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Bosques, agrocombustibles y las políticas del hambre

Fuentes: Ecoportal.net

El hambre en el mundo genera cada vez más preocupación en quienes aún no la sufren y más sufrimiento entre quienes la padecen, cuyo número aumenta año tras año. Sin embargo, las políticas elaboradas desde los centros globales del poder no solo poco hacen para resolver el problema, sino que en general lo agravan. Un […]

El hambre en el mundo genera cada vez más preocupación en quienes aún no la sufren y más sufrimiento entre quienes la padecen, cuyo número aumenta año tras año. Sin embargo, las políticas elaboradas desde los centros globales del poder no solo poco hacen para resolver el problema, sino que en general lo agravan.

Un ejemplo claro de lo anterior es proporcionado por la promoción de los agrocombustibles. Disfrazados bajo un discurso ecológico (la sustitución de combustibles fósiles que generan el cambio climático) y con el rótulo verde de «bio»combustibles, millones de hectáreas de tierras son asignadas a la producción de alimento … para automóviles.

Los impactos de esa política en el Sur son graves. Por un lado, porque alimentos básicos como el maíz dejan de ser destinados a la alimentación humana y pasan a ser convertidos en etanol. Por otro lado, porque tierras productoras de alimentos son ocupadas por monocultivos de caña de azúcar o soja para la producción de agrocombustibles. En ambos casos, el resultado es una menor oferta de alimentos, con la consiguiente especulación y encarecimiento.

Por supuesto que los agrocombustibles no son los únicos (ni los primeros) responsables de la suba en el precio de los alimentos. Sin embargo, también es cierto que son un factor más que contribuye a agravar una situación ya de por sí grave, en la que el hambre y la desnutrición aumentan en los países del Sur.

El aumento de precio de los alimentos ya ha resultado en revueltas populares -nacidas de la desesperación- en muchas partes del mundo y también ha dado lugar a fuertes movimientos organizados en favor de la soberanía alimentaria.

Sin embargo, hay otro proceso vinculado a la alimentación que aún permanece relativamente invisible y que debe ser incorporado a esa lucha: la destrucción de los bosques.

La expansión de los cultivos para agrocombustibles se realiza en dos escenarios: en tierras agrícolas y en tierras boscosas. Mientras en el primero tiene lugar una sustitución de cultivos alimentarios por cultivos para energía, en el segundo se destruyen bosques para producir agrocombustibles en su lugar (aceite de palma, soja, caña de azúcar).

Este segundo caso -la destrucción de bosques- rara vez es percibido como un impacto sobre la seguridad y soberanía alimentarias de los pueblos, por la sencilla razón de que poca gente está informada acerca de la capacidad productora de alimentos de los bosques. Quienes sí lo saben son los millones de seres humanos que allí habitan, que obtienen del bosque la mayoría de sus medios de supervivencia, entre los que en primer lugar se cuenta la comida. Cada área de bosque que desaparece implica entonces sacarle la comida de la boca a esos pueblos, ya sea por su ocupación por agrocombustibles o por cualquier otro tipo de actividad que resulte en la destrucción del bosque (plantaciones de árboles para celulosa, tala comercial, represas hidroeléctricas, granjas camaroneras, etc.). Se empuja así al hambre a comunidades hasta entonces bien alimentadas a partir de los recursos del bosque.

El hambre -ya sea en zonas boscosas, agrícolas o urbanas- no es un fenómeno inevitable, sino que es el resultado de las mismas políticas e intereses económicos que están en la raíz de otras crisis como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la deforestación, la desaparición y contaminación de fuentes de agua, la destrucción de los suelos y muchas otras. A su vez, todas estas crisis agravan el problema de la falta de acceso a los alimentos por parte de los más desposeídos.

Las mal llamadas políticas de «desarrollo» impulsadas desde hace décadas por organismos internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación, la Organización Mundial del Comercio y otras, ya han demostrado hasta el hartazgo ser un total desastre social y ambiental. Lo único que han logrado «desarrollar» son las ganancias de las grandes empresas transnacionales, a expensas del hambre de la gente y la degradación ambiental. El modelo que nos han impuesto se hace pedazos. Es hora de que lo admitan y dejen lugar a las propuestas de los movimientos sociales.

Brasil: caña de azúcar para agrocombustible avanza sobre ecosistema biodiverso

Los agrocombustibles están recibiendo crecientes advertencias, protestas y denuncias provenientes de filas tan dispares como personalidades oficiales de las Naciones Unidas — el Director General de la FAO Jacques Diouf y el relator de la ONU para el Derecho a la Alimentación, Jean Ziegler -, primeros ministros como Fidel Castro, y organizaciones sociales del Norte y del Sur (ver 1 y 2). Pero a pesar de eso, las plantaciones para combustible avanzan.

En América Latina, Brasil lleva sin duda la delantera, Los acuerdos energéticos con Estados Unidos y Chile del año pasado y recientemente con Alemania, consolidan la posición de Brasil como productor de etanol.

Las plantaciones de caña de azúcar para combustible ocupan en el país unos seis millones de hectáreas, distribuidas principalmente en el sudeste en los estados de San Pablo, Minas Gerais y Goiás, y también en la región central, en los estados de Mato Grosso y Mato Grosso do Sul.

La mayor presión del monocultivo de caña se ejerce sobre la región que se conoce como «cerrado». El Cerrado es un bioma de gran diversidad, un tipo de bosque abierto de dos millones de kilómetros cuadrados que hace conexión con la Amazonia, la Mata Atlántica y el Pantanal. Tradicionalmente fue destinado a la producción extensiva de ganado, pero en las últimas décadas la expansión de las plantaciones de caña han avanzado convirtiendo superficies importantes del cerrado en cañaverales. Según datos manejados por ISPN (Instituto, Sociedad, Población y Naturaleza) en una investigación que será publicada en junio, 162 mil hectáreas del cerrado que hoy el gobierno señala como zonas de conservación son ahora monocultivos de caña.

Nilo D’Avila, coordinador del estudio, afirma que: «Cualquier monocultivo provoca pérdida de biodiversidad. La plantación de caña trastorna el medio bioquímico del Cerrado, principalmente la acidez del suelo, que es muy alta en esa región». Además de la deforestación que provocan para ocupar tierras, las técnicas de monocultivo de caña procuran «corregir» con cal esa acidez, lo cual ha provocado la desaparición de numerosas frutas del Cerrado que crecían adaptadas a ese medio.

La gran tragedia del Cerrado es que su acelerada devastación tiene poca visibilidad. Es el segundo bioma más amenazado después de la Amazonía, pero es el primero en cuanto a la amenaza de las plantaciones de caña.

Según un informe publicado por la UITA (3), en los últimos 40 años el Cerrado ha perdido la mitad de su superficie, como consecuencia de la expansión, entre otras actividades, de la caña de azúcar. De continuar esta tendencia, se calcula que para el año 2030 habrá desaparecido.

El pretendido cariz «ecológico» (bio) con que los agronegociantes intentan disfrazar el commodity de la caña de azúcar se cae a pedazos. Ya hay quienes proponen denominarlos como lo que son: «necrocombustibles», los combustibles de la muerte.

Mujeres: las más afectadas por la producción de agrocombustibles (4)

La expansión de las plantaciones a gran escala – ya sea de cultivos agrícolas o de árboles – para la producción de agrocombustibles líquidos como bioetanol y biodiesel, está creciendo en muchos países del Sur y generando efectos perjudiciales para la gente y el medio ambiente.

Hoy en día, hasta la FAO admite los riesgos. Un informe recientemente publicado por esta organización, a propósito de la producción de agrocombustibles y sus impactos diferenciados de género, explica que esta actividad podría aumentar la marginación de las mujeres en las zonas rurales, amenazando sus medios de vida.

El modelo de producción a gran escala de materias primas para agrocombustibles requiere mayores superficies de tierra, lo cual genera más presión sobre las llamadas «tierras marginales», que cumplen una función clave para la subsistencia del sector rural pobre y son en general trabajadas por las mujeres. El informe reconoce que el reemplazo de los cultivos locales por plantaciones de monocultivos para combustible podría amenazar la biodiversidad agrícola así como el vasto conocimiento y las técnicas tradicionales de los pequeños agricultores para la gestión, selección y almacenaje de los cultivos locales (todas actividades realizadas principalmente por las mujeres).

Además, la producción de agrocombustibles podría tener impactos negativos para la cría de ganado – primordial para la seguridad alimentaria de los hogares rurales – al reducir la disponibilidad de tierras para pasturas y aumentar el precio del forraje (debido al uso creciente de productos agrícolas para la producción de agrocombustibles).

El posible agotamiento o degradación de los recursos naturales asociado con las plantaciones a gran escala para la producción de agrocombustible, podría ser una carga adicional para el trabajo y la salud de los agricultores rurales, especialmente para las mujeres. Si la producción de agrocombustibles compitiera directa o indirectamente por el agua y la leña, podría disminuir la disponibilidad de dichos recursos para uso doméstico. Esto forzaría a las mujeres – que en la mayoría de los países en desarrollo son tradicionalmente responsables de recolectar agua y leña – a recorrer grandes distancias para obtener dichas provisiones, reduciendo así el tiempo disponible para obtener ingresos de otras actividades.

La posible pérdida tanto de diversidad biológica como de diversidad agrícola también resulta una amenaza para la producción de alimentos, poniendo seriamente en riesgo los medios de vida rurales y la seguridad alimentaria a largo plazo. En particular, la posible deforestación asociada con el establecimiento de plantaciones a gran escala para la producción de agrocombustibles podría tener consecuencias negativas para los pueblos que dependen del bosque para obtener su sustento, aumentando así su inseguridad alimentaria.

La producción de agrocombustibles podría también tener impactos diferenciados de género en cuanto al acceso a los alimentos, tanto por sus efectos sobre los precios como sobre los ingresos. Existe evidencia creciente de que el aumento de la demanda de productos agrícolas para la producción de agrocombustibles líquidos está contribuyendo a revertir la caída de los precios de los productos agrícolas y los alimentos que se había registrado en las últimas décadas. Esto podría tener consecuencias negativas para la seguridad alimentaria, en particular para los hogares que son compradores netos, así como para los países que son importadores netos de productos agrícolas y alimentos. La demanda creciente de agrocombustibles líquidos podría también desestabilizar los precios de los productos agrícolas y de los alimentos, exponiendo a un número importante de hogares e individuos al riesgo de la inseguridad alimentaria. Las subas repentinas de los precios de los alimentos tendrían repercusiones negativas, especialmente en los hogares pobres y los grupos vulnerables, y en particular en las mujeres y los hogares con cabezas de familia de sexo femenino, los cuales suelen estar más expuestos a la inseguridad alimentaria crónica o transitoria debido también a su acceso restringido a actividades que generen ingresos.

Además, las supuestas oportunidades de trabajo en las zonas rurales generadas por el establecimiento de plantaciones para la producción de agrocombustibles apuntan principalmente a mano de obra agrícola poco calificada, y suelen ser además trabajos zafrales o informales. La FAO informa que un número creciente de esta fuerza laboral son mujeres y que, en general, dada la desigualdad social existente, están en desventaja con respecto a los hombres en lo relativo a beneficios laborales, a la seguridad en el trabajo y a los riesgos para la salud.

En general el cultivo de caña de azúcar y palma aceitera ha estado asociado, en varios países del Sur, a condiciones de trabajo, salud y seguridad laboral injustas, al trabajo infantil y al trabajo forzado. En algunos casos, las condiciones de trabajo en las plantaciones (en especial las que producen materia prima para agrocombustible) suelen tener efectos diferenciados de género. Los propietarios de la tierra en general prefieren emplear mujeres ya que pueden pagarles menos que a los hombres y las consideran una fuerza de trabajo más dócil y dependiente, y por lo tanto, más fácil de explotar.

Dada la prevalencia de acuerdos de trabajo informales, resulta difícil obtener datos confiables sobre el porcentaje de la mano de obra agrícola remunerada de sexo femenino. Sin embargo, hay evidencia de que dicho porcentaje se ha ido incrementando a nivel mundial y que las mujeres hoy en día representan de un 20 a un 30 por ciento del total de la fuerza laboral agrícola remunerada. En América Latina y el Caribe la cifra llega al 40 por ciento, mientras que en los países africanos es probable que el porcentaje sea aún mayor. Se ha comprobado que las mujeres suelen recibir, en promedio, menos entrenamiento y educación que los hombres; a menudo realizan tareas repetitivas que pueden desembocar en problemas de salud, y corren riesgos en cuanto a su función reproductiva a consecuencia de la exposición a los agroquímicos. En Malasia, por ejemplo, las mujeres, que representan alrededor de la mitad de la mano de obra de las plantaciones a menudo son reclutadas para fumigar con plaguicidas y herbicidas químicos sin el entrenamiento y el equipo de seguridad adecuados. Esto podría causar serios problemas para la salud de esas trabajadoras a largo plazo.

El informe de la FAO concluye que los esfuerzos para mitigar el cambio climático a través de la promoción de la producción de agrocombustibles líquidos puede menguar la resiliencia social y económica de las personas (especialmente entre los grupos más vulnerables, incluido el de las mujeres), debilitando su capacidad para enfrentar impactos exógenos como el cambio climático.

Sin embargo, la FAO no asume una posición decidida contra el modelo de agrocombustibles que se promueve, el cual es insostenible por su propia naturaleza. La FAO termina con una quimera: «si se lograra que la producción de biocombustibles fuese beneficiosa tanto para los hombres como para las mujeres de los países en desarrollo, se fortalecería su capacidad para sobrellevar los impactos del cambio climático».

Apreciamos la información brindada por el informe de la FAO, pero pensamos que su conclusión final carece de fundamento. Cada vez más se comprueba que los agrocombustibles no acarrean ningún beneficio social o ambiental, y el informe de la FAO describe cómo afectan especialmente a las mujeres pobres del medio rural. La conclusión debería entonces ser fuerte y clara: si quieren beneficiar a las mujeres rurales pobres, ¡no promuevan los agrocombustibles! 

Extractado del Boletin de mayo de 2008 del Movimiento Mundial por los Bosques WRM – http://www.wrm.org.uy

Referencias:

(1) Manifiesto de Quito enhttp://www.wrm.org.uy/temas/Agrocombustibles/Manifiesto_Quito.html,

(2) Llamado a una moratoria, enhttp://www.wrm.org.uy/actores/CBD/SBSTTA/Moratoria.pdf

(3) Caña de azúcar devasta el «cerrado», Silvia Adoue, Radioagencia NP, http://www.rel-uita.org/agricultura/cerrado.htm

(4) Extracto adaptado y comentado de: «Gender and Equity Issues In Liquid Biofuels Production Minimizing The Risks To Maximize The Opportunities», Andrea Rossi y Yianna Lambrou, Organización para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO), Roma, 2008, ftp://ftp.fao.org/docrep/fao/010/ai503e/ai503e00.pdf.