Nos encontramos en un proceso de crisis que se retroalimentan; crisis de salud, de la economía, ecológica, con una emergencia climática que multiplica estas amenazas.
1. CONTEXTO
– La ecología política
Es conocido que la ecología estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con su entorno basadas en el equilibrio entre lo biótico y lo abiótico. La ecología, extendida a la especie humana, trata cómo estos equilibrios implican a la gestión de recursos naturales como gestión de hábitats, lo cual inevitablemente lleva a las relaciones de poder y, en suma, a la forma de ocupar nuestro espacio como especie en el Planeta, como ámbito global de todas las especies vivientes.
Derivado de esto, es importante reseñar la directa correlación entre degradación social y degradación ambiental o, dicho de otra forma, el que apelar a los equilibrios ecológicos es, en términos políticos, apelar a la igualdad social.
Pero, además, hay otro hecho que configura lo que podríamos denominar ya como ecología política, y es que en tanto los recursos naturales son bienes comunes (algunos de dominio público, como el agua), son generadores de derechos. Así, la ecología humana deviene en ecología política al suponer una forma de reivindicar los derechos civiles, los derechos humanos. De ahí que podamos afirmar que, cuando la política no tiene en cuenta a la ecología, esta se hace política y por tanto los límites de la naturaleza implican a los del desarrollo social y económico.
– Crisis concatenadas
Hay momentos en la historia en que son palpables los cruces de caminos. Las inercias, las convenciones, los mitos nos hacen circular por algunos que, aunque considerados como transitables, pueden desembocar en abismos llenos de peligros. Pero hay otros caminos, más arduos, más complejos de implementar, pero que llevan a un futuro más seguro… y que es necesario recorrer. En suma, debemos preguntarnos si estamos resolviendo bien el dilema entre estar haciendo lo posible (confundido con lo suficiente) o realmente lo necesario en materia ecosocial.
Nos encontramos en un proceso de crisis que se retroalimentan; crisis de salud (COVID 19), de la economía (recesión de 2008 y anteriores), ecológica, con una emergencia climática que multiplica estas amenazas. Se siente un cambio de ciclo que va a suponer un cambio civilizatorio a gran escala, lo cual está generando enormes incertidumbres que llevan a la idea de que las instituciones públicas (ni privadas, obviamente) no están respondiendo de manera acorde con la magnitud del reto que tenemos por delante. Y no solo eso, pues estas incertidumbres están provocando serios problemas de salud mental en la población (reseñable la incidencia entre los más jóvenes), con un deseo de regresar a un pasado más seguro, que pudiera tener una implicación en el auge de la extrema derecha como opción “antisistema“.
Existen muchas dudas sobre si en materia de integración entre la economía y le ecología se está haciendo realmente lo necesario o es preciso, como indican los datos, revisar el equilibrio entre objetivos a corto y a largo plazo para asegurar una forma armónica de sociedad y de estar en el Planeta, un largo plazo que excede de los tiempos de la inmediatez de la política partidista.
2. DECONSTRUYENDO MITOS
Se hace imprescindible para orientar pasos futuros clarificar cómo hemos llegado aquí; qué mitificaciones hemos utilizado para ir urdiendo ese relato de permanente producción y crecimiento en que se basa nuestro sistema social y nuestra propia civilización occidental. Sin extenderse mucho, sí es preciso tener algunas ideas claras al respecto.
Realmente la Ilustración nos sacó de oscuros abismos donde la religión dictaba moral y política, pero también puso las bases de la Producción y su Crecimiento como paradigmas sociales.
Así tras los fisiócratas y su visión organicista del mundo, con un sistema económico unido al mundo físico y su “crear riqueza sin menoscabo de los bienes de fondo”, se pasa a la visión mercantilista representada por Adam Smith y su moralismo individualista, de un ser humano inmerso en la “cultura del esfuerzo” que trabaja, ahorra, prospera, crea riqueza y se emancipa… y cuánto más se esfuerza, más se enriquece y más se emancipa. Esta visión productivista, matriz del capitalismo, alimentó el patriarcado como seña rectora, pues de hecho se excluye a la mujer de esta supuesta cultura del esfuerzo, obviando su papel en la economía de cuidados y de las personas que dependen de la unidad familiar, tanto ascendentes como descendientes.
La producción y su crecimiento se hacen objetivos sociales y se crea lo que José Manuel Naredo denomina el universo autosuficiente de los valores monetarios y, con ello, la producción se convierte en sí misma en una metáfora, pues realmente no se produce nada, se revende con beneficio, en un sistema basado en la extracción de recursos naturales que luego no se reponen, no se restaura y, por tanto, no se consideran estos costes de reparación. En realidad, se consolida el crecimiento como mito en tanto supone una simplificación en una supuesta línea ascendente permanente que obvia la realidad de los límites físicos. Se idealiza, además, como la solución a todos los problemas, en una evidente desconexión con la realidad de los efectos socio ecológicos de este crecimiento, con una falta de cuestionamiento sobre si existen o no alternativas, creando una ideología productivista y crecentista que desembocó y alimentó el capitalismo.
Por otra parte, este relato vino alimentado por la falsa visión hobbesiana del ser humano como especie egoísta, en lucha continua consigo mismo y con la naturaleza, un ser humano con una supuesta idiosincrasia competitiva individual y social, incentivando así la idea crecentista, los elementos básicos para la implantación del capitalismo como escenario supuestamente óptimo. Lo paradigmático, así construido, es crecer pues “está ligado intrínsecamente a lo humano”. Lo civilizado es, por tanto, apartarse de la naturaleza, solo usar sus recursos como externalidades, consolidado así el extractivismo y su derivada colonialista como características sistémicas.
Lo que ocurre es que este relato choca frontalmente con la realidad que supone el carácter finito de los recursos naturales, generando una gran inseguridad y haciendo cuestionable incluso una idea de Progreso basado en este crecentismo económico.
La realidad es que la ciencia, considerada hoy más que nunca como referencia de las cosas, actualmente cuestiona tanto esa supuesta naturaleza humana competitiva, dando más valor evolutivo a la colaboración, como la propia ecología, mostrando que sus límites arrastran y condicionan los de la economía.
3. REACCIÓN DEL SISTEMA ECONÓMICO DOMINANTE Y SITUACIÓN ACTUAL
Pero esto ya se sabía desde hace más de 50 años. En efecto, el informe Meadows sobre los límites del crecimiento, ya demostraba la inviabilidad del actual sistema económico crecentista.
En base a ello, este ha ido aplicando constructos con alta carga retórica como el desarrollo sostenible, economía circular, crecimiento verde y, hoy, la transición ecológica (que realmente es más energética en sí) que ha tenido incidencias parciales, coyunturales y, sin duda, insuficientes para resolver la ecuación de integrar ecología y economía, pues aportan supuestas soluciones desde la misma escala de valores que los problemas que pretenden resolver, creando perspectivas ilusorias de remedios que realmente no lo son, llegando a confirmarse más como subterfugios lampedusianos que como soluciones reales.
Algunas reflexiones por vectores que apoyan esta aseveración:
– Financiarización y naturaleza
Por un lado, el sistema económico se aprovecha de los recursos naturales, no solo empleándolos como insumos en sus procesos productivos o como vertederos de sus deshechos, sino como objeto/mercancía de los mercados financieros. Así, se especula con recursos imprescindibles para el mantenimiento de la vida, como el agua, o se mercadea con derechos de emisión de gases, por poner dos ejemplos de muchos. Por otro lado, la respuesta del sistema capitalista a las alarmas constantes del sistema natural se reduce a instrumentos empleados a modo de «anticuerpos», que se ocupan de las consecuencias de las crisis, no de las causas: seguros ante catástrofes naturales, derivados climáticos, bonos verdes, bancos de hábitats naturales, etc.
– El binomio cambio climático-crisis energética
Las oligarquías energéticas, en connivencia con los gobiernos, se aferran al viejo modelo energético, que está poniendo al planeta en una situación climática límite y es dependiente de recursos no renovables, que se están agotando. Y, mientras esto sucede, estas mismas oligarquías lavan su imagen (greenwashing) participando de una suerte de proceso de sustitución tecnológica, en la suposición de que la energía eléctrica obtenida de fuentes renovables nos va a permitir continuar con el despilfarro y la sobreproducción actuales, sin tener en cuenta la fuerte dependencia que presenta este tipo de energía «verde y sostenible» de recursos materiales escasos y, en todo caso, finitos. La auténtica transición energética debe estar diseñada sobre las bases de la descentralización de la generación y del ahorro energético, y no tanto en sustituir un determinado status quo por otro, con otras tecnologías. Además, hay tecnologías supuestamente sostenibles que conllevan impactos socio ecológicos claramente insostenibles.
– Seguridad hídrica
Los efectos derivados de las sequías y las consiguientes hambrunas se extienden a conflictos bélicos con un creciente movimiento de refugiados “ambientales”, que lo son producto de guerras donde el clima y sus modificaciones son el catalizador en una especie de gran reequilibrio, en el seno del cual estos desplazados no solo huyen buscando seguridad, sino que lo hacen hacia donde pueden tenerla, a los lugares causantes de su emigración (el Norte, los países desarrollados).
La crisis del agua radica en la pobreza, la desigualdad y las relaciones poco equitativas de poder, así como en las políticas erradas de gestión que agravan la escasez. Y no se debe olvidar que el acceso al agua para la vida es una necesidad básica, al mismo tiempo que un derecho humano fundamental.
– Indicadores ecosociales actuales: la objetividad insta a la acción
En suma, la forma de entender la destrucción del medio ambiente desde una visión neoliberal no es evitarla, sino que está entre obviarla o reenviar los costes de restauración al Estado y especular financieramente con ella para sacar beneficios. El problema es que esta estrategia, con ese modelo, está destinada al fracaso, pues los ciclos naturales no lo soportarán. El capitalismo no podrá superar la crisis ecológica que él mismo provoca.
Han pasado 50 años desde la aplicación de estas políticas de “sostenibilidad y de integración” y estamos en los peores indicadores ecosociales en la historia de la humanidad.
Los niveles de concentración de CO2 en la atmósfera son los mayores constatados, producto de unas emisiones que no cesan; la desaparición de especies animales y vegetales crece (la “sexta extinción”); la deforestación se incrementa para dar entrada a cultivos energéticos y alimentarios (en una nefasta planificación y gestión); la afección a suelos y acuíferos que restan resiliencia hídrica; la huella de materiales crece exponencialmente en paralelo con el PIB mundial; sigue habiendo un 60% de la humanidad con déficit de agua y también aumenta la desigualdad… y un demasiado largo etcétera.
Así lo refrendan los informes de los paneles internacionales de científicos (IPCC, IPBES), el Instituto de Resiliencia de Estocolmo (hemos superado 6 de los 9 límites planetarios que establece), el Informe SOER de la UE e, incluso, el Informe de 2023 sobre el seguimiento de la afamada Agenda 2030. No, no estamos mejor, sino mucho peor. Caminamos muy cerca del abismo, un situación peligrosa para todos y todas pero especialmente para las nuevas generaciones, actores del futuro, que sufrirán incluso con mayor severidad las consecuencias de nuestras decisiones de hoy, y que muestran una simpatía creciente por los postulados de la extrema derecha “anti sistémica“ con los que son bombardeados a diario desde las redes sociales: misoginia, racismo, negacionismo, etc.
4. POR UN NUEVO MODELO ECOSOCIAL
Mucho se dice sobre que no hay economía sin ecología, la cuestión es qué tipo de economía pues solo la que se integra como subsistema de la ecología, y no solo “a su lado”, permitirá una armonía operativa que llamamos sostenibilidad.
Es preciso deconstruir el relato de permanente crecimiento como paradigma social y, para ello, se requiere integrar la reducción de flujos metabólicos como elementos esenciales de una “nueva” sostenibilidad. El crecimiento debe dejar de ser un objetivo en sí mismo, para pasar al servicio del bien común y del bienestar social. Se precisa un nuevo enfoque sistémico de ecointegración, donde prime el valor de uso sobre el de cambio (en ausencia de procesos de financiarización), y donde se fomente la reducción metabólica de los flujos de materiales y energía, la cual no se puede hacer sin cambiar las reglas del juego que los mueven. Esta reducción debe facilitar, al mismo tiempo, equilibrio ecológico y equidad entre personas y entre países Norte-Sur, fundamentalmente medida en términos de huella ecológica.
La igualdad se convierte así, no solo en un paradigma político, sino en una solución para resolver gran parte de los problemas actuales, considerando que los límites de explotación de la naturaleza nacen de la misma necesidad que marcó los límites de la explotación de los seres humanos.
El Estado, en este proceso transformador, ocupa un papel relevante. En primera instancia, como interfaz entre naturaleza y mercado, un Estado que facilite las autotransformaciones de la sociedad, que asuma un mayor papel emprendedor y más activo a nivel financiero. Un Estado conformado para ayudar a la gente, y no al servicio de las oligarquías económicas, y vigilante del uso equilibrado de los recursos naturales, apostando en materia energética por el ahorro, la descentralización y generación distribuida de energías renovables.
La extrema complejidad del cambio necesario implica que debemos desaprender lo conocido y normalizado, olvidar los viejos mitos en un nuevo sistema ecosocial basado en la desmaterialización de la economía (ahorrar, reciclar, regenerar…), en la desmercantilización (blindaje público de recursos, no financiarización…), en la descentralización (fomento de economías, locales en red, de cercanía, de cuidados, nueva ordenación territorial de biorregiones…)
Pero, a pesar de la extrema complejidad de la situación (que requiere soluciones radicales), hay propuestas que recorrer, que no difieren mucho de algunas que ya están sobre la mesa, pero que cobran extrema relevancia esencial en un modelo ecosocial alternativo y cuya operatividad es justificada en base a principios explícitos de este modelo.
– Priorizar las necesidades básicas de la ciudadanía con el consiguiente fomento de los Servicios Públicos, de cara a conseguir el acceso universal a vivienda, alimentación, sanidad, educación y energía (renovable). Fortalecer la inversión e incrementar el peso del sector público en actuaciones de relevancia común: vivienda, transportes, emergencia, banca.
– Relacionado con esto, poner la economía de derechos y cuidados en el centro, así como potenciar la economía social, solidaria y de cercanía.
– Desarrollar indicadores integrales alternativos al PIB, incluyendo dimensiones sociales, económicas y ecológicas.
– Implementar la Renta Básica Universal como derecho.
– Mejor gestión del tiempo, para lo cual es esencial la reducción progresiva de jornada laboral sin merma de condiciones salariales.
– Implementar una fiscalidad justa en un nuevo entorno de imposición ecológica más dura para las actividades extractivas.
– Condonación y cancelación de deudas.
Queda camino pero, precisamente por eso, queda esperanza. Como decimos en ATTAC: otro mundo solo es posible si la integración ecosocial impregna nuestra sociedad.
Alberto Fraguas de ATTAC MADRID y María José Bargados de ATTAC GALICIA