Crónica de un modelo que no se sostiene ni sostiene la vida: 26 millones de turistas que alimentan la precariedad, la desigualdad y el colapso ecológico.
“Barcelona, posa’t guapa” (Barcelona, ponte guapa) fue el eslogan de la célebre campaña institucional lanzada por el Ayuntamiento de Barcelona a finales de los años ochenta. Bajo esa promesa estética de embellecer la ciudad, se articuló una transformación conmovedora del espacio público. Era la antesala de una Barcelona-escenario: atractiva para la cámara, vendible para el capital y funcional para la inversión. El proyecto olímpico del 92, además de ser un evento deportivo, consagró una ciudad abriéndose en canal al modelo corporativo.
Décadas después, Barcelona recibe más turistas que nunca: 26 millones en 2024, según el Observatori del Turisme a Barcelona. De ellos, un 64,2% llega en avión, con las implicaciones medioambientales que eso supone. Además, detrás de la euforia efímera de las cifras, se acumulan los signos de una ciudad agotada. El colapso de los servicios públicos, la expulsión de residentes o la apropiación de espacios comunes son ya consecuencias de una turistificación que precariza la vida cotidiana de las personas que viven allí cada día. Carme Muñoz, vecina de Vista Parc, lo resume con la siguiente imagen: “Los autobuses de línea llegan tan llenos de turistas que ya no caben carros de la compra ni personas mayores”.
En los últimos meses, las resistencias a este modelo se han multiplicado en distintos territorios del Estado español. Manifestaciones masivas han tenido lugar en las Islas Canarias y en Baleares, y en el País Vasco crece una fuerte movilización contra la construcción de una nueva sede del museo Guggenheim en pleno corazón de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai.
También en Barcelona, el pasado 15 de junio, centenares de vecinas y activistas salieron a la calle. La protesta fue contenida por un amplio dispositivo policial que bloqueó el paso hacia la Sagrada Familia, intentando evitar imágenes como las de otras ocasiones, cuando manifestantes arrojaron agua a los turistas. Aun así, la acción tuvo impacto y medios como The New York Times o la BBC viralizaron imágenes de la protesta.
La llamada turistificación no es un fenómeno neutro ni localizado. Se trata de un proceso global, con implicaciones profundas a escala territorial, ecológica y social. A diferencia de términos más genéricos como turismo o incluso masificación, turistificaciónseñala el carácter políticamente conflictivo y expansivo del crecimiento del turismo. Como escribe la periodista Anna Pacheco: “Cuando se habla de la democratización del turismo se ignora que, a escala global, el turismo tiene poco de democrático y que, en realidad, reproduce e incrementa las relaciones de explotación del Norte Global al Sur Global”. Estas relaciones se manifiestan en territorios lejanos, pero también, y desde una mirada ecofeminista, en los cuerpos y territorios cercanos.
El descanso de unos, la fatiga de otras
La turistificación implica un proceso de extractivismo emocional, corporal y territorial. El descanso de unos se sostiene sobre el trabajo, la fatiga, y la falta de cuidado de otros territorios y otras personas. Otras que suelen ser mujeres y, muchas veces, migradas. Por ejemplo, las mujeres que limpian habitaciones a contrarreloj o hacen turnos dobles en cocinas sin contrato.
Según Zero Port, plataforma que aboga por el decrecimiento de puertos y aeropuertos, los salarios en los sectores hoteleros y de restauración representan apenas la mitad de la media general en Barcelona. Lo que ocurre con las camareras de piso es paradigmático. Roxana Hernández, portavoz del sindicato Las Kellys Catalunya, explica: “En una noche, los hoteles pueden llegar a cobrar lo que a nosotras nos pagan en un mes. Limpiamos treinta habitaciones en seis horas, sin cobrar horas extra. Después de la pandemia, dijeron que todo cambiaría. No cambió nada. Los grandes sindicatos se sientan a negociar, pero nos dan la espalda. Yolanda Díaz prometió reformar el artículo 42 del Estatuto de los Trabajadores para acabar con las externalizaciones. Todavía estamos esperando”.
Miriam Lang, investigadora ecofeminista de la Universidad Andina Simón Bolívar, amplía la denuncia sobre la dimensión del tiempo y espacio en este contexto. Según ella, el turismo mercantiliza el espacio y expropia el tiempo ajeno. “Lo turístico desarticula el arraigo”, señala. “Son relaciones fútiles, marcadas por el paso y no por el vínculo, donde escasea la responsabilidad sobre lo común”. En esa lógica, la experiencia turística se sostiene en una infraestructura invisibilizada de personas que subordinan su tiempo y cuerpos a los ritmos del consumo. En sus palabras: “Hay extractivismo también en la forma de vivir el tiempo ajeno”.
Precariedad laboral de la mano de colapso ecológico
Aunque parezca ya un discurso redundante, cabe insistir en los efectos del turismo sobre recursos, emisiones, infraestructuras sobredimensionadas y una promesa de movilidad infinita que ya no se sostiene. Para las activistas de Zero Port, la prevista ampliación del aeropuerto de Barcelona comportaría todo tipo de perjuicios sociales y ambientales. “Las emisiones de CO2 aumentarían más de un 30%. Llegarían 10 millones más de turistas a una ciudad ya colapsada, saturada y privatizada por el turismo”.
En 2024, en plena emergencia por sequía en Cataluña que supuso duras restricciones para sectores como la agricultura o la industria, los hoteles de las provincias de Barcelona y Girona apenas sufrieron limitaciones, según denuncia el colectivo Aigua és vida. Un estudio de Barcelona Regional (2016) ya advertía que el consumo de agua del turista de lujo podía llegar a ser cinco veces superior al del promedio barcelonés. En conjunto, el sector turístico representaba entonces más del 10% del consumo total de agua en la ciudad, una proporción que posiblemente haya aumentado.
El Informe PRESME (Precarios, inestables y estresados), elaborado por una comisión de expertas para el Ministerio de Trabajo y Economía Social, alerta de la relación intrínseca entre trabajo, turismo y ecología. El documento llama a “transformar de forma integral el sector turístico”, eliminando la precariedad laboral y adaptándose “a un mundo donde ya no será posible un turismo de masas basado en una energía barata y abundante”. En su lugar, propone un modelo “de cercanía mucho más humilde”, que asuma los límites biofísicos del planeta y el derecho al descanso digno de quienes lo sostienen.
Estos datos y proclamaciones contrastan con las decisiones del sector público, que sigue destinando recursos e infraestructuras al crecimiento turístico. La ampliación del aeropuerto o la celebración de la Copa América de Vela en Barcelona, con un coste público millonario, ejemplifican esa apuesta. Mientras tanto, los servicios públicos –como el servicio de tren de cercanías– siguen colapsados, la amenaza de la sequía sigue presente y las condiciones laborales en el sector siguen marcadas por la precariedad.
¿Hacia dónde va Barcelona (y otras ciudades)?
El turismo masivo opera como una industria de un placer enlatado, efímero, fetichizando la experiencia. Ya no estamos solo ante procesos de urbanización planetaria –como diagnostican autores como Neil Brenner y Christian Schmid– sino ante una turistificación planetaria que redibuja los flujos, las infraestructuras, los territorios y las políticas públicas en función del negocio. Mientras se debilitan los vínculos comunitarios, se colapsan los servicios públicos y se desmantelan las condiciones de posibilidad de una vida en común.
En Barcelona, la operación estética del “posa’t guapa”, para muchas habitantes, ha terminado en una especie de “Barcelona, posa’m trista”: una transformación de la ciudad para ser más global, moderna y espacio de macro congresos y eventos, pero menos acogedora, amistosa, para sus vecinas.
Como cantan Adala y Lágrimas de Sangre, músicos catalanes:
“Del somni del 92 a avui, una ruleta russa,
Olimpíades i fòrum, foren ferum d’excusa,
Per estafar als turistes, expulsar veïnes,
Del Born fins a Vallcarca, identitat en ruïnes”
La mirada ecofeminista, centrada en los retos ecológicos, de vínculos/cuidados y comunitarios, ahonda en los límites de la turistificación en conexión con diferentes luchas sociales y la injusticia sistémica. Barcelona es un ejemplo destacado, donde una política que lleva años desempeñándose lleva a trabajadoras al límite, destrucción de territorios y una ciudad desarticulada y especulada. Medir el turismo en cifras económicas ya no sirve.