El compromiso con el desarrollo de fuentes limpias de energía formulado por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, fue aplaudido por ambientalistas y expertos, que, sin embargo, no dejaron de cuestionarle cierta timidez. Bush realizó su anuncio en el discurso sobre el Estado de la Unión, informe anual de la presidencia ante el […]
El compromiso con el desarrollo de fuentes limpias de energía formulado por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, fue aplaudido por ambientalistas y expertos, que, sin embargo, no dejaron de cuestionarle cierta timidez.
Bush realizó su anuncio en el discurso sobre el Estado de la Unión, informe anual de la presidencia ante el Congreso legislativo en que los mandatarios establecen sus agendas para los siguientes 12 meses.
Ambientalistas y otros impulsores de las fuentes limpias de energía el panorama trazado por Bush sobre la «adicción al petróleo» de Estados Unidos, pero dijeron que la solución propuesta –22 por ciento de aumento en los fondos para la investigación– se queda muy corta.
También los desilusionó que el mandatario ni siquiera mencionara el recalentamiento global, atribuido por la mayoría de los científicos a las emisiones de gases invernadero por la quema de petróleo, carbón y otros combustibles fósiles.
Estados Unidos, uno de los dos países industrializados que no ratificaron el Protocolo de Kyoto para reducir la liberación de gases invernadero en la atmósfera, concentra 25 por ciento de las emisiones mundiales.
«Si ignora completamente el recalentamiento, el mayor desafío de todos, sus planes nunca serán adecuados», dijo Steve Cochran, portavoz de la organización Defensa Ambiental, quien acusó a Bush de «pensar en pequeño».
«Los comentarios de anoche fueron deplorablemente insuficientes», sostuvo en un editorial el diario The New York Times publicado el miércoles, horas después del discurso de Bush ante el Congreso.
La aprobación pública de la gestión de Bush, según las encuestas, se encuentra hoy muy por debajo del de antecesores suyos a la misma altura de su segundo periodo presidencial, como Ronald Reagan (1981-1989) y Bill Clinton (1993-2001).
En la primera parte de su discurso de una hora, Bush se aferró a su habitual retórica prodemocrática y a defender su «guerra contra el terrorismo». El resto fue de una inusual modestia, tanto en tono como en sustancia.
«Que yo recuerde, éste es el primer Estado de la Unión en que la estatura del presidente, más que potenciada, terminó disminuida», escribió Ryan Lizza, veterano analista político de la revista The New Republic.
«Escarmentado. Deferente. Modesto» fue la calificación de Robert Brownstein, periodista del diario Los Angeles Times.
La «cautelosa agenda» delineada por Bush «pareció aspirar menos a transformar el debate político que a ayudar» a sus correligionarios del Partido Republicanos «a sobrevivir a un entorno político hostil» en las vísperas de las elecciones parlamentarias de noviembre, según Brownstein.
Funcionarios del gobierno habían adelantado a periodistas que los anuncios de Bush en materia de energía serían osados y de largo alcance. Pero fueron anticlimáticas, particularmente dada la fuerte retórica que usó para presentarlas.
«Tenemos un problema serio: Estados Unidos es adicto al petróleo, que a menudo es importado de zonas inestables del mundo», declaró.
El desarrollo de tecnologías alternativas propuesto tendrá el objetivo de «reemplazar más de 75 por ciento de nuestras importaciones de petróleo de Medio Oriente para 2025», aseguró.
«Aplicando el talento y la tecnología de Estados Unidos, este país puede mejorar drásticamente nuestro ambiente, moverse más allá de una economía basada sobre el combustible y convertir nuestra dependencia en el petróleo de Medio Oriente en cosa del pasado», agregó Bush.
El mandatario calculó que su gobierno gastó casi 10.000 millones de dólares en desarrollar fuentes alternativas, y anunció un proyecto de ley que, de ser aprobado por el Congreso, sumará 300 millones de dólares para 2007 el gasto del Departamento de Energía al respecto.
Según un documento distribuido luego por la Casa Blanca, el aumento será repartido entre varios programas preexistentes, incluido el desarrollo de células de combustible hidrógeno, de «etanol celulósico» –combustible hecho de fibras vegetales hoy desechadas como desechos agrícolas–, de tecnologías limpias de carbono y de energía solar, e investigaciones sobre energía eólica.
«El nivel retórico fue dramático, pero las propuestas políticas siguieron fueron mansas», señaló David Sandalow, director del Proyecto de Ambiente y Energía de la Institución Brookings, una organización de expertos centristas con sede en Washington.
El colaborador de un legislador notó que 300 millones de dólares en financiamiento adicional equivalían a lo que Washington gasta actualmente en dos días de operaciones en Iraq.
Bush «se da cuenta de que la alta demanda de energía es un problema –especialmente la demanda de petróleo– y que este asunto tiene que ser abordado», dijo Janet Sawin, directora del Programa de Energía y Cambio Climático en la organización ambientalista WorldWatch Institute.
«Pero mientras que la investigación y el desarrollo son importantes, se necesita hacer mucho más por la conservación y la eficiencia», dijo. Eso faltó en las propuestas de Bush, según Sawin.
Que Bush se concentrara en reducir la dependencia de Medio Oriente, que actualmente representa apenas 17 por ciento de las importaciones de petróleo estadounidenses, fue objeto de críticas incluso entre sus aliados neoconservadores.
Figuras de este sector oficialista alegaron que el impacto de la demanda estadounidense en los precios internacionales del petróleo –sin considerar su origen– es lo que da poder y enriquece a los exportadores de Medio Oriente, como Arabia Saudita, la cual, advierten, contribuyen directa o indirectamente con los movimientos radicales islamistas que amenazan a Estados Unidos e Israel.
«No importa si no compramos petróleo de Medio Oriente», dijo a The New York Times Gal Luft, codirectora del Instituto para el Análisis de la Seguridad Global, porque, en ese caso, «alguien más lo hará, apoyando a los mismos regímenes».
El columnista económico del diario The Washington Post Steven Pearlstein adoptó un punto de vista particularmente cínico de las propuestas de Bush.
«¿Alguien cree realmente que un presidente y un vicepresidente que se vuelven ricos por su asociación con la industria del petróleo y el gas, que nunca dejaron de promover la cadena industrial y que presidieron la mayor transferencia de riqueza de los consumidores a la industria en la historia de la humanidad nos moverán más allá de una ‘economía basada en petróleo’ a una basada en ‘astillas de madera, tallos o pasto varilla’?», escribió Pearlstein, refiriéndose a la descripción de Bush de las fuentes de etanol celulósico.
En la noche del discurso de Bush, la mayor empresa energética del mundo, ExxonMobil, anunció que el año anterior tuvo ganancias sin precedentes para una empresa estadounidense: 36.000 millones de dólares.
Esto se atribuye al aumento del precio del petróleo y del gas, así como de generosas exoneraciones de impuestos y otros subsidios promovidos por Bush y el Congreso de mayoría republicana.