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Bolivia: se desmorona el Estado patriarcal y crece peligro de mano dura

Fuentes: Triple Jornada

Bolivia, un país profundamente multicultural, donde en el último censo el 65 por ciento se autodeclaró indígena y donde este dato, más que un elemento estadístico implica cosmovisiones, tiempos, rituales, lenguajes y estructuras sociales ajenas a la racionalidad occidental, misma que ha resistido por 500 años. Es un país donde la colonización no ha terminado […]

Bolivia, un país profundamente multicultural, donde en el último censo el 65 por ciento se autodeclaró indígena y donde este dato, más que un elemento estadístico implica cosmovisiones, tiempos, rituales, lenguajes y estructuras
sociales ajenas a la racionalidad occidental, misma que ha resistido por 500 años. Es un país donde la colonización no ha terminado y por tanto la resistencia indígena tampoco.

En esta resistencia se articulan una memoria de autonomía y autorganización (los aillus y sus estructuras económico político administrativas), de insubordinación y guerra (Zarate Willka y la más grande insurgencia india del continente)
con la subordinación y la inseguridad del violentamente colonizado, mismas que han llevado a los pueblos indios a ser los grandes artífices de los cambios y luego a entregarle su consecución y administración a las castas políticas blanco-mestizas. Sentimiento y práctica que en los últimos años han venido cambiando fuertemente y han generado estrategias y proyecciones propias que la población
blanco-mestiza no conoce ni entiende y ante las cuales se aterroriza en culpógena negación. «Es otro mundo» dicen.

Un país donde la pobreza extrema abarca a casi dos terceras partes de la población y donde esa miseria estructura muchos de los comportamientos sociales y políticos de la gente y de los propios dirigentes y movimientos sociales, desarrollando comportamientos no siempre rescatables.
Un país donde gran parte de lo que deberían ser políticas públicas de Estado son realizadas, sin ningúna coordinación y menos control, por la cooperación internacional, amarrando a parte importante de la población en pobreza y miseria a la práctica de la caridad, a la espera de lo que llegue, y a sectores importantes de la clase media a las agendas internacionales y a la posibilidad de -por esta
vía- mantener su nivel de vida.

Un país donde todos los cambios han sido traicionados por las clases políticas blanco-mestizas (empezando por la revolución del 52, pasando por las izquierdas setenteras y finalizando en las nuevas estructuras estatales y político partidarias de la nueva democracia neoliberal) y sin embargo lo siguen atravesando todo (o casi todo), incluso el comportamiento y las formas organizativas de partes importantes de los propios movimientos sociales y sus organizaciones, copados en sus planteamientos y acciones por los -abiertos o soterrados- intereses partidarios, corruptos y corrompedores al extremo.
Un país donde los intereses de las nuevas clases económicamente dominantes están claramente ubicados, geográficamente, en la región occidente del país (zona amazónica y preamazónica), lo que divide a Bolivia ya no sólo culturalmente (cambas y collas) sino también económicamente, aunque la mano de obra de la burguesía oriental sea fundamentalmente andina: migrante o «relocalizada».

Machismo-caudillismo
Un país donde la simbólica machista, masculinista, se expresa históricamente en valores generalizados como el heroismo, el caudillismo, el vanguardismo, el autoritarismo, que campean en los movimientos sociales mostrando no sólo su carácter patriarcal sino más en concreto y a corto plazo, su dificultad para entender su propia diversidad y ya ni decir al género femenino y sus necesidades
dentro de la gran necesidad de cambios.
En pocas palabras, un país donde las insurrecciones, movilizaciones y demandas, en tanto expresiones de la legítima necesidad general de cambiar el pavoroso estado de cosas, no pueden ser leídas simplemente como aquel soñado proceso revolucionario que podría ser triunfante o derrotado, pero donde la lucha de clases estaría expresando todas sus potencialidades de futuro y el empeoramiento
de la situación sería sólo responsabilidad de la burguesía criolla corrupta y vendida y de sus «lacayos gobernantes», mientras la ausencia de autocrítica de los
movimientos sociales y en especial de sus líderes se perdona «para no desunir más al pueblo».
Se trata -desde mi mirada feminista- de una de las expresiones continentales más profundas de la crisis del patriarcado, donde conviven sus intrínsecas incapacidades económicas, políticas y sociales para (ahora en su fase neoliberal
que ha empeorado la situación) dar solución a las necesidades básicas de una de las poblaciones más diversas y complejas del continente, en la que hay lecturas y
acciones lineales, autoritarias, dicotomizantes y excluyentes en todos los sectores, incluso en los insurrectos movimientos sociales, además llenos de sentimientos heroicos.

El autoritarismo de las clases dominantes frente al autoritarismo de los sectores subordinados iracundos. Una mirada cercana, cotidiana, inmersa en los hechos, diálogos y movilizaciones diarias como la que he venido viviendo en estas semanas de estar en Bolivia, termina por alejar cualquier visión romántico-revolucionaria de los sucesos y hace sentir/pensar/saber que, como dicen aquí «la cosa está jodida, todo puede pasar y, lo peor, ningún escenario posible es esperanzador»: ¿Una represión que acabe con las movilizaciones? ¿Un golpe de estado que recobre lo más brutal del autoritarismo? ¿Un mantenimiento de las movilizaciones a un plazo corto/mediano que -ante un dejar hacer del gobierno y ante la parálisis de las actividades y el aumento de la pobreza- polarice, derechice y hasta fascistice las posturas de esa mayoría cuantitativa que no participa de las movilizaciones? ¿Una salida de Carlos Mesa de la presidencia para que entre quién, el presidente del senado, Hormando Vaca Díaz, un representante de la burguesía más dura de este país? ¿Una división del país en pequeños paisitos? ¿Una guerra civil? Bolivia tiene experiencias de la radicalización popular que finalmente le termina por abrir las puertas a la más recalcitrante derecha ¿Se repetirá la historia una vez más?

Mayo: otra vez en las calles
Mayo crece con nuevas movilizaciones, marchas, paros y bloqueos, centrados -hasta ahora- principalmente en las vecinísimas ciudades de El Alto y La Paz. La gente corre antes de las diez de la mañana a hacer sus trámites y actividades
porque a es a hora todo se paraliza; llegan los marchistas urbanos y mineros desde El Alto, los campesinos desde las provincias del sur y de los Yungas. El centro se llena de movilizaciones, de gases y los ruidos de autos y micros se reemplazan con los gritos, consignas y explosiones de los «cachorros de dinamita» que retumban uno tras otro en todo el hueco paceño. Las fuerzas sociales bolivianas aprietan el cerco. Pero ¿qué cercan?
En los primeros días de movilización, los diferentes contingentes traen las más variadas demandas, los heladeros de El Alto quieren que se vayan los peruanos que han traído helados industriales que les quitan el mercado a sus «cremitas»caseras de medio peso.

Los maestros quieren sus salarios y mejores condiciones de trabajo. Un contingente de mujeres quiere que alguna obra pública no les dañen sus casas. Los sin tierra piden tierra y que la expropien a los nuevos latifundistas chilenos que han abarcado grandes extensiones de propiedades. Los de las Juntas de Vecinos de El Alto, al lado de los mineros y algunos fabriles, piden cierre del parlamento y que se vaya el presidente Mesa. El contingente de la federación de Mujeres de El Alto marcha entonando canciones contra los políticos y el gobierno hambreador.

Y aunque en la medida que pasan los días se ha ido generalizando como suerte de demanda unificadora la de nacionalización de los hidrocarburos y en menor medida la de Asamblea Constituyente, en los diversos contingentes la suma de las demandas abarca todo lo arriba enumerado. Todos los líderes sociales hablan de la «Agenda de Octubre» pero cada uno tiene diferente versión de esa agenda, manifiestan públicamente sus diferencias y se dicen barbaridades entre uno y otro sector. El dirigente que discursivamente se manifiesta más radical es Jaime Solares, secretario ejecutivo de la Central Obrera Boliviana (COB), que además de la nacionalización de los hidrocarburos exige el cierre del parlamento, la salida de Mesa, hace llamados a un «gobierno cívico militar progresista y patriota» y saludó el llamado golpista de un par de tenientes coroneles autodenominados «patriotas y nacionalistas».

Solares, ese líder de la tan internacionalmente admirada COB es, como lo han demostrado organismos de derechos humanos y lo ha denunciado la federación de periodistas en dos congresos, un ex paramilitar que en la dictadura de Hugo Banzer trabajó en sus aparatos de seguridad y durante el gobierno de Luis García Mesa fue responsable directo de la desaparición de Renato Ticona Estrada y de las torturas a Pedro Mariobo (militante del MIR y ex ministro). Los líderes de los diversos movimientos sociales se niegan a tocar el tema y cuando sale a relucir dicen o que es «una maniobra para debilitar a las fuerzas populares» o que «son nomás declaraciones que no se han probado».

Felipe Quispe insiste en que «se debe reconstituir el sistema de Aillus originarios» (sistema de organización económico familiar originario de los andes aimaras) y que si no se da esto «ahora … el Movimiento Indígena tiene preparados otros caminos para su restitución», y sus contingentes entran a La Paz en un perfecto orden -casi militar- de cuatro en fondo, batiendo sus whipalas (bandera indígena multicolor), tronando sus látigos y al grito de naxunalixaxon manta nacionalización queremos), en una actitud simbólica que parecía mostrar que todo está bajo su control.Ya en la ciudad estallan dinamita, cosa que llama la atención pues ésta en general era posesión y símbolo de los mineros, lo que puede significar una planificación que dé sorpresas. El lunes 30, ya en el centro, algunos obligaron a chicotazo limpio a los señores de corbata a acársela, a los pequeños comercios a cerrar, a los indígenas mirones a incorporarse a la marcha y a los amarógrafos de televisión a apagar sus aparatos. Actos más que simbólicos sobre su rabia y visión sobre el blanco/mestizo y urbano.

Con la memoria de octubre, cuando las bases rebasaron a sus líderes, éstas hacen asambleas y reuniones en los barrios y localidades inmediatas. Casi imposible entrar a ellas, pero luego nos informan: «la gente se está radicalizando, quieren la nacionalización de los hidrocarburos, el
cierre del parlamento, la salida de Mesa y los más jóvenes quieren irse a la guerra civil porque, dicen, no van a lograr nada de otra manera. Están bravos, están diciendo que se van a tomar el parlamento a lo macho (término muy usado en el lenguaje popular), caiga quién caiga». Los dirigentes no obedecen a estas asambleas «informales», cada cual maniobra según el partido al que pertenece.
Un grupo de jóvenes indígenas raperos cantan en aimara a ritmo de rap: «queremos paz pero necesitamos un poco de guerra para que se equilibren las cosas». ¿Qué es lo que cercan las fuerzas sociales bolivianas? cercan al sistema, al capitalista neoliberal que 21 años después
del decreto 21060 que lo instauró, muestra su imposibilidad en un país como Bolivia. (Ese decreto terminó con el modelo de estado de la revolución del 52, legalizando las bases del neoliberalismo a través del fin de las subvenciones estatales, de la privatización -capitalización- de la minería, de la libre contratación de los trabajadores, la relocalización de los mineros en las regiones donde se instalaba la burguesía, etcétera). Cercan también al sistema colonialista mantenido por las clases políticas, al Estado blanco-mestizo que administra al país con criterios raciales para beneficio del capital. Cercan a la injusticia que viven cada día. Pero, como dice la aimarista y estudiosa de la cultura indígena Silvia Rivera Cusicanqui, lo hacen con una enorme capacidad de veto general pero estructurando más lo que no se quiere que lo que se quiere y puede.

Movimientos sociales atravesados por la política tradicional y sus partidos con una memoria y práctica caudillista y machista que termina por simplificar las demandas en función de sus podercitos.
Las memorias y los olvidos de Octubre
El levantamiento de octubre (del 2003) mostró la mayor crisis del sistema y la mayor capacidad de movilización de los sectores sociales populares. Capacidad movilizadora que en muchas partes se logró con un gran autoritarismo, con amenazas y hasta con castigos (son muchos y repetitivos los testimonios en ese sentido), pero que logra infligir una derrota temporal (en lo político, no en lo económico) a los sectores políticos tradicionales, representantes de la oligarquía y el poder y establece dos elementos principales hasta ese momento nebulosos: una suerte de noción de soberanía (uniendo las luchas por el agua, gas, tierra, coca) y la noción de «refundar el país». El primero se concretiza en una idea general de recuperar las riquezas naturales de manos de las transnacionales y la segunda en la demanda de Asamblea Constituyente, retomada de una ya planteada en el 2002 por los pueblos indígenas de la Amazonía en una gran marcha hacia La Paz. La oligarquía cruceña también reacciona y hace explícita la vieja demanda de autonomía aprovechando la ley de referéndum (primer acto del presidente Mesa) para plantearla de una
manera legal a través de la recolección de firmas.

La derrota política no dura mucho, los partidos políticos que apoyaron a Sánchez de Lozada, derrocado en octubre, se recuperan rápidamente. En parte por su poder sobre sectores de los movimientos sociales, muchos de ellos pertenecientes a estos partidos donde los caudillos no quieren quedar fuera de sus prebendas, y en parte por la incapacidad legislativa principalmente del MAS (Movimiento al Socialismo), que en función de mantener su poder en las bases, un perfil suave ante la opinión pública, más su poca visión sobre la legislación, deja las iniciativas principales a estos mismos partidos. Las más importantes: la ley de convocatoria a la constituyente que en sus principales propuestas -hechas desde los partidos- no representa a los sectores populares y menos aún a los indígenas, y el juicio a Sánchez de Lozada, que fue diseñado por el propio partido del derrocado presidente y que los parlamentarios de oposición tuvieron que votar o dejar a éste impune.
Por otra parte, octubre y su mes y medio de paros y bloqueos trajo más pobreza generando cuestionamientos en muchos sectores sobre los resultados de los paros y bloqueos en el ya pauperizado bolsillo de los ciudadanos bolivianos. «¡Ya pues! ¿hasta cuando? otra Bolivia queremos, pero tenemos que vender y trabajar para vivir! le gritaban a la marcha que bajaba de El Alto en muchas partes de su camino. Estos no son reclamos aislados y sectores que ayer apoyaron a Evo Morales, hoy piden «que una mano dura ponga orden». No hay que invisibilizar tampoco que amplios sectores urbanos de La Paz y de los otros ocho departamentos de Bolivia apoyaron el discurso del presidente a través del cual reiteró que no reprimirá, dio su apoyo al parlamento como institución legal, aunque no esté de acuerdo con él, dijo ,y abogó por el respeto a la Constitución. Retórica que sin duda recoge el sentimiento de una parte importante de la población.
En otras palabras, una suerte de empate de fuerzas parece atravesar al país mientras la división se ahonda y polariza cada día más.
Finalmente, el discurso general, insurgente y radical de los líderes populares se queda ahí, sin llevar a las bases reflexiones que profundicen las propuestas y las alternativas para hacerlas viables en los hechos y en el imaginario social. Un grupo de señoras de El Alto me planteaba que la nacionalización del gas y del agua iba a significar que ellas «ya no pagaran esos servicios nunca más». Los dirigentes señalan reiteradamente que discutir y reflexionar los cómos, se produciría una vez nacionalizados los hidrocarburos ya que ahora eso es «distraer las luchas principales».

Mientras tanto los que van diseñando las pautas concretas son los que ellos mismos llaman «sus enemigos». La sobrevaloración de la política ha hecho que se olviden de lo concreto de la economía. El legítimo deseo popular de cambios no parece llegar más allá de consignas generales que muevan a lo más dolido y humillado del país.
Y ¿que pasa con las mujeres en esta convulsa Bolivia?
Si bien históricamente mujeres de los sectores sociales más radicales fueron activas partícipes de los movimientos populares y de la revolución -recordemos a las barzolas (mujeres, principalmente indígenas, armadas y movilizadas) de la revolución y posrevolución del 52 y a los comités de amas de casa de las minas- el advenimiento de la nueva ola del feminismo impulsó esta participación en lo público con mayor extensión.

En Bolivia el feminismo nunca se constituyó en un movimiento. Su presencia se expresó más bien en organizaciones de mujeres conformadas como organismos no gubernamentales (Ong´s) que negándose a autonombrarse feministas empezaron a hacer trabajo con mujeres populares apoyadas por la cooperación internacional y que bajo sus agendas y directrices trabajaron en la década de los 80 y 90 impulsando la organización en función de la distribución de alimentos, lo que aumentaba la dependencia y reproducía los roles femeninos; y de proyectos productivos de escaso alcance que a corto y mediano plazo fracasaban. Sin embargo tuvieron efecto en la generación de liderazgos femeninos. Esta presencia se hace más fuerte con las consecuencias de la relocalización y aumento de la pobreza que trae el decreto 21060, donde la capacidad comerciante de las mujeres aimaras y quechuas hace que la economía familiar se sostenga fundamentalmente en ellas. La hoy ciudad de El Alto, hasta entonces sólo un barrio de La Paz, desarrolla una economía basada mayoritariamente en el pequeño comercio, que vive de la pequeña venta diaria y donde más del 95 por ciento son mujeres. La Federación de Gremiales está a su vez compuesta en un 80 por ciento de mujeres. La Federación de Juntas de Vecinos está también integrada casi en su totalidad por mujeres.

No obstante esta composición, los líderes principales han sido y siguen siendo hombres, aunque en las direcciones intermedias fueron apareciendo mujeres y en los lideratos de base su número es mayoritario. Hacia la segunda mitad de los 90 aparecen las primeras federaciones de mujeres, así como la Federación de Mujeres Campesinas Bartolina Siza.
Sin embargo esta presencia y participación no ha significado un cambio en la forma de hacer la política, se han reproducido a imagen y semejanza de los partidos y de las organizaciones masculinas: estructuras y decisiones totalmente cupulares, manejo corporativo de las mujeres, repartición de los recursos según las necesidades proselitistas de sus partidos, corrupción entre las dirigentas, divisiones constantes, lideratos que son derrocados y cambiados constantemente.
La injerencia de los partidos políticos en ellas ha sido una constante y ha derivado en un uso brutal de los intereses y necesidades de las mujeres. La federación de Mujeres Campesinas Bartolina Siza, por ejemplo, está dividida en tantas partes como sectores tienen el MAS y el MIP (Movimiento Indígena Pachakuti). La estrategia más conocida en algunas organizaciones indígenas para la participación de las mujeres es el Chachahuarmi (liderato en pareja, marido y mujer), «dicen va a haber un mallku (alcalde) y una mama talla (alcaldesa), pero sabemos que la mamatalla se termina ocupando de los niños y quedamos en las mismas, como el despacho de la primera dama.
Sin embargo sabemos que en el pasado había organizaciones paralelas de las mujeres lo que no es de conocimiento común en el movimiento indígena, menos en la parte femenina e insistimos mucho que eso se considere» (entrevista con la investigadora Denise Arnold). En El Alto hoy existen dos Federaciones de Mujeres (FMA) subdivididas en tantas corrientes antagónicas como divisiones y candidatos han tenido el MIR o CONDEPA. Estuvimos presentes en el IV Congreso de la FMA, mismo que terminó a golpes porque un sector quería continuar con el evento y discutir sus propuestas para la movilización y para la Asamblea Constituyente y otro quería obedecer las órdenes de la Central Obrera Departamental a la que pertenecen, suspender el congreso e incorporarse de inmediato a las manifestaciones. Ganó esta última, no por votación sino de hecho y ahora ante la situación social general, su congreso -que les costó meses de organización- está suspendido indefinidamente y se encuentran sin directiva. Bajé con ellas en una de las marchas hacia La Paz, al terminar la manifestación después de una buena gaseada, pasaron lista de asistencia, misma que me prohibieron filmar.
No obstante, ha crecido la conciencia participativa y «es algo común en los diversos sectores la demanda de participación, pero hay que ver que las mujeres no son adecuadamente tomadas en cuenta, no se les permite hablar en reuniones o asambleas, sus intervenciones no se toman en cuenta con suficiente seriedad o en otros casos las usan como meros ornamentos»(entrevista con la investigadora Alison Spedding).

Por otro lado es constante un discurso anti Ong´s. «Piden dinero en nuestro nombre, sus funcionarias viven como ricas, reparten las cosas como quieren y nos dividen» dicen líderes del Alto. Es evidente que las funcionarias de Ong´s, blancas, urbanas y clasemedieras, no han logrado comprender la realidad cultural de las aimaras y quechuas y frecuentemente trasladan su mirada occidental a esa otra realidad. Las mujeres reciben lo que les dan y en cada oportunidad que tienen piden más, por su enorme necesidad, pero las siguen viendo con la desconfianza con que se mira al «k´aras»(blanco colonizador).»Las Ong´s son parte del sistema de dependencia del país y es la manera en que la burguesía boliviana mantiene su nivel de vida viviendo de los pobres y de los pueblos indígenas» plantea Denise Arnold. Si bien hay Ong´s que trabajan medianamente bien, las hay -y muchas- que además han provocado serios problemas en las comunidades.
Spedding considera que «el discurso directamente feminista ha sido viciado, en parte por venir de Ong´s dirigidas por señoras de clase media, con una actitud muy maternalista que aparecen convencidas de que ellas saben lo que necesitan las mujeres de base. Si, por ejemplo, se habla del problema de que las niñas asisten menos a la escuela, dan por supuesto que es porque esas niñas están cuidando a sus hermanitos, y no captan su participación en las actividades productivas y económicas.

Trasladan otros modelos y eso crea rechazo». Como plantea Arnold, todo ese proceso de la equidad y la visibilización y participación de las mujeres ha sido también la estructuración de las mujeres de las elites, la colocación en los espacios de poder de sus puntos de vista y demandas y las posibilidades para conformar foros políticos y tener lujosos talleres en diferentes lugares del
país y con ello proponer sus propias perspectivas a nombre de todas.
A nivel de las alcaldías ha habido un aumento del número de mujeres alcaldesas, aunque es en la estructura municipal de concejales donde las hay más. «En esta estructura se cambia mucho, raro es quien logra durar sus cinco años y eso les ha dado más oportunidad de participar, hasta tal punto que ya parece que se ha vuelto habitual que candidateen para concejales. «Tienen una asociación, ACOBOL, Asociación de Concejalas de Bolivia, con financiamiento de USAID, que funciona como una Ong grande. Han hecho muchos talleres y evidentemente tiene cierto éxito. Sin embargo no tienen todavía las ideas políticas para manejar la gestión en favor de sus intereses, sólo el uno por ciento de los proyectos son para mujeres y de ese uno por ciento, el 90 por ciento son de asuntos materno infantiles, reproduciendo a través de esa vía casi de Ong’s y con ayuda internacional, las limitaciones tradicionales y no hacen proyectos productivos que impulsen una cierta autonomía» (Denise Arnold).
El proceso de las alcaldesas y concejalas no ha sido fácil. Bolivia ha acuñado el concepto de «acoso político» para designar «las acciones de violencia contra mujeres que ejercen representación política y que provienen de concejales varones de sus mismos partidos, de hombres y mujeres de otros partidos, de representaciones sindicales y de organizaciones sociales y comunales» y que se ejercen para que renuncien a sus cargos, para debilitarlas moralmente y/o para debilitar o evitar el cumplimiento de sus funciones. «Algunos de estos casos llamaron la atención incluso de la opinión pública por su grado de violencia y dieron cuenta que el ´acoso político´ se perfila como un fenómeno estructural de magnitud política y social» (investigadora Ximena Machicao).
En el ámbito de las movilizaciones, las mujeres ya desde octubre han tenido una enorme presencia pero como dice la feminista Julieta Paredes «el autoritarismo, el caudillismo, absolutamente presentes como fruto de las formas concretas en que se expresa nuestro sistema patriarcal, totalmente metido y campeante en las organizaciones y movilizaciones populares, las deja sin voz propia.
Y aunque hay un inicio de valoración de nuestra palabra, ésta se expresa en voz y boca de los varones donde las mujeres participan como una decoración gritona… pero análisis, propuestas desde ellas, nada. Una presencia fuerte como número pero una participación segundona,sin identidad».
En la Universidad de San Andrés, donde están alojando los marchistas rurales, se puede ver al atardecer que unos se reunen, analizan y discuten; otros descansan y reponen fuerzas, mientras ellas cocinan, lavan la ropa de todos, hacen orden y los atienden hasta altas horas de la madrugada. Al llegar el nuevo día todos y todas salen a las marchas.
Paredes también subraya que en las mujeres «la idea de participación, visibilidad y valentía pasa por la consigna de ¡Las mujeres no retroceden compañeras! la idea heroica de estar en primera línea de combate, de hacerse matar primero para ser suficientemente dignas del proceso».

Feministas en Bolivia hay muy pocas; iniciativas de feministas ante la actual situación, menos. La única iniciativa feminista que pudimos conocer es la de la «Asamblea Feminista» una congregación amplia de mujeres de organizaciones sociales, Ong´s, amas de casa y mujeres sueltas, impulsada por una de las fracciones del ahora dividido grupo de Mujeres Creando, misma que dice haber hecho una autocrítica de muchas de sus actitudes anteriores y que ha llamado a esta grupalidad de reflexión colectiva para tratar de «profundizar temas como la delegación a otros de las conquistas», el cómo «ir más allá de sacar un gobierno o cambiar la ley de hidrocarburos, sino socavar y
destrozar las bases del patriarcado» de -contrariamente al pensamiento de los líderes- «valorizar la diversidad de demandas y propuestas de las bases en tanto muestran la diversidad de este país y enseñan el respeto y la legitimación de los demás» y particularmente de «llevar planteamientos feministas a los lugares públicos y asambleas para que las mujeres pierdan el miedo, tengan un discurso en qué apoyarse y se fortalezcan entre ellas». Sin embargo, también confiesan: «para eso necesitamos tiempo, por eso planteamos y estamos peleando y defendiendo el tiempo que permita profundizar y continuar con este proceso» que sin duda es lo más difícil cuando cada día hay una nueva situación, cada día hay que correr a salvar algo, cada día hay que estar en un lugar diferente, y varias veces al día hay que responder a cien llamados de cosas nuevas que van pasando. El gran dilema de las mujeres no es solamente la invisibilización, la ningunización, la usurpación de su voz, la utilización proselitista de su fuerza por poderosos y desposeídos por igual. Tal vez el dilema más grande que nos plantea el patriarcado, especialmente en sus momentos de crisis, es que éstas se tornan tan peligrosas que en función de salvarnos y salvar a alguien más nunca tenemos tiempo para desarrollar nuestra propia voz, pensamiento y mirada. Los momentos más tramposos del patriarcado para las mujeres, suelen ser los que la patriarcal izquierda llama «momentos revolucionarios» porque fácilmente nos engañan haciéndonos creer que esa revolución será para todos y todas. Hasta ahora no ha conocido la historia una sola revolución de desposeídos que sea para nosotras, y la de Bolivia no parece ser la que inaugure el cambio.