Nuestra educación, institucionalidad, administración pública, nuestro modelo civilizatorio se caracteriza por la fragmentación y separación de tal manera que nos hemos acostumbrado a pensar, sentir y actuar desde casillas disciplinarias. Como consecuencia de nuestra mirada aislacionista en las ciudades las preocupantes noticias sobre deforestación, desglaciación, pérdida de biodiversidad, contaminación de ríos y otros cuerpos de […]
Nuestra educación, institucionalidad, administración pública, nuestro modelo civilizatorio se caracteriza por la fragmentación y separación de tal manera que nos hemos acostumbrado a pensar, sentir y actuar desde casillas disciplinarias.
Como consecuencia de nuestra mirada aislacionista en las ciudades las preocupantes noticias sobre deforestación, desglaciación, pérdida de biodiversidad, contaminación de ríos y otros cuerpos de agua aparecen como distantes no solo físicamente sino afectivamente («ojos que no ven corazón que no siente»). No logramos caer en cuenta que la ciudad y las áreas rurales (cada vez con fronteras más difuminadas) formamos parte de un único sistema unidos no solo por los ciclos biogeoquímicos, el ciclo hidrológico, sino también por la historia, la economía y la política. Lo que pasa en las ciudades (como por ejemplo emisiones de gases de efecto invernadero, exclusión social, política y económica de poblaciones) afectan las áreas rurales y lo que pasa en las áreas rurales afectan las ciudades. Tal vez de ello solo podremos tomar conciencia cuando se exprese con toda su crudeza la disponibilidad del agua en las ciudades. Cuando sintamos que cuando se extinga una especie se pierde algo de nosotros mismos.
En el legítimo afán de crear riqueza a partir de la provisión de servicios ecosistémicos de las áreas naturales (incluyendo bosques y otras formaciones vegetales) a veces olvidamos que muchos de los problemas de frontera que enfrentamos en el sector forestal están ligados a la pobreza estructural, a la crisis de democracia y los partidos políticos, a la convivencia con la corrupción, a la desconexión con la historia. Obstinadamente queremos atrincherarnos en nuestra visión técnica y aséptica con la ilusión que al interior del gremio y la feligresía tenemos todas las respuestas para los grandes problemas del sector forestal. La realidad nos está diciendo que los problemas forestales están ahí y aunque se hacen esfuerzos denodados por resolverlos los problemas siguen.
Quiere decir entonces que para asumir los retos del sector forestal tenemos que recoger su complejidad lo que implica enfoques más interdisciplinarios, transdisciplinarios e incluso indisciplinarios. Pero sobre todo necesitamos recuperar la conexión con nosotros mismos, con los otros y con la naturaleza y el cosmos. No es que estemos tratando de parecer filosófico o monje religioso sino que simplemente estamos reconociendo que el concepto bosque, o servicios ecosistémicos, o paisajes forestales sostenibles, no se reducen a las dimensiones biofísicas sino que incluye a la totalidad de la masa, energía, información y sentidos. Esto es dar pie a aspectos culturales, psicológicos, literarios, matemáticos, entre otras dimensiones. Es mirar las totalidades en una perspectiva de sistemas dinámicos no lineales.
No habrá desarrollo forestal posible si es que no logramos que ciudadanos y ciudadanas (incluyendo los propios forestales) tengan la capacidad de reconectarse con la esencia de ser parte de la naturaleza, ser naturaleza. No habrá desarrollo forestal posible si es que insistimos en mantenernos en paradigmas o creencias que legitiman el dominio o la cosificación de la naturaleza. La creencia que civilizar los bosques es urbanizarlos o convertirlos a paisajes agropecuarios industriales nos está llevando a la destrucción de nuestro patrimonio forestal. Y no es que se niegue el aporte de otras actividades productivas sino se busca la definición de políticas, tecnologías y acciones a gestionar los socioecosistemas o agroecosistemas.
No habrá desarrollo forestal posible si es que no somos capaces de admirar el maravilloso diseño de las hojas, la fractalidad de las nervaduras, de sorprendernos infinitamente de las estrategias reproductivas de las plantas, de sus increíbles procesos de comunicación bioquímica, de disfrutar de la narrativa campesina o del imaginario indígena sobre los espíritus de los bosques.
Tampoco habrá desarrollo forestal posible si es que nos seguimos negando a la política (por más desprestigiada que esté), a la historia forestal, a la literatura forestal, a la psicología forestal. Si no somos capaces de indignarnos lo suficiente frente a la corrupción forestal.
No habrá desarrollo forestal posible si es que subordinamos las consideraciones ambientales y sociales solo por el crecimiento económico. Una visión de esa perspectiva indica que la tarea no está completa. Tampoco hay que caer en el sesgo (bien intencionado o no) que en nombre de lo social hay que debilitar lo ambiental, o que en nombre de lo ambiental hay que aplastar consideraciones sociales. La sostenibilidad fuerte es la búsqueda de un delicado equilibrio en el que priman las consideraciones sensatas.
El gran reto forestal es la religancia que implica volver a conectar lo que culturalmente ha sido separado en nombre del dominio humano. Volver a conectarse consigo mismo, con los otros y con la naturaleza bajo los principios de diálogo de Martín Buber. Requiere reconocer con mayor claridad las interrelaciones y las interdependencias, las redes. Ello precisa de equipos con gran apertura mental para que con pensamiento crítico sean capaces de explorar las múltiples posibilidades. Ello requiere apertura a otras formas de pensar, sentir y actuar con gran sentido de innovación y creatividad.
No es que las soluciones solo vengan del campo o solo del gabinete. Polarizaciones que reducen las posibilidades de generar alternativas. Un enfoque dialógico implica ser capaces de hacer que los dilemas sean vistos como complementarios, sinérgicos para que puedan emerger nuevas posibilidades.
Concluyendo podemos decir que desde las ciudades tenemos mucha responsabilidad con el destino de los bosques, como desde el bosque, desde lo local y desde la gente tenemos una gran energía cultural para recrear una cultura forestal orientada hacia la sostenibilidad y la equidad. No hay escisiones que valgan en sistemas porosos que se interrelacionan fuertemente y que a su vez forman parte de sistemas mayores hasta llegar al sistema tierra.