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(En contestación a John Brown)

Bauman tiene razón

Fuentes: Rebelión

El pasado 19 de octubre John Brown refutaba en Rebelión unas declaraciones del filósofo polaco Zygmunt Bauman aparecidas en el diario El País en las que se venía a sostener que el movimiento 15M no es capaz de establecer una respuesta, una alternativa constructiva al sistema imperante. La causa de ello para Bauman estriba en […]

El pasado 19 de octubre John Brown refutaba en Rebelión unas declaraciones del filósofo polaco Zygmunt Bauman aparecidas en el diario El País en las que se venía a sostener que el movimiento 15M no es capaz de establecer una respuesta, una alternativa constructiva al sistema imperante. La causa de ello para Bauman estriba en que este movimiento es puramente emocional y carece de la racionalidad necesaria para construir alternativa alguna.

El señor Brown intentaba en su refutación negar que el movimiento careciera de racionalidad, todo lo contrario, y ponía de ejemplo a las asambleas del 15M para avalar su tesis. Estas asambleas, para Brown, no sólo son escenarios donde confrontar diferentes tipos de argumentación, lo que sería muestra evidente de la racionalidad del fenómeno, sino que en ellas los participantes se han dotado de una metodología y gestualidad que intentan suprimir en la comunicación asamblearia las expresiones de emocionalidad. Por tanto, y negando las premisas de Bauman, se deduce que el 15M tiene una capacidad plena de construir racionalmente una alternativa, sosteniendo Brown literalmente que no «puede decirse que el 15-M carezca de organización ni de programa».

Más allá del debate sobre la emocionalidad o la racionalidad del movimiento 15 M me interesaría resaltar que el texto de Brown es altamente representativo del pensamiento doctrinario que mueve este fenómeno socio-político y de sus contradicciones profundas.

Vaya por delante que evidentemente, y como en todo movimiento de masas, existe una mezcla en diferentes proporciones de emocionalidad y de racionalidad. El actuar del ser humano no es más que el fruto de una interrelación entre el pensar y el sentir, y como algunos autores defienden, ambos mecanismo son difíciles de discriminar en ocasiones. Si bien Bauman puede haber caído en la exageración de negar todo tipo de racionalidad, Brown cae en la misma falta al hacernos creer que la emocionalidad del movimiento está siendo reprimida por una serie de mecanismos eficaces. Dice que «llaman la atención el tono y las maneras civilizados, resultado de una disciplina de debate colectivo muy particular que proscribe los aplausos y las interrupciones verbales o sonoras de la palabra del orador». Nada más alejado de la realidad. Es posible que Bauman no haya presenciado ninguna asamblea del 15M pero el que suscribe estas líneas sí y, aparte de que resulta imposible generalizar, he de asegurar que ese tono y manera civilizados son exactamente del mismo tenor, en líneas generales, que los modos y maneras de cualquier otro tipo de asambleas de cualquier otro tipo de movimientos, salvadas las excepciones. Esa disciplina de debate colectivo que proscribe aplausos o interrupciones verbales es incapaz de eliminar los códigos represivos de comunicación, logrando únicamente sustituir uno por otro nuevo, al que yo calificaría además como favorecedor de una coacción más acentuada que el de las asambleas tradicionales, ya que el nuevo sistema gestual silencioso, al considerarse, en principio, menos agresivo, tiende a utilizarse con un control racional mucho menor. Cuántas veces habré presenciado en las asambleas de la Puerta del Sol o en las de mi barrio, cómo a los pocos segundos de la toma de palabra por parte de un asambleísta aparecían gestos silenciosos de reprobación generando la subsiguiente coacción y falta de ámbito de recepción libre para el interviniente que termina por abandonar la palabra o por no tomarla más. Este tipo de expresiones tan automáticas no suele darse en asambleas de tipo tradicional. Y lo peor es que el código de gestos se ha convertido en parte de la mítica del 15M. Se nos presenta como un avance en la práctica asambleísta, pero no hace más que potenciar sus vicios. El «lenguaje gestual silencioso» se convierte en un código represor atronador para muchos participantes en las asambleas. Por tanto, ese mecanismo de represión de la emocionalidad, como no podía ser de otra forma, no solamente es completamente ineficaz, sino contraproducente para fomentar la participación, ya que debido a la interacción del propio método asambleario, inorgánico y espontaneísta por naturaleza, y del sistema gestual silencioso, tendente al automatismo, se potencia la toma de decisiones apoyándose y basándose, no en la calidad del argumento o en la solidez de los datos presentados (método más propio de los movimientos articulados en órganos representativos y responsables), sino en las cualidades del orador, como pueden ser su retórica, su simpatía o su pertenencia a grupos de apoyo asamblearios, menoscabando el debate en profundidad. Esta espontaneidad (que no es más que un producto de la emocionalidad) es potenciada, reitero, por ese tan ponderado código silencioso de gestos que facilita, por parecer más respetuoso que el código sonoro, el automatismo irracional de una respuesta al ponente. Por tanto Bauman no va descaminado.

El pensador polaco afirma que la emoción «resulta especialmente inepta para construir nada» y que todos, en este movimiento, «están de acuerdo en lo que rechazan, pero se recibirían 100 respuestas diferentes si se les interrogara por lo que desean». Brown, en su refutación, arguye por su parte que no se puede decir que el 15-M «carezca de organización ni de programa». Brown, sin embargo no concreta qué tipo de organización existe en el 15-M, más allá de las asambleas y se contradice (o se descubre) a sí mismo cuando afirma «que su organización se genera y reproduce al ritmo mismo del debate y de la movilización colectiva», sin definir más. Y en cuanto al programa, el propio Brown acaba por negar que exista, puesto que lo reduce únicamente a «perdurar como nueva figura de la democracia». Y es que para Brown, el programa del 15-M no consiste en «proponer al poder que cambie tal o cual aspecto de su ejecutoria. A pesar de que las primeras reivindicaciones del movimiento proponían al poder un cambio en las formas de representación (…) el lema central del movimiento «no nos representan», ha ido cargándose de un nuevo contenido mucho más radical«. Dice Brown que «al poder capitalista neoliberal ya no hay mucho que proponerle», quizá porque como él mismo ha dicho antes no tienen nada que proponer. Si Brown sostiene que están ante un «poder vacío» yo creo más bien que lo vacío no es ese poder sino más bien el movimiento que se le enfrenta, vacío de programas y de organización, tal y como sostiene Bauman.

Pero para mí el problema básico no consiste tanto en la supuesta preponderancia de emocionalidad colectiva en el movimiento como en que la dirigencia del mismo (que existe y es real, a pesar del machacón discurso horizontalista) bebe de un pensamiento preliberal y caduco, y por lo tanto inoperante, bien reflejado en las palabras de Brown. Las referencias a Maquiavelo y Spinoza son buena muestra de ello. El movimiento 15M obviando todo el pensamiento liberal y marxista (e incluso anarquista) posterior, elude incluso la existencia de las clases sociales (cosa que ni siquiera hizo Adam Smith), y de los intereses que las mueven, pretendiendo reconstruir una comunidad ideal y homogénea de ciudadanos cuyo microrreflejo es la asamblea de iguales. Es decir, una utopía de tipo renacentista, puramente idealista. Es por ello que este movimiento no tiene capacidad de construir un programa de cambio real. Es aquí, en el plano de los presupuestos ideológicos y del programa que emana de ellos, donde esa racionalidad es sintomáticamente débil e incapaz incluso de verse a sí misma tal y como es; tan sólo de sentirse, pero no de analizarse. Es capaz de soñar, pero no de diagnosticar y recetar. Es ese sentido en que Bauman, por desgracia, tiene razón.

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