La producción de etanol a partir del maíz se está haciendo mundialmente intensiva. Ejemplo de ello es que en Estados Unidos se emplean alrededor de 3,3 millones de hectáreas de tierras –con un requerimiento masivo de energía para fertilizar, desmalezar y cosechar ese grano–, para producir 10,6 billones de litros de etanol que, a su […]
La producción de etanol a partir del maíz se está haciendo mundialmente intensiva. Ejemplo de ello es que en Estados Unidos se emplean alrededor de 3,3 millones de hectáreas de tierras –con un requerimiento masivo de energía para fertilizar, desmalezar y cosechar ese grano–, para producir 10,6 billones de litros de etanol que, a su vez, tan solo proveen el dos por ciento anual de la gasolina utilizada por los automóviles que recorren ese extenso país. Datos recientes de los 50 Estados de la Unión consideran que la producción de etanol carece de beneficio energético neto y requiere más energía fósil producirla comparado con lo verdaderamente producido. En resumen, y debido a la relativa baja densidad energética del etanol, aproximadamente tres galones de este producto son necesarios para reemplazar dos de gasolina.
No obstante, la producción norteamericana de etanol beneficia anualmente a los gigantes del agronegocio. Según estadísticas, en 1980 se introdujo un impuesto a este producto, pero hizo una excepción de 54 centavos por galón para aquellos utilizados en alconafta (nafta con un 10 por ciento de etanol), lo que trajo consigo un subsidio de 10 billones de dólares para la transnacional Archer Daniels Midland. En 2003 más del 50 por ciento de las refinerías norteamericanas de etanol pertenecían a grupos de agricultores y, en 2006, el 80 por ciento de ellas estaban en manos de sociedades anónimas, con unos 556 millones de dólares en ganancias proyectadas, beneficiando a los productores más grandes. Para el cierre del presente año, se espera que la cifra alcance los 1.3 billones de dólares. Así las cosas no hay que olvidar que la administración de George W. Bush se propone reducir el consumo de gasolina en un 20 por ciento en una década, para lo cual requerirá de unos 35 mil millones de galones anuales de combustibles alternativos para el 2017, además (¡y por supuesto!) de la contribución de proveedores extranjeros de biocombustibles, particularmente de etanol, el más utilizado. Actualmente, el área de tierra agrícola en la Unión es de unos 625 mil acres cuadrados, por lo cual alcanzar la demanda de aceite para biocombustibles requeriría unas 1,4 millones de millas cuadradas de maíz para etanol y unos 8,8 millones de kilómetros cuadrados de soja para biodiesel.
En suma, en la batalla entre alimentos y combustibles, los pobres y quienes sufren hambre en los países en desarrollo, quedarán a merced del Imperio para la definición de los precios de los alimentos, en su mayoría de primera necesidad para grandes grupos poblacionales. Prueba de ello es el incremento en el precio del maíz que, proporcionalmente, condujo a un reciente aumento (de un 400 por ciento) en el precio de la tortilla en México, país miembro del Tratado de Libre Comercio y, como es evidente, sujeto a los dictámenes comerciales de Washington y todo lo que ellos deriven.
Decidir si inyectar comida en los tanques de combustible de 800 millones de automóviles estadounidenses, o hacerla más accesible a los estómagos de, prácticamente, más de tres mil millones de seres humanos del orbe resulta un problema insoslayable que muchos gobiernos deben analizar con seriedad y raciocinio.