Bill Gates, al cruzar la puerta, se encontró con el señor Conejo Blanco de ojos rosados, quien lo invitó a conocer su maravilloso mundo de Verdelandia, un mundo donde, como le dijo el señor Conejo, nadie pasa hambre y todos viven dignamente de su trabajo, resultado alcanzado tras seguir rigurosamente los preceptos de la revolución […]
Bill Gates, al cruzar la puerta, se encontró con el señor Conejo Blanco de ojos rosados, quien lo invitó a conocer su maravilloso mundo de Verdelandia, un mundo donde, como le dijo el señor Conejo, nadie pasa hambre y todos viven dignamente de su trabajo, resultado alcanzado tras seguir rigurosamente los preceptos de la revolución verde.
Los agricultores conejo vivían todos agrupados en la periferia y cada familia en un agradable apartamento con jardín y piscina. A su alrededor había grandes rascacielos en los que ¡se cultivaban alimentos! Gracias a nuevas semillas mágicamente modificadas por los científicos del GPS (gobierno del pueblo soberano), en cada piso de cada uno de los rascacielos, con una fina capa de tierra, sin luz y con agua procedente de las cascadas Sin’aguazu (a más de 2 mil 400 kilómetros), se cosechaban zanahorias gigantes supervitaminizadas. Se podían cultivar de cualquier gusto que desearas: zanahorias sabor mentolado, zanahorias sabor a los cuatro quesos, zanahorias exóticas al cus-cus… Una maravilla posible gracias a diferentes fertilizantes que el GPS entregaba de forma gratuita a todos los agricultores conejo.
La OMC (organización del mercado cunícula), estamento bajo el control democrático del GPS, compraba las zanahorias a la Triple C (cooperativa de conejos campesinos) a precio suficiente para las necesidades familiares, y se distribuían de forma participativa y equitativa. Camiones del GPS, movidos a base de biodiesel de zanahorias, recorrían los hermosos paisajes de Verdelandia atravesando fronteras para distribuirlas en las grandes ciudades de otros lugares. Un recorrido entre selvas vírgenes con hoteles ecoambientales, estaciones de esquí con balnearios de aguas termales burbujeantes, y miles de jabalís, y jabalís y jabalís, sin depredadores… corriendo agobiadísimos detrás de los camiones para alimentarse de las zanahorias que caían de los compartimentos de carga.
Bill también se fijó en unos conejos equipados con un mono de color butano y con unas palas que paseaban por los bosques y selvas.
-¿Qué hacen?- preguntó al señor Conejo.
-Son los «recogeheces», un tropel de conejos dedicados a recoger la mucha mierda que excretan los jabalís. Con ella, los técnicos de la UCIT (de sus siglas en verdelandes: universidad de científicos independientes del todo) producen los fertilizantes que regalan a los campesinos de la Triple C. Por eso tenemos estos parajes pulidos, brillantes y con olor a flores. Y todo controlado -decía orgulloso Conejo- por un GPS que cuenta continuamente con las opiniones de todos los conejos: conejos campesinos, conejos camioneros, conejos recogeheces y conejos ciudadanos. Por ejemplo -añadió-, ahora nos están consultando sobre unos robots modernísimos que funcionan con placas solares, diseñados para recoger la mierda de los jabalís, que, claro, es un trabajo muy sucio y desagradable.
Al volver a traspasar la puerta, Bill, con un talón de 100 millones de dólares en la mano, declaró: «Ahora es el turno de Africa. Este es sólo el comienzo de la Revolución Verde en el continente. La meta final es que al cabo de 20 años los agricultores hayan doblado o inclusive triplicado el rendimiento de sus cosechas y que vendan los excedentes en el mercado» (Fundación Bill & Melinda Gates, 12 de septiembre de 2006) .
Pero Bill Gates se olvida de los jabalís, de los miles de jabalís… los excluidos de la revolución verde, sin los que, por otro lado, el sistema no se sostiene. Como explica la organización Grain, «en la visión de Gates los agricultores pobres de Africa son la población meta a alcanzar, no el punto de partida de donde empezar».
* Director de Veterinarios sin Fronteras España
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