Todas las empresas que producen cultivos transgénicos -Syngenta, Monsanto, Dupont, Dow, Bayer, BASF- tienen inversiones en cultivos diseñados especialmente para la producción de biocombustibles como etanol y biodiesel. Tienen, asimismo, acuerdos de colaboración en este rubro con Cargill, Archer Daniel Midland, Bunge, trasnacionales que dominan el comercio mundial de granos. En la mayoría de los […]
Todas las empresas que producen cultivos transgénicos -Syngenta, Monsanto, Dupont, Dow, Bayer, BASF- tienen inversiones en cultivos diseñados especialmente para la producción de biocombustibles como etanol y biodiesel. Tienen, asimismo, acuerdos de colaboración en este rubro con Cargill, Archer Daniel Midland, Bunge, trasnacionales que dominan el comercio mundial de granos. En la mayoría de los casos, la investigación se orienta a obtener nuevos tipos de manipulación genética de maíz, caña de azúcar, soya, entre otros, conviertiéndolos en cultivos no comestibles, lo cual aumenta dramáticamente los riesgos que ya conlleva en sí la contaminación transgénica.
A escala mundial, empresas y gobiernos están haciendo una intensa campaña para presentar los biocombustibles como alternativas ambientalmente amigables que ayudarían a combatir el cambio climático, al sustituir una parte del consumo de petróleo dedicado a combustibles para transporte. Mas la lógica de fondo no es abandonar el petróleo ni cambiar los patrones de consumo que producen el cambio climático, sino aprovechar la coyuntura para crear nuevas fuentes de negocios, promoviendo y subsidiando la producción industrial de cultivos para esos fines.
Ya hay estudios que muestran que los cultivos industriales de biocombustibles plantean muchos problemas. Brian Tokar, del Instituto de Ecología Social de Vermont, Estados Unidos, da cuenta de dos análisis recientes de las universidades de Cornell y de Minnesota que muestran que el ciclo completo de la producción de biocombustibles deja un saldo ambientalmente destructivo. Dado que el procesamiento de estos cultivos requiere una cantidad significativa de energía el aporte final de energía es muy limitado.
Aunque los biocombustibles sustituyan en algún porcentaje el uso de petróleo, se necesitan grandes áreas de producción agrícola industrial intensiva, incrementando el uso de agrotóxicos que erosionan y contaminan suelo y agua, además de disputar esas áreas a la producción de alimentos. Según el investigador Lester Brown (citado por Tokar), «ahora son los autos, no la gente, los que demandan la producción anual de cereales. La cantidad de granos que se requieren para llenar el tanque de una camioneta SUV con etanol es suficiente para alimentar a una persona durante un año».
Las productoras de transgénicos ven en todo esto una excelente oportunidad para aumentar sus ganancias y justificar la manipulación genética como si fuera ambientalmente beneficiosa. Sus inversiones en biocombustibles incluyen el desarrollo de cultivos transgénicos con mayor contenido de azúcares (para convertir en etanol), de aceites (para biodiesel) y la inserción de genes que expresan enzimas para facilitar su procesamiento como combustibles.
Syngenta trabaja en colaboración con Diversa Corporation para desarrollar un maíz que produce por sí mismo una enzima que lo convierte en etanol, la cual proviene de una bacteria extremófila que soporta altas temperaturas, tomada de la colección de bacterias que esa empresa ha recolectado en varios países del mundo. Diversa tiene una colaboración similar con Dupont, que a través de su subsidiaria Pioneer Hi-Bred desarrolla un maíz con mayor contenido de almidón y celulosa. Para ello están usando una enzima que proviene de una bacteria manipulada (Zymomonas mobilis), la cual se encuentra en forma natural en el agave. En ambos casos, la manipulación genética compromete el uso del maíz como cultivo alimentario, agregando riesgos a los casos de contaminación que pudieran ocurrir.
En este contexto es interesante recordar que Diversa tenía hasta 2001 un acuerdo «de bioprospección» con el Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional Autonóma de México (UNAM) para explorar organismos extremófilos y bacterias únicas de México. Este contrato fue suspendido luego de que una amplia coordinación de organizaciones y personalidades inició una demanda popular denunciando el contrato como biopiratería. Pese a esto, Diversa nunca regresó a México las muestras que tomó durante la corta duración del contrato. Sería paradójico que las trasnacionales usaran microorganismos extraídos de nuestro país para primero manipular genéticamente el maíz y luego intentar venderlo aquí como un producto «ambientalmente amigable».
Lamentablemente, la iniciativa de Ley para el Desarrollo y Promoción de los Bioenergéticos, que ya han discutido ambas cámaras en el Congreso en México, promueve este desarrollo, con el aval de todos los partidos. La justificación de la iniciativa copia los clichés que se repiten en la propaganda de las industrias para fomentar esta farsa. Pero además se argumenta que esto debería significar apoyos para la producción agrícola de pequeña escala.
O sea, si los campesinos que crearon el maíz estuvieran dispuestos a sembrar transgénicos con maíz no comestible, que contaminaría tarde o temprano su maíz nativo, inutilizándolo, les darían apoyo oficial. O, si fuera con otros cultivos, como caña de azúcar, tendría de todos modos que ser a expensas de la producción de alimentos en las condiciones impuestas y según las demandas de las trasnacionales de los agronegocios, que comprarán a quien les ofrezca más barato en cualquier parte del mundo, que para eso promueven este tipo de leyes y programas simultáneamente en muchos países.
En lugar de soberanía alimentaria, lo que habrá serán más subsidios para las multinacionales y más amenazas transgénicas para el maíz y las economías campesinas. * Investigadora del grupo ETC