España no es un país laico ni mucho menos. En realidad lo oficial se une a lo católico; rara es la fiesta popular católica en la que los alcaldes y concejales no estén presentes. Incluso los alcaldes y alcaldesas de los ayuntamientos del cambio siguen-con honrosas excepciones-promocionando y participando activamente la simbología católica y a […]
España no es un país laico ni mucho menos. En realidad lo oficial se une a lo católico; rara es la fiesta popular católica en la que los alcaldes y concejales no estén presentes. Incluso los alcaldes y alcaldesas de los ayuntamientos del cambio siguen-con honrosas excepciones-promocionando y participando activamente la simbología católica y a veces dedican cantidades de dinero público nada despreciables para promocionar esa simbología. En Navidad pasa lo mismo: los belenes se instalan en la mayoría de los ayuntamientos y locales oficiales, por no hablar en los colegios donde un legión de 18.000 catequistas -los denominados profesores de religión- organizan desde visita de los obispos a los colegios públicos , belenes por doquier y liturgias y actividades específicas para Navidad . Este año el ayuntamiento de Madrid ha instalado un gran Belén en el hall del palacio de telecomunicaciones, sede del mismo. En Barcelona, se pretende huir de la simbología católica pero al final ceden a colocar belenes más vanguardistas pero belenes al fin y al cabo.
¿Porque los centros oficiales y centros públicos, que son de todos, promocionan una simbología religiosa católica? Se acude, para justificarse, a la tradición. Se dice que los símbolos son polisémicos y que el simbolismo católico es una tradición cultural que va más allá de lo religioso. Por supuesto que muchos aspectos simbólicos tienen que ver con la tradición y con la cultura pero no por eso esa simbología viva esta exenta de unas connotaciones directamente relacionadas con una creencia religiosa. La simbología navideña por más profana y empalagosa que se disfrace sigue conteniendo unos valores religiosos muy concretos: el nacimiento de Jesús, la virgen Maria, etc. y eso es lo que se difunde al colocar un Belén en el ayuntamiento. Si un ciudadano, por ejemplo, de un país islámico o budista, viene a España sabe que los centros oficiales cultivan, en Navidad, una tradición simbólica católica por más que esta se recubra de un envoltorio profano. En España existe una confusión entre la Nación y el Estado y entre la sociedad civil y la sociedad pública. Se pretende que lo nacional o civil se incorpore al Estado y algunos quieren abrazarse a la cultura y la tradición para que la simbología católica siga invadiendo el espacio público. Pero la cultura es nacional no estatal. La sociedad, el pueblo, puede tener tradiciones x o y pero el Estado moderno, contemporáneo solo puede ostentar una simbología universal, civilizatoria y no basada en las creencias particulares. El famoso revolucionario León Trotski de viaje por España, en 1916, hizo, antes de que lo encarcelaran en la prisión Modelo, esta observación muy certera sobre el palacio de Correos entonces recién inaugurado y hoy sede del ayuntamiento de Madrid donde se ha instalado un Belén de dimensiones desproporcionadas inundando todo su hall: «La nueva Casa de Correos, con columnas, torreones y garitas. Domina aquí la arquitectura propia de los templos. Irónicamente llaman a la Casa de Correos Nuestra Señora de las Comunicaciones». Cien años después de esta observación tan ingeniosa de Trotsky todavía el Estado confunde lo profano y lo religioso. Los ciudadanos deben saber que la República es la libertad, la igualdad y la fraternidad y no Jesus, la Virgen y el Niño.
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