El gran científico franco-barcelonés Eduard Rodríguez Farré recordaba recientemente [1] un chiste de hace unos treinta años, una broma que supuestamente iba en serio, tenía marchamo científico. Sus autores y divulgadores: publicistas, consejeros aúlicos e ingenieros a sueldo de la industria nuclear, o incluso fanáticos atómicos, que de todo hay en los ámbitos de la […]
El gran científico franco-barcelonés Eduard Rodríguez Farré recordaba recientemente [1] un chiste de hace unos treinta años, una broma que supuestamente iba en serio, tenía marchamo científico. Sus autores y divulgadores: publicistas, consejeros aúlicos e ingenieros a sueldo de la industria nuclear, o incluso fanáticos atómicos, que de todo hay en los ámbitos de la industria de la fisión nuclear. Era tan probable, decían y aseguraban con voz enérgica de expertos, que se produjera un accidente nuclear como que un meteorito chocase contra la Tierra. Nada, nada de nada. En la praxis -decían para lucirse-, un imposible tecnológico. Llegaron a cuantificar la probabilidad: 1/100.000, es decir, 0,00001, como la lotería española más o menos.
Luego, vino lo que vino, la fusión parcial del núcleo del reactor de Three Mile Island en USA, en 1979 (recuerden «El síndrome de China»). Las voces de la publicidad y la seguridad nucleares callaron. El resto, por el momento, fue silencio.
Al poco, pasado el tiempo, de nuevo la misma canción entonada con fuertes decibelios: segura más que segura. Pero, por ir rápidos, vino Chernóbil, siete años después. De nuevo el paisaje se pobló de silencio tras un desastre nuclear de esas características.
Durante estos últimos veinticinco años, olvidándose de accidentes de aquí y allá, cosa menor decían, de nuevo se ha insistido con la misma gastada canción: barata (¿barata sumando todas las «externalidades»?), limpia (¿limpia teniendo en cuenta todo el ciclo industrial?), pacífica (¡es un chiste para estúpidos y cínicos!) y segura-muy segura.
Tras Fukushima, tras el que seguramente ha sido la mayor hecatombe de la industria nuclear hasta el momento, las voces, en general, no todas, callaron de nuevo y aseguraron la realización de pruebas y más pruebas de seguridad. Alemania, la potente Alemania, la dominadora de la Europa del euro, incluso ella, ha apostado por el abandono de la era atómica. No parece que pueda haber cambios, la decisión parece confirmarse. Eso sí, quedarán residuos y desmantelamientos de centrales. No es poca cosa desde luego. ¿Conocen otra industria con esos «efectos colaterales, con esos restos de funcionamiento?
La última e importante noticia tiene que ver también con Alemania, pero no con Merkel sino con algo mucho más importante, con el Instituto Max Plank. Ha informado de ello Alicia Rivera en el diario matutino monárquico y global. «Un accidente nuclear catastrófico como los de Fukushima o Chernóbil puede producirse en algún lugar del mundo una vez cada 10 o 20 años, lo que significa una probabilidad 200 veces superior a las estimaciones realizadas en Estados Unidos en 1990» [2]. ¡Cada 10 o 20 años, pensemos bien la horquilla! ¡Doscientos veces superior a las estimaciones anteriores!
¿Conocen casos parecidos de errores de estimación de ese orden en otros ámbitos científicos?
Es uno de los resultados de un estudio dirigido por Jos Lelieveld, director del muy prestigioso Instituto Max Planck de Química. Los nuevos cálculos, además, están hechos partiendo del número de reactores nucleares para usos civiles que están operativos actualmente, en torno a 440 o tal vez menos. Pero los científicos que han realizado el estudio advierten, con toda razón y razones, que otros 60 reactores más están en construcción. El peligro, por tanto, se incrementa en un 14% o en un porcentaje mayor.
Han calculado también que Europa Occidental, donde la densidad de reactores es alta, pensemos en Francia por ejemplo, o incluso en Inglaterra, puede sufrir cada 50 años un episodio de contaminación grave por cesio-137. Los investigadores, a la vista de los resultados obtenidos, piden que se realicen análisis y evaluaciones con profundidad de los riesgos asociados a las plantas nucleares. No es para menos. La cuestión: quien controla adecuadamente esas pruebas y su coste. ¿Quién lo asumirá? ¿El Estado al servicio de la industria privada de nuevo?
Los cálculos realizados para determinar la probabilidad de fusión del núcleo de un reactor con emisión al exterior en el mundo (cuatro hasta el momento), señala la periodista del diario global-imperial, «se basan en el número total de horas de operación de los reactores nucleares existentes desde su puesta en funcionamiento». El informe, además, no tiene en cuenta la fusión del núcleo de Three Mile Island. Fue una fusión parcial, no total, del núcleo. No ha entrado en las cuentas.
El trabajo ha sido publicado en Atmospheric Chemistry and Physics. Los resultados indican además que, de media, solo el 8% de las partículas contaminadas se depositan en el suelo en un área de 50 kilómetros alrededor del accidente nuclear, el 50% supera un radio de 1.000 kilómetros y, aproximadamente, un 25% llegará más lejos de 2.000 kilómetros. Es el internacionalismo geográfico del desastre nuclear, un mundo sin fronteras ni estados.
Al combinar estos datos con la distribución geográfica de los reactores en operación, Rivera destaca que los investigadores han concluido que si se produjese la fusión de un reactor nuclear en Europa Occidental resultarían afectados unos 28 millones de personas -más de la mitad de la población española, casi la mitad de la francesa- por contaminación de más de 40 kilobequerelios por metro cuadrado. Ni más ni menos. En el sur de Asia, debido a la alta densidad de población, serían 34 millones, y en el este de Estados Unidos, entre 14 y 21 millones. No es para echarse a reír de alegría.
¿Esta es la energía del futuro? ¿A ella debemos echar todos nuestros dados? ¿Por esta industria, con tales riesgos, deben apostar nuestras sociedades? ¿O se trata más bien de un disparate fáustico cubierto de prendas publicitarias falaces que prometen luz y más luz donde, básicamente, hay mucho riesgo de tinieblas y más tinieblas?
Notas:
[1] Eduard Rodríguez Farré y SLA, Ciencia en el ágora, Mataró (Barcelona), El Viejo Topo, 2012.
[2] Alicia Rivera, «El riesgo de accidente nuclear es mayor de lo calculado». El País, 24 de mayo de 2012, p. 40.
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