Las terceras posiciones ejercen una fascinación intelectual irresistible. Una antinomia puede ser maniquea, o soslayar aspectos de la realidad. Una vieja premisa de la retórica afirma que ningún discurso, aún el más descarriado, puede prescindir de cierta lógica, y por tanto, alberga o manipula al menos fragmentos de verdad. Escuchar al contendiente enriquece, corrige incluso […]
Las terceras posiciones ejercen una fascinación intelectual irresistible. Una antinomia puede ser maniquea, o soslayar aspectos de la realidad. Una vieja premisa de la retórica afirma que ningún discurso, aún el más descarriado, puede prescindir de cierta lógica, y por tanto, alberga o manipula al menos fragmentos de verdad. Escuchar al contendiente enriquece, corrige incluso la opinión propia, aunque no cambie su esencia. Los debates suelen ser por eso mismo un medio insustituible para el crecimiento de los implicados y de los espectadores o lectores, aún cuando no pretendan el convencimiento del otro. Pero la retórica también nos conduce por caminos ciegos cuando nos distancia de las esencias y nos distrae en lo secundario. Y hay conceptos que son esenciales, y dicotómicos. Capitalismo y anticapitalismo (socialismo), por ejemplo. Usted puede discrepar sobre cómo debe ser el anticapitalismo que construimos, en este o en aquel otro aspecto, pero si apuesta por el capitalismo ha pasado a la trinchera contraria.
Es cierto que no existe un manual para construir el anticapitalismo y que persisten o se retoman «elementos capitalistas» durante ese largo tránsito hacia otra sociedad más justa, es verdad que el mercado, como el estado, son aún factores inevitables de ese proceso: no obstante, la apuesta, que pasa por muchos colores intermedios, adquiere sentido en el blanco y en el negro (no asocio lo claro y lo oscuro a lo bueno y lo malo). No se trata de cuanto contenga el uno del otro, sino de hacia dónde usted va. Lo que marca la diferencia de bandos es la direccionalidad de su discurso y de su obra. El anticapitalismo debe conducir a una sociedad más humana y racional, anti consumista, de hombres y mujeres cultos, dignos y libres. Pero en países pobres como Cuba, esa dicotomía tiene otras consecuencias: el carácter alternativo del camino elegido es la única garantía de la independencia nacional, y viceversa. Es decir, que después (o antes) de recorrer todos los colores del arcoiris, usted debe entender que socialismo e independencia son en Cuba inseparables.
¿Aceptamos que existe una guerra política que pretende el cambio de sistema en Cuba, es decir, la restauración del capitalismo?, ¿aceptamos que esa guerra es alentada, promovida, incluso financiada desde el exterior, por intereses no cubanos, con independencia de que existan cubanos que la respalden?, ¿que más allá de la posible existencia de «asaltantes de fe» (personas convencidas del ideal capitalista), lo que prima en el asalto y determina el sentido de esa guerra de reconquista, son los intereses de poderosas esferas de poder (ex propietarios nacionales, trasnacionales y gobiernos imperialistas)? Toda guerra -militar o política–, supone la existencia de dos bandos. Pero una guerra política no es un debate parlamentario ni un cónclave académico; se parece a un torneo retórico, pero el objetivo no es hallar la verdad, ni es confraternizar. Los pro – capitalistas «detestan» la terminología «militar», porque pretenden hacernos creer que no hay guerra.
En una guerra política se dialoga y se argumenta para los «espectadores», no para el supuesto «interlocutor». Las razones que solemos exponer, son respondidas con «razones» que ignoran las nuestras, que solo persiguen desviar la atención de lo expuesto o que mienten y desvirtúan lo dicho antes. Se trampea, se descalifica al contrario. Puesto que la atalaya desde la que se mira el mundo es diferente, lo que se mira también lo es. El objetivo de los asaltantes, a como de lugar, es tomar el poder. Esta premisa no debe olvidarse, así como tampoco el hecho de que quienes viven en un país en guerra política, no pueden ignorar su existencia. Son o no son. ¿Eres cubano de Cuba o de Miami?, solían preguntar a los cubanos en el extranjero, y la respuesta no tenía necesariamente que ver con el lugar de residencia.
Una de las estrategias predilectas de los defensores del capitalismo -que en sentido estrictamente histórico son contrarrevolucionarios, pelean por desestructurar el sistema económico social y de valores que estableció la Revolución–, es la anulación de la individualidad del contendiente. Ellos pelean contra el Estado socialista -al que denominan gobierno o régimen, porque la estrategia incluye el no reconocimiento del sistema social nuevo–, y venden la idea de que cada defensor del sistema es un «progubernamental», que en el capitalismo suele denominarse «oficialista», un reproductor pagado cuyas opiniones no tienen crédito. Es la manera que encuentran para evadir los argumentos expuestos, y para sugerir que el Estado -gobierno, régimen, dictadura–, es defendido no por individualidades independientes, auténticas, sino por simuladores obligados o interesados.
En última instancia, nosotros no apoyamos «un gobierno» -aunque apoyemos a Fidel y a Raúl–, sino el socialismo. Ellos no combaten «un gobierno» -aunque odien a Fidel y a Raúl–, sino el socialismo. Pero como el objetivo supuestamente es un Gobierno y no un Sistema, las coordenadas del debate se distorsionan. La realidad es otra: los revolucionarios defendemos un Sistema alternativo, que sobrevive a contracorriente en el mundo de hoy, y que enfrenta al Oficialismo trasnacional. Oficialistas son los que apoyan -por convicción o interés–, al verdadero Poder Global, que no solo atenaza el proyecto revolucionario, sino que interfiere en la construcción de sus valores mediante los medios trasnacionales, el cine y la televisión, etc.
¿Quiénes son en la lógica imperial los independientes? En Cuba, ese apelativo no se asocia a las fuentes y a los montos del pago. De dos personas que emitan un criterio político, no importa cuan flexible sea, cuán indefinido, únicamente será «independiente» el que se oponga sin ambages a la Revolución. El otro será un cobarde o un «oficialista». No importa si el «independiente» mantiene nexos de abastecimiento material e ideológico con sedes diplomáticas de estados empeñados en subvertir el sistema social del país. No importa si la cuenta bancaria alcanza el medio millón de dólares, en pagos blanqueados mediante premios y derechos de autor de libros fabricados.
Pero decía al iniciar mi comentario, que las terceras posiciones son atractivas. Hay quien pretende encontrarlas, pese a todo. La blogosfera, por su reivindicación de la individualidad, parece ser el espacio ideal. Doy por sentado que la defensa honrada de los argumentos propios, la crítica, en fin, la plena participación, son atributos indispensables del bloguero revolucionario. Pero, ¿puede alguien no pertenecer a uno de los bandos?
Recientemente, mi colega Elaine Díaz, que tiene post brillantes en defensa de la Revolución, publicó unas reflexiones en las que explica su posición de blogger. En ellas refrenda muchas de las ideas que expongo en estas líneas. Por ejemplo, desecha el mote de oficialista para los defensores del sistema. Pero se enreda, en mi opinión, cuando intenta descartar el posicionamiento en bandos, como si se tratara de una conversación discrepante entre hermanos, y no una contienda política, cuyo resultado final es excluyente: o retrocedemos hacia el capitalismo, o tratamos de encontrar un camino alternativo para el socialismo. Olvida que Pardo Lazo no solo hace fotos estéticamente hermosas, sino que se fotografía masturbándose en la enseña nacional o frente a un cartel de tránsito que dice -con otro sentido, claro–, «derecha libre» y escribe textos contrarrevolucionarios para Penúltimos días. Que se define sin sonrojos en uno de los bandos, el de Yoani y Hernández Busto, el de Bush. Que Paquito el de Cuba no se cansa de repetir a qué bando pertenece: el de los revolucionarios (gay y comunista, afirma con orgullo).
Pero quizás esta larga perorata sea innecesaria, basta con citar la refutación del bando enemigo (sí, enemigo). Hernández Busto, que no puede convencer a Elaine de pasarse a sus filas, reacciona paternalmente contrariado: «El problema de Elaine es que siempre se queda a la mitad -o más bien, juega habilidosamente con las medias verdades», dice. Y la acusa de «coquetear» con asuntos «espinosos». Entonces redacta un párrafo ante el que me he quedado patidifuso. Es el primer párrafo en la vida de Hernández Busto con el que estoy plenamente de acuerdo. Aunque lo interpretemos, sospecho, de manera opuesta: «Me he quejado otras veces de la ingenuidad de este tipo de acercamientos. Alguna gente cree que la objetividad periodística (o investigativa) está garantizada con el manido recurso de mostrar las dos partes que opinan sobre un tema y dejar que el lector decida. (…) Un buen periodista debe atenerse a la verdad de los hechos. Si hay alguien que dice que el cielo es verde o que las brujas existen, no se pueden tratar esas opiniones de la misma manera en que se tratan los hechos reales: el cielo es incoloro (aunque se ve azul) y la creencia en brujas es una superstición medieval». Pero Elaine no es imparcial, es una joven revolucionaria. Y Hernández Busto lo sabe.
Fuente: http://la-isla-desconocida.blogspot.com/2011/05/bloggers-de-dos-bandos-definiciones.html