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Asturies y su progreso: La casa se está cayendo

Fuentes: Rebelión

De entre las peores lacras del marxismo y de la filosofía orientada hacia el socialismo se encuentra la manía del «progresismo». En nombre del progreso se han cometido los peores crímenes contra el hombre y los atentados más salvajes contra la naturaleza. Por más que se quiera respaldar esta persistencia de «progresismo» en la izquierda […]

De entre las peores lacras del marxismo y de la filosofía orientada hacia el socialismo se encuentra la manía del «progresismo». En nombre del progreso se han cometido los peores crímenes contra el hombre y los atentados más salvajes contra la naturaleza. Por más que se quiera respaldar esta persistencia de «progresismo» en la izquierda con ciertos textos sagrados de Marx, Engels, Lenin, etc., lo cierto es que han transcurrido muchos años desde que aquel espíritu decimonónico y prometeico prevaleciera entre las filas proletarias, ora socialdemócratas ora comunistas. La crítica de la sociedad capitalista global, la oposición a esta economía depredadora e imperialista, debe asumir que el Progreso es una religión indiscutida y una enfermedad moral que padecen por igual fuerzas burguesas y fuerzas de izquierda. La técnica, el desarrollo, el crecimiento, la ciencia y el bienestar… Todas estas ideas son «ídolos», y hay que acostumbrar a una nueva izquierda a no dejarse postrar ante ellos. Nos parece abyecto que aquellos que pretenden un mundo y un régimen de producción alternativo y posible, sigan comulgando con estas ruedas de molino. Molino de destrucción.

Lo más universal es lo más próximo. El análisis del capitalismo mundial quizá empieza a ser posible cuando desde el ámbito de la pequeña patria y del marco más local se puede incoar una crítica, una impugnación global al régimen económico que se nos ha impuesto. Nuestra patria es Asturies. Y desde ella se quiere levantar la protesta. ¿Por qué no comulgamos con estas ruedas de molino? ¿Qué ídolos exigen el sacrificio de todo un pueblo, de una cultura, una lengua, una nación? Los arriba mencionados son ídolos homicidas y genocidas. La idea de progreso de Álvarez Areces y de su caterva de progresistas y «socialistas» no nos merece el más mínimo agrado, el menor rayo de luz ni de esperanza. Desde que estos progresistas se encaramaron al poder, muchos años atrás, en nombre del progreso, el desarrollo, la competividad, etc., hicieron desaparecer casi del todo la unidad productiva (pero también étnica, social, cultural) que fue la casería o quintana tradicional. Recordamos todavía el «crimen» que supuso ante los ojos del Principado criar a una o dos vacas y la disuasión que las instancias gubernamentales ejercieron sobre los aldeanos menos pudientes. Menos casería humilde y más «empresas agrarias». Ese fue el dogma. Concentración y engrandecimiento de las explotaciones para que éstas fueran competitivas. Simultáneamente, al proletariado se le sacudió con toda la fuerza que se pudo por obra del cierre estatal por decreto y la ley de la porra. Lo que no pueden hacer los burócratas, lo completan los antidisturbios.

Casi desaparecieron las vacas, los maizales y las instalaciones mineras y fabriles de nuestro país. No estamos haciendo sino un cuadro impresionista de una realidad socioeconómica que cualquier hijo de Asturies ha podido constatar. Desde la abundancia de elementos prototípicos con que los asturianos de cierta generación fuimos criados en nuestro entorno percibido (Umwelt), hemos pasado, de golpe y porrazo (nunca mejor dicho) a la escasez artificial y decretada de los mismos.

Para la izquierda jacobina o ilustrada, no se puede regresar a la economía de subsistencia de las dos o tres vaquines. Querer vivir de nuestro campo es querer regresar al hambre. Suspirar un regreso del proletariado, que hacía de las Cuencas Mineras, por ejemplo, un hervidero de gente (y de cultura, ideología, contestación social etc.) y no el asilo que casi es hoy, quizá resulte utópico. Ahora lo que se lleva es una reconcentración de la población. Una parte residirá en la Ciudad Astur, ese engendro que algunos imbéciles morales han ideado para aniquilar a nuestro pueblo. Esta Ciudad será una mancha de asfalto y cemento gris que podrá verse desde los satélites del espacio, en medio de la verde Asturies, justo en el triángulo ocupado por Gijón, Oviedo y Avilés. El resto, nos tendremos que conformar con el exilio o la emigración por España. Quien no encuentre acomodo en este progreso de ciudades golfísticas ajardinadas y barrios de adosados, que encubre una economía precaria basada en el turismo, y en la administración de muerte y de pensiones, tendrá que huir por causa de una dictadura económica. Porque no nos engañemos, el régimen impuesto desde Madrid y asumido por su fiel caniche, el Principado, es una dictadura económica violentamente impuesta por una maquinaria autoperpetuante de poder. Quien no se encuentre «instalado» en ella, o en la oposición conservadora, casi indistinguible de la socialista, es un verdadero apestado del sistema. A brazo partido tendrá que competir con miles de asturianos de su misma cualificación o capacidad, y sistemáticamente ingresará en las filas de los amenazados. Amenazados, sí. Amenazados por el paro y el terrorismo económico. Miles de asturianos que sueñan con regresar un día a su patria, que aspiran a ocupar en ella el puesto que merecen, que la nación les debe.

Algún día se narrará la historia de tantos exiliados y amenazados por el terrorismo económico de estado. Algún día habrá memoria histórica, y se podrá pasar factura a esta persecución y genocidio generacional. Abuelos nuestros marcharon a América. Padres o parientes, fueron allende los Pirineos. Y ahora, hijos, hermanos o amigos de toda una generación toman el ALSA para civilizar un poco las zonas más bárbaras de la cultura española, o empujar un poco del subdesarrollo meridional, pero ante todo, para ganarse un sueldo. ¿Hasta cuando tendremos que ver esto? ¿Ven «progreso» los asturianos mínimamente sensatos en este nuevo episodio de aniquilación? Porque es aniquilación de nuestra propia savia vital como pueblo, como cultura y nación. Los ancianos y los jubilados ya no podrán mantener mucho tiempo la casa en pie. Asturianos: la casa se está cayendo, y otros vendrán que la reclamen.