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¡Basta ya de violencia machista!

Fuentes: Rebelión

Cuarenta mujeres han sido asesinadas en lo que va de año, víctimas de la violencia de género. 1.224, desde 2003 cuando se empezaron a recopilar datos.

Da lo mismo la edad que tengan las mujeres asesinadas ni la de los ejecutores, su situación económica o condición social; los asesinos matan por mantener su poder machista. Los asesinatos son la punta del iceberg de una violencia machista estructural que vive cada día cientos de miles de mujeres. Más allá del repunte de feminicidios este verano: tres víctimas tenían protección y el 80% no denunció.

Hemos vivido un verano sangriento. Los periodos vacacionales son siempre momentos de riesgo para las víctimas de violencia machista por mayor convivencia con sus agresores. Históricamente, en los meses de julio y agosto ha habido una mayor concentración de asesinatos, seguidos de enero y junio. Este verano ha sido uno de los más trágicos en violencia de género de los últimos 20 años, con 15 asesinadas; a ellas se suman, además, otras cuatro víctimas mortales durante el mes de junio, cuando comenzaba el verano.

Mientras esta tragedia nos acongoja diariamente, el negacionismo está creando una imagen de irrealidad sobre la violencia de género, que influyen en los asesinatos machistas, que facilita una respuesta violenta por parte de los agresores. Hay la idea de que no existe la violencia y se interpreta como un ataque a los hombres, en opinión de Miguel Lorente, que ha ejemplificado con la frase que pronunció el presidente de la RFEF, Luis Rubiales, sobre el «feminismo falso». Existen estudios que demuestran que existe el llamado factor de refuerzo, que no es que alguien que no va a matar ni va a usar la violencia de repente la use, sino que alguien que ya está pensando seriamente en matar a su mujer y se ve reforzado en su idea cuando ve que otro hombre ha conseguido lo que él está pretendiendo conseguir.

La violencia machista es un problema estructural y acabar con él requiere de la implicación de toda la sociedad: instituciones, organizaciones y ciudadanía. Todos y todas podemos contribuir para disminuir las cifras de mujeres víctimas mortales de violencia machista.

La violencia de género no es un problema que afecte al ámbito privado. Al contrario, se manifiesta como el símbolo más brutal de la desigualdad existente en nuestra sociedad. Se trata de una violencia que se dirige sobre las mujeres por el hecho mismo de serlo, por ser consideradas, por sus agresores, carentes de los derechos mínimos de libertad, respeto y capacidad de decisión dice el Preámbulo de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de género, de 1 de diciembre 2004.

La ley contra la Violencia de Género no ha dado el resultado que se esperaba. Hay que seguir promoviendo medidas de protección a las víctimas y programas de prevención de actos criminales, dirigidos a las propias mujeres, los jóvenes, al entorno familiar y al conjunto de la sociedad para que tome conciencia de la dramática situación. Y de forma singular, campañas dirigidas hacia los hombres, para erradicar, los comportamientos machistas de toda índole, como una de las grandes lacras sociales de nuestro tiempo.

Con todo y con ello, las denuncias por violencia sexual se han duplicado en solo diez años: de las 9.000 registradas en 2012 a las 17.389 de 2022, según los datos contenidos en los balances de criminalidad del Ministerio del Interior. Si la extrema derecha utilizaba durante la campaña electoral estos datos para alarmar, las expertas, sin embargo, subrayan que estas cifras son, de alguna manera, un logro: no es tanto que haya más violencia sexual como que las mujeres, ahora, hablan y denuncian más. Las instituciones y la sociedad, acompañan. El clima social ha sufrido un cambio histórico; hay más conciencia social y más recursos. La violencia sexual ha pasado de estar completamente oculta a ser visible en el relato feminista, en los relatos mediáticos, en las instituciones, dice Bárbara Tardón.

La violencia de género, el maltrato, el terrorismo machista, no solo son aptitudes sociales y culturales aprendidas, son también una manifestación más de la delincuencia de las mentes asesinas que matan a los más débiles, y como tales actos han de ser tratados. Un maltratador es un hombre desalmado, que aprovechando la relación y de su propia fuerza, utiliza a la mujer, la considera su propiedad, la somete, le pierde el respeto como ser humano, despreciando y atacando sus más preciados dones: la dignidad y la vida misma. Los maltratadores, difícilmente corrigen sus hábitos. Hay que seguir insistiendo en los cambios de conductas machistas; en la prevención de actos criminales; y sobre todo proteger a la mujer víctima y al entorno familiar sometido.

Según cifras del Observatorio de Género del CGPJ, durante 2022 se presentaron algo más de 182.000 denuncias por violencia de género, una media de casi 500 denuncias al día. Siete de cada diez (el 71,57%) la realizó la propia víctima principalmente ante la Policía (70,36%) y los juzgados (1,21%). Menos del 2% (el 1,82%) fueron presentadas por familiares y allegados de las víctimas. Una cifra que ha permanecido prácticamente inalterada en los últimos cinco años. La colaboración del entorno que es clave para prevenir la violencia de género, tal como lo ha advertido en diversas ocasiones el Ministerio de Igualdad.

Los términos y conceptos en el marco de las violencias machistas son amplios (ver Apuntes sobre las violencias machistas, que es terrorismo). Los llamados micromachismos son prácticas de dominación y violencia masculina en la vida cotidiana, del orden de lo micro, lo casi imperceptible, lo que está en los limites de la evidencia, y machismo como una ideología de dominación. En la pareja se manifiestan como formas de presión de baja intensidad más o menos sutil, con las que los varones intentan imponer y mantener el dominio y su supuesta superioridad sobre la mujer.

Una forma explicita de ejercer violencia contra las mujeres es el chantaje emocional, el desprecio y la culpabilización. Mostrar desprecio hacia ellas, humillarlas, ignorar su presencia y opinión, desvalorizar su persona. Estas formas están basadas en la creencia que el varón tiene de monopolio de la razón, de lo correcto y el derecho a juzgar las actitudes ajenas desde un lugar superior. Presuponen el derecho a menospreciar. Conducen a presentar a la mujer como inferior a través de un sinnúmero de desvalorizaciones, consonantes con las desvalorizaciones que la cultura patriarcal realiza para hacer mella en la autoestima femenina.

Los gobiernos tienen que comprometerse en la prevención y erradicación de las violencias machistas, así como en la asistencia y reparación de todas las mujeres y sus hijos e hijas en situación de violencia. La prevención ha de ser una política prioritaria, que tiene que incluir un sistema coeducativo en todos los ciclos y formación específica de los profesionales que interviene en los procesos. Es preciso eliminar la custodia compartida impuesta, el régimen de visitas a los maltratadores y la retirada y no cesión de la patria potestad a los maltratadores condenados. Hay que aportar más recursos económicos y humanos a las políticas activas, integrales y participativas.

El Ministerio de Igualdad junto con Justicia, Interior, las comunidades autónomas y la Fiscalía de sala contra la violencia de género, deben analizar caso por caso para prevenir los asesinatos por violencia machista.

No hay que bajar la guardia, advierten desde Igualdad. «Hay que lanzar el mensaje de que las políticas y la inversión en prevención en formación, en protección integral funcionan. Hemos rebajado en cerca de 30 las mujeres asesinadas cada año. Pero los esfuerzos siguen ahí porque las cifras siguen siendo insoportables (Victoria Rosell.

En estos tiempos convulsos de campaña electoral, habría que exigir a los políticos un compromiso en la lucha contra la violencia machista. El conjunto social ha de tomar conciencia de la situación y adherirse a la lucha contra esta lacra social. Las víctimas se merecen la unidad de todos en la respuesta frente a un intolerable fenómeno que tiñe de sangre nuestra convivencia ciudadana.

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.