de otra manera, aunque no tuvieras que estar de acuerdo con todo lo que ellos decían y con toda su ideología. Ese movimiento puso en crisis la relación del Ministerio de Cultura con los artistas. Fue el momento en que Hart, quien había hecho una labor brillante, se quedó atrás. No pudo actualizarse y fue desbordado por la fuerza de esos artistas ya nacidos en los 60.
¿Es un misterio que tal movimiento contestatario comenzara por los plásticos o hay razones que pueden explicarlo?
Creo que tiene que ver con Instituto Superior de Arte (ISA) y la formación teórica que recibieron, mucho más compleja y contemporánea. Eso fue básico, aunque puede haber otras razones. Fue un movimiento distinto al del cine, donde también estaban ocurriendo cambios, pero más a nivel del reflejo de la realidad cubana que a nivel de una revolución que alcanzaba también las formas. Sed, de Kiki Álvarez, y Pon tu pensamiento en mí, de Sotto, son en el cine el correlato de lo que estaba pasando en las artes plásticas. Recuerda que con Alicia en el pueblo de Maravillas -eso Manuel Pérez lo ha contado- Aldana dijo en una reunión: «el problema no es Alicia…, el problema es la tendencia». Aquí también hay algo que tiene que ver con los mecanismos de la censura y los espacios. La censura sobre una rama del arte está proporcionalmente relacionada con la expansión que esa rama del arte tiene. El cine está concebido para que lo vea mucha gente y pasa por mecanismos de producción que lo obligan a ser promiscuo, a pasar por muchas miradas. A una galería de arte, ¿cuántas personas van en un mes? Quienes van al estreno de una película seguro son mucho más. Cuando surgió ese movimiento que se llamó Proyecto del Castillo de la Fuerza podía haber dos mil personas esperando la apertura de una exposición. Era masivo. Recuerdo que una de esas exposiciones fue suspendida por los propios artistas en el 88 u 89. Era una tesis de estudiantes del ISA sobre la obra de Orlando Yanes, donde se incluía un retrato de Batista hecho por él y el dato de que el artista había diseñado el logo del primer congreso del partido. Uno de los expositores era José Ángel Toirac, premio nacional de artes plásticas en 2018 ¡Cómo han cambiado los tiempos!
La generación del desencanto
Yo nunca fui un prosoviético, de manera que cuando se derrumba el campo socialista no te voy a decir que lo esperaba, pero ni me sorprendió tanto, ni me sentí traicionado. Ya el Che, en los años 60, se había dado cuenta de que aquello anda mal, luego de recorrer Europa del Este. Esa percepción operó mucho en la manera en que me recoloqué ante la nueva realidad. Lo que vino después fue terrible. Me pasé dos años encima de una bicicleta. Vivo en Cojímar y trabajaba en el cine 23 y 12 y entonces eran quince kilómetros en una Flying Pigeon, que pesaba 75 libras, sin cambio de velocidades, y a veces con el anticiclón del Atlántico soplando en contra en el regreso.
En un ensayo sobre la literatura latinoamericana posterior a los 90, Jorge Fornet, con mucha razón, nos ha calificado como la generación del desencanto. Todo eso está en la obra de mi generación. Cuentos como Dorado mundo, de López Sacha; Rumba Palace, de Miguel Mejides, donde Martí aparece perdido en las calles de La Habana, y, pecando de inmodesto, Bola, bandera y gallardete o Lista de espera, de mi libro La Habana Elegante están metaforizando la crisis y nos están colocando frente a ella. Asimilamos literariamente la crisis y nos preparamos para lo que viniera, sabiendo que todo el futuro iba ser absolutamente distinto.
Esa novela que todavía está en mi disco duro, Después de todo, pertenece al ciclo No estaba el futuro. Un poco la idea de estos libros es esa: se nos fue el futuro. Pero también que el futuro nunca está. Lo estás construyendo día a día. Creo que eso fue lo dañino de la utopía: pensar que por diseñado, el futuro estaba garantizado. Yo viví en los 90 una sensación de perplejidad. Subir por una escalera que de pronto acaba, que me habían quitado el edificio y estaba solo en la escalera. La incertidumbre es uno de los peores estados de ánimo.
¿La perplejidad continúa?
No.
¿Y dónde estamos ahora?
Creo que sigue la incertidumbre, pero no la perplejidad. La diferencia es que antes creíamos que sabíamos y no sabíamos. Ahora no sabemos, pero sabemos que no sabemos.
Retamar decía a fines de los 80 o inicios de los 90: «Marx decía ya pasó el momento de interpretar al mundo, ahora tenemos que transformarlo». Y de inmediato retocaba: «De nuevo es la hora de interpretar el mundo para después transformarlo».
Material de estudio desaprovechado
Se está produciendo una cantidad de pensamiento valioso en torno a la realidad cubana y las posibilidades de futuro que es impresionante y me apena que sea desaprovechado. Si el diálogo entre el poder político y la intelectualidad fuera realmente productivo, se aprovecharía una cantidad de textos inquietantes que generan ideas y que proponen soluciones. Son textos que están escritos entre una mezcla de catarsis y de la confianza de que pueden generar políticas. El pensamiento está muy vivo.
¿Hay antenas para eso?
Por supuesto que las hay. Forma parte de mis esperanzas, que en Cuba y en torno a ella, en América Latina, siga habiendo una intelectualidad no anquilosada, aunque siempre hay dinosaurios, incluso más allá de las edades siempre hay dogmáticos. Retamar decía que el dogmatismo forma parte de la condición humana. Ahora mismo está naciendo un dogmático en Maternidad de Línea. Luego ese dogmático se afilia a una idea y la defiende y hace atrocidades con ella.
La retórica es propia de esos dinosaurios. Me llama mucho la atención, incluso en los llamados «nuevos medios» un discurso reiterado y retórico que parece destinado solo a convencer a los convencidos. La retórica se muerde la cola.
Hay un refrán que dice que menos de cinco contradicciones es dogmatismo…
Yo tengo muchas más dudas que certezas. Estoy libre.
Cuba: el imperio contraataca
A la América Latina, ya que la nombra, parece que le ha llegado la hora de la reacción termidoriana y hay quien se pregunta si Cuba, en su condición insular, de fortaleza sitiada, podría escapar a esa hora, o fatalmente no.
Cuba sobrevivió a la OEA en los sesenta con Fidel Castro en el poder. Más allá de cualquier otra consideración sobre su papel en la historia de Cuba y del planeta, era un líder que impulsaba un país. Estoy de acuerdo con los que piensan que el problema económico de Cuba es político. Hay unos frenos en la economía que son de origen político, pero cuánto nos puede dañar que la situación de Venezuela se siga deteriorando y vaya hacia un desastre. Más allá de simpatías o no con Maduro -no creo que haya sido un líder suficientemente solvente- una amenaza de invasión es inaceptable. No puede ser que Trump decida lo que pasa en Venezuela y provoque una guerra civil o una guerra continental.
Nosotros no estaríamos, no estamos, ajenos a un escenario así. La isla esta tendida sobre ese mantel y si lo halan…
No creo que Estados Unidos, ni siquiera con la locura de Trump, se arriesgue a una invasión militar a Cuba, porque la situación interna de Cuba no se parece para nada a la de Venezuela. Y la gran lección que las oligarquías latinoamericanas aprendieron de Cuba es no irse de sus países respectivos. ¿Un Guaidó cubano, con qué base social contaría? No la hay. Ahora, a nivel económico, no sé hasta dónde López Obrador podría sustituir alguna ayuda muy limitada a Cuba, porque el resto está lejos, ¿no?
Pero Cuba sigue siendo una pieza geopolítica muy importante para las grandes potencias.
Dado las tecnologías actuales, ya no tanto como en siglos pasados. Lo que a Cuba le están cerrando son las válvulas de alimentación.
No todas. Los cruceros siguen atracando. Se pueden ver todas las semanas. Hay intereses, al parecer, que escapan a las sanciones para no perderse el pastel cuando Cuba sea Miami, según la visión alardosa de Trump.
Trump es impredecible. Hace año y medio parecía que podía estallar la guerra atómica entre Estados Unidos y Corea del Norte y sin embargo han establecido diálogos. En el caso de Cuba esa derecha de la Florida es la que está haciendo mucho daño. La figura de Marco Rubio… Aunque esa gente no tiene base social en Cuba.
No le parece que pueda haber una Cuba rastrera, plattista, resentida y oscurantista. Le cuento que cuando venía para esta entrevista, me adelanté a una pareja y el señor, ya algo mayor, le comentaba a su acompañante el episodio de Trump lanzando rollos de papel higiénico a los puertorriqueños. Lo tomaba como lo que es, una ofensa, una humillación. Y ella le responde: Yo no tengo papel higiénico en mi casa. Si me lo hubiera tirado a mí, se lo hubiera agradecido.
Lo que pasa es que esa Cuba plattista está desarticulada y no se articula de un día para otro. Siempre harán falta líderes.
Pero pueden surgir de la noche a la mañana.
No creo que sea tan rápido. Sigo teniendo la esperanza, me aferro a eso por mi antimperialismo visceral, de que ante cualquier intromisión o una invasión, hay reservas nacionalistas en Cuba para enfrentar una coyuntura trágica como esa. Incluso personas que se han ido de Cuba y que no simpatizan con el gobierno, verían con muy malos ojos una invasión a Cuba.
Zona franca: un final para desconectar
Tomando en cuenta su juventud en los setenta, ¿alguna vez usó jeans domésticamente falsificados?
Sí, claro, y unos que se llamaban Machetero o algo así.
Lennon decreta: la felicidad es una pistola caliente. ¿Algún reparo?
Prefiero no usar metáforas bélicas.
¿Tuvo sexo sin protección en los tiempos pre SIDA?
Sí. La protección era entonces contra embarazo.
Parodiando a Clausewitz, el alcohol es la continuación del sexo por otros medios ¿o es el chocolate?
El chocolate. Tengo un decálogo para beber. Cuando estoy deprimido no lo hago. Soy de Manzanillo, donde se bebe muchísimo.
La Habana y Manzanillo, además de tener un malecón en común, ¿en qué más se parecen?
Salvo el malecón, en nada. En mi niñez, Manzanillo era una ciudad interesante, pero yo siempre quise venir para La Habana.
Aunque dejó de serlo hace mucho tiempo, ¿ser provinciano tiene sus ventajas?
Todo lo contrario.
¿Qué lee ahora?
Acabo de terminar el libro de cuentos de Padura, Eso estaba deseando suceder, y ahora me entrego a Decirlo todo, de Guillermo Rodríguez Rivera. Lamentablemente casi siempre tengo que hacer lecturas operativas, de trabajo. Guiones de cine, artículos para La Gaceta …
Si no fuera escritor, ¿ a quién tendría delante?
Tal vez a un arquitecto, aunque mi gran problema era el dibujo. Me siento incapaz de dibujar algo.
Le nombran director de la Biblioteca Nacional y ocurre un incendio. ¿Qué libros ordena salvar?
Salvaría aquello que no se puede encontrar en otra parte.
Cuando le preguntaron a Raúl Roa qué libro se llevaría a una isla desierta, respondió que La montaña mágica, para poder terminarlo. ¿Tiene alguna analogía?
Me llevaría la Biblia, que sí la terminé. Soy ateo de tercera generación, pero para una isla desierta hay que llevarse un libro inagotable.
Marx le pide una dedicatoria a su regalo de Reincidencias. ¿Qué le pondría?
A Carlos Marx, uno de los hombres que nos enseñó a pensar.
La vida comienza a los 64 y obvio el significado del número en la charada china.
No, no comienza. A los jóvenes que trabajan conmigo les digo: «Entiendan que tienen una vida por delante, y yo, por detrás.»
¿A qué le teme?
Le tengo pánico a las ranas. Le temo a la muerte.
¿A qué no le teme?
Yo, en lo intelectual, no tengo miedo nunca. El ejercicio del pensamiento necesita saberse libre. Lo que pienso lo digo donde quiera. El asunto está en tener un discurso coherente.
¿Y Ud. estaría demostrando que un intelectual en la Cuba socialista puede ser un atravesado de principio a fin y no ser expulsado del paraíso?
Es que no hay cómo expulsar a nadie del paraíso. Algunos amigos han hablado de Padura y de mí como intelectuales reformistas y dicen que somos críticos pero con cuidado para no perder las prebendas que nos dan. No sé qué prebendas tengo. Trabajo bastante para pagar mi techo y mi comida y mis placeres. Eso me da mucha libertad. Siempre he tratado de ser consecuente con los versos de Antonio Machado: «Al cabo, nada os debo. Me debéis cuanto he escrito».