Mencionaba Félix de Azúa la semana pasada en la edición nacional de El País uno de los recuerdos más chuscos de su infancia, cuando los curas del colegio donde estudió les vendían a los niños unas bulas que autorizaban a comer carne en Cuaresma sin cometer pecado mortal. Se preguntaba luego si dicha corruptela eclesiástica […]
Mencionaba Félix de Azúa la semana pasada en la edición nacional de El País uno de los recuerdos más chuscos de su infancia, cuando los curas del colegio donde estudió les vendían a los niños unas bulas que autorizaban a comer carne en Cuaresma sin cometer pecado mortal. Se preguntaba luego si dicha corruptela eclesiástica era sólo cuestión de los Hermanos de la Doctrina Cristiana de su niñez barcelonesa o se aplicaba en todas partes del país y, por fin, comparaba aquellos tiempos con la actualidad, en la que los sucesivos gobiernos de Jordi Pujol han estado financiando la prensa favorable a su causa -otra especie de bula, esta vez laica- con el dinero de los contribuyentes.
Saco aquí de dudas al escritor catalán: en Granada, donde me crié, los Hermanos Maristas también nos vendían con la mano derecha -la de Dios- bulas favorables a la carne comestible y, ya puestos en el asunto carnal, accedían a la metáfora y, con la izquierda, nos toqueteaban la culera del pantalón, que uno otra cosa no tendrá, pero memoria le sobra. En fin, pelillos a la mar, en el fondo era gente infeliz que sobrevivía en la ciénaga del franquismo.
Sin embargo, no es de bulas de lo que quiero hoy divagar, sino de uno de los corolarios de Azúa, que comenta con irónica amargura la ausencia de alarma social ante sinvergonzonerías como éstas, lo cual me lleva a preguntarme (de manera retórica, pues conozco la respuesta igual que él) si en eso hemos avanzado.
Aquí, a trescientos kilómetros al sur del antiguo feudo de Pujol, no vamos a la zaga en sobornos institucionales de todo tipo, aceptados por la ciudadanía como si fueran parte integral de nuestra sociedad. Manuel Tarancón, uno de los últimos consellers de cultura del Partido Popular, subvencionó colegios de ricachones del Opus Dei mientras la enseñanza pública se iba por el sumidero, lo cual era una inversión de futuro para la derechosidad autóctona, pues del Opus no ha salido nunca ningún revoltoso que perturbe el orden social, más bien todo lo contrario, y hay que alimentar el criadero de alevines. Que yo sepa, no hubo manifestaciones callejeras que pidiesen la cabeza de aquel individuo. La alarma social se limitó a cuando el Valencia perdía un partido de fútbol.
Otro ejemplo, el Canal 9 de televisión autonómica, es de úlcera de estómago y parece más bien la oficina privada de relaciones públicas del ex presidente Zaplana, pues sus imágenes nos repiten a diario lo estupendo que es el tío, incluso si ya no ejerce aquí, sino en Madrid. Por supuesto, Canal 9 no ha dicho ni palabra de la causa que Zaplana tiene depositada ante el Tribunal Supremo por malversación de fondos en paraísos fiscales, por la cual un día no lejano quizá lo metan en el talego. Es verdad, todo el mundo sabe que sus propagandas las pagamos de nuestro bolsillo, pero de alarma social, ni hablar.
Yo no le veo remedio a este ambiente de apatía, cuyas causas me parecen mucho más profundas que la simple manipulación subliminal desde el poder, ya fuese ayer desde la dictadura militar o ahora desde la farsa democrática. Las corrupciones están en boca de todos, pero son muy pocos los dispuestos a jugarse el tipo o el puesto de trabajo por erradicarlas. Coincido con Azúa: hemos hecho borrón, pero seguimos con la misma cuenta.