En teoría los biocombustibles son menos contaminantes que los derivados del petróleo. Basándose en esa premisa, Estados Unidos y la Unión Europea se han propuesto alimentar sus vehículos con ellos. Para lograrlo deben remodelar sus cultivos, y además comprar maíz, soja o aceite de palma a los países del Sur. El resultado inmediato es el […]
En teoría los biocombustibles son menos contaminantes que los derivados del petróleo. Basándose en esa premisa, Estados Unidos y la Unión Europea se han propuesto alimentar sus vehículos con ellos. Para lograrlo deben remodelar sus cultivos, y además comprar maíz, soja o aceite de palma a los países del Sur. El resultado inmediato es el incremento del precio de estos alimentos, con lo cual se prevé que el hambre aumente a corto plazo. Texto:
El ciudadano corriente asocia la palabra biocombustible con ese nuevo carburante que va a hacer funcionar su coche sin contaminar el medio ambiente. El sucio petróleo negro sustituido por las verdes plantas. En concreto, cuando hablamos de biocombustibles nos referimos a lo que se conoce como biodiesel y como bioetanol. El primero se obtiene del procesamiento de aceites vegetales de la colza, palma africana, soja, girasol o maíz. El segundo es un alcohol que se obtiene del azúcar de la remolacha o caña de azúcar, y también del almidón del maíz, la cebada o el trigo. En la mayoría de países, el biocarburante elegido se mezcla en un porcentaje determinado con el diesel sin necesidad de cambiar los coches, aunque en Brasil desde hace años los coches funcionan con etanol puro. Hasta aquí todo parece muy limpio y ecológico, aunque hay quien asegura que esa visión «verde» no es más que apariencia. Para el Nobel de Química, Hartmut Michel, con los biocombustibles no se ahorran emisiones de CO2 puesto que al fermentar el vegetal sólo se obtiene el 10% de alcohol. Elevar esa proporción al 100% conlleva emplear energía de combustibles fósiles. Así que se acaba emitiendo más CO2 del que produciría simplemente un coche de gasolina.
En la misma línea, Manoel Santos, biólogo y director del suplemento Altermundo
El gran problema se plantea ante la necesidad desmedida de nuestros vehículos. Europa desea que en 2010, el combustible que sale por el surtidor lleve mezclado un 5,75% de biodiesel y Estados Unidos un 10% en la misma fecha. Para lograrlo, la UE debería movilizar el 70% de sus tierras de cultivo y Norteamérica un 121% inexistente. La cifras hablan de la irrealidad de esta iniciativa porque todos los sembrados del planeta no serían suficientes para alimentar a los coches occidentales con el 100% de biocombustible. La otra deducción lógica es que si llenamos nuestros campos de plantas para generar carburante, ¿qué vamos a comer?
Hambre a la vuelta de la esquina
Hay a quien le puede parecer exagerado el planteamiento de que emplear biocombustibles desemboque en hambre, pero ya tenemos ejemplos reales de ello. Se calcula que este año ciento nueve millones de toneladas de trigo, en lugar de servir como alimento, han sido desviadas a plantas de producción de etanol. Y si observamos el caso de Estados Unidos, veremos que a partir de que empezó a elaborar etanol empleando maíz, en un año subió el precio de este producto. ¿Cómo se llega a ese punto? Muchos agricultores que plantaban para consumo humano y animal se han pasado al otro lado puesto que les resulta más rentable. Al haber menos semillas para comer, el precio de las mismas sube. El resultado en Estados Unidos es que creció el precio del maíz que comen cerdos, bovinos y aves, con lo cual se incrementaron todas sus carnes, además de sus derivados como leche, mantequilla y huevos. El pollo ya cuesta allí un 30% más. Pero quien está surtiendo al mundo occidental de vegetales para convertir en biocombustibles son los países en vías de desarrollo. Allí las consecuencias están siendo ya devastadoras. Muchos de ellos están abandonando sus cultivos tradicionales para plantar aquellos que producen etanol porque les dan más beneficios. En Brasil se han cambiado los campos de soja, algodón y diversos alimentos por la caña de azúcar. La consecuencia es que sus habitantes ya han pagado tres veces más por sus alimentos en el primer semestre de 2007, que en el mismo periodo del año anterior.
En España no nos quedamos atrás en incremento de precios, y eso que casi no empleamos agrocombustibles -un 1,7% del total-. Ya en agosto los ganaderos se quejaban en los medios de comunicación de que los piensos para sus vacas habían aumentado en un 30% debido al boom de los biocarburantes. Si hablamos del maíz, cuesta un 60% más que en 2006, y el trigo y la cebada crecieron un 50%. Puestas así las cosas, que no sorprenda el incremento que notarán nuestros bolsillos en la recta final de este año. Comenzando por el pan, continuando con la leche, y terminando en las carnes y huevos. Notaremos a escala reducida lo que sufren en el tercer mundo. La Unión de Consumidores de España ya calcula que esta subida prevista en los productos básicos encarecerá 1.200 euros al año la cesta de la compra.
Para Manoel Santos, «están jugando con la vida de la gente. No se pueden dejar de cultivar tierras para alimentos y dedicarlas a engordar la opulencia de los países industrializados. Ya tenemos varios ejemplos que demuestran que la demanda de cereales para producir bioetanol está subiendo los precios, con lo que la gente más pobre no puede comprar alimentos. En febrero de 2007 el precio del cereal subió al nivel más alto de los últimos diez años. Todos recordamos la crisis de México, con enormes movilizaciones populares por el precio de la «tortilla», básica en la alimentación de la población. Las repercusiones están llegando aquí, donde la Federación Gallega de Panaderos ya anunció la subida del pan porque se está disparando el precio del cereal. Calcula que tendrán que cerrar cientos de panaderías sólo en Galicia. Según el Food Policy Research Institute, de Washington, con cada aumento del 1% en el precio de los alimentos dieciséis millones de personas caen en la inseguridad alimentaria. Ese mismo instituto dice que aumentarán los precios hasta un 30% en 2010, con lo que las repercusiones son inimaginables. Da miedo». A todo ello hay que sumar que también hay incrementos en los precios de los alimentos provocados más por el puro temor que por la realidad, y muchos especuladores que han guardado su grano para venderlo cuando suban los precios.
La ecología negra de los combustibles
Para la expansión de los agrocarburantes a gran escala, las empresas requieren más tierra de la usada actualmente, promoviendo lo que se conoce como agricultura a gran escala o industrial. Está comprobado que estas prácticas erosionan el suelo de tal manera, que la FAO ya ha advertido que al ritmo actual desaparecerán próximamente 500 millones de hectáreas de tierras arables. Además la agricultura industrial precisa gran cantidad de agua -emplea el 70% de la que se gasta- y utiliza muchos fertilizantes, una de las mayores fuentes de emisiones de gases de efecto invernadero. La contaminación también aumenta debido a la cantidad de maquinaria y transportes empleados. En concreto hay estudios que demuestran que contamina más producir aceite de palma -empleado para agrocombustible- que petróleo.
Otro de los efectos ya constatados es que se están invadiendo bosques para estos cultivos. A ello hay que añadir que las semillas empleadas para convertir en biocombustible suelen ser trasgénicas, el resultado final es que en las zonas en las que se están plantando están perdiendo biodiversidad, árboles nativos y ecosistemas completos.
Si el coste ambiental no es suficiente, el humano es brutal, como comenta Santos: «La producción a escala mundial de agrocombustibles fomenta el latifundio, evita que las tierras se les devuelvan a los pueblos originarios, a los indígenas, usurpa los recursos hídricos, etc. Son un atentado directo contra los modelos de producción familiar y comunitaria, que son los verdaderamente sostenibles y los que resolverían los graves problemas del hambre en el mundo».
Los campesinos que conservan sus tierras y cambian sus cultivos alimentarios por los dedicados a biocarburantes, pierden sus fuentes de alimento y quedan a merced de las transnacionales, que les surten de semillas y ponen el precio a las cosechas. Y es que estas plantas están genéticamente modificadas para que tengan más azúcar y den más graduación alcohólica al convertirlas en combustible, así que no sirven para comer.
Por qué ahora biocombustibles
De desconocer este combustible hemos pasado a un boom apoyado por los medios de comunicación, desde donde se nos convence de sus virtudes y poco se habla de sus efectos. Los más avispados sugieren que este cambio de apuesta se debe a un inminente agotamiento del petróleo. La ONG Grain -que promueve el manejo y uso sustentable de la biodiversidad agrícola- asegura que tras los agrocombustibles se encuentran las industrias automovilísticas y petroleras, empresas alimenticias, compañías biotecnológicas y empresas dedicadas a inversiones a nivel mundial. Para Manoel Santos «la apuesta real de ir substituyendo paulatinamente la dependencia de los llamados combustibles fósiles por esos agrocombustibles, nace de los poderes financieros internacionales que dominan el mundo -OMC, FMI, Banco Mundial-, de las transnacionales a las que sirven y lógicamente de los países alineados con el Imperio Norteamericano -y también de sus elitistas clubes de ricos como el G-8 o la OCDE-, lo que incluye toda la Unión Europea. Las reservas de petróleo, como todos sabemos, no están en estos países. Pero el por qué de este momento está en el 11-S, que cambia la visión del mundo por parte del Imperio. Es ahí cuando Estados Unidos se da cuenta de que la dependencia del petróleo les puede causar demasiados problemas, porque las mayores reservas están en países del que llaman eje del mal. Esto, unido al factor de que todos los datos indican que la fecha de caducidad de las reservas de petróleo es entre 50 y 80 años, hace que se busquen alternativas a gran escala. Hay que tener en cuenta que hoy Brasil y Estados Unidos controlan más del 70% de la producción mundial de agrocombustibles, así que la alternativa buscada por el Imperio está dirigida a ser quien la controla».
Por lo que los datos nos dicen, no hay futuro verde en los agrocombustibles, que además nos echan en brazos de las mismas multinacionales de siempre. Para muchos, los agrocombustibles sólo son una buena alternativa para la producción comunitaria, para que los campesinos se autoabastezcan en los mercados locales, para que den de beber a sus tractores. Siempre producidos por ellos y para ellos, nunca para alimentar los coches del norte. Otra opción que se consideraría más viable es el alcohol biológico de segunda generación sobre el que ya se está investigando y que procedería de restos de vegetales de poda o desbroce de campos y montes.
Pero el fondo de la cuestión, según Santos, es que debemos «plantearnos a escala mundial el actual modelo energético y de la sociedad consumista en general. Por mucha energía renovable que fomentemos nunca será suficiente si no caminamos hacia la eficiencia en el consumo, hacia el ahorro, hacia el reciclaje de lo reciclable, y hacia un cambio en nuestras demandas ultracapitalistas. Todos hablan de energías alternativas, pero nadie de emplear menos energía. La lucha es contra el neoliberalismo, contra el capitalismo desaforado. Es, simplemente, una lucha por la vida».
http://www.revistafusion.com/2007/octubre/report169-2.htm