El 21 de julio de 2024, hace casi un año, el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, anunció que renunciaba a ser candidato a la reelección. En los meses anteriores, había obtenido en las primarias del Partido Demócrata suficientes delegados a la convención a celebrar en el mes de agosto en Chicago como para asegurarse la candidatura. Sin embargo, las encuestas pronosticaban una segura derrota ante Donald Trump y había cundido el pánico entre las bases demócratas. Biden, a sus 81 años, mostraba signos de senilidad y en el debate televisado con Trump el anterior día 27 de junio se había mostrado desorientado, dubitativo, sufriendo lapsus y quedándose en blanco en algunos momentos.
Cuando Biden renunció, faltaban 106 días para las elecciones presidenciales. Fue rápidamente sustituido como candidato por la vicepresidenta Kamala Harris, que logró remontar en las encuestas pero perdió frente a Trump el 5 de noviembre por un estrecho margen del voto popular, 49,80 frente al 48,32 %. Algunos expertos han señalado como causas principales de la derrota el escaso tiempo que contó para hacer su propia campaña electoral y la dificultad de desvincular su imagen de la presidencia y de la figura de Biden, que había quedado desacreditado entre muchos votantes, en particular de case trabajadora, por su gestión económica y por su política en relación con las guerras en Afganistán, Ucrania o Palestina.
Doce meses después, Sánchez se encuentra con un dilema similar al de Biden. Las encuestas no indican que pueda renovar la mayoría que le dio la presidencia del Gobierno en 2023. La esperanza de que las cosas mejoren en los dos años que restan para la finalización normal de la legislatura (las elecciones generales debieran celebrarse en el verano de 2027, si no hay convocatoria anticipada) se ha visto muy aminorada con el estallido del escándalo Cerdán-Ábalos-Koldo. De momento, Sánchez está reaccionando como Biden. Se siente indispensable, se siente fuerte, cree que la forma de asumir su responsabilidad política por el error cometido, por duplicado, de confiar como segundo de a bordo en personas en quienes no debió confiar, es seguir al timón de la nave del PSOE y del Gobierno. En contra de lo que es habitual en el fútbol (cuando las cosas van realmente mal se cambia de entrenador, no de plantilla de jugadores), Sánchez piensa continuar hasta 2027 con algunos cambios en su equipo y, se supone, volver a ser candidato para volver a derrotar a la derecha de PP y Vox.
Quizás lo consiga. O quizás (me temo que más probablemente) no. Sánchez ha ganado en el pasado apuestas realmente arriesgadas, pero quien arriesga mucho finalmente suele ver agotada la suerte. Aunque Sánchez I, candidato quemado como Biden, quiera transformarse en Sánchez II, un candidato tan renovado como Kamala Harris, es tan improbable que logre remontar el vuelo como sucedió con esta última.
Haría bien Sánchez en considerar otra alternativa. No la de convocar elecciones anticipadas que le reclama PP día sí, día también, sino la de dimitir. Dimitir como presidente del Gobierno. Imitar al legendario Willy Brandt, el cual renunció porque uno de sus ayudantes era agente de la Alemania Oriental y lo explicó afirmando que asumía su “responsabilidad política y personal por negligencia en el caso de espionaje”. Su dimisión daría lugar a un proceso de investidura de un nuevo presidente del Gobierno. Un nuevo presidente (o presidenta) que debiera recomponer la maltrecha mayoría en el Congreso que invistió a Sánchez; que debiera reimpulsar un programa progresista; que debiera trabajar por recuperar la confianza de la ciudadanía. Un nuevo presidente que tendría dos años por delante para organizar una alternativa a la victoria de PP y Vox que pronostican las encuestas. Dos años para superar las consecuencias del trauma causado por Cerdán y Ábalos y movilizar el voto progresista.
Dos años también para intentar reordenar eso que se llama la izquierda a la izquierda del PSOE, que también tiene mucho trabajo que hacer.
Tras renunciar a la reelección, Biden dijo: “Venero este lugar [la Casa Blanca], pero quiero más a mi país. La defensa de la democracia, que está en juego, es más importante que ostentar cualquier cargo”.
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