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23 años sin Pepe Bergamín

Bergaminiana

Fuentes: Rebelión

«Fui peregrino en mi patria desde que nací y fue en todos los tiempos que en ella viví, y por eso sigo siéndolo ahora y aquí peregrino de una España que ya no está en mí. Y no quisiera morirme aquí y ahora para no darle a mis huesos tierra española» (José Bergamín) Nacido en […]

«Fui peregrino en mi patria desde que nací
y fue en todos los tiempos que en ella viví,
y por eso sigo siéndolo ahora y aquí
peregrino de una España que ya no está en mí.
Y no quisiera morirme aquí y ahora
para no darle a mis huesos tierra española»
(José Bergamín)

Nacido en Madrid el 30 de diciembre de 1895 y muerto en Donostia el 28 de agosto de 1983, José Bergamín Gutiérrez fue y es poeta, crítico, filósofo, taurino, cristiano, republicano y hombre inteligente hasta la extenuación. El primer centenario de su nacimiento pasó con pena y sin gloria, como diría él, ninguneado por los de allí y poco reconocido por los de aquí. Bergamín permanece en esa «apartada orilla» a la que le han condenado los estamentos de un Estado guardiacivilizado, podrido por una transición de chalanes y culpable de ocultar tantos crímenes con un manto de olvido que hiede cada vez más.

Ahora que se levantan voces denunciando esa transición de suarezes y martinvillas, sería conveniente poner en su sitio la obra y la trayectoria vital de este hombre, que con sus aciertos y errores, fue fiel a sí mismo, en sus diversos exilios y en su decisión irrevocable de no dejar descansar sus huesos, sus queridos huesos, en tierra española sino darles tierra en Euskal Herria, en la «fronteriza» Hondarribia, ciudad que aparece de nuevo, como en los aciagos inicios del siglo XVI como el último refugio de los vascones, en este caso de adopción, como lo fue Don Pepe Bergamín.

Sabido es que las mentes más preclaras suelen acabar arrinconadas en el cuarto de los trastos viejos. Molestan demasiado sus acertijos conceptuales, sus obras narrativas o teatrales, sus discursos y hasta sus silencios. Ahora que se ha dado a conocer el pasado nazi de Günter Grass, uno de los símbolos de la izquierda literaria europea, habría que volver a repasar la lista de autores que mostraron en su trayectoria una mayor coherencia, incluso a los diecisiete años de edad. En Austria, Thomas Bernhard dejó en su testamento la prohibición de que se representasen sus obras en aquel país. Su odio al estado nazi-católico traspasó así la barrera de la muerte. En Suiza, Robert Walser, que acabó muerto sobre la nieve tras pasar sus últimos años en un manicomio, trasciende la realidad autoritaria y asfixiante de su patria. En Francia, la pesada tarea de destripar a la sociedad biempensante corrió a cargo de un antisemita como Louis-Ferdinand Céline, viajero iconoclasta que retrató las alcantarillas del estado con absoluta maestría.

No pretendo aquí hacer comparaciones entre autores, por otra parte incomparables. Simplemente vengo a reivindicar a quienes han permanecido orillados tantos años y lo han hecho sin perder en momento alguno la dignidad y la valentía para sajar con la punta de su cuchillo la pus del nacional-falangismo hispano. Alfonso Sastre, también vecino de Hondarribia, es uno de esos valientes. Un precedente ilustre de ellos fue Pepe Bergamín, poeta, ensayista, editor, pensador, hombre de letras en suma. Durante la República y en el exilio mexicano, en su primera vuelta y en su regreso al exilio de París o en la mal llamada Transición alumbró con sus escritos, con su pensamiento total para lo literario, lo político y lo taurino, a quienes dudaban de lo que estaban viendo delante de sus narices.

Han tenido que pasar más de treinta años desde que Franco muriera físicamente para que se levanten voces en defensa de la memoria de los fusilados, de los guerrilleros del maquis, de los huelguistas torturados, de los cientos y miles de comunistas, nacionalistas, anarquistas, socialistas y republicanos machacados por el franquismo. Incluso leo que la estatua del dictador va a ser desalojada de la Academia Militar de Zaragoza, establecimiento en el que impartió sus enseñanzas indecentes el despreciable personaje. Más vale tarde que nunca, pero habrá que recordar que parte de quienes ahoran reescriben aquellos años oscuros, aplaudieron a rabiar la reconversión monárquica del PCE, con Carrillo al frente, y del PSOE de González y Guerra, adoptaron la actitud del avestruz por una pretendida democracia de andar por casa. Bergamín, que nació y murió en la coherencia republicana, hubo de emprender un tercer exilio a Euskal Herria, incapaz de seguir soportando el ambiente de aquel Madrid transitorio e intransitable. Fue su último pecado y tras cometerlo cayeron toneladas de tierra sobre él, su obra y su memoria, intentando de ese modo sepultarlo para siempre en el olvido. Aún no lo han logrado y espero que nunca lo consigan.

No siendo nacionalista, ni vasco, Bergamín entendió mejor que muchos el hecho nacional de Euskal Herria y cuando gritó en aquel mitin republicano en el cine Europa, un 25 de febrero de 1979, ¡Viva Euskadi y Viva la República! acertó otra de vez de pleno. Los jóvenes españoles que salen ahora a las calles proclamando la pronta llegada de la III República y asumiendo entre sus puntos principales el reconocimento del derecho de autodeterminación de los pueblos peninsulares están gritando con Bergamin ¡Gora Euskal Herria, Gora Errepublika!, y aciertan también de lleno. «Contra la corona del pavo real alza su cresta el gallo republicano» decía en su entrañable «La cabeza a pájaros», proclamando así un ideario radicalmente democrático, tan democrático que a partidos como el PSOE o IU les cuesta tanto asumir, pero que deberán hacerlo si quieren tener opciones de futuro en un escenario donde se arrinconen de una vez por todas el guardiacivilismo, la corrupción y la indolencia ante el poderoso.

Es tarea de quienes intentan construir un futuro en libertad no vigilada la recuperación de la figura y la obra de Pepe Bergamín, a quienes muchos jóvenes no conocerán ni de oídas. En ese sentido, no es baladí en estos tiempos de pensamiento débil y no-pensamiento, destacar la labor realizada por Ediciones Turner, al publicar de manera digna y rigurosa buena parte de la obra bergaminiana, siendo su «Obra esencial» el último aporte en ese esfuerzo. Tan sólo queda que todos aquellos que se consideren amantes de la verdad desnuda, sin máscaras, se aproximen a lo mucho y bueno escrito por este madrileño huesudo e inclasificable.