Los lectores de Público miramos y miramos desde el pasado lunes con desasosiego y no logramos encontrar la carta-respuesta de Rafael Reig ni la carta que la acompañaba. Debemos mirar con poco cuidado a pesar de nuestro esfuerzo. No es que estemos de acuerdo siempre con lo que Reig defiende en ella, desde luego que […]
Los lectores de Público miramos y miramos desde el pasado lunes con desasosiego y no logramos encontrar la carta-respuesta de Rafael Reig ni la carta que la acompañaba. Debemos mirar con poco cuidado a pesar de nuestro esfuerzo.
No es que estemos de acuerdo siempre con lo que Reig defiende en ella, desde luego que no, pero siempre aprendemos de ella, casi siempre nos obliga a repensar alguna consideración y más de un principio asentado, reconocemos el mérito y la dificultad de jugar siempre a enfant terrible y, en algunas ocasiones que no eran infrecuentes, consideramos su carta-respuesta como un texto imprescindible, como aquellas hermosas columnas que nos regalaban día sí, otro también, Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Haro Tecglen. Entre los imprescindibles de Reig que tengo a mano en mi memoria reciente: la carta-respuesta que dedicó hace pocos días a la poesía comunista de Miguel Hernández.
Desde el mismo lugar en el que se edita (¿editaba?) la columna de Reig, desde el espacio en el que Público ha tenido la descortesía de situarlo desde el pasado lunes, acaso porque haya pensado que un colaborador rojo sí pero que dos enrojecidos eran ya demasiado para el cuerpo de Público, Isaac Rosa señalaba el martes pasado -«A riesgo de equivocarme», Público, 3 de noviembre de 2009-, que no es una buena noticia que la columna de Reig haya desaparecido. No lo es, sin duda. De hecho no puede haber desaparecido, no debería haber desaparecido, a no ser que Reig haya decidido que su pluma y sus causas merecen otros espacios y que todo fluye, incluso sus intervenciones periodísticas.
Si no fuera así, y no es imposible que no sea así, estaríamos antes una nueva defenestración, similar a lo sucedido con el desplazamiento de Ignacio Escolar desde la dirección de Público hasta la última página del diario. Las supuestas prácticas, espero no exagerar, recuerdan la peor arista del que dijo ser diario independiente de la mañana, de todas las mañanas. El actual director de Público, como se recuerda, proviene del antiguo establishment del ahora diario global. Las tradiciones están sin duda para cultivarse y también para cambiarlas radicalmente cuando es el caso. Esperemos que éste sea el caso y que Rafael Reig se haya ido por voluntad propia o que su ausencia no sea tal, sino una baja laboral momentánea.
Si la veracidad acompañara a otra hipótesis alternativa y mucho menos presentable, algunos lectores recordaríamos de inmediato el apunte sobre las repeticiones históricas con la que Marx abría el 18 brumario. Si el escenario fuera éste, no estaríamos dispuestos a transitar otra vez por el mismo sendero de «ejecutivos agresivos, competitivos y eficaces».
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Rafael Reig
Qué alivio, ha dicho mucha gente. Menos mal que se acaba el tostón.
Reconozco que el comentario que más gracia me ha hecho ha sido el de una persona que decía: ¡Oh no! ¡Maldición! Si no escribe ya en Público, el pelmazo tendrá tiempo libre para escribir más en privado, y se pondrá a perpetrar alguna de sus nauseabundas novelas. ¡qué Dios nos pille confesados!
Tienes razón.
Qué Dios se apiade de ti.
No he escrito ningún e-mail de despedida, aunque hace poco le propuse a un amigo editor un libro sobre el nuevo género del e-mail de despedida (tan de moda en este tiempo de EREs y despidos masivos). Una poética del género, tipología, varios modelos y una antología comentada.
A lo mejor me pongo a ello (depende del anticipo, je, je).
No sé si tengo muchos lectores o pocos, pero aunque sólo sean un puñado, creo que tengo que dar una explicación.
Ahí va.
El jueves me llamó el Jefe de Opinión, que el director quería verme. Fui el viernes.
Me comunicó el viernes la decisión, ya tomada, de trasladarme de Opinión a Cultura. Podía aceptarlo y negociar qué haría en Cultura o podía rechazarlo, pero se había decidido que el periódico me quería en Cultura. Ni siquiera con una rebaja sustancial de mi salario podía seguir en Opinión. Hablamos de qué posibilidades había en Cultura, qué podía hacer, hice algunas propuestas, rechacé otras, examinamos la cuestión, a mi modo de ver con buena voluntad y generosidad por ambas partes. Dije que me lo pensaría y me fui a casa.
Me lo pensé.
Y decidí rechazar la propuesta, siempre que implicara salir de Opinión. Así se lo comuniqué al director al día siguiente.
Como eso no era discutible, ya no escribo en Público. En otras palabras: me negué a aceptar el cambio de sección que se me proponía.
Esto es todo.
Mi posición es que no me convence el cambio ni entiendo por qué el periódico quiere que cambie de Opinión a Cultura. Como es natural, es un derecho de la empresa. También es un derecho del trabajador el reclamar explicaciones y encontrarlas satisfactorias o no. A mí no me satisficieron y dije que no.
No me considero agraviado. Quiero decir: no más que cualquier otro trabajador, porque siempre es la empresa quien decide si tú trabajas o no, en qué, a qué precio, con qué finalidad. Más bien me considero afortunado porque, de vez en cuando (no siempre, por desgracia), puedo decir que no.
Por supuesto que mi trabajo consistía en expresar opiniones en público (con minúscula) y eso tiene otras implicaciones, es distinto que si yo fuera, pongamos, celador de un hospital y me trasladaran de planta. No digo que más o menos importante, pero de naturaleza distinta por la naturaleza del trabajo, un trabajo que consiste en el uso en público de la palabra.
Ésa es otra reflexión que hago a menudo, con carácter general, pero prefiero hacerla sin entrar (¡precisamente yo!) en mi caso personal.
¿Quién administra la esfera pública? ¿Quién decide quién puede o no hablar en público, de qué, hasta qué límite, cuándo, con qué finalidad?
Cómo digo, es un reflexión interesante, y más si hablamos de un periódico que regala libros de Marx y Gramsci.
Pero como digo, siendo parte interesada, prefiero no hacerla ahora y no hacerla a partir de mi propio caso.
Me voy a saltar, por ahora también, la evocacón sentimental, que es un clásico en los e-mails de despedida. He escrito en todos los números de Público, desde el número cero. Bueno, hasta el día siguiente a la reunión, ese día apareció mi último artículo. Y claro que atesoro entrañables recuerdos, amistades inquebrantables y un largo aprendizaje, etc.
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