Miguel Jara tiene 35 años, nació en el centro de Madrid -«como pude haber nacido en cualquier otro lugar del mundo»- y vive en la Sierra de Guadarrama. Es periodista «freelance» y escritor, y está especializado en la investigación y análisis de temas de salud y ecología. En la actualidad ultima otro libro sobre los […]
Miguel Jara tiene 35 años, nació en el centro de Madrid -«como pude haber nacido en cualquier otro lugar del mundo»- y vive en la Sierra de Guadarrama. Es periodista «freelance» y escritor, y está especializado en la investigación y análisis de temas de salud y ecología. En la actualidad ultima otro libro sobre los «lobbies» industriales que actúan contra la salud pública y el medio natural.
Iñaki VIGOR
Después de dedicar cuatro años de su vida a escribir el libro «Traficantes de salud», Miguel Jara no duda de que existe una gran corrupción en el actual sistema sanitario, pero aclara que su trabajo no es «contra» sino «sobre» este sistema.
¿Cómo surgió la idea de escribir este libro?
La idea de investigar estos asuntos y escribir un libro surgió leyendo una publicación, «Motivos de actualidad», en cuyas páginas encontré un reportaje sobre personas víctimas del sistema sanitario. Me impresionó especialmente que hubiera medicamentos capaces de matar a seres que buscaban sanarse con ellos. Apunté las fuentes informativas que salían en ese trabajo periodístico y busqué sus teléfonos, así tiré del hilo hasta escribir esas 320 páginas de «Traficantes de Salud».
¿Cuáles han sido los principales problemas con los que se ha encontrado?
La dificultad del tema estriba en la opacidad de la industria farmacéutica. En la actualidad resulta más fácil encontrar información sobre estos asuntos, en parte gracias a internet, pero hace sólo cuatro años había muy poca. El libro es una exposición integral de la corrupción del sistema sanitario, controlado por los laboratorios farmacéuticos.
¿Se trata de un tema tabú?
Las prácticas de la industria farmacéutica son, en efecto, un tema tabú. De hecho, soy el primer periodista que escribe en castellano que ha publicado un libro de estas características. Esto demuestra el enorme control que realizan las multinacionales farmacéuticas sobre los medios de comunicación. Resulta paradójico, y patético, que la absoluta mayoría de los periodistas que trabajan en medios o secciones de salud no hayan considerado noticioso que otro periodista sea el primero que escribe en su lengua en publicar un libro sobre la corrupción del sistema sanitario.
En el libro afirma que la industria de la salud es el negocio legal más rentable del planeta. ¿Puede aportar datos?
La industria farmacéutica está en crisis. Una dulce crisis, porque durante los últimos años está obteniendo un 17% de beneficio neto, mientras las multinacionales más potentes del planeta, las más conocidas, suelen tener una rentabilidad de alrededor del 3%. Marcia Angell, que fue directora de una de las revistas médicas más influyentes del mundo, sostiene que durante la década de 1990 todavía fue mayor esta proporción, entre el 19% y el 25%. Este beneficio se obtiene, sobre todo, manteniendo un precio escandaloso de los medicamentos.
¿Y quiénes se benefician de este gran negocio?
Los traficantes de salud, todas esas personas que han hecho de su trabajo en el sistema sanitario un lucrativo negocio, aunque la materia prima sea nuestra la salud. La salud y la enfermedad de la ciudadanía. Dicho esto, quiero dejar claro que lo mismo que existen multitud de traficantes de salud, también he encontrado muchos profesionales de este sector éticos, críticos, que no dejan que los intereses económicos se antepongan a los de la salud de las personas. Es la diferencia entre los traficantes y quienes no lo son. Sin estos últimos nunca hubiera podido escribir este libro y, por eso, está dedicado a ellos y a las víctimas del sistema sanitario, claro. Sobre todo, a las que han sufrido la muerte de algún familiar o graves daños en su salud por consumir un medicamento y que me han brindado sus experiencias.
¿Es cierto que se inventan enfermedades para crear nuevos mercados y convertir en pacientes a los ciudadanos sanos?
Inventar enfermedades es una de las muchas estrategias que utiliza la industria farmacéutica para abrir nuevos mercados. Se suele divulgar la idea de que la industria farmacéutica es el negocio de la enfermedad, pero no es del todo preciso. El negocio está en tratar la enfermedad con medicamentos y en minar la salud de los sanos, en hacer creer a las personas que gozan de salud que están enfermas para tratarlas con fármacos. Quieren convertirnos a todos en pacientes. Cuando decimos que se inventan enfermedades, nos referimos a que dolencias leves, simples factores de riesgo de un padecimiento e, incluso, procesos naturales o cotidianos de la vida, son exagerados de tal modo que llegan a percibirse por parte de la población como si fueran «peligrosas» enfermedades. Tener el colesterol alto o hipertensión arterial son factores de riesgo de dolencias cardíacas, pero no son enfermedades, aunque se hayan «medicalizado» y se traten en muchos casos con medicamentos peligrosos. La osteoporosis, la impotencia sexual del hombre, la fatiga crónica o la excesiva timidez tampoco lo son, y menos todavía envejecer o la llegada de la menopausia en la mujer, un ejemplo clarísimo de «medicalización» de un proceso natural.
El libro también aborda la manipulación de los ensayos clínicos a favor de los laboratorios.
Un tanto por ciento elevado de los ensayos presentan unos resultados que coinciden con lo que espera el promotor del mismo, el laboratorio fabricante de ese medicamento. Quien paga, manda, y la ciencia no iba a ser menos. Esos ensayos clínicos no sirven más que para dar un aval de conformidad a los productos farmacológicos. La mayor parte de los fármacos que se patentan hoy son copias de otros ya existentes. Los ensayos se han convertido en un elemento más de promoción del fármaco. Además, durante los últimos 25 años la mayor parte de los medicamentos nacieron en entidades públicas de EEUU. Concluidas las investigaciones básicas, son los laboratorios quienes cosechan los beneficios gracias a ciertas leyes ad hoc que los gobiernos de aquel país hicieron en los años 80 del pasado siglo para impulsar su industria. Los ciudadanos pagan dos veces: primero, al contribuir con sus impuestos a la investigación pública. Después, al comprar los fármacos a precios premeditadamente inflados para mantener los márgenes de ganancias que ofrece la industria farmacéutica. Todo esto es un fraude científico. También hay que destacar que las compañías farmacéuticas utilizan las publicaciones médicas, donde exhiben sus «novedades», a su favor. En ellas publican redactores médicos pagados por la industria que destacan los aspectos positivos del medicamento sobre el que supuestamente «informan», y esconden los negativos. Llegados a este punto de prostitución médica y científica, el lector se preguntará si al menos los medicamentos que puede encontrar hoy en las farmacias son efectivos. Pues si hacemos caso de un ex alto ejecutivo de la firma GlaxoSmithKline, más del 90% de las medicinas cumplen con su efecto sólo entre el 30% y el 50% de las personas.
Usted sostiene que la «compra» de médicos es habitual. ¿Cómo se hace?
La compra de la voluntad de los galenos se ha convertido en algo habitual y consentido de modo sistemático. Hasta el punto que Farmaindustria, la patronal española que reúne a 280 laboratorios, ha publicado un código deontológico en el que «castiga» la mala praxis en la promoción de medicamentos. Las multinacionales farmacéuticas más grandes tienen una «fuerza de ventas», como denominan a sus ejércitos de visitadores médicos, de varios miles de individuos. Acuden a las consultas y allí se producen verdaderos intercambios: compromiso de recetar determinadas marcas de fármacos a cambio de botellas de vino, material informático o viajes a congresos a celebrar en lugares exóticos. En los últimos años, se han desarrollado redadas masivas contra médicos y visitadores en varios países. La policía italiana descubrió en 2004 la concesión de comisiones ilegales y regalos a miles de médicos italianos por parte de GlaxoSmithKline por recetar sus productos a los pacientes. En la operación fueron denunciados más de 4.000 médicos.
«Utilizan sofisticados métodos de espionaje»
Usted sostiene que se espía a los ciudadanos a través de la receta médica o mediante la implantación de la tecnología de radiofrecuencias en los envases. ¿Lo puede explicar con más detalle? ¿Cómo lo ha sabido?
Todo comenzó en Bilbao. El Colegio Oficial de Farmacéuticos de Bizkaia denunció que la empresa Close Up, en colaboración con Microdata Servicios, estaba visitando las farmacias para escanear las recetas dispensadas en las mismas. El Colegio pidió que, por ética, no se ofrecieran esos datos, y menos a cambio de una contraprestación económica, como sucedía y como continúa sucediendo en otros puntos del Estado y con otras compañías.
La información de las recetas la venden estas empresas de marketing farmacéutico a los laboratorios a precios increíbles, pues con ella pueden conocer las pautas de prescripción de los médicos y elaborar sus estrategias de promoción sabiendo a qué médicos hay que presionar para que receten ciertas marcas de medicamentos. Los métodos se han sofisticado y hoy, compañías de marketing farmacéutico, como IMS Health, ofrecen a los farmacéuticos programas de software de fácil instalación en el ordenador de su oficina de farmacia a cambio de una compensación económica. Quienes acceden, envían semanalmente la información de las prescripciones a la central de la casa.
Otro método de espionaje a la población, aún más sofisticado, es etiquetar los fármacos con el sistema conocido por sus siglas en inglés RFID (identificación por radiofrecuencia). La multinacional Pfizer ha comenzado a enviar sus partidas de Viagra desde su central en Francia hasta EEUU con estos dispositivos. Son del tamaño de un grano de arena e identifican cada unidad, por lo que con la tecnología apropiada puede seguirse cada bote de fármacos por todo el mundo. Hay grupos organizados de consumidores, sobre todo en EEUU, preocupados con la expansión de esta tecnología, con la que es fácil seguir a los portadores de un objeto.
Así, es posible que en un futuro más cercano de lo que creemos existan farmacias o botiquines «chivatos» en nuestras casas, que alguien pueda desde el exterior saber qué medicamentos tenemos.