El reciente esfuerzo del presidente Luiz Inácio Lula da Silva para disociar el etanol brasileño del estadounidense reconoce el grave error político que fue para Brasil firmar un acuerdo con Washington destinado a promover un mercado mundial del biocombustible.
El alcohol carburante brasileño, de caña de azúcar y que lleva más de 30 años sustituyendo parte de la gasolina consumida en el país, era reconocido como parte de la solución al recalentamiento global, por reducir los gases del efecto invernadero emitidos por los combustibles fósiles.
Pero en los últimos meses sufrió el alud de críticas contra todos los biocombustibles, como causa del alza de precios de los alimentos, calificados incluso de «un crimen contra la humanidad», por el ex relator de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, el suizo Jean Ziegler.
El memorando firmado en marzo de 2007, para una alianza entre Brasil y Estados Unidos en el fomento a la producción de etanol en otros países tropicales, la cooperación tecnológica y la definición de normas técnicas, fusionó los biocombustibles de ambos países en términos de imagen internacional.
Además, la impopularidad mundial del presidente George W. Bush y de su guerra contra Iraq pudo haber contribuido al rechazo que sufre el etanol, alcanzando también al producto brasileño.
Bush anunció en enero de 2007 la audaz meta de reducir en 20 por ciento el consumo de gasolina en su país, sustituyéndola principalmente por etanol en 10 años.
La brutal carestía de los alimentos desde el año pasado, que causa protestas violentas en decenas de países pobres, generalizó las acusaciones contra el etanol y el biodiésel por agravar esa tendencia, antes limitadas a sectores ambientalistas y a líderes políticos como el cubano Fidel Castro y el venezolano Hugo Chávez.
El único error en la promoción de los biocombustibles fue «la decisión estadounidense de producir alcohol de maíz», dijo Lula el mes pasado de visita en Ghana, donde Brasil apoyará proyectos de etanol con su tecnología. Desde entonces viene insistiendo en las diferencias entre los programas brasileño y estadounidense.
El etanol de Brasil, siempre referido como alcohol, por derivar de la caña es mucho más eficiente en reducir las emisiones invernadero que el maíz, además de mucho más barato. El mercado estadounidense no se ha visto invadido por el producto brasileño gracias a fuertes barreras arancelarias y a subsidios que abaratan el etanol local para los consumidores.
El acuerdo con Estados Unidos fue un error, según crecientes manifestaciones de analistas y empresarios brasileños, como Rubens Ricúpero, ex ministro de Hacienda y ex secretario general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad).
«No creo que el memorando de entendimiento entre Brasil y Estados Unidos pueda ser responsabilizado» de las críticas que alcanzaron al alcohol brasileño, reaccionó André Nassar, director del Instituto de Estudios de Comercio y Negociaciones Internacionales.
La dificultad de la opinión pública para distinguir entre los dos «etanoles» es inevitable incluso sin esa asociación, que se limita a cuestiones técnicas, cooperación e inversiones en terceros países, dijo Nassar a IPS.
«El problema central es el modelo de Estados Unidos», admitió. El impacto del etanol de maíz sobre los precios sería mucho menor sin los altos aranceles y los subsidios que protegen la producción estadounidense, y muchos ya empiezan a separar el etanol brasileño del estadounidense, así que eso es «cuestión de tiempo», acotó.
«Fue un error, pero no irreversible», evaluó Roberto Kishinami, consultor del Ministerio de Medio Ambiente de Brasil como experto en energías renovables. Recuperar el prestigio del alcohol brasileño «exigirá un trabajo hercúleo», dijo a IPS.
Brasil tendrá que «crear una identidad» para su etanol, porque el sector cañero está envenenado también por la imagen negativa de su pasado colonial y esclavista, y por los actuales «usineros», empresarios del azúcar que persisten en sus prácticas ilegales, de escaso respeto a los trabajadores y al ambiente, diagnosticó Kishinami, ex director de Greenpeace en este país.
Esa identidad exige apartarse de la imagen de los «usineros», adoptando relaciones laborales, sociales y ambientales ejemplares, beneficiando a toda la cadena productiva con una parte de las gigantescas ganancias que deja el precio actual del petróleo, ya que producir alcohol en Brasil cuesta menos de la mitad que el precio de la gasolina, destacó Kishinami.
Ese costo seguirá siendo inferior al del etanol de celulosa, considerado de segunda generación y cuya tecnología se busca viabilizar sobre todo en Estados Unidos, pero también en Brasil, aseguró.
Sobre la ventaja ambiental de la caña frente al maíz no hay dudas, ya que el etanol de maíz provoca casi la misma cantidad de emisiones que la gasolina, mientras el de caña evita 87 por ciento de esa contaminación, apuntó.
El etanol estadounidense es menos eficiente y causó grandes aumentos de precios alimentarios, pero el brasileño «no es inocente» y también contribuyó al problema, sostuvo a IPS el profesor de relaciones internacionales Argemiro Procópio, de la Universidad de Brasilia.
«Ziegler tiene razón», la caña desplazó también siembras de arroz, frijoles y soja, empujando la frontera agrícola y agravando indirectamente la deforestación en la Amazonia, acotó Procópio, autor de «Subdesarrollo sustentable», libro recién publicado sobre ese y otros males brasileños.
La promoción del etanol a escala internacional, según Procópio, manchó la imagen del presidente Lula, que inició su gobierno en 2003 con una «brillante» campaña contra el hambre en Brasil y en el mundo